“Río Grande era como para agarrar una mochila al hombro y mandarse a
mudar, eso fue lo primero que pensé cuando lo ví. Era un desierto”.
Ese concepto que relató para
Silvana y para mí, en distintos tiempos y en distinto lugar, marca tal vez la
impronta reflexiva de Ramón García Abal sobre lo lejano que estaba en 1952 el
paraíso que con los años el sintió construir en nuestro Río Grande
No había mucho. Eran pocas las casas porque también era poca la gente
que había. A España tenía ganas de volverme pero a pasear no para quedarme
allá. Acá siempre tuve trabajo, bastante y nunca me faltó qué comer, y allá me
falto de todo. Después se compuso un poco, pero cuando nosotros vinimos de pan
te daban 100 gramos, por día, era la ración, y de aceite te daban no se cuánto
hasta los cigarrillos eran racionados, pero el que tenía plata conseguía de
todo, pero esas cosas tenían un precio que te daba el gobierno. Igual que
venían y te preguntaban por ejemplo cuántas vacas tenías, y si tenías tres, una
tenías que entregarla, pero no las llevaban gratis, te las pagaban. Tenías que
entregar tantos kilos de papas y te los pagaban pero al precio que estipulaba el
gobierno. Es decir por ejemplo que el ayuntamiento tenía que juntar tantas
toneladas de papas, entonces ellos decían que Fulano tenía que entregar tantas,
hasta completar la cantidad. Y con los porotos y las otras cosas lo mismo, pero
te lo pagaban, no es que te lo llevaban. Igual que las vacas, no le dejaban
tener todo a uno.
Acá, por ejemplo camioneros, el trabajo grande de los camioneros era la
leña. Yo siempre fui camionero, la leña, y mi suegro también. Íbamos a buscar
carga al muelle, cuando venían “los Luchos”, traía la mercadería, y nosotros
teníamos la casa “Ibarra”, cargábamos la mercadería para casa “Ibarra”. Y
después íbamos a la José Menéndez a cortar leña. La cortaba la abuela con un
hacha, la tía con un hacha, yo con un hacha, todos con un hacha, mete a
derribar árboles. Cargábamos el camioncito y ya teníamos los clientes. Ya íbamos derecho al patio del
cliente que nos encargaba. Antes comprábamos cajones. Claro, cada invierno cada
uno tenía su pila en el patio de la casa, porque antes no había gas. El gas, no
hace muchos años que hay. Y yo cuando hacía frío, en invierno, me iba a cortar
leña con el frío en el patio. Porque primero cortábamos la leña con la rueda
del camión. Levantábamos la rueda en el aire, de un lado, lo poníamos en marcha,
la rueda daba vueltas, y con una polea pasábamos una sierra y con eso
cortábamos la leña, hay en el patio, en tacos. Hasta que fundimos todo, se
fundió el diferencial porque al inclinar una rueda en el aire el camión quedaba
tumbado y el aceite se corre para el otro lado, todo el engranaje se rompió
todo. Y yo después de estar serruchando ahí, en el frío, después me dolía hasta
la mandíbula. Hacía frío, bastante, uno se acostumbra. No te podés ir. A la
fuerza tenés que acostumbrarte. En España no hacía frío como acá. Apenas
conocíamos la nieve. Nieva un poquito, alguna vez, pero se iba la nieve en el
día. No como acá, que antes el invierno era más largo que ahora. En abril ya
estaba todo blanco, en marzo – abril ya estaba todo blanco, y duraba hasta septiembre,
fines de septiembre u octubre. Pero como digo yo, esto era el paraíso, era la
isla de las maravillas. Era hermoso. Nunca tuvimos ganas de irnos, siempre
tuvimos la idea de quedarnos, y estábamos todos juntos casi, entonces es
difícil querer irse.
Estamos encaminados en sus
memoria, recordando las cosas que lo hacían un hombre público: el transporte; y
las circunstancias que vivía en privado: con la familia.
Las fiestas las pasábamos como ahora, como siempre. Íbamos a hacer un
asado al campo, al bosque. Nos juntábamos varios vecinos, todos en una pila:
los Sánchez, doña Jesusa con el marido, a veces Vucasovic, todos juntábamos
como si fuera una familia, y otros hacían lo mismo. Allá en España lo
festejábamos como cualquier día, allá no se hace nada. El único, es que , por la Navidad chupan uno hasta decir basta, salen
a cantar por ahí, puerta por puerta, la juventud, se juntan y hacen una, y la
noche de navidad salen a cantar, no me acuerdo qué. Pero nosotros no.
La mamá de Carmen, mi suegra, en España andaba trabajando, ganándose un
jornal para mantener a las hijas; tenía las manos todas hechas unas… pedazos, y
acá trabajaba en la casa, y regaba la quinta, a veces dos veces al día.
