Algunas cosas habrán cambiado entre ayer y hoy en el mundo,
pero no en mis zapatos.
Ellos me estaban esperando al despertar para llevarme a
tomar el desayuno.
Mis zapatos Cavatini negros, de tipo mocasín, son los que
más he usado durante el año que pasó. En algún momento intenté sustituirlos por
unos botines con cierre al costado, por unos mocasines marrones para hacer
juego con cierta indumentaria, pero ellos se impusieron.., me fueron llevando
tres veces a la semana a la práctica de taichí donde he pasado a usar las
mismas zapatillas descoloridas que compré hace tres años.
Soy lo que se dice una persona conservadora en materia
zapateril, y los Cavatini me devuelven las atenciones.
Uno de ellos lleva internamente una pieza acrílica con
elevador que permite un mejor caminar a alguien como yo que tiene dificultades
en una pierna, el otro se mantiene con su plantilla original incólume.
De hacer cuentas no se hace cuanto los he comprado en Avepi,
junto con otro par de modelo parecido, pero distinto color, que espera postergado
en el mueble zapatero.
Con el tiempo hemos armonizado, mis zapatos y yo.
Eso los ha vuelto
insustituibles.
No recuerdo cual fue el alto precio pagado entonces,
respondiendo a una entrega para indumentaria que se hace dos veces al año en el
trabajo, ni cuándo puede salir hoy una compra equivalente. Se que tiene un
precio para mí que admite ningún valor de reventa.
En otras palabras: sin ser una persona elegante ni opulenta
son muchos los zapatos que esperan el momento en que nos distanciemos entre
estos que más uso, casi monopólicamente, cosa que tal vez imponga el tiempo.
Patricia, por arreglo de carteras en estas época de grandes
esmeros –como es cada fin de años-, me contó que las dos zapaterías cercanas
han cerrado. ¡Qué problema sería tratar de repararlos! Por suerte la capellada
responde, peso a lo poco que la lustro, y la suela de goma no se ha deformado y
mantiene sus estrías originales.
Entre los deseos para el año nuevo no figura tener zapatos
nuevos, aparece si el deseo que me
acompañen al menos un año más.
Ellos que solo alternan con las pantuflas algunos momentos
de mi andar saben cómo estoy con sólo sentir mi peso.
El 2015 no ha sido tan malo, nunca necesité que alguien me
los colocara, pude hacerlo por mi propia cuenta.
Nadie me pisó, pero también es cierto que no he bailado.
Vivo con ellos, y siento que estos están vivos en mí.
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