TRÍPTICA NACIONAL.HISTORIA.30 CRISIS ERAN LAS DE ANTES
En la situación financiera que
hizo temblar la plaza de BUENOS AIRES en 1890
figuró un acuerdo con importantes grupos bancarios.
El acuerdo con Rothschild no
prohibía nuevos empréstitos externos ni obligaba al gobierno argentino a
ninguna otra cosa que no fuese la reducción de la circulación monetaria.
Este acuerdo permitió al gobierno enfrentar a
los intereses rurales y sobre todo a los "nuevos ricos" de la
administración anterior. El crédito del
gobierno había sido salvado, pero pocos meses después las autoridades
argentinas comenzaron a reconsiderar la conveniencia del arreglo que, además,
había generado protestas populares antibritánicas. Dichas protestas se
registraron en los ataques contra el Banco de Londres y Río de la Plata, de los
cuales el siguiente testimonio de The Buenos Aires Standard del 5 de junio de 1891 da cuenta:
“Los banqueros y millonarios
de Londres no pueden tener idea de los amargos sentimientos engendrados por el
infortunado préstamo "Moratoribus-Rothschild". Aparentemente
imaginaban estar haciendo un gran favor a Argentina al impedir la bancarrota
financiera de Baring Brothers. Pero todo el negocio se ve aquí desde una
perspectiva muy diferente (...). Las banderas inglesas en la Plaza Victoria
fueron desgarradas por argentinos bien trajeados (...) y la reciente corrida
para retirar fondos del Banco de Londres fue celebrada y aplaudida en muchos
círculos que anteriormente nunca nos habían demostrado ninguna mala voluntad
(...)”.
A pesar de este arreglo con
los banqueros británicos, el gobierno de Pellegrini, decidido solucionar la crisis, tomó medidas que
afectaron a los bancos de propiedad extranjera, acusándolos de distribuir
grandes dividendos. El impuesto a los depósitos en bancos extranjeros, el aumento
de las patentes de licencia de compañías de seguros extranjeras, y la
prohibición de aumentar los precios de las compañías de tranvías y de gas,
generaron inquietud en el Foreign Office, que recurrió a los juristas de la
Corona para comprobar si esas medidas violaban o no los términos del tratado
anglo-argentino de 1825. Los juristas recomendaron al gobierno británico una
actitud pasiva, alegando que el tratado de 1825 nada establecía sobre compañías
por acciones, compañías de seguros u otras compañías. El impuesto del 2% sobre
los depósitos establecido por Pellegrini no justificaba, en la opinión de esos
juristas, la intervención del gobierno británico. Ellos habían estudiado la legislación
argentina y considerado la experiencia de las empresas británicas en otras
partes del mundo. Habían encontrado así que tanto Francia como Grecia aplicaban
impuestos a compañías de seguros británicas. Además, las medidas del gobierno
argentino se aplicaban a todos los bancos extranjeros, no sólo a los británicos,
de modo que no había violación del tratado
de 1825.
Convencido por estos argumentos, el Foreign Office decidió no inmiscuirse en las medidas que Pellegrini impulsaba para resolver la crisis. La estabilización y recuperación de la economía argentina reforzó esta actitud prescindente de las autoridades británicas, a pesar de las presiones de la banca. En ocasión de un discurso en Mansion House, el canciller inglés Robert A. Cecil, marqués de Salisbury, rechazó en nombre del Foreign Office la presión intervencionista de la City de Londres con las siguientes palabras, que reflejaron la política de no intervención oficial británica:
“No tenemos la menor intención
de constituirnos en la Providencia en ninguna de las disputas sudamericanas.
Hemos sido presionados, seriamente presionados, para que asumamos el papel de
árbitro, de árbitro compulsivo, en las disputas que se registran en la parte
occidental de América del Sur (...) Hemos sido también seriamente presionados
(...) para que emprendamos el saneamiento de las finanzas argentinas. Sobre
ninguno de estos puntos el Gobierno de Su Majestad se halla dispuesto, en modo
alguno, a asumir las funciones de la Providencia”.
Doctor Adrián Bitsch, su recuerdo en el aire de LRA 24..
Hijo de inmigrantes europeos, rusos blancos y croatas, su
trabajo fue una proyección de la labor de sus mayores que llegaron a poblar
campos con lanares, al sur de Magallanes y Santa Cruz.
Nacido en Río Gallegos parte de su infancia transcurría en
el campo fueguino donde su padre fue administrado de un gran establecimiento,
la Ruby. Entonces su escolaridad se dio en el internado salesiano de la Misión
de Nuestra Señora de La Candelaria, donde funcionaba la Escuela Agrotécnica.
Debió emigrar para terminar sus estudios a la provincia de
Buenos Aires, y en la UNLP obtiene su título de Médico Veterinario.
También allí conoce a Lidia Mariani, con quien contrae
matrimonio dando origen a una familia nutrida con cinco vástagos.
Tierra del Fuego le da la oportunidad de volver
desempeñándose como Veterinario de SENASA, Servicio Nacional de Sanidad Animal.
En un primer momento cobra intervención ante un brote de aftosa que altera la
vida fueguina promediando los años 60, más tarde echa raíces y se convierte en
el médico recorredor que visita los 60 establecimientos rurales del entonces
Territorio Nacional de la Tierra del Fuego. A donde no llega con su vehículo lo
hace de a caballo, y conoce así lugares lejanos donde habita el solitario
hombre de la campaña austral: el ovejero. Le preocupa junto a la salud de las
majadas una enfermedad que hace estragos en la población rural: la hidatidosis.
Se propaga del ovino al perro –herramienta de trabajo del ovejero- por la
ingesta de vísceras , del perro llega al hombre generan en su cuerpo quistes
que limitan su bienestar y al diseminarse comprometen su vida. Bitsch sabe que
para terminar con la enfermedad hace falta algo más que dosificar a los perros
con determinados medicamentos, hay que cambiar los hábitos de la población
rural: evitar que se les dé a los perros achuras crudas, como alimento.
Y para eso encontrará una herramienta importantísima con la
instalación den 1973 de LRA 24 Radio Nacional Río Grande.
El joven veterinario se acerca con una propuesta: armar un
programa radial que contenga temas de interés para el hombre de campo, y que
preconice las normas higiénicas indispensables para evitar la propagación de la
enfermedad. El espacio se llamará LAVANDO CEBADURAS PARA INTIMAR Y CONOCERNOS y
se extenderá en el tiempo durante la temporada invernal, de mayo a agosto,
cuando la gente de campo ve limitada su actividad por razones del duro
invierno, y encuentra en la radio su vínculo con el mundo.
Música de distintas regiones del país, lectura de
correspondencia, comentarios sobre temas camperos, e históricos del sur, humor,
y los concejos de prevención ante la hidatidosis eran el condimento
indispensable de cada mañana; situación que acompañó durante casi 40 años,
hasta que le llegó la muerte el 30 de
septiembre de 2011.
Docente de la Escuela Agrotécnica Salesiana fue autor de
diversos libros técnicos orientados a la capacitación de los jóvenes en el
campo austral, en un espacio de aprendizaje donde concurría tanto los fueguinos
como los santacruceños. Entre ellos los dos tomos de su Ovinotecnia.
Preocupado por
perpetuar el trabajo del ovejero, y sus perros de trabajo, ideó en 1974 la Fiesta del Ovejero, actividad de encuentro de
los trabajadores rurales que se celebra cada primer domingo de marzo reuniendo
competidores de chile y de argentina, y de cuya constancia se da la continuidad
de la misma alcanzando recientemente las 41 ediciones.
Quien ingrese a Río Grande por tierra verá casi de inmediato
un monumento al ovejero fueguino, fruto de su empuje.
Trabajó con múltiples sectores para que Tierra del Fuego tenga una legislación acorde
a los propósitos asistenciales que instaló cada mañana de invierno en la señal
de LRA 24, y así nació la ley que organizó la lucha contra las zooantroponosis,
que hoy diagrama anualmente los períodos de recorrida y visita a cada rincón
del campo fueguino para mantener los logros en materia sanitaria, y superarlo
de ser posible.
Con idéntica preocupación manifestó su interés por la
preservación del medio ecológico en una ciudad de desbordante crecimiento, y
donde con la producción lanar y petrolera, antagónicas en tantos aspectos.
Hombre de hábitos sencillos supo convivir con los pobres y
los ricos en un ámbito como el rural de la Patagonia donde no abundan los
estratos medios. Católico en sus convicciones y su práctica fue durante años
promotor de la emisión de la Misa por LRA 24, misa que oficiaba el Padre José
Zink, el denominado Cura Gaucho, que tantos amigos supo ganar entre la gente
fueguina.
Y llegaron algunos reconocimientos: Ciudadano Ilustre de la
ciudad, Premio Divino Maestro, del Consudec (Consejo superior de educación
católica?.
Ya en edad jubilatoria fue el más directo colabora del Museo
de la Misión, secundando en esta tarea a quien fue el primer cura santacruceño,
el Padre Juan Ticó, que continuó su actividad por sobre los 90 años de edad
realizando un importante rescate patrimonial de lo fueguino.
Hoy la memoria de lo hecho y lo dicho por Adrián Bitsch
sobrevive en el amplio recuerdo de los que fueron sus alumnos, “los ovejeros” y
la audiencia de esta radio pública que lo supo tener como el colaborador más
veterano.
(En la foto, Adrián, atendiendo a sus oyentes...)
EVOCACIONES**El 27 de abril de 1910 el gobernador Fernández Valdés eleva una memoria de su primer lustro de gestión.
En vísperas del centenario patrio, como
respuesta a un cuestionario propuesto por el Ministerio del Interior. Allí se
extiende el cuadro sintético de la situación, planes y realizaciones encaradas
durante el período precedente. Después de algunas consideraciones geográficas y
legales, siempre sobre el módulo ministerial, Fernández Valdés procede en los
términos siguientes:
[Hasta ahora], no existen comunicaciones directas terrestres ni marítimas entre Ushuaia y los Departamentos del Norte. Solamente en verano y por causas muy imperiosas se ha cruzado el interior del Territorio a través de montañas, turbales y pantanos sufriendo toda clase de penalidades. Anteriormente he manifestado a V. E. la necesidad de construir un camino de Ushuaia a San Sebastián pasando por Túnel, Remolino, Almanza, Brown, Harberton, Costa Este del Lago Fagnano y Río Grande.
Y siempre en forma positiva y entradora prosigue opinando sobre la realidad y conveniencias de mejores comunicaciones:
Las ventajas de orden administrativo y económico que reportaría ese camino son muy grandes, puesto que terminaría con el aislamiento de las autoridades de aquellos Departamentos que sólo comunican con la Gobernación cada 30 o 40 días por intermedio de Punta Arenas y establecería el intercambio entre la región ganadera y la forestal. Actualmente San Sebastián con más de un millón de cabezas de ganado y Ushuaia con inmensos bosques tienen que proveerse respectivamente de madera y de carne en Chile.
El Ministerio de Justicia ha puesto a disposición de este Gobierno 30 presidiarios para la construcción de ese camino y creo que con la suma de $ 15.000 m/n. para pago de peculio a los mismos y compra de herramientas, pólvora, carros, carpas, etc., la obra podría realizarse en la primavera próxima.
Las comunicaciones con la Capital Federal han mejorado considerablemente en estos últimos años. Con esa procedencia tocan periódicamente este puerto y los del Canal de Beagle tres barcos pertenecientes a otras tantas compañías de navegación: el "Presidente Sarmiento", "Presidente Quintana" y "Neuquén". El transporte "Piedrabuena" de la Armada Nacional al servicio de la Gobernación mantiene las comunicaciones entre Punta Arenas, Ushuaia, puertos del Beagle y Año Nuevo y el vapor "Carolina" subvencionado por el Gobierno Chileno, para favorecer el desarrollo de las Islas Australes, trae también a Ushuaia correspondencia y carga desde Punta Arenas.
Entre Punta Arenas y los puertos de Río Grande y San Sebastián viajan los vapores "Alfonso", "Amadeo", "Alejandro" y otros pertenecientes todos a armadores chilenos; llevan mercaderías generales y regresan con los productos de las estancias. La correspondencia de los departamentos del Norte se recibe y remite por esos barcos o por un correo particular subvencionado por las estancias, que viaja entre Porvenir v Río Grande.
Pasa luego a la descripción de los centros poblados existentes o posibles, y continúa:
Ushuaia, Capital del Territorio, tiene 800 habitantes. El resto de la población se encuentra repartido entre las diferentes estancias y aserraderos.
