


Pedro Gamma compuso hace diez años un libro en el que volcó escritos ya publicados en la prensa, junto a otros que se mantenían originales. La obra tomó el nombre de Tipos Sexuales Fueguinos y es única en su género.
Su capítulo diez es rescatado, como una muestra de la picardía local.
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Que nadie imagine, antes que nada, que el comportamiento de las personas en la cama pueda ser uniforme según el oficio, empleo o profesión. De allí que el término “camionero” incorporado a la tipología sexual más austral del mundo adquiere otras connotaciones que se derivan, eso sí, de algunos pormenores ligados a la actividad del transporte de carga en la segunda mitad del recordado siglo XX.
Eso sí, permítaseme una digresión inicial: por razones de oficio en parte de mi vida -trabajo de parrillero durante una cesantía- pude integrarme al conocimiento de los decires y preocupaciones de este sector paciencioso y laborioso que con sus rutinas llega y parte de nuestro sur. Y así, a la hora de los brindis, no fue extraño el momento en que los diálogos masculinos pasaron a reflejar vivencias eróticas circunscriptas a las largas travesías, y como en algunos casos el trámite había sido condicionado por el conocido “yo te llevo pero tu te dejas”. La historia si se quiere del elefante y la hormiguita. ¿Se acuerda? La que al ser cruzada al otro lado del río le dijo al paquidermo: -¡Gracias Señor! Para que este le contestara ampliamente ásperamente: -¡Qué gracias ni que gracias, bajate la bombachita!
Pero en el relato camionero la desproporción nunca es desmedida, las damas de la travesía son siempre ponibles, y los muchachos afortunadamente disponibles. Los relatos coinciden en que en casi todas las circunstancias el viaje estuvo más que bien pagado, y que a la dama por otra parte no le quedó nada para quejarse. Pero como las travesías son largas, y las demandas de viaje –uno así lo imagina también- cada uno agrega que las oportunas pasajeras contaron de paso los motivos de su búsqueda en el sur, donde se combinan penas y esperanzas en proporciones diversas. Si el relator de estas historias de vida es un hombre mayor, en casi todos los casos hará una relación de la experiencia erótica como desarrollada en algún alojamiento al costado del camino, al costado del camino mismo, pero casi nunca dentro de la cabina. Si la vivencia nace del recuerdo fresco de un hombre mucho más joven, las cosas se dieron allí dentro, y en algunos casos –según la práctica- con el vehículo en marcha.
¿Son estos lenguasueltas una suerte de Pata de Lana? Que no se crea así. Ellos tienen su discreción, y una relación permanente. Con el Camionero en celo, el enganche es solamente un viaje de ida.
Pero demos cuenta también que esta descripción inicial de ciertas conductas de sexo en el camino no son más que observaciones aisladas, influidas –eso sí- por los roles tradicionales en lo imperativo y sexual que aporta el género fílmico norteamericano. Con situaciones lascivas y perennes, esa del camionero que mira que levanta y ya apunta velozmente a su vehículo hacia el próximo motel donde espera demostrar su condición de surtidor de semen. Pero con situaciones también como la recordada en la película Thelma & Louise.
Aquí, al menos en el sur, las cosas suelen verse diferentes. Los camineros construyen una rutina, y en este y otro lugar hacen sus paradas rutinarias, se vinculan con familias de la zona, con el tiempo traen en largo viaje a los suyos; se hacen parte del lugar y con ello también de las contenciones sociales que hacen de sus posibles desenfrenos una labor visibles y censurable.
Aclarado: en términos generales los camineros del hemisferio norte en materia de mujeres se portan bien con las presentes, en tanto que los del sur se portan bien con las ausentes.
Pero los fueguinos saben que cuando en materia sexual hablamos de El Camionero, no lo hacemos en razón de las acciones y pretensiones de los hombres del volante; sino de gente mucho mas sedentaria, casi se diría de escritorio.
Es que cuando comenzó a acuñarse el término ni siquiera existía eso que hoy por hoy se define como el Acoso Sexual, pero de alguna forma –y vaya cual- se estaba ejerciendo.
Es materia de particular atención como aquí numerosos bienes y servicios del hogar están identificados con la mujer, antes que el hombre. Es que la señora –con alguna mayor disponibilidad de tiempo- fue la que terminó los trámites por la vivienda, solicitó el teléfono, y hasta registró al grupo familiar en el seguro de sepelio. –Si hubiera esperado que mi marido se moviera, todavía estaríamos esperando. Suelen decir algunas diligentes fueguinas.
