La abuela Alicia, en alas de la vida.


La muerte sorprendió a la abuela Alicia en la noche más larga.

Un día antes en conversación telefónica contó cuanto le habría gustado venirse para acá.

Lo hizo por primera vez en 1997 cuando ya su nieto Marcial tenía cinco años. Y su hija Patricia estaba instalada en este Río Grande muchos más años de los que había estado en Ushuaia, su primer gran espacio de lejanías.

La abuela Alicia se llamaba Bernarda Idzi, y había conseguido con el tiempo imponer un nombre a su gusto, que finalmente sería también el de su hija menor.

Podríamos decir que la abuela ¡tenía un carácter! o que también ¡tenía un genio!

Todo a cambio de tenerla nosotros a ella.

No han sido fáciles en casa las últimas horas, el teléfono le permitió a Patricia, la mayor de los Cajal, estar al tanto de cómo se iban dando las cosas en contactos con sus afectos más cercanos, o con otros familiares que se congregaron como suele suceder, para atemperar las desgracias.

Hubo lágrimas, aquí y allá; hubo angustia en el primer momento y de ahora en más cuando se la vaya recuperando, convirtiendo su existencia –poco a poco- solamente en nuestras existencias.

De pronto pensamos en el abuelo Luís, y esa historia compartida entre ellos por más de cincuenta años. El que había salido de Tucumán, ella que había partido de Misiones, sin ánimos por hacer un futuro de regresos. Su reciprocidades, y sus enfrentamientos: ese que podría haber sido el triunfo de Racing –con puntos para ella- y una salvación del descenso; la derrota de River –que se dio también para el abuelo- en un día del Padre que no se pudo festejar.

Tal vez a esta hora podría decir lo suyo Luisito, Patricia, Lucho, Mónica, Cuca, Laky, Alicia y Marcelo. Mariel. Marcial, Mailén y Ariadna, y hasta el pequeño Matías dentro de un tiempo; pero lo que esta germinó en mí en esta jornada estéril.

De aquellas visitas de abuelos a Río Grande hubo un cambio de domicilio que se debía a lo bien que se sentían atendidos médicamente, en nuestro lugar.

Era una golondrina que -hasta último momento,- buscó volar y volar.

La fueguina más antigua


Al conmemorarse 115 años de la fundación de Porvenir, saludamos en Kela a esa comunidad donde tenemos sembrados afectos e intereses por el patrimonio fueguino.

Kela es el nombre que le dieron, previo concurso, los niños de la vecina localidad; generando una situación afectiva en torno esta habitante del Museo Fernando Cordero Rusque, que encerrada en las sombras solo logra la mirada de algunos curiosos cuando estos los demandan, entonces aparecen en medio de una luminosidad especial que no altera su estado de conservación.

Fue encontrada. Inesperadamente en una excavación sita en la isla Tres Mogotes, en el Seno del Almirantazgo, y de los estudios pertinentes se supo que podría ser de etnia selknam, pueblo que por otra parte no tenía hábitos funerarios de conservar los cadáveres.

Lo de Kela fue una cuestión de casualidad, eso de ser momia, donde se sumaron situaciones ambiéntales y vaya a saberse que otra cosa.

Ahora está a ahí, llamando desde su silencio a los porvenireños que crecieron, con ancestros predominantemente croatas y chilotes, y sin muchos indios en su entorno por que los mismos fueron deportados en la primera hora de la colonización.

Y nos dice en su grito silencioso: ¡sólo lo que nosotros podemos escuchar!

La Planta Transmisora de LRA 24, y su devenir histórico.



Una línea coaxil subterránea llevaba la señal desde Estudios, por Perito Moreno y desde allí hasta el confín donde se visualizaba su gran antena. Cada tanto un vecino o una repartición en afán de progreso excavaba sin el debido estudio y la transmisión se interrumpía al destruirse el soporte físico de nuestra comunicación. El incidente generaba incertidumbre, daba mucho trabajo técnico y también administrativo para deslindar responsabilidades sobre el silenciamiento.


La planta se constituyó esencialmente como integrante de lo que fuera la Radio Costera, ex Plan Phillips, aquellos que mediante enlaces horarios permitían la comunicación telefónica, y también proporcionaba información y meteoros a los buques que navegaban el espacio austral.
La hora de la optimización de las comunicaciones llevó a la independencia técnica de la entonces ENTEL – Empresa Nacional de Telecomunicaciones- y así encontraron destino radial los que inicialmente eran gente de Correos: Pedro Ángel Franco, Pedro Barbera, Néstor Pedro Bianchi, Reinaldo Genissel, Mario Benedetto y Oscar Ziben y el que resultaría ser el primer jefe de la Planta: Rodolfo Canalis.Las limitaciones del desarrollo de Río Grande llevaron a que la misma estuviera dotada de generadores propios, para garantizar la energía que posibilitaba la puesta en el aire con los 25 kilovatios que el generador grane permitía propalar.
El Golpe de Estado de 1976 discontinuó la prestación de servicios por parte de Canalis, quien también era para ese tiempo el Presidente del Honorable Concejo Deliberante.Con los años cubrirían las jefaturas los siguientes agentes: Isidoro Rosso, nuestro único jubilado propio, Pedro Ángel Franco y Roberto Valle, tras ser relevado de la dirección de la emisora.En forma más reciente Reinaldo Genissell y ahora Pedro Barbera.En 1978, el integrarse la Planta bajo la dirección de LRA 24 se dieron cambios de personal, gente de Estudios pasó a la Planta y gente de Planta se mudó a Estudios.
Mientras tanto el pueblo fue creciendo, la distante estructura fue rodeada de construcciones, y la falta de un cerco perimetral generó algunas preocupaciones, entre ellas la relacionada con los riesgos que significaría para quien ingresa al recinto transitar por área de alta tensión, entonces se multiplicaron las advertencia.Pero hoy por hoy esas tierras se han incorporado al patrimonio municipal, una rotonda a rodea el mástil de nuestra antena de AM, y en torno a ella circula una prolongación de la calle José Ingenieros, la conexión actual –entre el mástil y la planta- es subterránea.La optimización de la provisión de energía por la Cooperativa de Servicios Públicos ha llevado a la integración plena de nuestra Planta a la red urbana, los generadores esperan una emergencia que nadie espera; y nuestra antena con sus 184 metros de altura continúa generando una propagación que muchas veces nos lleva a asombrarnos, por que se superan los 500 kilómetros a la redonda, que es donde tenemos situada nuestra audiencia potencial.

"La noche comienza en el Cabo de Hornos". Tercera parte.


Hoy el mundo de la imagen nos brinda relaciones visuales de la geografía con la perspectiva de la altura, sea el vuelo, sea el satélite.

Pero el tiempo convocado en la novela por Saint-Loup es diferente, transcurre entre el fárrago del mar y sus tormenta.