Ha sido señalada por esta Gobernación la conveniencia de crear un pueblo en la reserva de San Sebastián, lote XI, que tendría asegurado su porvenir por encontrarse en el centro de la región ganadera y sobre el puerto por donde salen todos sus productos. Ha proyectado también la creación de una colonia ganadera sobre cabo San Pablo; pero esto ya no será posible porque la División de Tierras ha enajenado todos los campos adyacentes dejando sólo una reserva insuficiente a ese objeto. Es de esperar, sin embargo, que cuando esos campos se pueblen la reserva se encuentre en las mismas condiciones que la de San Sebastián.
El puerto mejor de los conocidos hasta ahora sobre la costa Atlántica de Tierra del Fuego es el de Río Grande; también aquí se mantiene Fiscal una pequeña reserva para asiento de un nuevo pueblo.
En cuanto al Departamento Thetis, se encuentra en su mayor parte deshabitado e inexplorado; cuando en sus costas se descubra un buen puerto habrá llegado el momento de crear en él la colonia ganadera proyectada en Cabo San Pablo.
Existen en el Territorio 17 casas de comercio al por mayor y menor: 8 en Ushuaia y 9 en los Departamentos.
El total del capital en giro se calcula en $ 500.000 m/n.
Del cómputo verificado en la Sub-Prefectura de Ushuaia sobre manifiestos de carga transportada desde Punta Arenas, resulta que el comercio de Ush aia introduce mensualmente un promedio de $ 20.000 m/n. aparte de las mercaderías traídas de Buenos Aires. No es posible calcular la introducción en los Departamentos por falta de Sub-Prefecturas.
Y naturalmente retorna al crítico problema de las comunicaciones, cuando dice:
Perjudica considerablemente el desarrollo de este comercio la falta de una sucursal del Banco de la Nación que tanto facilitaría y abreviaría sus operaciones. Actualmente todas ellas son confiadas a los Comisarios de los transportes o a particulares mediante el pago de comisiones subidas Y con la inseguridad y el retardo consiguientes. Mis gestiones tendientes a conseguir la instalación de la sucursal fueron alentadas por el Señor Ministro del Interior, y el Señor Presidente del Banco me manifestó que entraba en stí programa extender hasta los confines de la República los beneficios de esa Institución; pero que en el caso de Ushuaia se tropezaba con el grave inconveniente de la falta de telégrafo. A mi contestación de que en breve se instalarían las estaciones radiográficas me manifestó que en ese caso estimaba que no habría inconveniente alguno por parte del Directorio y que para ganar tiempo le enviara un Informe estadístico, lo que efectué con fecha 14 de septiembre ppdo.
Antes de finalizar este mes las comunicaciones radio-telegráfricas con la Capital Federal quedarán establecidas y habrá llegado por consiguiente el momento de aplicar a su comercio la poderosa propulsión del Banco.
El prespuesto vigente asigna a este Territorio las siguientes Estafetas:
Primera categoría, Almirante Brown y Ushuaia; tercera categoría, San Juan de Salvamento, San Sebastián, Orcadas del Sud, Río Grande, Harberton v Lapataia.
En San Juan de Salvamento no existe ningún habitante y en Orcadas del Sud sólo cada año toca un transporte para relevar el personal del Observatorio Meteorológico que constituye toda su población . En cuanto a Almirante Brown, Harberton y Lapataia son establecimientos particulares.
Sólo prestan pues servicios públicos las Estafetas de Ushuaia, San Sebastián y Río Grande.
[Hasta ahora], no existen comunicaciones directas terrestres ni marítimas entre Ushuaia y los Departamentos del Norte. Solamente en verano y por causas muy imperiosas se ha cruzado el interior del Territorio a través de montañas, turbales y pantanos sufriendo toda clase de penalidades. Anteriormente he manifestado a V. E. la necesidad de construir un camino de Ushuaia a San Sebastián pasando por Túnel, Remolino, Almanza, Brown, Harberton, Costa Este del Lago Fagnano y Río Grande.
Y siempre en forma positiva y entradora prosigue opinando sobre la realidad y conveniencias de mejores comunicaciones:
Las ventajas de orden administrativo y económico que reportaría ese camino son muy grandes, puesto que terminaría con el aislamiento de las autoridades de aquellos Departamentos que sólo comunican con la Gobernación cada 30 o 40 días por intermedio de Punta Arenas y establecería el intercambio entre la región ganadera y la forestal. Actualmente San Sebastián con más de un millón de cabezas de ganado y Ushuaia con inmensos bosques tienen que proveerse respectivamente de madera y de carne en Chile.
El Ministerio de Justicia ha puesto a disposición de este Gobierno 30 presidiarios para la construcción de ese camino y creo que con la suma de $ 15.000 m/n. para pago de peculio a los mismos y compra de herramientas, pólvora, carros, carpas, etc., la obra podría realizarse en la primavera próxima.
Las comunicaciones con la Capital Federal han mejorado considerablemente en estos últimos años. Con esa procedencia tocan periódicamente este puerto y los del Canal de Beagle tres barcos pertenecientes a otras tantas compañías de navegación: el "Presidente Sarmiento", "Presidente Quintana" y "Neuquén". El transporte "Piedrabuena" de la Armada Nacional al servicio de la Gobernación mantiene las comunicaciones entre Punta Arenas, Ushuaia, puertos del Beagle y Año Nuevo y el vapor "Carolina" subvencionado por el Gobierno Chileno, para favorecer el desarrollo de las Islas Australes, trae también a Ushuaia correspondencia y carga desde Punta Arenas.
Entre Punta Arenas y los puertos de Río Grande y San Sebastián viajan los vapores "Alfonso", "Amadeo", "Alejandro" y otros pertenecientes todos a armadores chilenos; llevan mercaderías generales y regresan con los productos de las estancias. La correspondencia de los departamentos del Norte se recibe y remite por esos barcos o por un correo particular subvencionado por las estancias, que viaja entre Porvenir v Río Grande.
Pasa luego a la descripción de los centros poblados existentes o posibles, y continúa:
Ushuaia, Capital del Territorio, tiene 800 habitantes. El resto de la población se encuentra repartido entre las diferentes estancias y aserraderos.
Ha sido señalada por esta Gobernación la conveniencia de crear un pueblo en la reserva de San Sebastián, lote XI, que tendría asegurado su porvenir por encontrarse en el centro de la región ganadera y sobre el puerto por donde salen todos sus productos. Ha proyectado también la creación de una colonia ganadera sobre cabo San Pablo; pero esto ya no será posible porque la División de Tierras ha enajenado todos los campos adyacentes dejando sólo una reserva insuficiente a ese objeto. Es de esperar, sin embargo, que cuando esos campos se pueblen la reserva se encuentre en las mismas condiciones que la de San Sebastián.
El puerto mejor de los conocidos hasta ahora sobre la costa Atlántica de Tierra del Fuego es el de Río Grande; también aquí se mantiene Fiscal una pequeña reserva para asiento de un nuevo pueblo.
En cuanto al Departamento Thetis, se encuentra en su mayor parte deshabitado e inexplorado; cuando en sus costas se descubra un buen puerto habrá llegado el momento de crear en él la colonia ganadera proyectada en Cabo San Pablo.
Existen en el Territorio 17 casas de comercio al por mayor y menor: 8 en Ushuaia y 9 en los Departamentos.
El total del capital en giro se calcula en $ 500.000 m/n.
Del cómputo verificado en la Sub-Prefectura de Ushuaia sobre manifiestos de carga transportada desde Punta Arenas, resulta que el comercio de Ush aia introduce mensualmente un promedio de $ 20.000 m/n. aparte de las mercaderías traídas de Buenos Aires. No es posible calcular la introducción en los Departamentos por falta de Sub-Prefecturas.
Y naturalmente retorna al crítico problema de las comunicaciones, cuando dice:
Perjudica considerablemente el desarrollo de este comercio la falta de una sucursal del Banco de la Nación que tanto facilitaría y abreviaría sus operaciones. Actualmente todas ellas son confiadas a los Comisarios de los transportes o a particulares mediante el pago de comisiones subidas Y con la inseguridad y el retardo consiguientes. Mis gestiones tendientes a conseguir la instalación de la sucursal fueron alentadas por el Señor Ministro del Interior, y el Señor Presidente del Banco me manifestó que entraba en stí programa extender hasta los confines de la República los beneficios de esa Institución; pero que en el caso de Ushuaia se tropezaba con el grave inconveniente de la falta de telégrafo. A mi contestación de que en breve se instalarían las estaciones radiográficas me manifestó que en ese caso estimaba que no habría inconveniente alguno por parte del Directorio y que para ganar tiempo le enviara un Informe estadístico, lo que efectué con fecha 14 de septiembre ppdo.
Antes de finalizar este mes las comunicaciones radio-telegráfricas con la Capital Federal quedarán establecidas y habrá llegado por consiguiente el momento de aplicar a su comercio la poderosa propulsión del Banco.
El prespuesto vigente asigna a este Territorio las siguientes Estafetas:
Primera categoría, Almirante Brown y Ushuaia; tercera categoría, San Juan de Salvamento, San Sebastián, Orcadas del Sud, Río Grande, Harberton v Lapataia.
En San Juan de Salvamento no existe ningún habitante y en Orcadas del Sud sólo cada año toca un transporte para relevar el personal del Observatorio Meteorológico que constituye toda su población . En cuanto a Almirante Brown, Harberton y Lapataia son establecimientos particulares.
Sólo prestan pues servicios públicos las Estafetas de Ushuaia, San Sebastián y Río Grande.
LECTURA DE FIN DE SEMANA: El témpano de Kanasaka, de Francisco Coloane. (*)
..... Las primeras noticias las supimos de un cúter lobero que encontramos fondeado detrás de unas rocas en Bahía Desolada, esa abertura de la ruta más austral del mundo, el Canal Beagle, a donde van a reventar las gruesas olas que vienen rodando desde el Cabo de Hornos.
..... -Es el caso más extraño de los que he oído hablar en mi larga vida de cazador -dijo el viejo lobero Pascualini, desde la borda de su embarcación, y continuó-: Yo no lo he visto; pero los tripulantes de una goleta que encontramos ayer, de amanecida, en el Canal Ocasión, estaban aterrados por la aparición de un témpano muy raro en medio del temporal que los sorprendió al atravesar el Paso Brecknock; más que la tempestad, fue la persecución de aquella enorme masa de hielo, dirigida por un fantasma, un aparecido o qué sé yo, pues no creo en patrañas, lo que obligó a esa goleta a refugiarse en el canal.
..... El Paso Brecknock, tan formidable como la dura trabazón de sus consonantes, es muy corto; pero sus olas son tan grandes, se empinan como cráteres que van a estallar junto a los peñones sombríos que se elvantan a gran altura y caen revolcándose de tal manera, que todos los navegantes sufren una pesadilla al atravesarlo.
..... -Y esto no es nada- continuó el viejo Pascualini, mientras cambiaba unos cueros por aguardiente con el patrón de nuestro cúter-; el austríaco Mateo, que me anda haciendo la competencia con su desmanteladoBratza, me contó haber visto al témpano fantasma detrás de la Isla del Diablo, esa maldita roca negra que marca la entrada de los brazos noroeste y suroeste del Canal Beagle. Iniciaban una bordada sobre este último, cuando detrás de la roca apareció la visión terrorífica que pasó rozando la obra muerta del Bratza.
.... Nos despedimos del viejo Pascualini y nuestro "Orión" tomó rumbo hacia el Paso de Brecknock.
.... Todos los nombres de esas regiones recuerdan algo trágico y duro: La Piedra del Finado Juan, Isla del Diablo, Bahía Desolada, El Muerto, etc., y sólo se atenúan con la sobriedad de los nombres que pusieron Fitz-Roy y los marinos del velero francés Romanche, que fueron los primeros en levantar las cartas de esas regiones estremecidas por los vendavales de la conjunción de los océanos Pacífico y Atlántico.
.... Nuestro Orión era un cúter de cuatro toneladas, capitaneado por su dueño, Manuel Fernández, un marinero español como tantos que se han quedado enredados entre los peñascos, indios y lobos de las costas magallánicas y de la Tierra del Fuego; él y un muchacho aprendiz de marinero, de padres italianos, formaban toda la tripulación; y no necesitaban más: con vueltas de cabo manila amarraba al grumete al palo para que no se lo llevaran las olas y maniobrara libremente con la trinquetilla en las viradas por avante, y él manejaba el timón, la mayor, el pique y tomaba faja de rizo, todo de una vez, cuando era necesario.
