CASTIÑEIRA DE DIOS y el espejo alucinante. (*)

 


Castiñeira de Dios pertenece a una generación que ha dado bastante que hablar desde su aparición hasta el día de hoy: aquella que nació con la revista Canto y que produjo en su hora una docena de excelentes libros de poesía, entre los cuales justamente el primero suyo titulado “Del ímpetu dichoso”. Esa generación tiene que dar todavía sus frutos definitivos. Sus mejores representantes se están acercando ya a la madurez y se proyectan en la formulación de una poesía de esencias profundamente argentinas, una poesía que tiene a reflejar el alma y la carne, el cielo y el suelo de nuestro país. Campo sur cumple ese propósito de un modo admirable y cabal. Es un libro de una unidad prodigiosa, un canto exaltado y ferviente de la cosa argentina, modelado en un lirismo depurado, dignamente enraizado en los mejores ejemplos de la poesía clásica castellana. Aquí el poeta se desnuda de todas las galas retóricas y de las pasajeras influencias que obraron sobre su anterior libro para darse en un verso desnudo, sobrio y riguroso, pero al mismo tiempo rico de alma, de sustancia y de sabor. Encontramos en él un argentinismo raigal, no simplemente de color, y a la música externa del verso, corresponde una inefable música interna. L tierra no está expresada en función de pintoresquismo sino en función de espíritu. Y sin desdeñar formas tan clásicas como el soneto, Castiñeria de Dios apela a las formas populares, a la métrica tradicional del pueblo: la décima y la copla recobrar aquí jerarquía y significación, vidalas y rasgueos hablan de una compenetración entrañable con el alma nacional. Campo Sur asume, se me ocurre, los caracteres de una especie de confesión pública. El poeta da fe de su retorno a las cosas suyas y nuestras.  H sentido, de pronto,  un grito, un impulso interior que lo empuja al canto de la tierra en que se demoró su infancia, en que su alma se embebió cristalinamente de río y de cielos para siempre. Quiere rescatar aquel tiempo y aquel paisaje, fundirlo en el latido eterno de la poesía, ya no sólo para él, sino para todos nosotros. Ese es el sentido nostálgico  de las “Canciones del Perdido”, de “El contrabando”: la del hombre que volviendo el rostro hacia atrás en el tiempo y el espacio, comprende haber extraviado el rumbo, perdido un bien que sólo podrá recobrar por la magia de la poesía. ¿Y no será este reconocimiento, me pregunto, el de toda una literatura que se estaba y se sigue mirando en espejos extraños, alucinantes?

(*) Escrito por Luís Soler Cañas. Revista Histonium. Agosto 1952. Año XIII. Númer0 159

 


José María Castiñeira de Dios, nació en Ushuaia, el 30 de marzo de 1920, falleciendo en Buenos Aires el 2 de mayo de 2015.

Tomamos a modo ilustrativo un soneto de su libro Campo Sur, elogiado por el cronista de Histonium:

 

SAQUE MI CORAZÓN DE LA TIERRA QUEMADA

Saqué mi corazón de la tierra quemada

y lo partí, como a mi vida entera;

vi en su centro el milagro de la era

y el árbol de la vida en su enramada.

 

Entonces dije: vuelva a su enterrada

cárcel mi corazón; y vi que era

como el prodigio de la primavera:

una estación en flor enarbolada.

 

Después sumé mi corazón al día,

mi día a la esperanza, mi esperanza

sumé al amor como una luz vacía.

 

Ya nunca más, ¡oh corazón partido!

he de decir tu pena y tu alabanza:

lejos está la tierra que no olvido.



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