Fue la segunda médica que trabajó en Río Grande. De la primera no se recuerda su nombre puesto que su destino resultó efímero; de ella quedan muchas cosas para recordar, motivo de que la exalte en esta fecha destinada a honrar a la mujer comprometida con la sociedad.
Su esposo era Guillermo Segundo Penazzo, y mientras ella era una profesional –desaliñada pero profesional al fin- que recorría los pasillos del hospital rural de entonces, el se desempeñaba como taxista.
Eran una pareja singular de cuyos pormenores de vida se hablaba con cierto reparo, dado que eran propensos a gritarse en la calle.
Y las calles eran las de mi barrio porque vivíamos a poco más de dos cuadras.
Nelly prestaba un especial cuidado a sus pacientes, durante mucho tiempo todavía se conservaban historias clínicas de pacientes de su tiempo, en la que lucía en las técnicas del diagnóstico precoz y la descripción preliminar:
“Hoy a media mañana se presentó en mi consultorio una mujer de humilde apariencia y avanzada edad la que me manifestó tener mucho, pero mucho frío. Cuando le pedía que se desvistiera para auscultarla directamente sudaba y temblaba…”
Era un espacio de su profesión donde se manifestaba literariamente. Aunque años después nos dio la sorpresa de publicar un poemario titulado “Ley 3218”, que era la distancia entre Ushuaia y la Capital Federal por la ruta 3, donde marcaba críticamente las relaciones de abuso y poder imperantes en la isla.
Yo la conocí más directamente cuando acudió un día a ver a mi madre que estaba con 27 de presión, y visto el bocio que la afectaba iniciaron las diligencias por las que fue atendida y operada en el Hospital Rawson. Mamá contaba que allí le preguntaban si se habían dado cuenta del valor que teníamos en Río Grande.
Pero siempre supimos poco de su pasado. Sí que se doctoró, no todos los médicos que llegan aquí lo hacen con ese rango, y en su caso su tesis fue sobre La Prostitución.
Cuando se dio la salida democrática que traería de vuelta a Perón al país, ella y su marido estaban enrolados en el justicialismo, y su tarea era en áreas de adoctrinamiento. El simple listado de la biblioteca de entonces, con la que ella trabajaba, es una pieza envidiable para quien piense en interpretar la realidad de nuestra patria vasalla. Todos esos libros fueron incautados por las autoridades de la Infantería de Marina después del 24 de marzo y nunca devueltos.
Después del 73 un día nos invitó a Guillermo Barrientos –tristemente desaparecido- y a mi a LRA 24, tenía un programa titulado Educación para la salud, y allí quería dar a conocer el pensamiento y las preocupaciones de dos estudiantes universitarios de Río Grande. Yo di de hablar sobre la Ecología, una temática que a Perón se le había dado por jerarquizar creando incluso una oficina gubernamental. Ella planteó directamente sus dudas, afirmando “Si no usamos nuestros recursos ahora, bien o mal, vaya a saber quien los usará en el futuro”.
Nelly vivía entonces en la calle Lasserre y tenía una niña inquieta, Sonia, que hablaba del Che Guevara. Nelly nos sondeaba a sus amigos universitarios, nos decía que ella se comunicaba con el espíritu del Che por que era medium, pero yo nunca asistí a esa etapa de su esoterismo. Si contemplaba con atención su caja de agujas con las cuales desarrollaba la acupuntura. No eran tiempos de agujas descartables y cada una de ellas era una joya artesanal. Se daban los nombres de algunas mujeres que se hacían atender por esa práctica.
Guillermo conversando en el Roca me contó un tiempo después que el Che les había dicho que no venían buenos tiempos.
Ya para entonces la doctora había iniciado un contacto con los últimos onas y estudiaba su cultura como la clave de una nueva ideología: por su casa pasaron Ángela, Garibaldi y sobre todo Federico; que un día mucho más tarde moriría en la vereda del bar de al lado de su vivienda.
Yo solía mostrarle a Nelly libros que había leído y usado para el estudio durante el año, ella se los tomaba prestado y me dejaba otros, pero era un intercambio que pasaba de año en año.
Cuando el peronismo se dividió tenazmente entre izquierdas y derechas ella se situó entre los primeros, no con pocas dificultadas en el medio fueguino.
Cuando se dio el golpe ella ya no estaba aquí.
Volvimos a encontrarnos después de Malvinas. De tanto en tanto llegaban noticias de ella, ninguna de las cuales pareció en el tiempo ajustada a la realidad.
Un día me contaron que estaba de vuelta, que tuvo contactos con Domingo Palma –baqueano del batallón- y que de ello resultó una serie de charlas con personal naval sobre el medio fueguino, y el conocimiento e interpretación que tenían los antiguos selknam.