De esta inquietud un salto en el tiempo. Hacia un ayer, impreciso si se quiere, pero donde el pueblo está creciendo y ganando espacios en el suburbio crecen nuevas esperanzas. Sobre el perímetro apenas insinuado se ha levantado la vivienda, todavía no amojonada a la tierra, y la tierra que falta en medio de desniveles y anegamientos creando una situación de sensible deterioro en la calidad de vida, de inseguridad para el desplazamiento de las personas y el juego de los niños. El imperativo entonces es rellenar, pero ¿dónde encontrar al buen rellenador?
Los listados oficiales y reglamentados parecen interminables. Las gestiones de oficio parecen aconsejables. La suerte se da en manos de un servidor que tal vez no sabía el poder que tenía ante si. El no saldrá a llevar la tierra, pero agilizará la demanda, con favorecimiento dispar. Los trámites, en esta evocación, las demandas de relleno, las diligencian diversas peticionantes, y algunas van mas predispuestas que otras al todo o nada con tal de conseguir allanar su poceado entorno. El servidor era un hombre de miradas insinuantes, y había acondicionado en la trastienda de su escritorio un diván donde se consumaba el trueque de influencias. Eran, se dice, los años del “cuando tenga la tierra”.
La mujer que había ido por algunas camionadas de tierra, recibía previa gestión administrativa, una ágil respuesta a su pedido.
También se decía, como una suerte de regla ontológica, que cuando el hueco está listo, el camionero aparece solo.
Pero aquí el tema tenía sus matices, y con el tiempo algunos terrenos aparecían mas rellenados que otro, despertando la natural envidia entre las que seguían viviendo como antes, o las que por integridad –o falta de encantos- no podían verse inmersas en tamaños logros materiales.
La metáfora: “te están rellenando el sitio”, pasó a ser una suerte de evidencia de adulterio ocasional, de cuernos... al fin.
El término Camionero pareció imponerse definitivamente una vez que el involucrado, cautivado en demasía reemplazó una frase sacramental con la que prologaba sus ensartamientos, aquella de “con este polvo tendrás tu tierra”, por otra mucho más ansiosa:
-¿No querés otra camionada? Encerando a la vez por ello cierta autoestima sobre su lubricidad, o una mayor capacidad en el movimiento de suelos.
Se cuenta que la peticionante dijo que sí, y que se llegó a una relación más estable, con lo que los celos fueron midiendo los fulgores de El Camionero, y los repartos fueron desde entonces más equitativos, menos condicionados.
Lo que no pudo evitarse es que la historia se desparramara, y que el término fuera utilizado para encasillar a todos aquellos que desde su condición de jefe o empleador, esperan condicionamientos sexuales de las empleadas, sirvientas u operarias... trámite oscuro que no dejaría de ser frecuente aun en tiempos de importantes transformaciones y progresos en la Tierra del Fuego: a pesar o a partir de ellos.
Con oídos de niños me percaté de esa realidad, producto de una conversación en la peluquería de Mecha Dura donde clandestinamente –y corte de pelo mediante- se dialogaba sobre cuestiones laborales, al estar suspendida la actividad sindical.
Mucho había costado la organización y el reconocimiento para dar vida a SUPA –Sindicato Unido Portuarios Argentinos- pero el gobierno de Onganía había dado marcha atrás con estas iniciativas.
Y el temor de los trabajadores es que ese año, en razón del boicot inglés a los buques argentinos, pudiera tener una réplica, entonces no entraría el caponero y se perdería para los portuarios ese trabajo invernal que representaba el mayor ingreso de todos los pautados en este Río Grande.
¿Qué era lo que había pasado?
El gobierno aquel –de la denominada Revolución Argentina- había sancionado en octubre de 1966 la denominada “ley de ordenamiento portuario”, se consideraba al puerto porteño como sucio, y debía salir de esa situación para competir en el mundo. La medida buscaba incrementar la productividad del puerto de Buenos Aires y los obreros, disconformes por la medida inconsulta, comenzaron el 19 de aquel mes con una huelga por tiempo indeterminado.
De allí la represión, la intervención del sindicato –que no afectó solamente al de Buenos Aires- sino que llegó también a Tierra del Fuego, y una reacción que tuvo por protagonista a Eustaquio Tolosa (foto) que buscó una solución inesperada: buscar la solidaridad gremial internacional.