Y esta primera parte de "La noche comienza en el Cabo de Hornos" tiene esta continuidad:


El viento daba de empellones contra la carga, la que restallaba, amenazando con desgarrarse como velo del templo. La discusión adquiría un tono áspero y apasionado. Patrick Sunderland extendió la mano.
-Hermanos míos, vosotros tenéis la razón: Fox, sugerir un plan de prudencia y Mac Isaac, al proponer que no abandonemos nuestro propósitos evangélicos. Sin embargo, me permito haceros presente que es demasiado pronto para tomar una decisión. Ignoramos, principalmente, el problema esencial: ¿cuál será la actitud de los alacalufes? Si es pacífica…, no hay necesidad de pólvora y de las balas para mantenernos en la isla… Si es hostil, podremos siempre hacernos a la mar, a condición de que estemos advertidos. En consecuencia, sugiero que preparemos las lanchas y esperemos…

Patrick Sunderland hizo una pausa y prosiguió:
-Existe una tercera posibilidad que los salvajes no se dejen ver… ¡Esta es la más temible! Lo que debemos pedirle al Señor no son seguridades respecto a nuestras personas, sino que los paganos vengan. Hermanos míos: vamos a rezar para que los alacalufes acudan a nosotros y se conviertan.

Afuera, centenares de fuegos indígenas resplandecían a través de la noche. No había otro cielo estrellado bajo la bóveda de vapores que el viento del Cabo de Hornos modelaba, arrojando gritos salvajes…

Durante quince días y hasta la una de la mañana, sólo las humaredas y los fuegos parpadeantes, bajo la palidez de la noche antártica. El paso del viento. Las selvas se pudren en el humus de las selvas sumergidas y entre el aroma de las magnolias. En la playa que se hunde, la resaca del “mar montañoso” se convierte en pantano. El agua chapotea bajo las botas, baña las camas de campaña, sumerge los cajones. Atmósfera de caverna bajo telas vibrantes. Todo lo que no es víveres en conserva se descompone. Hace mucho calor durante el día, cuando el termómetro alcanza 18° centígrados sobre 0° y mucho frío por la noche, cuando sopla el viento…

Soledad poblada de fantasmas. Diseñados por las humaredas más allá de las islas y de los promontorios, irguiéndose entre las brumas, ocultándose detrás de cada tronco, se colocan sobre el rostro la máscara benévola de la muerte. Ella no propone otra cosa que un área fuga en la punta de los pies, a través del paisaje de sueño, donde todo se esfuma… Y, sin embargo, el miedo aparece y su volumen se mide según la propia medida de los hombres.

Medianoche. Todo es leve. Todo está devorado por los vapores que se retuercen a tras del agua y del humus. David Law acaba de hacerse cargo de su turno de guardia y no advierte en absoluto las crepitaciones de la selva. Luego, la bruma se alza bajo el empuje el viento. La selva se anima y avanza. David Law tiene miedo. Esta noche tiembla, lo que nunca ha hecho, ni a bordo del barco que lo llevará allí, cuando, en aquellas latitudes ululantes, olas de treinta metros se elevaban por encima de su cabeza, mientras atravesaban el Cabo de Hornos. Llama:
-¡Capitán, diría que la selva se ha movido!
Los dos hombres abren tamaños ojos. La noche gris. Sunderland murmura:
-¡Se mueve como la selva de Birnam! ¡Y por las mismas razones!

Los troncos se desdoblan. Unas sombras se desprenden de las sombras. El viento parece plegarlas hasta tocar tierra y las vuelve a levantar. A través de los vapores reptantes se deslizan lianas a ras secas sobre el fuego. En un segundo, el resplandor de la luz se expande. La multitud de los fantasmas se materializa en el límite de la sombra. Los salvajes están ahí, apoyándose los unos en los otros, balanceándose de adelante hacia atrás, brincando con un ritmo uniforme, Salmodiando un intolerable:
-¡YAH MAH SCHKUNA! ¡YAH MAH SCHKUNA!
-El grito de guerra –murmuró el carpintero Burleigh.

Los misioneros se aprestan en formación de combate. Oprimen sus irrisorias carabinas. Más que el temor, pesa sobre los ingleses un sentimiento de pudor embarazoso. Ninguno conoce una sola palabra de los idiomas fueguinos; pero tienen la intuición de que algo equívoco gravita sobre esta escena. Los salvajes están armados de arpones y de clavas, pero no parecen decididos a servirse de ellos. Se contentan con repetir incansablemente su discordante:
-¡YAH MAH SCHKUNA!...
Ambas partes se observan. Esto dura largo tiempo. La noche gris comienza a aclarar, se convierte en leche diluida en agua, con reflejos azul-morados al ras del horizonte.

Patricio Sunderland toma una decisión. Murmura:
-Si se nos ataca, repleguémonos hacia las lanchas…, al Canal de Cockburn…, al Fiordo Negri… a Magallanes, si es posible…

Luego, el capitán avanza al encuentro de los alacalufes, cruza los brazos y grita fuertemente e español:
-Paz a los amigos alacalufes…
No sucede nada. De pronto se le enfrenta un hombre enteramente desnudo. Su piel cubierta de grasa despide colores terrosos bajo el resplandor del fuego. Carece de dientes, su boca se entreabre, su enorme labio inferior pende encima del mentón. Una extraña luz de alborozada fueguina cae desde lo alto sobre su frente. Este rostro podría ser el de un idiota de aldea o el de un santo, tan despersonalizado parece. Luego, el salvaje alza la mano hasta el rostro de Sunderland y la pasea por sus mejillas, por sus cabellos, la baja hasta los hombros, le palpa el género del uniforme, toca temerosamente la corbata blanca.
-Amigos blancos… enviados del Señor blanco –insiste el capitán, mientras se reanuda la melopeya irritante:
-¡YAH MAH SCHKUNA! ¡YAH MAH SCHKUNA!
-¡Fox, traed la pacotilla! –reclama el misionero.
El doctor trae una brazada de pañuelos rojos, collares de bronce, ágatas y comienza la distribución. Impasibles, los alacalufes reciben las ágatas, se colocan los collares en el brazo, espiando a los ingleses, contemplando las carpas, las dos lanchas, con miradas llenas de simulación, cargadas de temor y de deseos insensatos.

Luego, un hombre invisible que ha permanecido al borde de la selva lanza un grito. El círculo de los salvajes se rompe del mismo modo como se formó, de manera sobrenatural. Arrastrándose con agilidad, los hombres desnudos vuelven a meterse en la espesura, se introducen en el humus, se convierten en lianas, troncos, humos, fantasmas. Barridos por el viento. Reincorporados en el paisaje de sueño. En la playa sólo quedaron siete misioneros agradeciendo, de rodillas, la misericordia de Dios…


La pacotilla llevada por Sunderland desapareció en algunos días. Con sus chozas cónicas alzadas a algunos cientos de metros de las carpas, los alacalufes vagaban por el campo, cada vez más numerosos, exigentes y agresivos. Terminados los últimos pañuelos multicolores, el capitán distribuyó galletas y harina, las que los salvajes devoraron en un abrir y cerrar de ojos. En cuanto no hubo más regalos comenzaron los robos. Un segundo descuido significaba la desaparición de un objeto. A veces, al terminar el día, un grupo armado invadía la misión ululando el sempiterno ¡YAH MAH SCHKUNA! Los indios trataban de forzar la entrada de las carpas, golpeando a los misioneros que se resistían o les arrancaban los cabellos. El doctor Fox no había dejado de formular sabias observaciones, a medida que la situación se tornaba más intolerable:
-Lo que tomamos por hostilidad o envidia –le decía a Patricio Sunderland- no es sino la manifestación de un sentimiento obscuro, pero vigoroso, de la justicia primitiva.
Darwin dijo de estos fueguinos: “Cuando vemos a semejantes seres, apenas podemos creer que se trata de seres humanos, habitantes del mismo mundo en que vivimos…”