.... Una noche de temporal, al pasar del Cabo Froward al canal Magdalena, lo vi fiero; sus ojos lanzaban destellos de odio hacia el mar; bajo, grueso, con su cara de cascote terroso, donde parecía que las gotas de agua habían arrancado trozos de carne, lo vi avanzar hacia proa y desatar al grumete desmayado por una mar gruesa que le golpeó la cabeza contra el palo.
.... Yo me ofrecí para reemplazarlo: "¡Vamos!", me dijo dudando y me amarro al palo con una soga.
.... Las olas venían como elefantes ágiles y blandos, y se dejaban caer con grandes manos de agua que abofeteaban mi rostro, y a veces unas pesadas lenguas líquidas me envolvían empapándome.
.... En el momento del viraje, cuando el viento nos pegaba en la proa, desataba la trinquetilla y cazaba el viento, que nos tendía rápidamente hacia un costado. Ése era un instante culminante. Si mis fuerzas no resistían los embates de la lona, que me azotaba despiadadamente, el viraje se perdía, corríamos el peligro de "aconcharnos" y, paralizado el andar, naufragar de un golpe de viento.
.... Después de dos horas de sufrimientos, el patrón Fernández fue a desatarme, sin decirme si lo había hecho bien o mal. Desde esa noche relevé muchas veces al grumete durante la navegación.
.... Hacía el viaje con destino a Yendegaia, para ocupar un puesto de capataz en una estancia de lanares. El cúter llevaba un cargamento oficial de mercadería; pero disimulado en el fondo de su pequeña bodega iba otro cargamento extraoficial: un contrabando de aguardiente y leche condensada para el presidio argentino de Ushuaia, donde el primer artículo está prohibido y el segundo tiene un impuesto subido.
.... Iban dos pasajeros más: una mujer que se dirigía a hacer el comercio del amor a la población penal y un individuo oscuro, de apellido Jiménez, que disimulaba su baja profesión de explotador de la mujer con unos cuantos tambores de película y una vieja máquina de proyección cinematográfica, con lo que decía iba a entretener a los pobres presidiarios y a ganarse unos pesos.
.... Este tipo era un histérico: cuando soltamos las amarras del muelle de Punta Arenas, vociferaba alardeando de ser muy marino y de haber corrido grandes temporales. Al enfrentarse con las primeras borrascas, a la altura del Cabo San Isidro, ya gritaba como un energúmeno, clamando al cielo que se apiadara de su destino; en el primer temporal serio que tuvimos, fue presa del pánico y, mareado como estaba en la cala del cúter, tuvo fuerzas para salir a cubierta gritando enloquecido. Una herejía y un puntapié que el patrón Fernández le dio en el trasero lo arrojaron de nuevo a la camarita, terminando con su odiosa gritería. La prostituta, más valerosa, lloraba resignadamente, apretando su cara morena contra una almohada sebosa.
.... Pero salía el sol y Jiménez era otro; con su cara repugnante, de nariz chata, emergía del fondo de la bodega como una rata, se olvidaba de las patadas del capitán y hablaba de nuevo, feliz y estúpido.
.... A los tres días de viaje, los seres que íbamos en esas cuatro tablas sobre el mar ya habíamos deslindando nuestras categorías. El recio temple y la valentía del patrón Fernández, el gesto anhelante de ese adolescente que se tragaba el llanto y quería aprender a ser hombre de mar, mi inexperiencia que estorbaba a veces cuando trataba de ayudar, y la prostituta arrastrada por ese crápula gritón. Toda una escala humana, como son la mayoría de los pasajeros de esos barquichuelos que cruzan los mares del extremo sur.
.... Suaves y lentos cabeceos nos anunciaron la vecindad del Paso Brecknock, y luego entramos en plena mar gruesa. Nuestro cúter empezó a montar con pericia las crestas de las olas y a descender crujiendo hasta el fondo de esos barrancos de agua. El viento del suroeste nos empujaba velozmente de un largo; el Brecknock no estaba tan malo como otras veces y en menos de una hora ya tuvimos a la cuadra el peñón impresionante que forma un pequeño, pero temible cabo; después empezaron a disminuir las grandes olas y penetramos por la boca noroeste del Canal Beagle. En la lejanía, lindando la soledad del mar afuera, de vez en cuando divisábamos los blancos penachos de las olas del cabo que se rompían entre algunas rocas aisladas.
.... No tuvo mayores contratiempos nuestra navegación; el pequeño motor auxiliar del Orión y el viento que nos daba por la aleta de estribor nos hacían correr a seis millas por hora.
.... Estábamos a mediados de diciembre y en estas latitudes las noches casi no existen en esa época; los días se muerden la cola, pues el crepúsculo vespertino sólo empieza a tender su pintado de sombras cuando ya la lechosa claridad de la aurora empieza a barrerlas.
.... Avistamos la Isla del Diablo a eso de las tres de la madrugada. Ya el día entraba plenamente, pero los elevados paredones rocosos ribeteaban de negro la clara ruta del Canal, a excepción de algunos trechos en que los ventisqueros veteaban esas sombras con sus blancas escalinatas descendiendo de las montañas.
.... El cataclismo que en el comienzo del mundo bifurcó el Canal Beagle en sus dos brazos, el noroeste y el suroeste, dejó como extraño punto de ese ángulo a la Isla del Diablo, donde los remolinos de las corrientes de los tres canales hacen muy peligrosa su travesía, de tal manera que los navegantes han llegado a llamarla con ese nombre espantable.
.... Y ahora tenía una sorpresa más: allí rondaba la siniestra mole blanca del témpano que llevaba a su bordo un fantasma que aterrorizaba a los navegantes de la ruta.
.... Pero pasamos sorteando la enrevesada corriente, sin avistar el extraño témpano.
.... -¡Son patrañas! -exclamó el patrón Fernández, mientras evitábamos los choques de los pequeños témpanos que como una curiosa caravana de cisnes, pequeños elefantes echados, góndolas venecianas, seguían a nuestro lado.
.... Nada extraño nos sucedió, y seguimos tranquilamente rumbo a Kanasaka y a Yendegaia, donde debía asumir mis labores campesinas.
.... Antes de atravesar hacia Yendegaia debíamos pasar por la tranquila y hermosa bahía de Kanasaka.
.... Todas las costas del Beagle son agrestes, cortadas a pique hasta el fondo del mar; dijérase que éste ha subido hasta las más altas cumbres de la Cordillera de los Andes o que la cordillera andina se ha hundido allí en el mar.
.... Después de millas y millas entre la hostilidad de la costa de paredes rocosas, Kanasaka, con sus playas de arena blanca, es un oasis de suavidad en esa naturaleza agreste; siguen a la playa verdes juncales que cubren un dilatado valle y luego los bosques de robles ascienden hasta aparragarse en la aridez de las cumbres. Una flora poco común en esa zona se ha refugiado allí, el mar entra zigzagueando tierra adentro y forma pequeñas y misteriosas lagunas donde los peces saltan a besar la luz, y detrás, en los lindes del robledal, está la casa de Martínez, único blanco que, solitario y desterrado, por su voluntad o quizás por qué razones, vive rodeado de los indios yaganes. En medio de esa tierra salvaje, mi buen amigo Martínez descubrió ese refugio de paz y belleza y, ¡ah romántico irreductible!, muchas noches lo encontré paseando al tranco de su corcel junto al mar, acompañado sólo de la luna, tan cercana, que parecía llevarla al anca de su caballo.
.... -¡Vamos a tener viento en contra y el Canal va florecer con el Este! -habló Fernández, interrumpiendo mis buenos recuerdos-. Y, efectivamente, el lomo del Canal Beagle empezaba a florecer de jardines blancos; las rachas del Este jaspeaban de negro y blanco al mar, y de pronto el cúter tuvo que izar su velamen y voltear de costa a costa.
.... El viejo marinero español miró el cielo y frució el ceño. Empezaba el lento anochecer y el mar seguía aumentando en braveza. El grumete fue amarrado al palo para maniobrar en los virajes con la trinquetilla. El patrón disminuyó la mayor tomando faja de rizo y todo se atrincó para afrontar la tempestad que se avecinaba.
.... Lo más peligroso en las tempestades del Canal Beagle son sus rachas arremolinadas; los caprichosos ancones y montañas las forman y las lanzan al centro del Canal, levantando verdaderas columnas de agua. En el día es muy fácil capearlas. Se anuncian por una sombra renegrida que viene sobre las olas y permite emproarlas con la embarcación; pero cae la noche y sus sombras más intensas se tragan a esas otras sombras y entonces no se sabe cuándo llegan los traidores "chimpolazos" que pueden volcar de un golpe al barquichuelo.
.... Todo el instinto del patrón Fernández para olfatear las rachas en la oscuridad no era suficiente, y, de rato en rato, se deslizaba alguna que nos sorprendía como una venganza del mar contra ese viejo marino.
.... El patrón encerró en la camarita al histérico gritón y a la prostituta, ajustó los cubichetes y me preguntó si quería guardarme también.
.... Varias veces he estado mecido por los brazos de la muerte sobre el mar y no acepté la tal invitación, pues es muy angustiosa la situación de una ratonera batida por las olas y que no se sabe cuándo se va a hundir. He aprendido a conocer el mar y sé que la cercanía del naufragio es menos penosa cuando uno está sobre la cubierta a la intemperie. Además, la espera de la muerte no es tan molesta en un barco pequeño como en un barco de gran tonelaje. En el pequeño, uno está a unos cuantos centímetros del mar; las olas mismas, empapándonos, nos dan ya el sabor salobre de los pocos minutos que durará nuestra agonía; estámos en la frontera misma, oscilando; un breve paso y nos encontramos al otro lado.
.... Ésta era nuestra situación en medio del Canal Beagle a eso de la medianoche. A pesar de haber tomado faja de rizo, el viento nos hacía correr velozmente sobre las olas, de costa a costa, y el patrón Fernández gritaba al muchacho el momento del viraje sólo cuando la negrura de los paredones hostiles ponía una nota más sobrecogedora sobre nuestra proa.
.... -¡Puede relevar al muchacho mientras baja a reponerse con un trago de aguardiente!- me gritó el patrón Fernández, cuyas palabras eran arrancadas de cuajo por el viento.
.... Fui amarrado fuertemente de espaldas al palo. El grito del patrón me anunciaba el instante del viraje, y asido a la trinquetilla trataba de realizar en la mejor forma posible la maniobra de cazar el viento.
.... El huracán arreciaba; por momentos sentía una especie de inanición, se aflojaba mi reciedumbre, y sólo la satisfacción de servir en momentos tan graves me obligaba a mantenerme erguido ante los embates del mar.
.... A cada momento me parecía ver llegar la muerte entre las características tres olas grandes que siempre vienen precedidas de otras tres más pequeñas; las rachas escoraban al cúter en forma peligrosa haciéndole sumergir toda la obra muerta; el palo se inclinaba como un bambú y el velamen crujía con el viento que se rasgaba entre als jarcias. Podía decirse que formábamos parte de la tempestad misma, íbamos del brazo con las olas, hundidos en el elemento, y la muerte hubiera sido poca cosa más, para la cual ya estábamos preparados.
.... Navegábamos con la escota cazada, ladeados extraordinariamente sobre el mar, cuando de pronto vi que el cúter derivaba rápidamente, crujió la botavara, el estirón de la escota fue formidable y, allá en la negrura, de súbito, surgió una gran mole blanquecina.
.... El patrón Fernández me gritó algo que no entendí, e instintivamente puse mi mano en la frente a manera de amparo; esperaba que la muerte emergiera de pronto del mar, pero no de tan extraña forma.
.... La mole blanquecina se acercó: tenía la forma cuadrada de un pedestal de estatua y en la cumbre, ¡oh visión terrible!, un cadavér, un fantasma, un hombre vivo, no podría precisarlo, pues era algo inconcebible, levantaba un brazo señalando la lejanía tragada por la noche.
.... Cuando estuvo más cercano, una figura humana se destacó claramente, de pie, hundida hasta las rodillas en el hielo y vestida con harapos flameantes. Su mano derecha, levantada y tiesa, parecía decir: ¡Fuera de aquí! e indicar el camino de las lejanías.
.... Al vislumbrarle la cara, esa actitud desaparecía para dar lugar a otra impresión más extraña aún: la dentadura horriblemente descarnada, detenida en la más grande carcajada, en una risa estática, siniestra, a la que el ulular del viento, a veces, daba vida, con un aullido estremecido de dolor y de muerte, como arrancado a la cuerda de un gigantesco violón.