Y en Londres, sede de la FITT –Federación Internacional de Trabajadores del Transporte- salió la orden de declarar el boicot a los buques argentinos, hasta tanto de revieran las acciones represivas y el nuevo ordenamiento legal para los trabajadores argentinos.
La solución no llegó en lo inmediato, se prolongó hasta los primeros meses de 1967.
Entonces los ingleses estaban con nosotros, por más que la prédica antinglesa se dibujaba por la reacción futbolera con el caso Ratín, en el Mundial de Fútbol, y el desvío del avión de Areolíneas Argentinas a Malvinas, por el Grupo Conet.
Dos años antes de iniciados estos conflictos Eustaquio Tolosa había aceptado la invitación del Embajador británico en Buenos Aires Humphe+rey Middleton, quien lo había invitado a viajar a Londres a comunicarse con sus pares, y establecer vínculos que se pensaba positivos para el crecimiento de la causa laborista
En esos días de proscripción peronista el dirigente portuario pensaba que se podía refundar el partido de Cipriano Re yes que diera identidad electoral a Perón, en su primera presidencia.
En el historial gremial se recuerda que el 8 de febrero de 1947 se concreta el acuerdo que reglamenta el trabajo de los Estibadores Portuarias y es, Evita, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión quien dirige a los estibadores un emotivo discurso.
El S.U.P.A quedará formalmente constituido en 1964 bajo la conducción del histórico dirigente Eustaquio Tolosa, es decir después de los acercamientos con la FITT.
Será Tolosa quien en octubre de 1966 llevé adelante la primer huelga importante contra la dictadura de Onganía, dirá en dicha ocasión: “ni la campaña confucionista del gobierno profusamente recogida por los grandes diarios; ni el ofrecimiento de abultados jornales a los carneros; ni la famosa topador haciendo astillas la ranchada portuaria en “Martín Guemes”, han sido capaces de quebrar la valerosa decisión de los estibadores argentinos, en defensa de sus convenios colectivos y reglamentos de trabajo. Han pasado ya más de 30 días, desde que los trabajadores portuarios abandonaron los muelles del país, iniciando una heroica resistencia contra la inconsulta, arbitraria y prepotente del gobierno de Onganía. Apenas dos mil carneros – casi todos sin libreta habilitante- realizan dificultosamente, con lentitud e ineficacia, algunas tareas de estibaje, mientras numerosas embarcaciones se niegan a ser cargadas en tales condiciones, para evitar graves riesgos que algunas veces – como en 1960- se concretaron en tragedia. Entre tanto los 35 mil huelguistas reciben la más amplia y fraternal colaboración de gremios, villas, barrios, ferias y mercados, convirtiendo así sus luchas, en una jornada ejemplar para toda la clase obrera amenazada. Este reconfortante panorama de solidaridad proletaria, se completa con el apoyo activo dispuesto por los gremios portuarios del mundo entero”.
Y finalmente que pasó con el caponero en Río Grande. Los grandes compradores británicos enviaron un barco con bandera noruega, bandera de conveniencia.
Y aquí la cosa había pasado por el Gaucho Tolosa, que lejos estaba del Gaucho Rivero.
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No participé de lo que ahora resultan las grandes alegrías de la inauguración de la Provincia.
Recuerdo que atravesaba un tiempo de justificada desesperanza por las cosas que se venían dando en el mundo. Al menos en mi mundo perceptible.
Por razones más privadas que públicas había dejado la función pública en el ámbito municipal en el año 1988, donde tenía a cargo la Dirección de Cultura. Se sumaban mis replanteos matrimoniales y también la muerte de mi madre para sentir que otras cosas también eran más importantes, más importantes que el trabajar políticamente. Ya no volvería a hacerlo, al menos –como se diría ahora- militantemente.
Desde afuera el universo era estremecedor. El radicalismo, que había mezquinado la provincialización, caía estrepitosamente y un Menem –denostado vergonzosamente- por los medios oficiales- se imponía electoralmente y debía asumir de manera temprana, ante la impotencia alfonsinista. Ese mismo año caería el muro de Berlín y las miserias del sistema bipolar serían conmovidas por otra idea miserable, la del fin de la historia. El menemismo dibujaría políticas económicas increibles. Los que teníamos alguna ideología cercana a lo popular nos sentíamos burlados por la realidad.