Y añade: “¿Qué necesidad tienen de imaginación, de razón o de juicio?” Nosotros los obligamos a imaginar, a razonar, a juzgar, hermano Sunderland. ¡Frente a estos hombres que pueden vivir desnudos bajo el clima más hostil del mundo, nos hemos instalados vestidos, rodeados de un material desconocido que debe parecerles fabuloso y, por consiguiente, deseable! ¡Si cesamos en nuestras donaciones, ellos vienen a tomarlas! El matiz existente entre lo que se da voluntariamente y el robo no significa nada para ellos. Estos hombres viven más cerca de la Creación que nosotros, y realizan la justicia divina a su manera. Nosotros tratamos de vestir a los que están desnudos. Ellos tratan de desnudar a los que se hallan vestidos… Veréis, señor… Cuando no tengamos una camisa a la espalda ni un par de botas en los pies, estos salvajes nos dejarán absolutamente tranquilos…


Patricio Sunderland contemplaba un pequeño grupo de salvajes, una familia completa, que acababa de instalarse en medio del campamento. El hombre tenía un rostro aplastado, los ojos chicos y llenos de astucia, los pómulos sobresalientes. Los cabellos tupidos ocultaban la frente, caían sobre las mejillas en largos mechones sucios. Sentado, con el mentón sobre las rodillas sosteniendo un nervio de ballena entre los dientes, ajustaba, con menudos gestos simiescos, una punta de arpón recortada -¿por qué labor hercúlea?- en la cruz de bronce que le había robado a Sunderland durante su primer y único ensayo de predicación. La mujer buscaba los piojos en la cabeza de un muchachito que lucía un enorme vientre hidrópico y masticaba los parásitos con una rapidez asombrosa.
-No hay más que tres soluciones, hermano Sunderland… Tratar de mantenernos en God´s Harbour, defendiendo los víveres y el material que nos permitirá subsistir hasta la llegada del relevo, y para entonces ya habremos sido irremisiblemente asesinados o dejarnos despojar y vivir desnudos a la usanza de los salvajes. En este caso, si no morimos de hambre, la pulmonía se encargará de dar cuenta de nosotros. Finalmente, podríamos reembarcarnos, para ir a invernar en alguna costa desierta.

A la caída de la noche, hombres armados de mazas y de arpones invadieron el campamento y trataron de penetrar en las carpas. Davis Law, Austin y Hardy los repelieron y arrojaron más allá de la supuesta frontera británica y evangélica, representada por una hilera de estacas. Pero volvían a la carga en mayor número y con la mayor agresividad. Un detalle inquietante: ¡mujres y niños habían desaparecido!
El viento. La lluvia. El concierto de los ¡YAH MAH SCHKUNA!

Sunderland y Mac Isaac se empeñaban por exhortar a los alacalufes. El doctor Fox se dejaba tirar los cabellos con diplomática paciencia. Los ojos irritados giraban blanqueando en medio de esas caras embadurnadas de negro. El concierto de los gritos y de las imprecaciones subía al trono. La horda pretendía derribar las carpas.
-Quieren nuestros últimos sacos de harina –exclamó Mac Isaac.
-Capitán, ¿qué debemos hacer?
-¡Defenderlos!

El joven escocés montó guardia a la entrada de la carpa-almacén. La marejada de los salvajes lo presionaba y él rechazaba a los hombres desnudos sin mucho esfuerzo. La noche morosa borraba las realidades del paisaje. Cada tronco se convertía en un guerrero y la bruma acudía a sumarse al ataque con sus ejércitos de gigantes. Algunas piedras atravesaron el espacio. Herido en la mejilla, el carpintero Burleigh vaciló. Dos salvajes le arrancaron la chaqueta.
-¡Las cosas se ponen feas, señor! –barbotó David Law.

Acosado por cuatro fueguinos, Mac Isaac no podía vigilar lo que ocurría detrás de él. Una mano ágil le arrancó un puñado de cabellos. Se desprendió y golpeó a su adversario en el rostro. El personaje misterioso que la primera noche había dado la señal de retirada, lanzó un grito. Patrick Sunderland advirtió, con una cruel precisión de detalles, que uno de los salvajes que se mantenía separado de la barahunda adoptaba una posición de combate, las pernas separadas en forma de tijera, el pie izquierdo alzado, el peso del cuerpo gravitando sobre la pierna derecha. Su brazo mantenía el arpón tendido hacia atrás, mientras replegaba su antebrazo izquierdo y alzaba los hombros. El capitán gritó de modo que pudiera dominar el chivateo de los indígenas.

(¹) En inglés en el original (N. del T.)

(²) Cuando advirtieron los fuegos de los vivaques onas de la Isla Grande y los alalcalufes y yaganes que vivían en el archipiélago, los primeros navegantes les dieron a estas tierras el nombre de Tierra de los Fuegos. Los cartógrafos han adoptado Tierra del Fuego.

(³) ¡Es una condenada tierra! (En inglés en el original) (N. del T)

(4) Isla del Misionero. (En inglés en el original) (N. del T.)

(5) Bahía de Dios. (En inglés en el original) (N. del T.)

(6) Yah mah schkuna, en alalcalufe o en yagán significa: Sed benévolo conmigo (N. del T.)

“La noche comienza en el Cabo de Hornos. Segunda parte”.


La imagen del Canal de Cokbunr, y de Breenock nos lleva al escenario de la narración, para nosotros todo cielo y agua:

Duncan MacIsaac escuchaba a su padre adoptivo. En el fondo de su corazón agradecía a Patrick Sunderland que lo hubiera arrancado a la miseria y a los dieciocho años lo embarcara en esta aventura, huérfano transformado en aprendiz de misionero. El doctor Fox enarboló la cruz. Sunderland se despojó de la capa negra para colocarla sobre la arena. Dentro de su descolorido uniforme de oficial, parecía de mayor estatura que a bordo del “Ocean Queen”. La luz disminuia con las pausas, los flujos y reflujos de la bajamar.
-Hermanos míos: primero bautizaremos esta isla –murmuró el capit{an- ¡Propongan ustedes un nombre!
-Missionary’s Island (4) –respondió el doctor.
-¿Y esta playa?
-¡God’s Harbour! (5)

Los seis hombres se habían arrodillado en torno a su jefe.
-¡Demos gracias a Dios por haber tocado tierra sin novedad! Y os propongo que honremos, al mismo tiempo, al glorioso fundador de nuestra Iglesia militante: John Wesley, entonando el cántico que pronunció, con alegría y amor, en su lecho de muerte…

El viento hizo jirones el himno e impidió que los siete misioneros se oyeran entre sí.

¡Quiero alabar a mi Creador mientras haya en mí un soplo de vida;
Y cuando con la muerte mi voz se apague.
Siempre seguiré glorificando a mi Dios!

Como a la una de la madrugada, el viento trató de desgarrar la primera carga que se había alzado en la playa de God´s Harbour.