Yo ya había pasado mis días de concejal, así que esto tiene que haber sido por 1986. Sabía de la muerte de mi padre y me preguntó por mi madre. Me preguntó si seguía con los mismos problemas de siempre. Yo le dije que no, que de tiroides ya no se hablaba en casa. Entonces ella pasó a decirme.
-“No pibe. A tu madre le gustaba beber. Y cuando me pasaba a saluda siempre andaba con una botella envuelta en papel, que a veces se la olvidaba. ¡Pobre!”
La situación me enmudeció y después me causó gracia, y aclaré los tantos. Eran vox pópuli que a Nelly le gustaba el Jhonny Walker etiqueta negra, y mamá queriendo obsequiarla por los favores recibidos le llevaba su litro, pero no se atrevía a dejárelo en propia mano. Con lo que lo “olvidaba” debajo de la mesa, o entre dos sillones. Nelly dejaba para consumo propio aquello que “tanto mal” le causaría a mi madre. ¡A mi madre que solo de tanto en tanto tomaba vino con soda”.
Cuando ingresé en 1987 a la Dirección de Cultura Municipal le ofrecí desarrollar la misma experiencia que había tendido en los cuarteles con artístas, docentes y público en general. Estaba contratada como investigadora privada en otra área comunal, el Centro Histórico Documental, habiéndosele prometido imprimir un libro, cosa que nunca se hizo.
El curso en cuestión nos reunía los sábados y su desarrollo iba acompañado de la proyección de diapositivas, fotografías tomadas por su hijo Guillermo Tercero. Hubo interesantes salidas a distintos puntos de nuestra estepa, y como siempre pasa de cien que comenzaron terminan diez.
Pero entre ellos se gestaron situaciones ponderables. Habría que pasar la posta por ejemplo a la gente de Cerámicas Kren que nacieron de su impulso.
En un lustro Nelly publicaba los trabajos que no interesaron a la Municipalidad en la revista Impactos de Punta Arenas, y comenzaba a declinar su salud.
Para entonces usaba colgando sobre su pecho una chapa metálica con diversos caracteres y la palabra Iris –su segundo nombre- con la que entraba en trance ante algunos de sus allegados, y brindaba predicciones excitantes.
Fueron días de encuentros y desencuentros. Un día le reclamé por unos libros prestados en el 75, y me dijo: -“!Qué querés que hiciera con ellos. Tenían tu nombre y si me agarraban a mí, te agarraban a vos!”. Uno de ellos era Para leer el Pato Donald de Ariel Dorfman y Armand Matelart; lo que la llevó a afirmar: -“¡Ahora tenemos que inventar nuestro propio Pato Donald!”.
Enemistada profundamente con Anne Chapman siempre le reclamó por los testimoniales que avalaban sus escritos, que los suponía en París o Nueva York, o los consideraba inexistentes. Ella decía que debían estar en una institución creíble y accesible del país para poder ser consultado por cualquier otro investigador que se interesaba por el tema.
Nunca usó su título de doctora -en medicina- para sus estudios antropológicos, situación que contrasta en un medio donde quien más quien menos se regala títulos.
Cuando le llegaban noticias de las conspiraciones en su contra solía decir: “Me llamaron loca, puta, comunista. ¡Qué peor cosa me podían decir!””
Pero cuando cayó el muro, cambió el peronismo por el menemismo, y se anunciaba el fin de la historia su fraseología se modificó sustancialmente:
-“Me llamaron loca, puta, comunista. ¡Qué mejor cosas me podrían decir”. Y allí después se decía que lo le loca era por lo imaginativa, lo de puta era por apasionada, en un mundo frígido, lo de comunista, era por utópica en un tiempo conformista…
Un día pidió regresar a morir en Río Grande y de eso fueron testigos los doctores Quevedo y Achaga –amigo y amiga-, su esposo y su hijo. Cuando yo lo supe ya estaba sepultada en un solar del cementerio de nuestro pueblo, sin ninguna cruz.
Al igual que los onas que nunca tuvieron cementerios, solo esa definitiva conjunción con la naturaleza.
Carlos Vega Delgado afirma –y con razón- que fue la última persona que pensó como selknam, y post mortem reunió artículos periodísticos en un número especial de Impactos, prologado por el rostro de Lola Kiepja.
Esos días el hijo, que cobraba una coautoría nominal, me entregaba su trabajo postrero Wot’n. Documentos del genocidio selknam; publicado en tres tomos porque la abrochadora de la editorial a la que le encargaron la tarea no abarcaba todas las hojas juntas.
Y ahora que sello en estos recuerdos apurados la memoria sobre esta mujer inolvidable, quiero transcribir para traerla por un momento de la muerte y del silencio, para traerla desde su Woit’n –su cuerpo muerto- “transformada en polvo del viento, el más poderoso joOnn –hechicero- de la tierra del Ona, y en lugar del silencio del olvido, el viento con su fuerza-poder renueva los emblemas de la muerte violenta del ona”.