Antes de la llegada de la familia Casimiro tenía almacén cerca del muelle.
A nosotros venirnos a Argentina nos cambió la
vida. A nosotros no nos faltó nada nunca acá, ni trabajo, ni qué comer. A mí
como mi suegro siempre me mandaba en cara que vivía allá, me tenía mal. Me
trataba de inservible, de todo, me decía que el día que me fuera no entraba
más, y con eso me amenazaba. Entonces dije yo: -Este cree que me voy a morir de
hambre- Vivimos allá una punta de años, y, por lo menos vivimos doce años.
Hasta que hice esta casa. De a poquito. Un año un pedacito, otro año otro
pedacito, así, de a poquito. Ramón y sus
recuerdos. Como el día aquel que en el muelle del Frigorífico le salva la vida
a un hombre:
. En el Frigorífico, me recuerdo que una vez
estábamos en el frigorífico y dice el finado Mirko “uno al agua, uno al agua” y
se había tirado uno en la punta del muelle en el frigorífico. En puro invierno,
en pura escarcha, ché. Vamos todos a mirar la punta del muelle, siempre me
recuerdo eso, lo tengo bien grabado, el finado Portolan, tenía un reumatismo, no podía caminar, y me
dice:-”Tirate al agua”- “Tirate vos” le decía yo.
-¿Usted
había sido pescador?
-Yo me vine al camión, tenía una soga encima
del camión, una soga grande. Porque el tipo , fuimos a la punta del muelle y no
lo vimos, y flotó como cien más allá, del muelle más abajo. Me vengo corriendo
al camión, me agarro la soga, “tirate al agua”, que me voy a tirar, “tirate
vos” le decía yo. Pero el que fue entrando despacito y yo fui entrando
despacito al agua, y le tiramos la soga asi al agua. El otro a los manotazos la
pescó, ché. Y lo sacamos pa’ tierra. Estaba casi muerto, pero igual con los manotazos
agarró la soga, vos sabés, con ese frío.
-¿Y
quién era?
-Un tal Toledo. Que después murió por acá, por
la…lo atropelló Vidal, acá por la Perito Moreno. Murió con el que lo atropelló.
¿Eloy Vidal puede ser?
-Si,
si, si.
-Acá, por la Perito Moreno, Vidal trabajaba en
el INTA.
-Si,
si. ¿Y cómo era que se cayó?
-Se tiró al agua, se tiró pa’ matarse.
-¿Ah,
si? ¿Y después se arrepintió?
-El trabajaba en la casa grande en el Frigorífico,
y parece que se había “tirado un lance” con alguna de las empleadas, y le falló
el tiro, entonces el tipo que…ahora me tiro. Te digo, pasó al lado de nosotros
y llegó a la punta del muelle, se sacó el saco, se tiró y dice el finado Mirko
“Uno al agua”, dice el pelado Mirko. Vamos corriendo a la punta del muelle, de
acá no sale nada…
-Bueno,
¿Asi que estuvo salvando vidas también? Fue medio bombero.
-Asi que…Bombero, ¿Yo?...Tú no sabes una. Otro
que bombero, de primera
-A ver
que fue lo que hizo
-Yo me fui a echar una carta al correo una
vez, cuando venía de vuelta, venia por la calle Piedrabuena… ¿Te recuerdas
donde estaba la Clínica San José? Del finado Pacheco…
-Si,
si. Donde está el anexo del Villa ahora.
-Bueno, cuando venia por ahí me veo entrar a
Lavado corriendo adentro del patio ahí ¿Te recuerdas donde vivía la Juana?
-Al
frente…
-La Juana de Oyarzún…se le había prendido la
casa. Y Lavado entró ahí corriendo, yo mire pa’ Lavado y agarré y seguí con
Lavado para adentro también. Al lado había un pozo de agua, habia una escalera,
subía el fuego para el techo, pa’ arriba ya. Ya salía por el techo. Él, subía
por la escalera y yo echaba la lata al pozo. Habia dos latas, una para la punta
de la soga y la otra en otra punta, asi que subía una y la pasaba a Lavado y
bajaba la otra. Los dos apagamos el fuego, sin bomberos ni nada.
-No
había bomberos en Río Grande…
-No habia bomberos. Con la misma escalera le
dimos a la puerta y entramos adentro.
-¿No
habia nadie?
-No habia nadie adentro. El fuego se había
iniciado, había estado lavando ropa la señora, ropa sucia ahí, algún pucho que
tiró. Y prendió fuego la pared pa’ arriba y salió pa’ arriba, pal techo. Y
justo lo agarramos en ese momento. Entre los dos, no se enteró nadie.
-Ahora,
Ramón: Habia que tener suerte también ¿No? Porque por más pozo y gente que se
diera cuenta, en aquel momento un incendio era fatal.
