En la década del '90 se empezó a
aplicar en Argentina esa nueva forma de enseñar a escribir y a leer. Sin
embargo, en el aula conviven viejos y nuevos métodos y formas.


“Está muy difundida la utilización
de métodos orientados a garantizar el aprendizaje de la relación entre los
sonidos y las letras. El más generalizado es el de palabra generadora, que va
presentando una palabra por vez para enseñar las consonantes en forma
secuenciada (primero mamá para la eme, después papá para la pe) y, recién
cuando se termina de "fijarlas" a todas a través de repetidas
ejercitaciones, los niños pueden comenzar a leer y producir textos. Mientras
tanto, están condenados a convivir con enunciados inexistentes en la vida y en
los textos de circulación social, tales como 'Ema upa a su pipí' o 'Ulises
ulula la ola' -estos son ejemplos sacados de cuadernos infantiles--. Aprender a
leer y escribir es apropiarse de las prácticas de lectura y escritura. Para
eso, naturalmente, es necesario conocer el sistema de escritura (las letras,
signos, etc.) pero también el lenguaje escrito encarnado en diferentes tipos de
textos (cuentos, noticias, poemas, recetas, etc.).
El niño puede y debe conectarse con ellos
desde muy temprano a través de las lecturas del adulto y el docente debe presentar,
también desde muy temprano, situaciones que le permitan explorar el sistema de
escritura y los textos desplegando estrategias inteligentes y no a través de la
aplicación mecánica de una "técnica". Si el maestro enseña sólo a
relacionar letras y sonidos no debe esperar que, mágicamente, los alumnos se
formen como lectores y escritores".
Irina Garbuz ejerce desde hace ocho años como maestra y estudia Ciencias
de la Educación. Para mostrar cómo influye en la actitud de los chicos la forma
en que aprendieron apela a una anécdota. "Estaba en un tercer grado en el
que los chicos habían aprendido mediante 'palabra generadora'. Más allá de que
la posibilidad de producción de textos era muy pobre en calidad, noté que
cuando habían empezado con psicogunesis tenían mucha más posibilidades de tomar
vuelo. Yo había hecho una biblioteca en el aula, había llevado una alfombra,
había almohadones y los chicos se desparramaban leyendo.
Un día entra un chico de séptimo y
me dice:
--Seño, los puso en penitencia?
--No, están leyendo.
--Por eso, están en penitencia.
--No, leen porque les gusta.
Pregúntales.
Parece mentira, pero dicen que es
cierto.
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