En la isla si bien el radicalismo encontró en el gobernador Ferro una figura de marcada lucidez –llegó como los viejos funcionarios después de una derrota electoral, un castigado- los otros nombres que se ligaron a la administración territorial dejaron un rastro de baba lamentable. El mismo Martín Torres, que resultó un adalid de esta causa provincial, llegado al gobierno fueguino, como delegado del que ya comenzaba a ser el innombrable, no atinaba a dar respuestas a la sociedad demandante; y entre sus contratiempos se demoraba –como nunca nadie lo había hecho- en pagar los sueldos del sector público (y eso no se lo pudieron perdonar los que al decir del General Perón tienen por más sensible aquella víscera que llamamos bolsillo).
El proyecto 19640 la estabilidad, y apuntalar el progreso de la isla, de manera insustitubible, ya había demostrado que tendría que durar: era el soporte de una mano de obra y de un orden fabril que –aunque resultara oneroso para el país- conservaba la tranquilidad del electorado..., y ellos en su conjunto eran los votantes LOS QUE SOSTENIAN PROYECTOS Y AMBICIONES DE LOS PARTIDOS EN CIERNES.
En ciernes digo, al asalto, de todas las posibilidades que daría una nueva provincia: muchos cargos para mucha gente, presupuestos crecientes, primeros lugares en el podio de los éxitos individuales y sectoriales.
Pero la era una herramienta sucia. Los negociados en torno a ella dibujaron el universo de la PATRIA GALPONERA, que con el sistema de reintegros y sobrefacturaciones fortalecía inversiones que solo existían en la zona fantasma de la zona aduanera especial. Las justicia de Bahía Blanca inició una demanda contra nombres tales como Koner, Salgado, Delconte, y algunos otros referentes locales. El pueblo podía brindar con vino Paponi, que se traía de Río Negro para tirarlo a las cloacas, ya lo pagarían los reembozos...¡Y con ganancias! El Tuni recuerda que su primer trabajo fueguino fue destapar las botellas y derramar ese vino.
En medio de la vergüenza aduanera el llamado el llamado a Constituyente dio la sorpresa de un voto mayoritario por la fuerza política local, y de ese sector vendría quien pasaría a ser la Presidanta de la Convención, curiosamente una despachante de Aduana.
Yo estabas trabajando como toda le gente, en un día más, cuando vi a Doña Elena en ese gesto, fura de protocolo, en que se festejaba la Constitución que se respondía “al pueblo” que allí la tenía, por si querían jurarla, y la juraron los concurrente “a libro cerrado”, como tantas acciones legislativas que nos condenarían en el tiempo.
La escuché por radio, la mire por televisión.
Tengo la impresión que el acontecimiento no movilizaba a un nivel popular. Por entonces todo lo que merecía aplausas iba acompañados de una caravana, y esa manifestación falta en mi memoria.
Solo pensé que en poco tiempo se juraría la Constitución en tantos ámbitos. Pasaría mucho tiempo hasta que una noche soñara que en un enorme gimnasio todos los ingresantes del Megapase, juraban sobre una primera edición de esa Carta Marga.
Me desperté agitado.
En el año 1984, en el pasaje Dardo Rocha, en una Semana de la Patagonia, fui invitado a disertar, como soporte a una explicación estelar de Martín Torres sobre la demorada provincialización fueguina; mi charla se denominó Tierra del Fuego, Territorio del Olvido.
Ahora que me acuerdo estribo, sin ninguna documentación al la vista, este pequeño análisis bajo el título En el territorio de la memoria.
El primero de junio es un día político, que merece recuerdos... polìticos.
No me hablen del guanaco, la lenga y o la nieve que vendemos al país, o al mundo.
Post scriptum:
En los día de tránsito entre la sansión en Diputados y la convocatoria constituyente pensé sobre el fututro de la convención. En razón de ellos llamé a una conferencia en la Biblioteca Eduardo Schmidt (h), bajo el tema Río Grande, capital de los fueguinos. La concurrencia fue interesante, el diálogo también. Había gente que quería la capital aquí. Pero en el debate posterior el tema no se trató. Tierra del Fuego fue la única provincia que no confrontó proyectos de capital en el conjunto de las provincializaciones del país federal.
Invitado por el Partido Socialista Popular una tarde de sábado asistí a su local de la calle Bilbao para exponer sobre políticas culturales. Querían tener ideas que se podrían volcar a su proyecto constitucional, mi presentación llevó el título de El rico veneno.
La primera exposición fue publicada algo después por Edgardo Welsh, en una revista que duró un par de números.
La segunda, releída ahora, se mantiene vigente.. pero nunca fue publicada.
Están también para recordar los chistes que se hicieron en el marco de la Convención, pero eso los dejaremos para...¡Para las bolas de plata!