HACE CINCUENTA AÑOS EGRESÁBAMOS DE NUESTRO QUINTO AÑO EN EL DON BOSCO

 


Siempre que alguien busca una cosa, termina encontrando otra. Y eso fue lo que me pasó hace unos días, cuando encontré prolijamente guardado en un folio mi título del secundario, escrito personalmente en tinta hectográfica, y digitalizado bajo el directo control del secretario del colegio: Orlando Oyarzo.


Mirándolo parcializadamente, fruto de muchos desvelos, aparecen las calificaciones año por año, mereciendo algunas de ellas ciertos comentarios. Por ejemplo: en primer año, profesora María Elena Cartagena de Lima, alcancé un promedio 10, situación que tal vez fue motivadora de futuros desempeños en mi vida. Aunque no tuve más notas como esa.

Si voy a mirar los promedios desde mi presente diría que en Castellano, el futuro periodista pasó raspando; profesora Ana María Bares de Sevillano -¿o era soltera todavía?- la aprobación era con siete y se calificaba por trimestres.

El promedio 6,08 en inglés indica que algo no andaba bien por aquí, me llevé la materia a diciembre, y lamento no haber conservado la libreta que indicaba los rendimientos parciales, profesores Emilia Bonifetti, Danilo Havelka, y si hubo alguno más lo recordaremos con los compañeros..



En segundo año mi mejor promedio siguió siendo historia, aunque con valores no tan extraordinarios: 8,89. Y otra vez me llevaba inglés, esta vez con Godofredo Videla. También me llevé Música, que aquí aparece con buen promedio por que en diciembre aprobé con 10; no me llevaba bien con la profesora que era esposa del prefecto, por algunas cuestiones prácticas, pero como el examen era teórico lo aprobé con 10. Estaba en la mesa Carmen Valencia, que me ayudó tomándome aparte porque necesitaban terminar pronto. Tal vez eran muchos los alumnos que se llevaban una materia que no se consideraba de la más complicada.

En tercero la nota más feliz era dibujo, con 9,12. Profesora Sulema Lodeiro. Después seguía el 9 de Educación Democrática, profesor Enrique O.Pacheco, con quien he dado a encontrarme recientemente. Entonces tenía su desempeño como bioquímico, y había sido además secretario del Concejo Deliberante. Está escribiendo sus memorias, algo tendrá que decir de nosotros, o de aquel tiempo fueguino. Ya se aprobaba con seis y había exámenes cuatrimestrales. Los promedios se redondeaban hacia arriba.



En cuarto año se complicó la cosa, cambiaron los planes de estudio, y nosotros que teníamos por destino ser maestros nos convertimos en Bachilleres Con Orientación Pedagógica, un título que no nos daba salida laboral. Mi mejor nota fue en Química, 9,68, con el Doctor Bartolomé Correa Calderón, el papá de Ernesto que se sumó también ese año como compañero. Mi nota más baja el 6,62 con Tedy Morgan.

Y finalmente en quinto los extremos los dio Geografía, con Ema Susana Cobos de Domínguez, esto por arriba, y por abajo el 6,62 con Diana Cotorruelo de Havelka.

En la foto estoy junto a los compañeros de los cuales algo tendré que decir, por si no los conocen o reconocen:

César Guillermo Andrade Muñoz: Cano. Siguió siendo el gran deportista que se manifestaba en los días estudiantiles. Trabajó en YPF y más tarde se incorporó a la vida política desde el Movimiento Popular Fueguino, fue concejal y legislador, y muchas cosas más.

Daniel Martínez. Trabajó en Gas del Estado, y también luego en Camuzzi, ya está jubilado como todos nosotros.

Miriam Murcia de Milósevic (esos noviazgos colegiales que perduran en una familia). ¿Trabajaste en el Hospital? 

Margarita Menéndez de Fiol. Fue bancaria, y por años se radicó en córdoba donde adquirió la tonada característica.

Oscar Rubén Rogel. Como Cano trabajó en YPF, por los 90, paso a Hidrocarburos de la Provincia. Fue dirigente deportivo, presidente del Sportivo, el club que nació un día del Estudiante.

Victor Rogelio Pacheco Fernandez. Después de su paso por la Policía Territorial se empleo en Gas del Estado. Su desempeño en las esferas deliberativas y legislativas -por el MOPOF- lo llevaron a múltiples desempeños, hasta hace poco era Secretario del Concejo.

Y finalmente Ernesto Correa Cardozo, él único que no reside entre nosotros. Vive en Mar del Plata después de una larga carrera como odontólogo -la profesión paterna-, compartimos cinco años en la misma prensión de estudiantes, en la ciudad de La Plata.

Habrá algunos detalles más, historias de familias y famas; oportunos comentarios que saldrán de la memoria de propios y extraños.

Quiero agregar, a modo de reflexión final, que llegar a donde llegábamos en aquel año 1970 era un logro superlativo. No todos los jóvenes terminaban un secundario, veníamos de familias donde no todos había alcanzado ese nivel de enseñanza. Las ofertas laborales desviaban vocaciones. Y en muchos casos a esa altura de nuestra existencia, primeros adolescentes del aquel pueblito, no teníamos muy en claro que camino podíamos elegir en la intricada vida que teníamos por delante.


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