.... El témpano, con su extraño navegante, pasó, y cerca de la popa hizo un giro impulsado por el viento y mostró por última vez la visión aterradora de su macabro tripulante, que se perdió en las sombras con su risotada sarcástica, ululante y gutural.
.... En la noche, la sinfonía del viento y el mar tiene todos los tonos humanos, desde la risa hasta el llanto; toda la música de las orquestas, y además, unos murmullos sordos, unos lamentos lejanos y lacerantes, unas voces que lengüetean las olas: esos dos elementos grandiosos, el mar y el viento, parecen empequeñecerse para imitar ladridos de perrillos, maullidos de gatos, palabras destempladas de niños, de mujeres y hombres, que hacen recordar las almas de los náufragos. Voces y ruidos que sólo conocen y saben escuchar los hombres que han pasado muchas noches despiertos sobre el mar; pero esa noche, esta sinfonía nos hizo sentir algo más, algo así como esa angustia inenarrable que embarga el espíritu cuando el misterio se acerca... ¡Era la extraña aparición del témpano!
.... Al amanecer , lanzamos el ancla en las tranquilas aguas de la resguardada bahía de Kanasaka.
.... -¡No lo hubiera creído si no hubiera visto esa sonrisa horrible de los que mueren helados y esa mano estirada que pasó rozando la vela mayor; si no derivo a tiempo, nos hubiera hecho pedazos!- exclamó el patrón Fernández.
.... Cuando junto a la fogata del rancho contábamos lo sucedido a Martínez, el poblador blanco, uno de los indios que ayudaba a secar nuestras ropas abrió de pronto desorbitadamente los ojos y, dirigiéndose a los de su raza, profirió frases entrecortadas en yagán, entre las que repetía con tono asustado: "¡Félix!", "¡Anan!", "¡Félix!".
.... El indio más viejo tomó parsimoniosamente la palabra y nos contó: El otoño anterior, Félix, un indio mozo, siguiendo las huellas de un animal de piel fina, atravesó el ventisquero "Italia"; no se supo más de él y nadie se atrevió a buscarlo en la inmensidad helada.
.... Y aquello quedó explicado sencillamente: el joven indio, en su ambición de cazar la bestia, se internó por el ventisquero y la baja temperatura detuvo su carrera, escarchándolo; llegaron las nieves del invierno y cubrieron su cuerpo, hasta que el verano hizo retumbar los hielos despedazándolos, y el yagán, adosado a un témpano, salió a vagar como un extraño fantasma de esos mares.
..... El Paso Brecknock, tan formidable como la dura trabazón de sus consonantes, es muy corto; pero sus olas son tan grandes, se empinan como cráteres que van a estallar junto a los peñones sombríos que se elvantan a gran altura y caen revolcándose de tal manera, que todos los navegantes sufren una pesadilla al atravesarlo.
..... -Y esto no es nada- continuó el viejo Pascualini, mientras cambiaba unos cueros por aguardiente con el patrón de nuestro cúter-; el austríaco Mateo, que me anda haciendo la competencia con su desmanteladoBratza, me contó haber visto al témpano fantasma detrás de la Isla del Diablo, esa maldita roca negra que marca la entrada de los brazos noroeste y suroeste del Canal Beagle. Iniciaban una bordada sobre este último, cuando detrás de la roca apareció la visión terrorífica que pasó rozando la obra muerta del Bratza.
.... Nos despedimos del viejo Pascualini y nuestro "Orión" tomó rumbo hacia el Paso de Brecknock.
.... Todos los nombres de esas regiones recuerdan algo trágico y duro: La Piedra del Finado Juan, Isla del Diablo, Bahía Desolada, El Muerto, etc., y sólo se atenúan con la sobriedad de los nombres que pusieron Fitz-Roy y los marinos del velero francés Romanche, que fueron los primeros en levantar las cartas de esas regiones estremecidas por los vendavales de la conjunción de los océanos Pacífico y Atlántico.
.... Nuestro Orión era un cúter de cuatro toneladas, capitaneado por su dueño, Manuel Fernández, un marinero español como tantos que se han quedado enredados entre los peñascos, indios y lobos de las costas magallánicas y de la Tierra del Fuego; él y un muchacho aprendiz de marinero, de padres italianos, formaban toda la tripulación; y no necesitaban más: con vueltas de cabo manila amarraba al grumete al palo para que no se lo llevaran las olas y maniobrara libremente con la trinquetilla en las viradas por avante, y él manejaba el timón, la mayor, el pique y tomaba faja de rizo, todo de una vez, cuando era necesario.
.... Una noche de temporal, al pasar del Cabo Froward al canal Magdalena, lo vi fiero; sus ojos lanzaban destellos de odio hacia el mar; bajo, grueso, con su cara de cascote terroso, donde parecía que las gotas de agua habían arrancado trozos de carne, lo vi avanzar hacia proa y desatar al grumete desmayado por una mar gruesa que le golpeó la cabeza contra el palo.
.... Yo me ofrecí para reemplazarlo: "¡Vamos!", me dijo dudando y me amarro al palo con una soga.
.... Las olas venían como elefantes ágiles y blandos, y se dejaban caer con grandes manos de agua que abofeteaban mi rostro, y a veces unas pesadas lenguas líquidas me envolvían empapándome.
.... En el momento del viraje, cuando el viento nos pegaba en la proa, desataba la trinquetilla y cazaba el viento, que nos tendía rápidamente hacia un costado. Ése era un instante culminante. Si mis fuerzas no resistían los embates de la lona, que me azotaba despiadadamente, el viraje se perdía, corríamos el peligro de "aconcharnos" y, paralizado el andar, naufragar de un golpe de viento.
.... Después de dos horas de sufrimientos, el patrón Fernández fue a desatarme, sin decirme si lo había hecho bien o mal. Desde esa noche relevé muchas veces al grumete durante la navegación.
.... Hacía el viaje con destino a Yendegaia, para ocupar un puesto de capataz en una estancia de lanares. El cúter llevaba un cargamento oficial de mercadería; pero disimulado en el fondo de su pequeña bodega iba otro cargamento extraoficial: un contrabando de aguardiente y leche condensada para el presidio argentino de Ushuaia, donde el primer artículo está prohibido y el segundo tiene un impuesto subido.
.... Iban dos pasajeros más: una mujer que se dirigía a hacer el comercio del amor a la población penal y un individuo oscuro, de apellido Jiménez, que disimulaba su baja profesión de explotador de la mujer con unos cuantos tambores de película y una vieja máquina de proyección cinematográfica, con lo que decía iba a entretener a los pobres presidiarios y a ganarse unos pesos.
.... Este tipo era un histérico: cuando soltamos las amarras del muelle de Punta Arenas, vociferaba alardeando de ser muy marino y de haber corrido grandes temporales. Al enfrentarse con las primeras borrascas, a la altura del Cabo San Isidro, ya gritaba como un energúmeno, clamando al cielo que se apiadara de su destino; en el primer temporal serio que tuvimos, fue presa del pánico y, mareado como estaba en la cala del cúter, tuvo fuerzas para salir a cubierta gritando enloquecido. Una herejía y un puntapié que el patrón Fernández le dio en el trasero lo arrojaron de nuevo a la camarita, terminando con su odiosa gritería. La prostituta, más valerosa, lloraba resignadamente, apretando su cara morena contra una almohada sebosa.
.... Pero salía el sol y Jiménez era otro; con su cara repugnante, de nariz chata, emergía del fondo de la bodega como una rata, se olvidaba de las patadas del capitán y hablaba de nuevo, feliz y estúpido.
.... A los tres días de viaje, los seres que íbamos en esas cuatro tablas sobre el mar ya habíamos deslindando nuestras categorías. El recio temple y la valentía del patrón Fernández, el gesto anhelante de ese adolescente que se tragaba el llanto y quería aprender a ser hombre de mar, mi inexperiencia que estorbaba a veces cuando trataba de ayudar, y la prostituta arrastrada por ese crápula gritón. Toda una escala humana, como son la mayoría de los pasajeros de esos barquichuelos que cruzan los mares del extremo sur.
.... Suaves y lentos cabeceos nos anunciaron la vecindad del Paso Brecknock, y luego entramos en plena mar gruesa. Nuestro cúter empezó a montar con pericia las crestas de las olas y a descender crujiendo hasta el fondo de esos barrancos de agua. El viento del suroeste nos empujaba velozmente de un largo; el Brecknock no estaba tan malo como otras veces y en menos de una hora ya tuvimos a la cuadra el peñón impresionante que forma un pequeño, pero temible cabo; después empezaron a disminuir las grandes olas y penetramos por la boca noroeste del Canal Beagle. En la lejanía, lindando la soledad del mar afuera, de vez en cuando divisábamos los blancos penachos de las olas del cabo que se rompían entre algunas rocas aisladas.
.... No tuvo mayores contratiempos nuestra navegación; el pequeño motor auxiliar del Orión y el viento que nos daba por la aleta de estribor nos hacían correr a seis millas por hora.
.... Estábamos a mediados de diciembre y en estas latitudes las noches casi no existen en esa época; los días se muerden la cola, pues el crepúsculo vespertino sólo empieza a tender su pintado de sombras cuando ya la lechosa claridad de la aurora empieza a barrerlas.
.... Avistamos la Isla del Diablo a eso de las tres de la madrugada. Ya el día entraba plenamente, pero los elevados paredones rocosos ribeteaban de negro la clara ruta del Canal, a excepción de algunos trechos en que los ventisqueros veteaban esas sombras con sus blancas escalinatas descendiendo de las montañas.
.... El cataclismo que en el comienzo del mundo bifurcó el Canal Beagle en sus dos brazos, el noroeste y el suroeste, dejó como extraño punto de ese ángulo a la Isla del Diablo, donde los remolinos de las corrientes de los tres canales hacen muy peligrosa su travesía, de tal manera que los navegantes han llegado a llamarla con ese nombre espantable.
.... Y ahora tenía una sorpresa más: allí rondaba la siniestra mole blanca del témpano que llevaba a su bordo un fantasma que aterrorizaba a los navegantes de la ruta.
.... Pero pasamos sorteando la enrevesada corriente, sin avistar el extraño témpano.
.... -¡Son patrañas! -exclamó el patrón Fernández, mientras evitábamos los choques de los pequeños témpanos que como una curiosa caravana de cisnes, pequeños elefantes echados, góndolas venecianas, seguían a nuestro lado.
.... Nada extraño nos sucedió, y seguimos tranquilamente rumbo a Kanasaka y a Yendegaia, donde debía asumir mis labores campesinas.
.... Antes de atravesar hacia Yendegaia debíamos pasar por la tranquila y hermosa bahía de Kanasaka.
.... Todas las costas del Beagle son agrestes, cortadas a pique hasta el fondo del mar; dijérase que éste ha subido hasta las más altas cumbres de la Cordillera de los Andes o que la cordillera andina se ha hundido allí en el mar.
.... Después de millas y millas entre la hostilidad de la costa de paredes rocosas, Kanasaka, con sus playas de arena blanca, es un oasis de suavidad en esa naturaleza agreste; siguen a la playa verdes juncales que cubren un dilatado valle y luego los bosques de robles ascienden hasta aparragarse en la aridez de las cumbres. Una flora poco común en esa zona se ha refugiado allí, el mar entra zigzagueando tierra adentro y forma pequeñas y misteriosas lagunas donde los peces saltan a besar la luz, y detrás, en los lindes del robledal, está la casa de Martínez, único blanco que, solitario y desterrado, por su voluntad o quizás por qué razones, vive rodeado de los indios yaganes. En medio de esa tierra salvaje, mi buen amigo Martínez descubrió ese refugio de paz y belleza y, ¡ah romántico irreductible!, muchas noches lo encontré paseando al tranco de su corcel junto al mar, acompañado sólo de la luna, tan cercana, que parecía llevarla al anca de su caballo.
.... -¡Vamos a tener viento en contra y el Canal va florecer con el Este! -habló Fernández, interrumpiendo mis buenos recuerdos-. Y, efectivamente, el lomo del Canal Beagle empezaba a florecer de jardines blancos; las rachas del Este jaspeaban de negro y blanco al mar, y de pronto el cúter tuvo que izar su velamen y voltear de costa a costa.
.... El viejo marinero español miró el cielo y frució el ceño. Empezaba el lento anochecer y el mar seguía aumentando en braveza. El grumete fue amarrado al palo para maniobrar en los virajes con la trinquetilla. El patrón disminuyó la mayor tomando faja de rizo y todo se atrincó para afrontar la tempestad que se avecinaba.
