UN AGRAVIO INUTIL Y UNA INJUSTICIA PERMANENTE Por Rómulo L.Quartino (*)


 El tiempo ha cambiado en todos los aspectos. Si, como se repite con harta frecuencia, el mundo marcha hacia un entendimiento más y más claro, hacia una especie de leal camaradería internacional, se hace indispensable un general degüello de los viejos, hermosos y nostálgicos prejuicios imperiales, al menos en sus formas más antiguas e inadecuadas a la vida moderna. Los pueblos no soportan ya, ni siquiera en sus estratos más alejados a la civilización occidental, aquel brillante concepto dieciochesco del Imperio. Dos grandes guerras han arrinconado, entre sangre y fuego, un sistema político de rivalidades fronterizas, espacios vitales y hasta herencias dinásticas, más de una vez recogidas, casi por inercia, en las fórmulas estatales más distantes del estilo familiar y monárquico de la Historia.

La tercera dimensión militar, con las novísimas escuadras aéreas y sus posibilidades de grande y eficaz acción, revolucionan implacablemente la estrategia moderna y, por consiguiente, apolillan una geopolítica que, a veces, está todavía en la cabeza de vetustos estadistas pero no en los activos Estados Mayores y mucho menos en la conciencia más honda y espontánea de los pueblos. La guerra viene del cielo y se extiende poderosamente por la tierra, sin que pueda decirse que su localización obedezca a otras razones que las de la pura conveniencia del laboratorio militar. La guerra se desparrama, inunda el mundo y nadie está a salvo de ella, nadie puede refugiarse en el espléndido aislamiento ni en el juego de hacer derivar el conflicto hacia pueblos vasallos o de menor densidad y fortaleza.

Es de suponer que la gravedad del actual conflicto que mantiene de hecho dos ejércitos en presencia consolide la decisión occidental en algo sólido, duradero, sin fisuras y resquemores. En tal como sobran las zonas de fricción, las resabidas malicias, los excesos de la mala fe; en el equipaje de la tropa occidental, de cara al enemigo, sólo debe ir la amistad, la mutua lealtad, la nobleza.

La ocupación llevada a cabo en enero de 1833 de los 12533 kilómetros cuadrados, superficie delas 208 islas que integran el archipiélago de las Malvinas, constituye un baldón de indignidad para los ingleses, para la historia de Inglaterra, para la simple historia de las relaciones internacionales. Jamás una felonía semejante se ha perpetuado por tanto tiempo y jamás un pueblo ha reclamado con más valerosa insistencia la devolución de un pedazo de tierra que es suyo.

No hay duda, la bandera inglesa sobre las islas Malvinas constituirá siempre un abismo entre dos naciones. La dominadora y la humillada. Somos un pueblo honesto que lleva a las espaldas la tristeza de las Malvinas. Cierto que su ocupación no es un timbre de gloria para los ingleses; una reducidísima guarnición a las órdenes accidentales -por ausencia o por enfermedad del gobernador Vernet y muerte del sustituto- del comandante de la goleta Sarandí, don Jo´se María Pinedo, nada podía hacer frente a las desproporcionadas fuerzas británicas de desembarco de la fragata de S.M. Clío, fuerza que previo ultimátum formulado el 1 de enero de 1833, consumaron el atropello ocupando Puerto Soledad dos días más tarde, no obstante las airadas protestas de las autoridades locales. La guarnición argentina el día 5 procedió a la evacuación por imperio de la fuerza, emprendiendo el viaje rumbo a Buenos Aires, dónde arribaron el 15 de dicho mes.. Desde esa fecha los distintos gobiernos argentinos reclaman la restitución del archipiélago, arrancado violentamente del territorio nacional mediante un acto de pillaje y conservando como botín de piratas, ya que no fue otro el procedimiento seguido por Inglaterra en plena paz y contra toda razón.

Las Malvinas, a estas alturas, no es tanto un enclave extraño en el suelo patrio, como un tremenda vejación moral. Sobre ser un insulto, las Malvinas, es un insulto inútil. Si nuestra decisión se mantiene tensa y serena, las Malvinas, caerán "como una fruta madura", por que un pueblo que vive de realidades, fundamento vital que ha hecho la grandeza de Inglaterra, no puede dejar de reconocer que es más interesante el contar con la amistad clara y in celajes de la Argentina que con su rencor constante y razonado. Es conveniente que nadie ponga en duda nuestro resurgimiento, estamos dispuestos a todo si bien las Malvinas "no valen una guerra", tampoco los argentinos combatirán ni apoyarán por nada que signifique que las Malvinas continúan bajo una bandera que o es es la argentina.

El mundo occidental basa su dialéctica de combate en la justicia, en la igualdad de los derechos, en la amistad de los hombres y las naciones.  Nada de esto creeremos mientras subsista una injusticia tan honda y tan relevante como la de las Malvinas. Es por ellos que queremos una vez más alzar nuestra voz, reivindicando las islas Malvinas para su legítimo y único dueño, el pueblo argentino.


(*)  Revista HISTONIUM. 162. Noviembre de 1952



 

 

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