Entreverados.

 



 

 

Y llegaba la fiesta, y no era cosa de pasarla solos. Por eso en una de las casas, no necesariamente la más grande, se juntaban al menos tres familias con su consecuente niñerío.

Algunos solteros y solteras, a los que cupido habían dejado al garete, y siempre el inesperado que podía llegar con algo para comer o algo para beber.

Al principio los chicos que no se conocían se exploraban, después congeniaban, luego comenzaba a pelearse. Alguno buscaba amparo en sus mayores. Los moderadores no siempre eran muy moderados.

Lo cierto es que la experiencia no iba a ser muy terrible, las pausas para ir comiendo sofrenaba a los molestos.

Los mayores, cada uno en su estilo, hablaban sobre política, microeconomía, relaciones humanas y curas milagrosas. Algunos  conversaban otros vociferaban.

Había dos mesas, los chicos comían aparte y primero, los grandes se distendían con el roce entre algunos y la distancia con otros. Solo había un silencio para escuchar al encargado de protocolo que algo tenía que decir ante la solemnidad de un brindis.

El televisor estaba prendido pero con el volumen bajo. Había un continuo desfilar hacia la heladera. Alguien quedaba encerrado en el baño.

Y de pronto alguno de los pequeños comenzaba a dormirse, en brazos de alguno de los mayores, o cabeceando en la silla. Para ello se preparaban los sillones abarrotados de camperas, bufandas y gorras. Y alguien decía: ahora ya vamos a estar un poco tranquilos, y podemos hablar de todo lo que queramos hablar.

Cuando los pequeños ya estaban narcotizados por las emociones del día se tiraba colchones en el piso de una de las habitaciones y allí se los iba trasladando, si faltaba lugar el vecino más cercano iba y traía uno de su casa.

El mundo se había calmado un poco, la noche se iba llenado de carcajadas.

Pero a cierta hora alguien decía que tenía que partir. Y allí venían las acciones de repudio: ¿Qué tenés que hacer más importante que seguir en la fiesta?

-Es que tengo un trabajo para hacer temprano.

-No es tiempo de trabajo, la diversión recién comienza.

Y así iba pasando la noche.

Había relevos por el sector dormitorios. Unos que salían otros que entraban.

De pronto había que pensar en el desayuno. Uno se planteaban ir a la panadería, otros cocinar buñuelos…¡Déjalos para la tarde!

Al mediodía se iba comiendo lo que sobró de la noche anterior.

Los grandes comenzaban a organizar juegos para los hijos, ganaba el fútbol..

 

Las niñas comenzaba a sentirse excluidas, y hacían roda frente al televisor que había cambiado de canal o que iniciaba la presentación de un video que se había traido para la ocasión. Al rato los más inquietos teatralizaban lo que le estaba mostrando la pantalla.

El tiempo por fuera de la casa estaba cambiado, no valía la pena salir y mojarse ante la posibilidad de fortalecer la experiencia gregaria que ya superaba las 24 horas.

Y llegaba el momento de la pizza. Se daban cuenta que no había bebida apropiada para este convite, y alguien tocaba bocina desde la camioneta para que lo acompañen a traer dos esqueletos.

Iban a pasar dos noches todos juntos otra vez, todos los peinados se iban diluyendo y los perfumes entremezclándose.

En la ronda de los recuerdos se hablaba de situaciones similares, y de los que ya no están. De los que ya no vienen, porque se fueron para arriba..

-¡Y esa noche que nevó tanto! Salimos a hacer muñecos, hubo competencia, por desabrigada la Negrita tomó mucho frío y al rato levanto fiebre. Hubo que llevarla a la guardia y volvió  con pedido de nebulizaciones.

-¿Quién de ustedes tiene un nebulizador para prestarme!

-Curitas, curitas!!!

Ya para entonces se habían roto surtidamente: vasos, platos, botellas, anteojos…

Se consultaban los relojes, otra noche así podría pasar, no mucho más… Al fin de cuenta no había sido una gran fiesta, esa vendría para los momentos tradicionales del año, muchos en Navidad donde los regalos se acumulaban con el nombre escrito del destinatario, y sin saberse quien lo compró, en Año nuevo mermaba la concurrencia, ya muchos partían al norte.

Todavía no existían los feriados puente, largos o como se les llame.

Los niños volvían a dormitar todos juntos; hermanos, primos, vecinitos, compañeritos. Alguna madre en silencio los cuidaba mirándolos a cada rato. Algún padre se peguntaba si esos chicos seguirían unidos como ellos, al avanzar en la vida.

 

 

 

 

 

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