.... Lo más peligroso en las tempestades del Canal Beagle son sus rachas arremolinadas; los caprichosos ancones y montañas las forman y las lanzan al centro del Canal, levantando verdaderas columnas de agua. En el día es muy fácil capearlas. Se anuncian por una sombra renegrida que viene sobre las olas y permite emproarlas con la embarcación; pero cae la noche y sus sombras más intensas se tragan a esas otras sombras y entonces no se sabe cuándo llegan los traidores "chimpolazos" que pueden volcar de un golpe al barquichuelo.
.... Todo el instinto del patrón Fernández para olfatear las rachas en la oscuridad no era suficiente, y, de rato en rato, se deslizaba alguna que nos sorprendía como una venganza del mar contra ese viejo marino.
.... El patrón encerró en la camarita al histérico gritón y a la prostituta, ajustó los cubichetes y me preguntó si quería guardarme también.
.... Varias veces he estado mecido por los brazos de la muerte sobre el mar y no acepté la tal invitación, pues es muy angustiosa la situación de una ratonera batida por las olas y que no se sabe cuándo se va a hundir. He aprendido a conocer el mar y sé que la cercanía del naufragio es menos penosa cuando uno está sobre la cubierta a la intemperie. Además, la espera de la muerte no es tan molesta en un barco pequeño como en un barco de gran tonelaje. En el pequeño, uno está a unos cuantos centímetros del mar; las olas mismas, empapándonos, nos dan ya el sabor salobre de los pocos minutos que durará nuestra agonía; estámos en la frontera misma, oscilando; un breve paso y nos encontramos al otro lado.
.... Ésta era nuestra situación en medio del Canal Beagle a eso de la medianoche. A pesar de haber tomado faja de rizo, el viento nos hacía correr velozmente sobre las olas, de costa a costa, y el patrón Fernández gritaba al muchacho el momento del viraje sólo cuando la negrura de los paredones hostiles ponía una nota más sobrecogedora sobre nuestra proa.
.... -¡Puede relevar al muchacho mientras baja a reponerse con un trago de aguardiente!- me gritó el patrón Fernández, cuyas palabras eran arrancadas de cuajo por el viento.
.... Fui amarrado fuertemente de espaldas al palo. El grito del patrón me anunciaba el instante del viraje, y asido a la trinquetilla trataba de realizar en la mejor forma posible la maniobra de cazar el viento.
.... El huracán arreciaba; por momentos sentía una especie de inanición, se aflojaba mi reciedumbre, y sólo la satisfacción de servir en momentos tan graves me obligaba a mantenerme erguido ante los embates del mar.
.... A cada momento me parecía ver llegar la muerte entre las características tres olas grandes que siempre vienen precedidas de otras tres más pequeñas; las rachas escoraban al cúter en forma peligrosa haciéndole sumergir toda la obra muerta; el palo se inclinaba como un bambú y el velamen crujía con el viento que se rasgaba entre als jarcias. Podía decirse que formábamos parte de la tempestad misma, íbamos del brazo con las olas, hundidos en el elemento, y la muerte hubiera sido poca cosa más, para la cual ya estábamos preparados.
.... Navegábamos con la escota cazada, ladeados extraordinariamente sobre el mar, cuando de pronto vi que el cúter derivaba rápidamente, crujió la botavara, el estirón de la escota fue formidable y, allá en la negrura, de súbito, surgió una gran mole blanquecina.
.... El patrón Fernández me gritó algo que no entendí, e instintivamente puse mi mano en la frente a manera de amparo; esperaba que la muerte emergiera de pronto del mar, pero no de tan extraña forma.
.... La mole blanquecina se acercó: tenía la forma cuadrada de un pedestal de estatua y en la cumbre, ¡oh visión terrible!, un cadavér, un fantasma, un hombre vivo, no podría precisarlo, pues era algo inconcebible, levantaba un brazo señalando la lejanía tragada por la noche.
.... Cuando estuvo más cercano, una figura humana se destacó claramente, de pie, hundida hasta las rodillas en el hielo y vestida con harapos flameantes. Su mano derecha, levantada y tiesa, parecía decir: ¡Fuera de aquí! e indicar el camino de las lejanías.
.... Al vislumbrarle la cara, esa actitud desaparecía para dar lugar a otra impresión más extraña aún: la dentadura horriblemente descarnada, detenida en la más grande carcajada, en una risa estática, siniestra, a la que el ulular del viento, a veces, daba vida, con un aullido estremecido de dolor y de muerte, como arrancado a la cuerda de un gigantesco violón.
.... El témpano, con su extraño navegante, pasó, y cerca de la popa hizo un giro impulsado por el viento y mostró por última vez la visión aterradora de su macabro tripulante, que se perdió en las sombras con su risotada sarcástica, ululante y gutural.
.... En la noche, la sinfonía del viento y el mar tiene todos los tonos humanos, desde la risa hasta el llanto; toda la música de las orquestas, y además, unos murmullos sordos, unos lamentos lejanos y lacerantes, unas voces que lengüetean las olas: esos dos elementos grandiosos, el mar y el viento, parecen empequeñecerse para imitar ladridos de perrillos, maullidos de gatos, palabras destempladas de niños, de mujeres y hombres, que hacen recordar las almas de los náufragos. Voces y ruidos que sólo conocen y saben escuchar los hombres que han pasado muchas noches despiertos sobre el mar; pero esa noche, esta sinfonía nos hizo sentir algo más, algo así como esa angustia inenarrable que embarga el espíritu cuando el misterio se acerca... ¡Era la extraña aparición del témpano!
.... Al amanecer , lanzamos el ancla en las tranquilas aguas de la resguardada bahía de Kanasaka.
.... -¡No lo hubiera creído si no hubiera visto esa sonrisa horrible de los que mueren helados y esa mano estirada que pasó rozando la vela mayor; si no derivo a tiempo, nos hubiera hecho pedazos!- exclamó el patrón Fernández.
.... Cuando junto a la fogata del rancho contábamos lo sucedido a Martínez, el poblador blanco, uno de los indios que ayudaba a secar nuestras ropas abrió de pronto desorbitadamente los ojos y, dirigiéndose a los de su raza, profirió frases entrecortadas en yagán, entre las que repetía con tono asustado: "¡Félix!", "¡Anan!", "¡Félix!".
.... El indio más viejo tomó parsimoniosamente la palabra y nos contó: El otoño anterior, Félix, un indio mozo, siguiendo las huellas de un animal de piel fina, atravesó el ventisquero "Italia"; no se supo más de él y nadie se atrevió a buscarlo en la inmensidad helada.
.... Y aquello quedó explicado sencillamente: el joven indio, en su ambición de cazar la bestia, se internó por el ventisquero y la baja temperatura detuvo su carrera, escarchándolo; llegaron las nieves del invierno y cubrieron su cuerpo, hasta que el verano hizo retumbar los hielos despedazándolos, y el yagán, adosado a un témpano, salió a vagar como un extraño fantasma de esos mares.
.... Todo se explicaba fácilmente así; pero en mi recuerdo perduraba como un símbolo la figura hierática y siniestra del cadavér del yagán de Kanasaka, persiguiendo en el mar a los profanadores de eas soledades, a los blancos "civilizados" que han ido a turbar la paz de su raza y a degenerarla con el alcohol y sus calamidades. Y como diciéndoles con la mano estirada: "¡Fuera de aquí!"
(*).
(Quemchi, 1910 - Santiago, 2002) Novelista chileno que perteneció a la llamada Generación de 1942, grupo a mitad de camino entre las tradiciones narrativas y la renovación que se produjo en la década posterior. Si Salvador Reyes es el narrador del mar, Francisco Coloane es el novelista del sur. Incorporó a la literatura nacional los paisajes, el mar y las aventuras de la zona austral. Su novela El último grumete de la Baquedano (1941) es tal vez la más leída de Chile.
Su vida y su obra coinciden prácticamente en todo, ya que la segunda es imagen de la primera, y ambas están presididas por su región natal. Nacido en la isla de Chiloé, su padre era ballenero y con él realizó sus primeros viajes, conociendo lugares como el golfo de Ancud y al archipiélago de Los Chonos. Se formó en el puerto de Punta Arenas, donde además inició sus incursiones en el periodismo con una columna titulada "Desde el Minarete", que firmaba con el seudónimo de Hugo del Mar. Sin embargo, no pudo finalizar sus estudios a causa de la prematura muerte de su madre.
Inició entonces un camino laboral que le llevó a ejercer varias profesiones propias de la región austral: marinero, pastor y cazador de lobos marinos. Después se alistó en la armada y formó parte de una expedición del buque-escuela Baquedano. De esa experiencia surgió su primera novela, El último grumete de la Baquedano, escrita en quince días, que se publicó en 1941. Con esta obra, Coloane inauguró una notable carrera literaria que culminó con el Premio Nacional de Literatura, concedido en 1964 al conjunto de su obra. Colaboró además en distintas épocas en el periódico Las últimas horas.
También de 1941 es Cabo de Hornos, una recopilación de catorce relatos que fue prologada por Mariano Latorre. Ya en estas obras iniciales se reveló como un prosista sobrio, equilibrado y vigoroso, cuya narrativa fluía entre los grandes y solitarios espacios de la naturaleza austral. Sus personajes (generalmente ovejeros, indígenas, loberos y obreros radicados en las solitarias regiones australes) viven interiormente tragedias, traumas y obsesiones que los mantienen al borde de la locura, el abandono total o la muerte. El criollismo, el imaginismo buscador de lejanías y los aportes del superrealismo confluyeron en sus relatos.
Posteriormente publicó nuevas recopilaciones de cuentos, como Golfo de penas(1945), y la novela corta Los conquistadores de la Antártida (1946), e hizo una incursión en la dramaturgia con La Tierra del Fuego se apaga (1945), obra que denuncia los problemas de la región y que fue llevada al cine en 1955 por el director Emilio Fernández. Paralelamente a su trabajo de escritor, desempeñó funciones en el Servicio Nacional de Salud como educador sanitario y redactor de la revista y el boletín de la institución. En 1958 viajó a la Unión Soviética y China y publicó el libro de crónicas Viaje al este. En 1963 apareció El camino de la ballena, novela que relata las peripecias del protagonista, Pecho Nauta, en aguas magallánicas.
Entre sus últimos libros destaca Rastros del guanaco blanco (1980), obra que algunos críticos consideraron como una parábola de Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet, aunque fue también una denuncia del exterminio étnico y de la fauna en Tierra del Fuego, ambientada en Río Grande espacio norte de la Tierra del Fuego argentina donde vivió en 1929. Precisamente una de sus últimas apariciones en público, poco antes de su 90 cumpleaños, fue en ocasión del estreno cinematográfico de la película Tierra de fuego, del cineasta chileno Miguel Littin, inspirada en la novela homónima del autor. En 1997 el Gobierno francés le nombró Caballero de la Orden de las Artes y las Letras. Sus memorias aparecieron bajo el título Los pasos del hombre (2000).
EVOCACIONES** El 23 de abril de 1921. Se dictan en Ushuaia, restricciones a la venta de alcohol.
Las medidas se
daban por la necesidad que existía de adoptar esas disposiciones en tono
enérgico para reprimir el uso y abuso de la bebida en todo el territorio.
Era notorio los
trastorno que esta costumbre traía en la vida social y económica de la
población, y teniendo en cuenta que algunos comerciantes de poco escrúpulo que
lo expendían se excedían del comercio justo, el Gobernador dispuso multas para
las personas que se hallan ebrias en negocios y lugares públicos, como así
también a los nombrados y a los menores de 18 años de edad, y para la
marinería, personal de Policía y guardiacárceles ordena multas más elevadas.
Establece además,
que los empleados de la Gendarmería y del Presidio que se encuentren en estado
de ebriedad sufrirán la suspensión de sus puestos, y en casos de reincidencia,
la baja.
La policía era la
encarga de hacer cumplir estas disposiciones y de mantenerse sobria.
TRÍPTICA NACIONAL. HISTORIA. 29 Un tema poco tratado: las guerras guaraníticas.
Las transformaciones
en las acciones, concepciones, motivaciones e
intereses durante el
episodio y los vaivenes en las relaciones entre los
actores mencionados
en esta contienda también adquieren aquí un espacio destacado.
Para ello se
consideran diferentes momentos: la construcción de la
resistencia, la
preparación para la defensa armada, los enfrentamientos
bélicos y los años
posteriores a la guerra.