El viento. La lluvia. La tempestad permanente. Las olas se estrellaban contra las Furias Occidentales y la Isla Negra. La espuma estallaba a cincuenta metros por encima del promontorio que defendía a God´s Harbour. La marejada amenazaba devorar a la “Explorador” y la “Valiente”, las dos lanchas de la expedición, Mac Isaac no dormía. Escuchaba el rechinar de las cadenas de los escobenes. Salió bajo la noche gris. La sombra era apenas más densa que la luz del día. Los detalles de la isla conservaban sus formas embrionarias. Mac Isaac caminó a lo largo de la playa. Observó las lanchas que contenían todas las riquezas de la misión. La “Valiente” parecía más próxima a la costa que la Explorador”. Ilusión Óptica, sin duda, propia de este universo indeciso, a menos que… Y si el ancla de la “Valiente” se cortaba?... Mac Isaac se estremeció. Imaginábase a la embarcación volcada y arrollada; luego, hecha trizas, vacía de su material: armas, víveres, ropas…

El ancla estaba aflojando. La lancha garreaba hacia los altos fondos de arena. Mac Isaac no tenía tiempo de volver hasta las carpas a fin de dar la alarma. El viento tornaba estériles sus gritos. Apretó los puños, hinchó los bíceps, enseguida se sacó las botas y se metió en el mar. La temperatura del agua jamás pasa de los 7 a los 8° centígrados en el Pacífico Austral. Una coraza de plomo comprimía el pecho del nadador. Mac Isaac se sumergió en las hirvientes olas y reapareció cerca de la lancha…

Se inclinó sobre la cabria. El ancla no lograba afianzarse en el fondo constituido por las algas en descomposición. ¿Por qué no encallar inmediatamente a la embarcación?... Empuñó los remos, cayó a través en el oleaje embravecido y, con el viento en popa, se puso a la capa, rumbo a la playa… La quilla penetró en la arena. Mac Isaac consiguió levantarla y, empujando con todas sus fuerzas, ganó algunos centímetros. No sentía el peso de sus ropas heladas, ni la fatiga ni las quemaduras de la sal.

Una cólera tumultuosa lo sublevaba. Quería salvar la lancha. Ninguna potencia del cielo o de la tierra podía impedírselo. Ahuecó la arena, se arrastró por debajo de la quilla y la desplazó, empleando al máximo la potencia de sus músculos… Ganó terreno al precio de esfuerzos sobrehumanos, los ojos desorbitados, la lengua fuera de la boca… La “Valiente” se había salvado cuando el capitán, el doctor y el marino Austin, puestos en guardia por el rumor creciente de la resaca, acudieron a tiempo para socorrer a Mac Isaac, quien se ahogaba, aplastado por la embarcación, a la que no podía seguir sosteniendo.
Patrick Sunderland lo oprimió contra su pecho. El oficial irradió a través del misionero.
-Joven, en veinte años de navegación, no he encontrado un grumete que, en semejantes condiciones, haya hecho encallar a una lancha de fierro de ocho toneladas y tan cargadas como la “Valiente”.
Luego, volviéndose hacia el doctor:
-Por una extraordinaria excepción a nuestra regla, le daré un sorbo de ron. ¿Habéis visto? ¡Qué fuerza! ¡Qué músculos tiene este buen muchacho!
Duncan Mac Isaac sonreía, mientras se enjugaba la sangre que le corría de las manos.
-¡Un escocés chico, pero de anchos hombros, capitán!
La alegría de Patrick Sunderland se extinguió:
-Hemos cometido una gran falta, señores, al dejar nuestras lanchas en un fondeadero tan peligroso. ¡Sin la iniciativa del hermano Mac Isaac…! ¡Hay que encallar en seguida a la “Explorador”!

Una hora más tarde, las lanchas y las dos canoas se encontraban “al seco” en la playa. Para mayor seguridad, el capitán hizo desembarcar y reunir bajo las carpas, fuera del alcance de las altas mareas, todo el material de la expedición.

Las tres primeras jornadas –jornadas infinitas en esa abrumadora permanencia de veinte horas de luz pálida- fueron consagradas al inventario del material suministrado por la SOUTH AMERICA EVANGELICAL SOCIETY. Fundada en 1844 en Bristol, por el mismo Sunderland, no había podido reunir más de mil libras en seis años de propaganda encarnizada. Era por esto que las lanchas de fierro, los accesorios de navegación, las armas, las carpas, los hornillos, las ropas de invierno y los víveres respondían apenas a las necesidades de una expedición de este tipo. Consumiendo conservas de calidad inferior, sería posible vivir –muy mal- durante seis meses. ¿Cómo se compartirían las lanchas en esos “mares montañosos”, si por ventura hubiera que abandonar la isla? Sólo el porvenir podría dar respuesta a estas preguntas. ¡Habla que contar con la ayuda del Señor!

Entre las conclusiones del capitán, absorto en la contemplación de los humos que el viento abatía a través del Canal de Cockburn. Eran cuatro humos, ahora. Hacia la una de la mañana, a través de la sombra pálida que convertía a la noche en un fantasma, las fogatas de los vivaques alacalufes crucificaban el cielo sin estrellas.

Al final del tercer día, el capintero Burleigh fue a presentarse a Patrick Sunderland.

-Señor, tengo algo muy grave que anunciaros… Es incomprensible… no alcanzo a…

Amasaba entre las manos su sombrero amarillento:

-Me habéis encargado que efectuara el inventario del material a medida que iba desembarcándose. Todo se trajo a tierra. Todo está ordenado. ¡Pero hay una cosa terrible, señor! ¡La pólvora y las balas han desaparecido! ¡Desaparecido!... Tenemos carabinas y pistolas, pero absolutamente nada de municiones…

Era un día excepcionalmente claro. Doce humaredas se elevaban entre dos bocanadas de viento, a lo largo del Canal de Cockburn. Siete humaredas anunciaban la presencia de indígenas en la propia Missionary´s Island, detrás del cabo occidental de God´s Harbour. Algunas brumas vacilantes habían ver espejismos de fogatas. A pesar de la humedad, la Tierra de los Fuegos parecía arder en el fondo de las perspectivas fúnebres, negras y azules.

