La espera. Un envío de Marcial Fermín Gutiérrez.

 

Mientras tomo el despertador mañanero, con una lentitud tal que hace desesperar hasta el más paciente de los monjes pensadores, espero. Ya guardé todo lo que voy a necesitar y lo que tal vez, a su tiempo, necesitaré o no: lo blanco, lo negro, lo apasionante, lo rencoroso, lo sublime, lo inesperado, lo que alguna vez fue algo y lo que tal vez signifique algo en un futuro distante o lejano. Si también te vas y creés que te olvidaste de algo, tirá todo al piso y empezá de cero; así lo hice yo, treinta y cinco veces repitiendo una y otra vez la misma acción.

Tomo tranquilo mi despertador para no desesperarme. Si lo tomara con rabia o apuro, ¡la que se armaría! Pero también lo hago porque tengo algo de melancolía y nostálgica. Mis cosas están listas para irse, pero yo no. Extraño y sé que voy a extrañar.

El gaucho, el gringo, el moro, el cuco, el loco, el copete, la linda y la fea… voy a extrañar a esos personajes o a mucho otros que iré recordando con el pasar del tiempo ¿Quién sabe? Puede que hasta extrañe a menos de los que pensaba. Pero de todas formas ni la pizza, ni la torta, ni el alcohol y las locuras que viví en este lugar me harán cambiar de opinión, porque dentro de poco baja el gorrión y de un patadón me sube a su lomo emplumado.

Me voy, y lo único que vengo a decir es adiós.

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