El segundo aspecto es
el propio conflicto y su comprensión e interpretación dentro de una dimensión
histórica, política, económica y simbólica más amplia.
En este sentido, se
parte del supuesto de que los convulsionados sucesos de la década
de 1750 condensaron y
anclaron un conjunto de determinantes
históricos e
influencias culturales asociados con la dinámica regional y
con el rol
desempeñado por los guaraníes en la configuración de las
relaciones coloniales
cruzadas por múltiples y flexibles fronteras.
LÍA QUARLERI se ha
ocupado recientemente en su obra "Rebelión y guerra en las fronteras del Plata", de actualizar este
conocimiento sobre esta problemática.
La disquisición sobre
la intervención guaraní en los hechos demandó
en todas las
situaciones una lectura entre líneas de los documentos,
una mirada contrastada
con otras fuentes y literatura específica, una
contemplación de lo
dicho, lo no dicho, las formas de expresión y la
terminología
utilizada y una permanente consideración del contexto de
enunciación y el
trasfondo discursivo, en la medida en que la
documentación
relevada fue escrita para destinatarios concretos y con
objetivos puntuales.
Cartas, alegaciones, interrogatorios, exhortaciones,
comunicaciones,
crónicas, informes y diarios formaron el principal
soporte documental de
este libro.
En términos
cuantitativos, las fuentes escritas por los jesuitas, las autoridades
coloniales y los expedicionarios conforman un corpus más numeroso que las
cartas y declaraciones de
origen guaraní, pese
a ello estas últimas condensan información valiosa
en relación con las
acciones, concepciones y vinculaciones de los
pueblos de misiones
en el conflicto.
EL RÍO.9.Usos y costumbres. Otra botella en la pared
Uno
Terminaba el año 60 y terminaban los arreglos
en la que sería mi casa. Los carpinteros, un hombre mayor y un aprendiz
terminaban de levantar un pequeño tabique que en la galería separaría lo que
por un lado sería la puerta de entrada a la vivienda –doble puerta vieja
reforzada con una chapa de hierro lisa- y el rincón donde iría el calentador de
hierro, todavía no adaptado a gas.
Entonces llagó mi padre con lo necesario para
participar de una ceremonia elocuente: había que colocarle a la casa su
corazón, y este no sería otro que una botella de tinto, de ese que se compraba
al granel desde la misma pipa del barril, pero eso si: con el corcho protegido
por una cabeza de lacre, esa que prolijamente mi padre terminó de esculpir al
calor de una vela y ante la curiosidad de mis ojos de niño.
Los carpinteros esperaban su pequeña
recompensa, había otra botella igual que pasó rápidamente de boca en boca de
los adultos hasta agotarse. Yo no estaba en edad de saborear lo que a ellos les
deleitaba, pero si me advirtieron que quedaba como testigo de la ceremonia, y
que con los años no debía olvidar donde estaba el “corazón de la casa” y en
caso de realizarse una reparación que la descubriera debería compartir el vino
con los carpinteros del momento, y repetir la ceremonia...
Dos
Yo era un chico de cuidar mis juguetes pero
con algunos había tenido mala suerte. Un número importante de ellos, los
correspondientes a mi primera infancia, había sucumbido a los esmeros de algunas
primas. Eran muñecos de goma, de esos que tenían un pitito en la parte
inferior, pitito que sonaba quejoso cuando se lo apretaba y transitaba de
adentro para afuera un caudal de aire.
Algunos de ellos ya habían perdido su
musicalidad porque yo en mi curiosidad, con mis dedos mucho más pequeños había
procedido a meter el silbato para adentro, y no había forma de sacarlo. Pero el
problema fue que las primas procedieron a llenar una bañadera e hicieron del
hecho, y con jabón Rinso, un lavado general con consumió la consistencia de la
goma, en otras palabras se pudieron casi de inmediato.
En medio de mi angustia se salvó uno solo de
ellos: Fermín: un corderito de jardinero azulino, que con su pitito hundido me
acompañaba a la hora de dormirme.
Vaya a saber en que andaba pensando cuando,
tira a Fermín para acá, tira a Fermín para allá, este fue a caer dentro del
espacio de pared que se estaba cerrando y donde quedará apresada por un tiempo
inimaginable “el corazón de la casa”.
Cuando se dio el hecho alerté al menor de los
carpinteros pretendiendo que desclavara un par de tablas y lo sacara. Yo había
intentado llegar con mi pequeña mano y mi delgado brazo en incómoda posición
pero no había conseguido sacarlo. Pero el muchacho no fue solidario con mi
preocupación. Me miró con ojos de vino, y terminando rápidamente el claveteo me
consoló diciendo que ahora “el corazón” tenía quien lo cuide.
Sobre las tablas vino un revestimiento marrón,
que se llamaba técnicamente “celotex”, y allí a cierta altura seguía presente
ante mis ojos imaginantes el Fermín, que por lo que habían dicho la punta de
mis dedos había caído de cabeza.
Tres
El golpe de estado de 1976 llegó como si no lo
estuviésemos esperando. Mi primera reacción ante la noticia fue no levantarme.
La siguiente pensar en que podía llegar a pasarnos, a pasarme.
Como no nos pasaba nada-no éramos ni lo
peligroso ni lo importante para que nos vinieran a buscar- decidí tomar algunas
prevenciones del caso: había ciertos escritos que debían quemarse. Libros,
revistas..
En el patio, del lado de la quinta había un
tacho en el cual parte de la basura se quemaba para luego abonar la tierra. Mi
paquete correría la misma suerte. Si fuera por mí que importaba, pero yo no
podía comprometer a mi gente...
Pero mi padre me vio y me arrebató el paquete,
me mandó adentro y al rato volvió diciendo que ya estaba listo. Yo pensé que me
había evitado gentilmente ser el verdugo de tantos pensamientos afines, y que
había evitado que se me viera desde el vecindario en tareas que no me eran
propias, y por lo tanto sospechosas.
Esa noche papá trajo una botella de vino
Canale, tinto, y me apuró a compartirla entre los dos.
Cuatro
Mi padre falleció el día de San Cayetano de
1979. Dos o tres días antes de morir me llamó para pedirme con su ya débil voz
por mi madre, como si desconfiara que me ocupara de ella. Después me pidió
algunas disculpas innecesarias que irían de la mano con algunas cuestiones de
conciencia suyas, y me confió algunos secretos, no todos lamentablemente, sobre
su vida, sobre su comportamiento. Hasta que al final, con una sonrisa que no se
como sacó a relucir en tal duro trance, me informó en el galpón, en el forro de
la pared detrás de la fiambrera estaban esperándome mis libros prolijamente
protegidos envueltos en un viejo mantel de hule y en una bolsa de cemento.
Cinco
Dos primaveras más tarde trabajaban los
carpinteros en una ampliación de la casa cuando llegando a cierto tramo de la
pared les pedí la barreta y les conté la primera parte de esta historia. Íbamos
a descubrir el corazón, un tinto de veinte años. (iba a recuperar a Fermín);
pero no había tenido en cuenta que en el interín la casa había experimentado un
traslado y el movimiento había trizado finamente la botella en diversos
sentidos. Por eso cuando saqué la tercer tabla apareció en medio del polvo con
su silueta rojiza, pero cuando fui a tomarla del cuello me quedé con el lacre
en la mano, mientras el vino se convertían en una leve cascada que se filtraba
hacia el piso. Uno de los carpinteros, el mayor, mojó sus dedos en el torrente
y afirmó que no se había picado. Yo simplemente seguí buscando, por allí debía
estar Fermín, pero todo era polvo.. a no ser por una pequeña membrana de metal
que tal vez fuera el pitito.. que ya no sonaba más. Al muñeco se lo había
consumido el tiempo.
Seis
El 30 de octubre de 1983 se volvió a votar en
la República Argentina. Y yo había sido candidato, y por sumatoria de
voluntades: concejal electo en mi Río Grande.
Lo tiempos estaban cambiando.
Una de esas tardes, de vuelta a mi casa, pasé
derecho hasta el galpón que estaba tremendamente abandonado desde que se
perdiera su dueño. Con una barreta pequeña que levanté de un esquinero
descolgué la fiambrera que desde hace un tiempo protegía algunas latas de
pintura y me encontré con entablado que fuertemente claveteado me ofreció
muchas más dificultades para retirarlo. Allí fue apareciendo la bolsa de
cemento, pero para desazón mía no me iba a encontrar con mis Ortega Peña, mis
Hernández Arregui, mis Armand Mattelar.., las ratas se había mentido por la
pared de ondalit y se habían alimentado de toda esa pulpa dejando en su lugar
abundantes excrementos.
El riesgo había sido en vano.
Ya estaba por dejar todo como estaba, cuando
pensé que mi padre en igual circunstancia hubiera vuelto a colocar la fiambrera
en su lugar, y en eso fue que pude descubrir allí cerca de donde había estado
alguna vez mi tesoro literario una botella de tinto Canale.
Los tiempos habían cambiado, y yo no tenía con
quién compartir aquella herencia.
LECTURAS DE FIN DE SEMANA: SUR VIEJO, de Dalmiro Sáenz
Me lo contó una mujer en Comodoro Rivadavia. Sucedió hace
mucho, antes aun de que surgiera aquella inesperada consecuencia de la espera
de siglos que atraería a los hombres de lugares apartados para erigir las
torres negras contra el cielo limpio. Sí, fue antes del petróleo; bastante
antes; fue en la época aquella en que la soledad de estas tierras era empujada
por el blanco vellón que un chico de tres años hubiera podido patear por el
suelo y aun levantar sobre su cabeza y, sin embargo, con peso suficiente como
para desarraigar definitivamente de algún lugar de Europa a los padres de ese
chico, o como para desplazar el virginal, indefinido e injustificable desierto
contra la cordillera y contra el mar, en un continuo trajinar de los seres
gregarios cuyo balido impotente y desolado se perdería entre el viento de los
cañadones y cuyas huellas definidas y trascendentales marcarían los sinuosos
caminos hacia las aguadas y los dormideros.
A unas treinta leguas de Comodoro
Rivadavia vivió el hombre aquel, en un paraje denominado Pampa Fría, con la
mujer aquella que había conocido en una de sus idas periódicas al pueblo, con
sus dos caballos cargueros y sus innumerables perros y el escarceo casi
elegante de su mula zaina, que él utilizaba de sillera por no haber podido
enseñarle a cabrestear.
La conoció ahí, contra la puerta de esa casa, en aquella calle que más tarde se llamaría San Martín, y por la cual él marcharía tres o Duración 17’06” 154 cuatro veces por año a buscar su bolsa de fariña, o de yerba, y la provisión de víveres y vicios, y más adelante harina y hasta azúcar y, por último, un día a la mujer aquella que, después de aquel breve trocar de miradas y tal vez algún ceremonioso estrechar de manos, iniciaría esa especie de idilio, acuerdo, o simple afinidad, que haría a los vecinos de Comodoro Rivadavia levantar la vista una mañana y contemplar la desaliñada figura del “búlgaro” en su mula zaina, rodeado por sus perros, con sus caballos cargueros aplastados de bolsas y maletas y, encima de ellos, a la mujer tomando rumbo hacia el oeste. Vivieron allí en la “Pampa Fría” esas dos personas, luchando siempre contra los elementos fuertes, cocinando la misma comida y lavando a veces la misma ropa gruesa, saliendo juntos a caballo a repuntar la majada o a tirar leña, o a limpiar aguadas, notándose sólo la diferencia de sexos en las abrigadas noches sobre los cueros tendidos en el piso de la cocina, con los ásperos camisones que ambos usaban, y las caricias torpes y primitivas que coronaban a veces los fatigosos días mientras todavía duraban las brasas en el brasero de lata y afuera los perros junto a los recados toreaban a la noche.
Y las mañanas aquellas en que el mate caliente, sostenido entre los dedos sucios y la bombilla plateada y dos veces soldada, era desplazado de uno hacia otro durante la larga y silenciosa hora en que esperaban el amanecer, sentados en los toscos banquitos de madera que por fin él abandonaría para salir de la cocina, insensible al frío en su saco de cuero, sintiendo el crujir de la helada bajo sus alpargatas deformes, llevando la cabezada con el freno brillante, sostenida en el brazo izquierdo, balanceando su cuerpo en la misma forma como lo habría hecho seguramente su padre, y tal vez su abuelo, con el balde de leche o el farol pesado, en las mañanas brumosas de su lejana e irrecordada Bulgaria.