-¿Decís que las municiones han desaparecido? –repitió Sunderland, con voz agobiada -¡Pero eso es imposible! ¡Nosotros no hemos perdido nada! Nadie ha podido robar…
-¡Se han quedado olvidadas a bordo del “Ocean Queen señor!
-¡Venid conmigo, hermano Burleigh!
Todo el material y las provisiones fueron movidos, inventariadas y reclasificados. En vano. ¡Las municiones habían sido olvidadas a bordo del barco que hacía la carrera al Cabo de Hornos!... La bruma viscosa se pegaba a la tela de las carpas. El agua se infiltraba en el subsuelo de la playa, haciéndolo pantanoso y chapoteaba bajo el peso de las botas. A cincuenta metros del campamento, la selva erguía su muralla infranqueable, los esqueletos de los árboles incrustados unos en otros, sus ramas unidas por líquenes descoloridos, los troncos bañados en un humus semisólido y semilíquido. El viento se azotaba en la muralla vegetal, volvía convertido en eco, saturaba el campo de olores pesados donde el perfume de las magnolias se mezclaba al relente de las putrefacciones seculares. Hablar en alta voz en medio de esta prisión era una provocación. Bajo la carpa de Sunderland, ya numerosas veces desgarrada por las ráfagas y reparada por el gaviero David Law, se celebraba un consejo a la sordina.
-¿Cuál es vuestra opinión, hermano Gregory Fox?
-Sin municiones, no hay caza. ¡Seis meses de víveres en conserva significa escorbuto! Y si los indígenas son hostiles, corremos el riesgo de ser asesinados…
-¿Qué propondrías vos?
-Dejar aquí un mensaje para la expedición de relevo, hacerse a la mar un día de calma, huir de los alacalufes, ocultarnos en el Fiordo Negri, al pie del Monte Sarmiento, por ejemplo.
-Sería lo más prudente, doctor, siempre que nuestras lanchas no se hundan bajo estos vientos huracanados, estas latitudes fragorosas… Y eso constituiría el fracaso de la misión. ¿Y vos hermano Law?
-Pienso como el doctor.
-¿Y vos hermano Burleigh?
El carpintero Burleigh dobló la cabeza y murmuró:
-Yo me entrego a las manos del Todopoderoso, hermano Sunderland, puesto que Jeremías, su profeta, ha dicho: “El camino del hombre no lo escoge él. Cuando anda, no es el hombre el que dirige sus pasos…
-¿Y vos, joven?
Duncan Mac Isaac alzó la cabeza:
-¡Debemos quedarnos, luchar y conquistar a esos paganos!¡Cualquier huida sería una traición!
-Y si somos atacados, ¿con qué armas nos defenderemos, joven? –interrumpió el doctor Fox, no sin una pinta de ironía en la voz. Mac Isaac blandió su cruz. De gran tamaño y de bronce macizo, debía de pasar varios kilos.
-¡He aquí mi fusil y mis municiones, doctor Fox! ¡Hemos venido en nombre de Dios y quien invoque el nombre de Dios será salvo! ¡Seguid dándole malos consejos al capitán, hombre de poca fe!

El doctor Fox endureció el filo de su ironía:-¿Es aprendiz de misionero y quiere ya conducir el rebaño?

“La Noche Comienza en el Cabo de Hornos”

Para los europeos anteriores al siglo XX, el show de estos encuentros con gente de color desnuda o semidesnuda parece alojarse en la percepción de lo similar dentro de lo claramente diferente. Aunque salieron a buscar el pasado humano de manera deliberada como parte de un deseo por encontrar los orígenes, con frecuencia volvieron en un estado para el cual nada en su propia cultura los había preparado.
Denles Porter: Hauted Journeys (página 13)

Son ellos quienes hablan yámana e inglés, no los tripulantes de la nave británica, y son ellos quienes al intercambiar información con los viajeros les hacen creer que prefieren la vida de un perro a la de una anciana. Resulta mucho más interesante considerar que los roles se han invertido y que quienes han observado y “tomado nota” sobre la cultura del otro son los fueguinos y no al revés
Ernesto Livon-Grosman: Geografías imaginarias (página 82)

Fue a fines de 1966 cuando recibimos en el Hotel Atlántida, donde mi padre era conserje, el ejemplar número 1 de la revista Tierra del Fuego. En el mismo figuraba un primer capítulo del Libro de Saint-Loup titulado La noche comienza en el Cabo de Hornos.

Mi padre me lo leyó en aquellas noches en que la teníamos a mamá lejos, derivada en Buenos Aires, después lo leí solo, y papá también.

Esperamos la continuación pero la revista nunca volvió a salir.

Nos quedamos con esa duda y en algún momento consultamos sobre el proyecto periodístico a Sergio Trutanic, que eran uno de los anunciantes y de cuya vinculación los promotores de la publicación estaban agradecidos. Pero no conseguimos dar con la novela.

La misma ha sido ignorada por los antologistas fueguinos, pese a que para entonces la misma llevaba diez años de ser editada por Zigzag.

Como creemos oportuno multiplicar aquella vieja ansiedad, les proponemos la lectura –extensa ella de lo que se llama PRIMERA EPOCA, y que comienza así:

La lluvia. El viento. Soplaba un suroeste nordeste que venía de las Furias Occidentales y de los más allá antárticos. La bruma. La bruma olía a hielo remoto y olía a algas, se arremolinaba en la superficie del Pacífico austral, pendía de los tres mástiles del “Ocean Queen”, cuyo bauprés cabeceaba al paso de las enormes olas. La humedad barnizaba el puente y el velamen arriado para preparar las maniobras de fondeo. La tierra. Una isla sin nombre, a los 72°30’ oeste y 54°21’ sur. Un monstruo negro y azul, hinchado por el viento, perdido en la extensión del Canal de Cockburn, entre los grupos. Crafton y Camoëns… Costas apenas diseñadas en los mapas del Almirantazgo. Fiordos constituidos por esas líneas que se convierten en puntitos y se pierden en una incógnita formidable: Extensive glaciers… Snow topped mountains… Snowy inhelt… (¹). Acantilados obscuros recortaban la niebla. La niebla se arrastraba encima de las selvas malsanas, se disolvía elevándose sobre el flanco de las montañas e iba a engrosar la lluvia. La lluvia. El viento, Para fortalecer ese día enfermo que no llegaba a cristalizarse en luz, un ventisquero semejaba el oriente de una perla engarzada en el cofrecillo volcado de las nubes.
El “Ocean Queen” penetró en un puerto natural de aguas profundas. La tierra se cerro detrás del navío y la marejada antártica se calmó. La sonda se hundía y volvía a surgir. El anuncio de las brazas se dejaba oir hacia el alcázar de proa. En el momento del anclaje, toda la gente escrutaba la costa, espiando la subida de los humos que, desde hacía siglos, mantenían el misterio de la Tierra de los Fuegos (²). Una ribera estéril. Ninguna presencia humana en este paisaje de sueño, pintura al pastel, casi borrada por el tiempo y la humedad. Sólo una playa prisionera entre el agua gris y la selva… La selva chorreaba en los flancos de las montañas vaporosas. Más abajo, la vegetación se enlazaba con las flexibilidades submarinas –algas, medusas-, entre las cuales rondaba la niebla. En la cima del cabo, árboles atormentados por el viento.

Sobre este paisaje de formas embrionarias caían los sordos rumores del ancla y el estallido de las voces humanas.
-¿Cuántos afuera?
-¡Treinta y ocho eslabones!
El “Ocean Queen” se detiene a un cuarto de milla de la costa. En el alcázar de proa, cerca del segundo oficial de a bordo, quien verifica si sus anclas están en perfectas condiciones, Patrick Sunderland se emboza los hombros con una capa de paño negro. Una sonrisa ilumina su boca bien dibujada, sin que ella logre disipar la gravedad de su rostro.
-Señor oficial: ¿qué pens{ais de mi isla?
-¡It’s damned land! (³) –respondíó el oficial, escupiendo hacia el agua.
-¿Y vos doctor?

Todos los misioneros se han reunido en torno a su jefe: Gregory Fox, quien abandonó su profesión de médico para venir a anunciar el Evangelio a los indios fueguinos; John Burleigh, excarpintero convertido al metodismo; tres marinos: Hardy, David Law, Austin, un neófito; y Duncan MacIsaac, el benjamín de la expedición.