-Mm!., siempre dijo ché, te recuerdas cuando
lo, a veces lo he visto ahí en lo de Puget, le digo: ¿Te recuerdas cuando
apagamos el incendio entre los dos?
-Y en
ese momento habia que ser materia dispuesta para cualquier cosa ¿No?
-Y…si no lo agarramos en ese momento, porque
era una casa de madera…Era pura madera.
-Ahora
Ramón, usted menciona el tema del pozo. Por aquel entonces todavía habia muchas
casas con pozos ¿No?
-Y, el dueño, el dueño de casa.
-Había
que darse maña…
-¿Viste que allá en lo de mi suegro había un
pozo igual?
-Y
buena agua ahí, ¿No?
-Buena agua, si. Entre lo de doña Jesusa y lo
otro, se servían los dos, porque estaba en el límite. También, todo el mundo
tenía su pozo. Y, a pesar esto está rodeado de mar, agua dulce. Cualquier día
sale agua salada ¿No?
Otro
domingo ha pasado, en alguna medida como tantos domingos cordiales que vivimos
con él y su gente. Ramón ha muerto.., pero ha dejado vivas en nosotros muchas
cosas.
ELOY VIDAL,TRABAJABA EN INTA Y MANEJABA UNA ESTANCIERA CELESTE Y BLANCA,YO ERA CHICO Y RECUERDO LA SITUACION PUES ERA MUY AMIGO DE MI FAMILIA Y VIVAN EN MOYANO.
ResponderEliminarHola Mingo!
ResponderEliminarIntenté encontrar información referida a la persona de apellido Toledo, que menciona Ramón García en su recuerdo. Pero no pude dar con nada al respecto. No obstante, sí encontré otros datos vinculados a algunos pasajes del artículo: Mirko Milosevik y el Frigorífico; “los Luchos”, la Clínica San José y el doctor Carlos Pacheco ... Toda la información es recogida del libro “A hacha, cuña y golpe. Recuerdos de pobladores de Río Grande” (1995):
1. Mirko Milosevik nació en Punta Arenas en 1909, era hijo de yugoeslavos. Mirko cuenta: “Yo llegué en el año 1925, el 21 de octubre. Paré en la casa de Don Esteban Kovacic, en el Hotel Miraflores (...). ¡Río Grande era un pueblito muy chiquito y el frigorífico era mucho más grande que el pueblo (...)! Ahí pasé una noche. Al otro día, me fui al Frigorífico, en bote atravesamos en esos tiempos el río. En esos tiempos estaba la Compañía Frigorífica Argentina y de administrador estaba el Señor John Goodall (...). En el año 1925 empecé a trabajar en la cocina-restorán de carnicero, y después pasé a la administración de mozo, cuando estaba el señor Goodall (...). Después de un año pasé a la casa de empleados (...) y ahí estuve trabajando cinco años de mozo en esa casa”. Con respecto al Frigorífico y los barcos, recuerda Mirko: “(...) En esos años que vine yo, venía el “Austral”, el “Río Verde”, el “Antártico”, el “Avilés” ... Venían varios barcos chilenos. Los barcos chilenos eran para quince pasajeros de primera. Entre Río Grande y Punta Arenas ponían veinticuatro horas, veintidós ... Los productos argentinos de Buenos Aires eran descargados en Punta Arenas y se cargaban en los barcos de los Menéndez como el “Austral”, y entonces se venían ellos con toda la mercadería de Buenos Aires para acá. También venía de Punta Arenas con la gente de Buenos Aires, para la zafra del frigorífico, los triperos, los carniceros, los veterinarios y así ... Los “Luchos” eran los barcos que vinieron después, cuando los barcos chilenos no vinieron más. Ellos también empezaron a traer embarques de carne y los transportes de Buenos Aires hasta acá. Venía un “Lucho” por mes o algo así ... Porque para cargar y descargar lleva mucho tiempo, y para volver necesitaba ocho días, y ocho para venir son dieciséis. Eso más la carga, necesitaban un mes”.
2. Margarita Fell, aporta un recuerdo sobre la Clínica San José. Ella nació en 1931 en Punta Arenas; se casó con Hernán Bustamante en Río Gallegos y tuvieron tres hijos. Sobre uno de ellos, Margarita cuenta lo siguiente: “David Horacio (...) nació en enero de 1961. Nació en lo que era en ese momento la Clínica San José. ¡Yo la inauguré! El doctor Carlos Pacheco había inaugurado su clínica. Estaba ubicada donde ahora está la Escribanía Smithman” (Nota: año del libro, 1995). “También estuvo Aerolíneas Argentinas en ese lugar. Primero estuvo Aerolíneas que después se mudó al Hotel Villa. Después que cerró Pacheco la Clínica porque se fue a Gallegos, se volvió a mudar Aerolíneas ahí. Dos hijos míos nacieron en esa clínica”.
Un saludo Mingo!
Hernán (Buenos Aires).