Y después, él volviendo hacia la cocina ahora sin la cabezada, a buscar el rebenque, y volviendo a salir, mientras ella, inclinada sobre una lata, vaciaba el mate de yerba vieja, sin percibirse de parte de él ni de ella la menor palabra o gesto que denotara una despedida, una señal, un algo que indicara la separación por cuatro, cinco o seis horas, de aquellas dos personas unidas por esa fuerza, a veces superior al amor o a la amistad, que consiste en la identificación, el reflejo, cómoda adaptabilidad o simple y desesperada unión de subsistencia.
Él volvía pasado el mediodía preguntando entonces: –¿Pusiste el asado? –Sí. De nuevo los mates, uno tras otro, en el silencio descansado interrumpido por alguna frase. –¿Te aguantó el “Corbata”? –Tuvo que traerlo por delante, se cansó aguada Sauce. –Sí, es muy cachorro, el perro ese se te va a morir algún día. –Yo conozco, yo también ser chico, yo también correr, yo nunca morirme. De nuevo el silencio, mientras seguían los mates y él sacaba la asadera del horno y daba vuelta la carne. –¿Vas a trabajar hoy en el pozo? –Sí, trabajar pozo. El pozo aquel había sido iniciado años atrás en la durísima arcilla de detrás de la casa, en una tozuda, cerrada e implacable intentona de encontrar agua, desde el día en que vio en ese lugar unas plantitas de junquillo, y cuyas consecuencias fueron meses y meses de agotadores golpes de piqueta y de improductivos movimientos de pala; y más adelante, ayudado por su mujer y la yegua mansa, que él había hecho caballa y después de pecho, en interminables viajes de roldana hasta llegar a una profundidad de veinte metros sin que la menor muestra de agua, o siquiera de humedad, coronasen sus esfuerzos.
–Vas a tener que hacerte ayudar, si no no vas a terminar nunca. –Semana que viene venir don Couyido a ayudar pozo. Así fue en efecto; ocho días más tarde, entre el furioso torear de los perros, se lo vio venir al chileno Couyido, dibujado apenas en la lontananza ventosa, identificado por los galgos barcinos, el cojudo moro y la manta castilla recortada contra el cielo.
Desmontó, entonces, con la coordinada serie de movimientos de su pesada agilidad, saludó al “búlgaro” con un “buenas” parsimonioso, mientras ajustaba el gruesísimo cabestro a la mata de molle junto a la entrada, y su paso oscilante y pendular parecía buscar apoyo en el gastado rebenque que colgaba de su muñeca, mientras el opaco tintineo de su única espuela se aplastaba en el polvo de la entrada de la cocina. Le dio la mano a la mujer con el brazo rígido y los dedos duros y la mirada desviada con respetuosa inclinación bajo la visera grasienta de su gorra inglesa.
Fueron días de duro trabajo, los dos hombres dentro del pozo, y la mujer con la yegua mansa, haciendo interminables viajes de roldana y vaciando luego el balde de la amarillenta arcilla, con la compleja cantidad de parcos movimientos y un número de palabras seguramente menor a las que pudiesen contarse con los dedos de una mano, y los sonidos secos de tierra y de distancia que desde el fondo del pozo indicaban el rítmico desplazar de la pala y la aguda penetración de la piqueta, que se detendrían de tanto en tanto, mientras el chillido de la rueda de la roldana indicaba el parsimonioso alejar de la yegua y la lenta subida del balde contra el circular, intenso y nitidísimo azul, que los bordes del pozo recortaban contra el cielo.
Y al terminar el lento, improductivo y penoso trabajo diario, ataban las herramientas a los costados del balde, que subía entonces para ser desenganchado por la mujer, que bajaba después la soga por donde subiría primero el chileno, y después el búlgaro, sudorosos y sucios para ir a lavarse a la cocina, mientras ella desensillaba la yegua y entraba en la casa a esperar su turno, junto a la palangana enlozada y la toalla amarilla. Se lavaba ella las manos y los antebrazos, y también la cara, terminando la operación con una humedecida de su cabeza fuerte, echándola hacia atrás y pasándose las manos por el pelo áspero, en una forma masculina y perentoria, mientras sus facciones duras se reflejaban en el pedazo de espejo que colgaba de un clavo, al lado de la jabonera vacía y el almanaque viejo con la mujer sonriente, en la desolada y sucia pared de la cocina. Y ahora, el diálogo pesado y sin motivo, como complemento del mate, con las palabras apenas necesarias para expresar una idea que giraría seguramente alrededor de animales, o cosas, o de hechos concretos y pasados, de fácil y cómoda exposición, y luego los silencios llenos de vacíos pensamientos, mientras las miradas opacas de cansancio y las caras brillantes de trabajo, en la inmóvil tensión de esas sencillísimas vidas, se aflojaban de tanto en tanto ante la suave contemplación de las brasas de la cocina, o de los breves juegos y movimientos de la gata negra junto al sucio cajoncito de Cooper debajo de la mesa. Vivieron las tres personas aquellas durante varios días, siempre juntas, comiendo, trabajando y descansando juntas, y hasta durmiendo también en el mismo piso de la cocina abrigada, levantándose antes del amanecer, y sólo separándose cuando el “búlgaro” salía a buscar capones para carnear, o a picar leña, quedándose entonces la mujer con el chileno Couyido en su silenciosa y compartida sociabilidad, cambiándose a veces una que otra mirada en una audaz, atrevida y casi curiosa incursión a través de las barreras delimitadas por la diferencia de sexos.
Una vez se quedaron los dos mirándose sobre la mesa donde ella preparaba la masa de las tortas, solazándose ambos en aquel tosco, elemental y primario flirteo, que continuó después varias veces, durante esos días y días subsiguientes hasta que una tarde, aprovechando la ausencia momentánea del “búlgaro” él la abrazó contra la pared de la cocina, en una simple e inconfundible manifestación de sentimientos que ella contestó con un leve movimiento de su mano hacia la cara del hombre, como una especie de tenue caricia, o casi curiosa constatación; y luego se besaron ásperamente para separarse en seguida, y luego volver a besarse, con la torpe vehemencia de su inexperta, pero no inocente, novedad. El le dijo esa vez: –¿Querís venirte conmigo? –¿Adónde? –Tengo mil pesos en el tirador, los gané en la señalada de los “Menucos”. –¿Y el “búlgaro”? –Dejámelo a mí. –¿Qué vas hacer? –Ya lo tengo pensado; mañana después de doce cuando terminemos el trabajo, atamos las herramientas al balde y vos lo subís. Después bajás la soga y subo yo primero como siempre. Después no bajamos más la soga y nos vamos. Total aquí no pasa nunca nadie. Se va a quedar sequito ahí en el fondo, y si alguien lo encuentra alguna vez va a creer que fue un accidente. –No, no puedo hacer eso; si es un hombre muy bueno. –¿Te querís quedar toda la vida acá con el “búlgaro” ese? –No, eso tampoco. –Y bueno, entonces algo hay que hacer. –Y sí, algo hay que hacer. Llegó más tarde el “búlgaro” con el montón de leña que acababa de cortar, que tiró en un cajón mientras decía: –Don Couyido, le voy dejar pangaré de nochero para que mañana temprano usted carnear. –Está bien. –Por el cerrito bayo va a encontrar capones.
Tenga cuidado perros; yo andar poniendo veneno. –¿Mucho zorro este año? –Sí, bastante. –¿Cuántos cueros tiene ya? 158 –Diez y nueve. –Está bueno. Y esa mañana siguiente cuando, antes del amanecer, salió Couyido con el cuello de su poncho levantado, recortándose momentáneamente en la puerta de la cocina, y cuando el crujir de sus pasos por la helada se fue perdiendo en la madrugada oscura, el “búlgaro” se sentó bruscamente y sacudió a la mujer. –Despertá, despertá. –¿Qué? ¿Qué hay? ¿Qué pasa? –Tiene como mil pesos en tirador. –¿Quién? ¿Qué te pasa? ¿Qué decís? –Don Couyido tiene como mil pesos en tirador. –¿Y de hay? –Más tarde dejamos en pozo. Vos subís primero herramientas; después yo esta vez subir primero y él quedar dentro.
Nosotros guardar mil pesos. –Pero ¿cómo vamos a hacer eso? –Con mil pesos poblar campo en otro lado con buen agua, si no quedarnos toda vida en este lugar. Algo hay que hacer. –Y sí, algo hay que hacer. Fue esa tarde entonces que reanudaron su tarea los tres miembros de aquel doble complot, cuya culminación definitiva dependería de la mujer cuyos pasos, seguros y breves junto a la yegua mansa, iban dejando en la arena del suelo las huellas de alpargatas y herraduras que, en su continuo ir y venir, se confundían superpuestas, mientras los hombres, ahí abajo, inclinados con sus herramientas, sin mirarse siquiera, trabajando ambos, no ahora en la búsqueda del agua lejana, sino en el aumento de unos pocos centímetros de esa tumba donde moriría de hambre y de sed el dueño de lo que cada uno codiciaba, sin odio, sin desesperación, sin pasión de lujuria o de codicia, sino con el simple principio de tomar lo necesario, con la tremenda lógica que el desierto imponía, y cuyas consecuencias, vistas, suavizadas y casi perdonadas ahora a través del tiempo y la distancia nos hacen comprender la fuerza aquella que permitió a la Nación Argentina colonizar, poblar, e incluso civilizar, esa inmensa extensión llamada Patagonia.
Y llegó la hora de terminar el trabajo; llenaron por última vez el balde de arcilla amarillenta, y ataron la pala y la piqueta a la misma soga, que subió despacio hasta la negra roldana, y se quedó muy quieta, allí junto al cielo. Y los hombres miraron arriba, y esperaron y esperaron. Y después los pasos de la yegua mansa. Y después el silencio de la tierra sola.
La conoció ahí, contra la puerta de esa casa, en aquella calle que más tarde se llamaría San Martín, y por la cual él marcharía tres o Duración 17’06” 154 cuatro veces por año a buscar su bolsa de fariña, o de yerba, y la provisión de víveres y vicios, y más adelante harina y hasta azúcar y, por último, un día a la mujer aquella que, después de aquel breve trocar de miradas y tal vez algún ceremonioso estrechar de manos, iniciaría esa especie de idilio, acuerdo, o simple afinidad, que haría a los vecinos de Comodoro Rivadavia levantar la vista una mañana y contemplar la desaliñada figura del “búlgaro” en su mula zaina, rodeado por sus perros, con sus caballos cargueros aplastados de bolsas y maletas y, encima de ellos, a la mujer tomando rumbo hacia el oeste. Vivieron allí en la “Pampa Fría” esas dos personas, luchando siempre contra los elementos fuertes, cocinando la misma comida y lavando a veces la misma ropa gruesa, saliendo juntos a caballo a repuntar la majada o a tirar leña, o a limpiar aguadas, notándose sólo la diferencia de sexos en las abrigadas noches sobre los cueros tendidos en el piso de la cocina, con los ásperos camisones que ambos usaban, y las caricias torpes y primitivas que coronaban a veces los fatigosos días mientras todavía duraban las brasas en el brasero de lata y afuera los perros junto a los recados toreaban a la noche.
Y las mañanas aquellas en que el mate caliente, sostenido entre los dedos sucios y la bombilla plateada y dos veces soldada, era desplazado de uno hacia otro durante la larga y silenciosa hora en que esperaban el amanecer, sentados en los toscos banquitos de madera que por fin él abandonaría para salir de la cocina, insensible al frío en su saco de cuero, sintiendo el crujir de la helada bajo sus alpargatas deformes, llevando la cabezada con el freno brillante, sostenida en el brazo izquierdo, balanceando su cuerpo en la misma forma como lo habría hecho seguramente su padre, y tal vez su abuelo, con el balde de leche o el farol pesado, en las mañanas brumosas de su lejana e irrecordada Bulgaria.
Y después, él volviendo hacia la cocina ahora sin la cabezada, a buscar el rebenque, y volviendo a salir, mientras ella, inclinada sobre una lata, vaciaba el mate de yerba vieja, sin percibirse de parte de él ni de ella la menor palabra o gesto que denotara una despedida, una señal, un algo que indicara la separación por cuatro, cinco o seis horas, de aquellas dos personas unidas por esa fuerza, a veces superior al amor o a la amistad, que consiste en la identificación, el reflejo, cómoda adaptabilidad o simple y desesperada unión de subsistencia.