Gregory Fox se inclina sobre el empalletado, en dirección a la tierra gélida, desagradable a causa de sus nieblas, sus follajes verdeoleosos y que tienen la densidad de las nubes que los aplastan.

-Señor, pienso que en el segundo versículo del “Génesis”: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la haz del abismo: y el espíritu de Dios se movía sobre la haz de las aguas. Y Dios dijo: Sea la luz… “Con la ayuda de Dios y dirigidos por vos, señor, llevaremos la luz a esas costas…

El “Ocean Queen” iba a doblar el promontorio. Entró escorado de estribor en el Canal de Cockburn. El viento empujaba contra sus velas las brumas antárticas, disolviéndolas en el espacio gris, sin fondo y sin forma. Los pormenores se borraban en el catalejo que Patrick Sunderland sostenía, extendiendo el brazo hacia el navío que los habia transportado desde Bristol. Noventa días de mar. Seis meses de soledad, antes de contar con el relevo que en 1851 debería enviarles su patrocinadora, la SOUTH AMERICA EVANGELICAL SOCIETY. Una ligera angustia oprimía la garganta del capitán, quien, al desembarcar, se había puesto su uniforme del a Royal Navy. Le había consagrado veinte años de su vida antes de ponerse al servicio del Señor. De sus atributos de pastor sólo había conservado ahora la corbata blanca y la cruz, la que ponía sobre su pecho una mancha de sol anacrónico en este ambiente de luces muertas.

El joven MacIsaac contempló la imagen del navío y un detalle pueril que se imponía a través de la imagen: la perilla de porcelana colocada en la puerta de la que había sido su cabina… ¡Toda la civilización quedaba atrás!... El doctor Fox rezaba. El día iba perdiendo su luz enferma en un crepúsculo que, en la estación veraniega, bajo estas latitudes, se esfuma cerca de la medianoche. Alrededor de estos hombres abandonados en una playa desconocida todo adquiría un aspecto hostil y fúnebre. El mar y la selva los acosaban por todas partes.

El “Ocean Queen” desapareció tras un chubasco que el viento impelía desde el Cabo de Honros. Cuando la nubada se disipó, después de haber castigado a los misioneros con su lluvia frígida, no se divisó nada a ras del océano. Fue entonces cuando apareció el primer humo a través del Canal de Cockburn. El humo luchaba contra la presión del viento.

-Los alacalufes no están lejos, capitán –murmuró el carpintero Burleigh, quitándose el sombrero de cuero amarillento.

Peligros desconocidos se arrastraban junto a ellos, entre la bruma. Patrick Sunderland replegó su catalejo y volvió en dirección a sus compañeros un rostro lleno de gravedad:

-¡Amigos míos, Dios nos ha conducido de la mano hasta las más miserables razas de la tierra, para quitársela al demonio! Hasta el mes de agosto de 1851, sólo podremos confiar en El y en nosotros mismos. Pero todo nos será dado, puesto que hemos respondido al llamado de su Hijo, según San Lucas: “Aquel que haya dejado su casa, su mujer, sus hermanos, sus padres, sus hijos, por el reino de Dios, recibirá el doble en este mundo y en el mundo del porvenir la vida eterna…” Con alegría y reconocimiento, pues, debemos afrontar las fatigas y los peligros que nos esperan…

LA CANDELARIA 1946.4


De aquel Faustino Minici que fuera el constructor del Mausoleo de La Candelaria solo queda el recuerdo de su nombre en el parque descuidado que da acceso a la cruz de lo alto.

En él las estaciones de un Via Crucis que van y viene hacia una gruta, donde una imagen de una virgen resulta imperceptible detrás de un vidrio ahumado por las velas que ha dejado algún devoto.

Y en el entornos las garzas que graznan entre el follaje, y que cada tanto levantan vuelo.

¡Aquel cuadro de Perón y Evita!


Venus Videla, artista plástica quedó vinculada a la Tierra del Fuego en cuanto a su madre, con nuevas nupcias llegó junto a su esposo Esteban Piñero a poblar la estancia La Criolla. Berta Patella vio desarrollar cualidades pictóricas en su hija mayor, y las estimuló.

Al tiempo y ya crecida Venus pintó en Buenos Aires un cuadro en el cual se muestra a Evita sobre un caballo y a su lado, platicando. El General Perón de uniforme blanco.

Es la imagen que prologa este entrada al blog.

En un momento la revista municipal Tiempo Comunitario publicó una nota titulada ¿Quién más representativa que Venus Videla? Donde se incluida este afiche de una Exposición dada en 1948 en el salón de YPF, y agregaba algunas consideraciones con la pintura de la pareja presidencial.
“Se destacan los retratos del General Perón y la Señora Eva Perón logrados con una coherencia de tonos y trazos largos que llaman la atención. Siempre en línea con la figura el paisaje, con exhuberancias y generosidad de colores, nos muestra una poesía serena impregnada de paz y espiritualidad. Es muy interesante la diferencia de esta obra con las pinturas clásicas italiana y europea pues la técnica empleada difiere de la corriente académica. Esta pintura puede encuadrase como una nueva forma de expresión y su diseño y color concurren en definir la obra”.
Los conceptos fueron dados por el escultor A. de Angelis, y se afirma que la pintura es propiedad del Congreso de la Nación, Cámara de Diputado, aunque hemos tomado conocimiento que en realidad es una pieza extraviada, producto de las disidencias instaladas tras el golpe de 1955, y el combate contra el culto a la imagen y personalidad del gobierno depuesto.

La familia Piñero no ha presentado sesgos peronistas, pero Venus se tomó esas libertades.

¿Cuándo se habrá pintado el cuadro al que hacemos referencia?

El año anterior había representado para la primera dama el desafío de ejercer una representación de Perón, viajando por Europa.

Al año siguiente el de la muestra la encontramos a Evita enfrascada en las siguientes actividades:

3 de abril, Anuncia la construcción de Ciudad Evita, cerca de la ciudad de Buenos Aires.
12 de mayo. Inaugura una biblioteca que ha donado a la Confederación General del Trabajo (CGT).
16 de mayo. Viaja a Santiago del Estero con 150 de los niños a quienes educa la Fundación de Ayuda Social Eva Duarte de Perón.
19 de junio. Eva asiste a la inauguración del segundo Hogar del Tránsito de Buenos Aires. Ese día se crea formalmente la fundación.

El ambiente retratado es estival, pero son detalles que oportunamente no supimos recabar.

Ocurre que hay otra imagen de Perón y Evita que ha cobrado trascendencia, y fue realizada por el retratista Numa Ayrinhac, al decir de Beatriz Sarlo en su libro La pasión y la excepción: “un retratista de sociedad, representó a la pareja presidencial en traje de gala. Eva está en la cima de la juventud y Ayrinhac eligió exagerar en ella lo que muestra un fotografía del mismo año y con el mismo traje. Eva está más estilizada que en la foto; de la cabeza a la cola del vestido su cuerpo tiene una curvatura de dibujo de figurín; el collar y la pulsera de perlas, con tres hileras colgantes, organizan una diagonal que tiene el brazo desnudo como línea dinámica; el cuerpo está virado hacia la izquierda del cuadro y la cabeza volcada hacia la derecha se completa así un juego de líneas en movimiento que se apoyan sobre el plano oscuro y sólido de Perón. El brillo del vestido de Eva trabaja los pliegues del satén blanco con reflejos plateados que desciende hacia la masa reluciente de la cola que ocupa todo el bajo primer plano del retrato. Alambricado y efectista, el cuadro da una opinión sobre la importancia de esta figura femenina r5etratada en la mezcla exacta de apariencia gran burguesa y estrellato cinematográfico. La obra es excepcional también pro que es el único “retrato presidencial” que incluye, junto al presidente, a la primera dama. Todo un juicio sobre la geminidad cúspide del régimen.”

Lo de la geminidad se ajusta a un dicho del ensayo en cuestión que afirma que el poder gemelo, de géminis, era ejercido entre dos.

También se agrega una llamada a pie de página, en este caso la 103, en la que se dice_ El Museo de la Casa de Gobierno publicó un folleto. “Un retrato presidencial; Perón Y Evita de Numa Ayrinhac” donde está una breve biografía del pintor, la reproducción del retrato y de la fotografía que su modelo. El texto del folleto aclara que el hecho de que en el retrato presidencial aparezca también la primera dama “constituye un hito, ya que es el único retrato de un presidente con su esposa”. También es único porque el presidente sonríe y porque su figura se recorta no contra un fondo neutro sino contra un “paisaje imaginario”.

Con estos elementos, y los que nos deja ver el afiche, podríamos construir una situación descriptiva para el cuadro de Venus. Nuestro cuadro de Perón y Evita.

Nacional Río Grande, y su primer jubilado


lEl viernes 5 de junio nos reunimos en la Planta Transmisora de Radio Nacional Río Grande para homenajear a Pisto Arriagada, nuestro primer jubilado.

Es cierto que ya antes algunos compañeros han pasado a revistar en la clase pasiva, pero ellos lo han hecho renunciando a un segundo empleo sobre el cual ejercían su derecho, o bien se trataba de aquellos que obtuvieron un traslado, o fueron cesanteados previamente por las medidas de ajuste de los años 90.

El caso de pisto es diferente y se da dentro de nuestra normativa que no plantea ninguna excepción por trabajar en Tierra del Fuego, y se concreta sobre los 65 años de edad para los varones, que en el caso de Arriagada se obtiene ya con 48 años de servicio.

Abel Segundo Arriagada nació en circunstancias difíciles para su familia el 23 de diciembre de 1943, todo se preparaba para un fin de año lleno de esperanzas en el hogar constituido por José Abel y Juana Laborich donde ya se registraba la presencia de dos niñitas Inés y Aurora, José como practicante y trabajador de lo que viniera del lado del Frigorífico y su puerto, Juana en las tareas domésticas que no eran pocas en aquel Río Grande donde no todos los vientos eran malos.

Pero un accidente en ruta, en un camión recién bajado del Lucho terminó con la vida de varios vecinos que transportaba un polaco sin carnet que fue recibir el vehículo para llevarlo a la zona del lago. El padre muere el 7 de diciembre, y Pisto vendrá a ser hijo póstumo..

En su infancia la familia se agranda, la madre establece su relación con Teólifo Hirsig, trabajador portuario, y comienzan a venir las niñas, y el Toto que casi al final del camino marca otra presencia masculina cuando Pisto ya era un hombrecito..

Y hombrecito que era comenzó a saber del trabajo, orillero del mar, y con algún caponero más adelante.

Hasta que un día se le dio y entro en un empleo estable, de sueldo fijo en $ 2000 –dos fragatas- y $ 1500 de bonificación. Era el 1 de junio de 1961 y pasaba a ser “unifornado transitorio”.

Ya en este tiempo donde no ha dejado de trabajar en los buques, cuando se da el momento y acomodando los horarios, vendrá el momento de formar su hogar, y así van naciendo José Abel –como el papá que no conoció-, Juan Ramón, Berta Marcela, Inés Carolina, Alberto Fabián, Pablo Martín y Cristina. ¡Siete! Y ahora ya en el tiempo de contar los nietos llega a 14, incluyendo en la lista a la criatura que no llegó a nacer por las contingencias que mataron a su madre en un accidente automovilístico.

Pisto… ¿Por qué se llama Pisto?
En medio de las urgencias de hacer crecer la familia levantó su casa allá en Belgrano al fondo -1180- mostrando sus cualidades de constructor, mientras tanto llevaba un peso más al presupuesto doméstico con la fabrica de soda, y con sus menesteres de pescador que en casi todos los casos no iba más allá de la fiesta del cholgueo, y sus magníficos curantos.

¡Si lo sabremos en los estudios de la radio, aun al filo de la marea roja!

Un día decidió buscar otros horizontes dentro de la Secretaría de Comunicaciones pero en otra repartición, y lo destinaron a la Planta Transmisora de LRA. Fue en las contingencias del golpe de estado del 76 y allí se llevó el gran susto: tareas de mantenimiento previas, sumadas tal vez al nerviosismo de la hora, llevaron a que los equipos no arrancaran el 26 de marzo. Y allí debieron descubrir encañonados por las tropas de la Marina, los problemas que no aparecían de ninguna manera, pesando sobre todos la sospecha de un sabotaje, y amenazas intimidatorios de todo tipo…

Después llegaron años más tranquilos, incluso un temporada en Estudios trabajando como auxiliar de discoteca y en alguna circunstancia operador –tal vez para mejorar el lejano- y su regreso al fin a la Plata donde termina sus días de asalariado.

Y decimos de asalariado, porque Pisto –incansable- ha encontrado en su chacra de la margen sus un desafío para su falta de fatiga.

-Y ahora ¿Qué nos queda pisto?
-¡Nos queda todo!


-¿Nunca un tinto?

.¡Siempre un blanco!

Y así comenzó todo.


Sólo Martín Gusinde entre tantos investigadores del origen fueguino pudo encontrar un testimonio de cómo comenzó la cosa.

Este acontecimiento es el primero que tengo registrado en mi Cronología Incesante que he hecho crecer en el tiempo producto de mis lecturas, mis investigaciones y mis diálogos sobre el ayer fueguino.

El austriaco encontró entre los yámanas su referencia a como fue el comienzo de la “libido sexualis”:

“Los hombres cuentan entre ellos: Cierto día, el Yoalox menor sintió una gran lascivia e intentó por todos los medios satisfacerla. Con esta intención formó un cuerpo humano. En el abrió las cuencas de los ojos et immisit membrum suum mágnum, pero no quedó satisfecho. Luego abrió dos orificios debajo de la nariz, pero tampoco en este lugar encontró placer. En seguida abrió a ambos lados de la cabeza las aberturas del oído pero aquí tampoco llegó a la satisfacción que buscaba. Ahora abrió una ancha boca, pero esto así mismo no le satisfizo. Siguió con sus intentos de satisfacer su lascivia, y lo hizo en las axilas, en los pechos, en el ombligo, pero nada de esto le causaba placer. Por último abrió una abertura ente las piernas, y aquí por fin encontró plena satisfacción”.