Él volvía pasado el mediodía preguntando entonces: –¿Pusiste el asado? –Sí. De nuevo los mates, uno tras otro, en el silencio descansado interrumpido por alguna frase. –¿Te aguantó el “Corbata”? –Tuvo que traerlo por delante, se cansó aguada Sauce. –Sí, es muy cachorro, el perro ese se te va a morir algún día. –Yo conozco, yo también ser chico, yo también correr, yo nunca morirme. De nuevo el silencio, mientras seguían los mates y él sacaba la asadera del horno y daba vuelta la carne. –¿Vas a trabajar hoy en el pozo? –Sí, trabajar pozo. El pozo aquel había sido iniciado años atrás en la durísima arcilla de detrás de la casa, en una tozuda, cerrada e implacable intentona de encontrar agua, desde el día en que vio en ese lugar unas plantitas de junquillo, y cuyas consecuencias fueron meses y meses de agotadores golpes de piqueta y de improductivos movimientos de pala; y más adelante, ayudado por su mujer y la yegua mansa, que él había hecho caballa y después de pecho, en interminables viajes de roldana hasta llegar a una profundidad de veinte metros sin que la menor muestra de agua, o siquiera de humedad, coronasen sus esfuerzos.
–Vas a tener que hacerte ayudar, si no no vas a terminar nunca. –Semana que viene venir don Couyido a ayudar pozo. Así fue en efecto; ocho días más tarde, entre el furioso torear de los perros, se lo vio venir al chileno Couyido, dibujado apenas en la lontananza ventosa, identificado por los galgos barcinos, el cojudo moro y la manta castilla recortada contra el cielo.
Desmontó, entonces, con la coordinada serie de movimientos de su pesada agilidad, saludó al “búlgaro” con un “buenas” parsimonioso, mientras ajustaba el gruesísimo cabestro a la mata de molle junto a la entrada, y su paso oscilante y pendular parecía buscar apoyo en el gastado rebenque que colgaba de su muñeca, mientras el opaco tintineo de su única espuela se aplastaba en el polvo de la entrada de la cocina. Le dio la mano a la mujer con el brazo rígido y los dedos duros y la mirada desviada con respetuosa inclinación bajo la visera grasienta de su gorra inglesa.
Fueron días de duro trabajo, los dos hombres dentro del pozo, y la mujer con la yegua mansa, haciendo interminables viajes de roldana y vaciando luego el balde de la amarillenta arcilla, con la compleja cantidad de parcos movimientos y un número de palabras seguramente menor a las que pudiesen contarse con los dedos de una mano, y los sonidos secos de tierra y de distancia que desde el fondo del pozo indicaban el rítmico desplazar de la pala y la aguda penetración de la piqueta, que se detendrían de tanto en tanto, mientras el chillido de la rueda de la roldana indicaba el parsimonioso alejar de la yegua y la lenta subida del balde contra el circular, intenso y nitidísimo azul, que los bordes del pozo recortaban contra el cielo.
Y al terminar el lento, improductivo y penoso trabajo diario, ataban las herramientas a los costados del balde, que subía entonces para ser desenganchado por la mujer, que bajaba después la soga por donde subiría primero el chileno, y después el búlgaro, sudorosos y sucios para ir a lavarse a la cocina, mientras ella desensillaba la yegua y entraba en la casa a esperar su turno, junto a la palangana enlozada y la toalla amarilla. Se lavaba ella las manos y los antebrazos, y también la cara, terminando la operación con una humedecida de su cabeza fuerte, echándola hacia atrás y pasándose las manos por el pelo áspero, en una forma masculina y perentoria, mientras sus facciones duras se reflejaban en el pedazo de espejo que colgaba de un clavo, al lado de la jabonera vacía y el almanaque viejo con la mujer sonriente, en la desolada y sucia pared de la cocina. Y ahora, el diálogo pesado y sin motivo, como complemento del mate, con las palabras apenas necesarias para expresar una idea que giraría seguramente alrededor de animales, o cosas, o de hechos concretos y pasados, de fácil y cómoda exposición, y luego los silencios llenos de vacíos pensamientos, mientras las miradas opacas de cansancio y las caras brillantes de trabajo, en la inmóvil tensión de esas sencillísimas vidas, se aflojaban de tanto en tanto ante la suave contemplación de las brasas de la cocina, o de los breves juegos y movimientos de la gata negra junto al sucio cajoncito de Cooper debajo de la mesa. Vivieron las tres personas aquellas durante varios días, siempre juntas, comiendo, trabajando y descansando juntas, y hasta durmiendo también en el mismo piso de la cocina abrigada, levantándose antes del amanecer, y sólo separándose cuando el “búlgaro” salía a buscar capones para carnear, o a picar leña, quedándose entonces la mujer con el chileno Couyido en su silenciosa y compartida sociabilidad, cambiándose a veces una que otra mirada en una audaz, atrevida y casi curiosa incursión a través de las barreras delimitadas por la diferencia de sexos.
Una vez se quedaron los dos mirándose sobre la mesa donde ella preparaba la masa de las tortas, solazándose ambos en aquel tosco, elemental y primario flirteo, que continuó después varias veces, durante esos días y días subsiguientes hasta que una tarde, aprovechando la ausencia momentánea del “búlgaro” él la abrazó contra la pared de la cocina, en una simple e inconfundible manifestación de sentimientos que ella contestó con un leve movimiento de su mano hacia la cara del hombre, como una especie de tenue caricia, o casi curiosa constatación; y luego se besaron ásperamente para separarse en seguida, y luego volver a besarse, con la torpe vehemencia de su inexperta, pero no inocente, novedad. El le dijo esa vez: –¿Querís venirte conmigo? –¿Adónde? –Tengo mil pesos en el tirador, los gané en la señalada de los “Menucos”. –¿Y el “búlgaro”? –Dejámelo a mí. –¿Qué vas hacer? –Ya lo tengo pensado; mañana después de doce cuando terminemos el trabajo, atamos las herramientas al balde y vos lo subís. Después bajás la soga y subo yo primero como siempre. Después no bajamos más la soga y nos vamos. Total aquí no pasa nunca nadie. Se va a quedar sequito ahí en el fondo, y si alguien lo encuentra alguna vez va a creer que fue un accidente. –No, no puedo hacer eso; si es un hombre muy bueno. –¿Te querís quedar toda la vida acá con el “búlgaro” ese? –No, eso tampoco. –Y bueno, entonces algo hay que hacer. –Y sí, algo hay que hacer. Llegó más tarde el “búlgaro” con el montón de leña que acababa de cortar, que tiró en un cajón mientras decía: –Don Couyido, le voy dejar pangaré de nochero para que mañana temprano usted carnear. –Está bien. –Por el cerrito bayo va a encontrar capones.
Tenga cuidado perros; yo andar poniendo veneno. –¿Mucho zorro este año? –Sí, bastante. –¿Cuántos cueros tiene ya? 158 –Diez y nueve. –Está bueno. Y esa mañana siguiente cuando, antes del amanecer, salió Couyido con el cuello de su poncho levantado, recortándose momentáneamente en la puerta de la cocina, y cuando el crujir de sus pasos por la helada se fue perdiendo en la madrugada oscura, el “búlgaro” se sentó bruscamente y sacudió a la mujer. –Despertá, despertá. –¿Qué? ¿Qué hay? ¿Qué pasa? –Tiene como mil pesos en tirador. –¿Quién? ¿Qué te pasa? ¿Qué decís? –Don Couyido tiene como mil pesos en tirador. –¿Y de hay? –Más tarde dejamos en pozo. Vos subís primero herramientas; después yo esta vez subir primero y él quedar dentro.
Nosotros guardar mil pesos. –Pero ¿cómo vamos a hacer eso? –Con mil pesos poblar campo en otro lado con buen agua, si no quedarnos toda vida en este lugar. Algo hay que hacer. –Y sí, algo hay que hacer. Fue esa tarde entonces que reanudaron su tarea los tres miembros de aquel doble complot, cuya culminación definitiva dependería de la mujer cuyos pasos, seguros y breves junto a la yegua mansa, iban dejando en la arena del suelo las huellas de alpargatas y herraduras que, en su continuo ir y venir, se confundían superpuestas, mientras los hombres, ahí abajo, inclinados con sus herramientas, sin mirarse siquiera, trabajando ambos, no ahora en la búsqueda del agua lejana, sino en el aumento de unos pocos centímetros de esa tumba donde moriría de hambre y de sed el dueño de lo que cada uno codiciaba, sin odio, sin desesperación, sin pasión de lujuria o de codicia, sino con el simple principio de tomar lo necesario, con la tremenda lógica que el desierto imponía, y cuyas consecuencias, vistas, suavizadas y casi perdonadas ahora a través del tiempo y la distancia nos hacen comprender la fuerza aquella que permitió a la Nación Argentina colonizar, poblar, e incluso civilizar, esa inmensa extensión llamada Patagonia.
Y llegó la hora de terminar el trabajo; llenaron por última vez el balde de arcilla amarillenta, y ataron la pala y la piqueta a la misma soga, que subió despacio hasta la negra roldana, y se quedó muy quieta, allí junto al cielo. Y los hombres miraron arriba, y esperaron y esperaron. Y después los pasos de la yegua mansa. Y después el silencio de la tierra sola.
En: Setenta veces siete, Edición más reciente: Capital
Intelectual, 2008.
Y aquí está la puerta visual:
https://www.youtube.com/watch?v=ib90jyzgPFI
Y aquí está la puerta visual:
https://www.youtube.com/watch?v=ib90jyzgPFI
TRÍPTICA NACIONAL.HISTORIA.28- FALTA DE SOLVENCIA ANTE LA CRISIS DEL 90
A principios de 1889 comenzaron a manifestarse
síntomas de la falta de solvencia del gobierno argentino para pagar la deuda
contraída con los bancos europeos.
Las perspectivas de una cosecha pobre
preocuparon a los especuladores de la Bolsa y el precio del oro comenzó a
subir.
En febrero el gobierno intentó infructuosamente
prohibir la venta de oro en la Bolsa. Y en septiembre, los inversores ya habían
perdido su confianza en el gobierno argentino. La catástrofe no vino
inmediatamente, gracias a la intermediación de Baring Brothers entre los
inversores individuales y las autoridades argentinas.
Los banqueros europeos propusieron al gobierno
de Juárez Celman un remedio que no favorecía al gobierno: consolidación de la
deuda, suspensión de nuevos empréstitos durante diez años, suspensión de la
emisión de papel moneda y una drástica reducción del gasto público. El gobierno
de Juárez Celman no pudo aceptar la propuesta, ya que la política de austeridad
propuesta por los bancos hubiera debilitado su apoyo político.
Al compás de la crisis económica creció el descontento popular, animado por la fuerza de oposición al gobierno de Juárez Celman, la Unión Cívica. El 12 de abril de 1890 renunció el gabinete, y el 16 Juárez Celman nombró uno nuevo, en el cual se incorporaron dos hombres de la Unión Cívica en áreas claves: José E. Uriburu en Hacienda y Roque Sáenz Peña en Relaciones Exteriores.
El nuevo ministro de Hacienda intentó una
fórmula de conciliación que contentase a los banqueros europeos sin herir los
intereses rurales y los de los "nuevos ricos" que respaldaban a
Juárez Celman. Uriburu adoptó algunas medidas de austeridad económica que
contaron con la aprobación de los banqueros europeos.
Entre estas medidas se destacaban el pedido de
renuncia al presidente del Banco Nacional -vinculado con la administración de
los Bancos Garantidos- y el aumento del 15% en los impuestos aduaneros, además
de la exigencia de recaudar el 50% de los impuestos en oro.
Las medidas de austeridad económica y orientación deflacionaria puestas en marcha por Uriburu fueron rechazadas por el círculo de "amigos" de Juárez Celman y los "nuevos ricos", principales beneficiarios de la política inflacionaria anterior. Juárez Celman, obligado a optar entre el ministro y sus propios sostenedores, retiró su respaldo a Uriburu, quien debió renunciar. Como consecuencia, en un solo día el oro subió de 118 a 165. Con el alejamiento de Uriburu se reanudó la política inflacionaria y se repudiaron las deudas, cerrándose así la negociación con los bancos europeos.
Como es bien sabido, el gobierno de Juárez
Celman cayó tras la Revolución del Parque del 26 de julio de 1890. Su sucesor,
Carlos Pellegrini, reabrió la negociación con los bancos europeos para
solucionar la crisis. El primer triunfo de Pellegrini fue el arreglo entre el
emisario argentino, Victorino de la Plaza, y el presidente de la Comisión
Internacional de Banqueros, lord Rothschild, en marzo de 1891.