“Más adelante instruyó a los hombres acerca de esto. Desde entonces ellos también saben de que manera pueden satisfacer su lascivia”

Todos los que hemos sido iniciados en la civilización judeocristiana tenemos un conocimiento cabal de lo que significa “immisit membrum suum mágnum, aunque tenemos la impresión, tal vez por un error de imprenta, de que se omitió un orificio.

Este bendito Yoalox menor fue el inventor del trabajo, habiendo sido el mismo producto de una discusión con su hermano mayor al que le afirmó lo siguiente: “¡Qué la gente sufra hambre si no trabaja”, habiendo afirmado que “Los hombres deben estar constantemente obligados a trabajar. Por eso deben ir a cazar; si han abatido leones marinos o ballenas, las mujeres prepararán la grasa. Entonces todos podrán disfrutar abundantemente del apetitoso aceite, que resulta más sabroso aún después de un trabajo cansador. ¡No se concederá a los hombres goce alguno sin previo esfuerzo!”

De allí que la libido sexualis haya sido una suerte de compensación para esta otra condena.
El hermano mayor tenía un proyecto menos productivo, pero más saludable.

LA CANDELARIA 1946.3


¿A quién tenemos aquí? A Faustino Minici Mafei, el coadjutor constructor del mausoleo de La Candelaria. Simón Kuzmanic, otro salesiano, en el segundo tomó de su Presencia Salesiana, donde da cuenta de 100 años en Chile de esta congregación, brinda el siguiente apunte bibliográfico:

“...fue otro de los trabajadores incansables de las misiones entre los indios de la Tierra del Fuego. Realmente admira la mano de la Providencia que reunió en Dawson a un grupo de hombres cuya pasión era el trabajo, pero no tanto por el trabajo en sí cuanto por el trabajo que es servicio al semejante, en especial al más necesitado y limitado. En verdad los indios eran muy limitados y, por ende, muy necesitados también. Era bresciano, nacido en el pueblo de Grevo (Prov. De Brescia, Italia), allí nació el 21 de noviembre de 1875; su vida se prolongó hasta el 14 de abril de 1947, deteniéndose en Río Grande, Argentina; la distribuyó entre los indios de “San Rafael” de Dawson y los de “La Candelaria” fueguina”.

“Minici se especializó en la tala de bosques para surtir de madera el aserradero y también en proveer carne fresca a las ansiosas bocas de los indígenas que no apreciaban alimento alguno más que la carne. Supo conjugar el lema “Trabajo y Oración”; fue la norma de su vida. Intrépido y audaz enfrentó en cierta ocasión a un grupo de indígenas que, furiosos, se disputaban a cuchilladas sus razones. Su ascendiente personal, acrecentado por su voluminosa y tupida barba negra se impuso e impidió una verdadera masacre. No conocía el ocio; siempre se le veía trabajando. Con sólo un par de operarios, poco a poco, construyó dos enormes edificios en sólido concreto, y ello, después de atender sus obligaciones comunes: asistencias, clases, etc. Así surgieron lso edificios del Colegio Salesiano de Río Grande, en Tierra del Fuego, próximo a las casas de la antigua Misión de “La Candelaria”, hoy convertido en museo”.

LA CANDELARIA 1946.2


El Padre Lorenzo Massa, quien fuera fundador del Club San Lorenzo de Almagro, escribió una MONOGRAFIA DE MAGALLANES, libro de medio millar de páginas que encierra la experiencia de 60 años de la acción salesiana en el sur; trabajo que estuvo destinado a servir de recuerdo del noveno Congreso Eucarístico Nacional de Magallanes que se realizaría entre el 6 y 10 de febrero de 1946.

La obra tiene en su página 182 y subsiguientes un capítulo titulado LAS DOS CRUCES DEL CABO FROWARD, y en una cita a pié de página la descripción de la cruz que inspirara a Faustino Minici durante su construcción del mausoleo de La Candelaria.

La cita expresa exactamente: “Damos algunas particularidades de esta cruz monumental. Es la cruz más austral del continente americano –desde que está situada en los 53 grados54 minutos de latitud y 71 grados 18 minutos de longitud-. Mide 21 metros de altura. La profundidad de los cimientos es de metros 6,80. El peso aproximado del material empleado es de 250 toneladas. En su estructura de hormigón armado, se han vaciado 106 metros cúbicos de dicho elemento. Se han empleado 8 meses en su construcción. La altura del promontorio, sobre el que esta emplazada es de 365 metros. Desde el desembarcadero hasta la cruz, hay que recorrer dos kilómetros. Desde Punta Arenas a Cabo Froward hay una distancia de 55 millas. Una curiosidad más. Los materiales, que como dijimos, pesan 250 toneladas, o sea, 250.000 kilos, fueron puestos en aquellas alturas en 25 mil viajes, pues que cada hombre no conducía mas que 10 kilos por viaje, haciendo solo dos por día”.

Quien se ocupó en que este proyecto fuera una realidad fue el empresario Francisco Campos Menéndez.

El preámbulo constitucional fueguino

En varios espacios de Internet donde se transcribe nuestra constitución se omite su preámbulo, esto ha dado motivos para que incluso se piense que la misma no lo tiene.

Tal es así que Alberto Buela en su trabajo “Función política de los preámbulos provinciales” consigna que “De las 24 constituciones provinciales, tres carecen de preámbulo: Chubut, Entre Ríos y Tierra del Fuego”-

Al decir de Alberdi “el preámbulo revela las miras del legislador y las necesidades que se ha propuesto satisfacer”, es decir destaca el aspecto ideológico de los hacedores de la misma.

Recuerdo aquella tarde en que en la Imprenta Don Bosco se recibió el disket que contenía toda la Constitución, como mi primo Piky se sentó en la PC para diagramarla y a las horas ya salía un primer ejemplar impreso y encuadernado.

El que había encargado tan rápido trámite era el Convencional Nestor Nogar, ligado con amistad de años con el dueño de la imprenta, mi otro primo Toti Vásquez; el puso en mis manos aquel primer ejemplar que harían firmar por Nogar en cuanto se le entregaran las primeras copias y yo me puse a leerlo.

La existencia de un Preámbulo me hizo suponer que en el futuro se lo enseñarían a los estudiantes fueguinos, a tal punto que se repetiría de memoria, como se hacía con el de la Constitución Nacional. Pero el tema no prosperó en ese sentido.

Por eso hoy, para remediar lo olvidado lo dejamos a consideración de nuestros lectores:

“El Pueblo de la Provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, a través de sus representantes reunidos en Convención Constituyente, declarándose como parte de la Patagonia, y con el objeto de ratificar su indiscutible integración a la Nación Argentina; exaltar la dignidad humana protegiendo los derechos individuales y sociales; garantizar la libertad; la igualdad, la justicia y la seguridad consolidando un Estado de Derecho bajo el imperio de la ley; asegurar a todos los habitantes el acceso a la educación, al desarrollo cultural y los medios para la preservación de la salud; proteger el medio ambiente; reivindicar el dominio de los recursos naturales y promover el desarrollo económico para el logro del bienestar general, organiza su gobierno subordinado a los principios de racionalización, descentralización y subsidiariedad, bajo el régimen democrático y federal y la forma republicana y representativa, afianzando la autonomía municipal e invocando la protección de Dios, sanciona y promulga esta Constitución para sí, para su posteridad y para todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo de la Provincia”.