Despues de padecer los trastornos que dejan los ACV y con el acompañamiento de sus hijas -las chicas Acosta- ha fallecido esta destacada vecina de Río Grande.
En un reportaje realizado en julio de 2000, Miguel Vazquez rescató para El Sureño, matices de su personalidad, lo tituló "Nunca es tarde".
Otilia del Carmen Triviño es estudiante
secundaria. Actualmente trabaja esperando su jubilación como empleada de
mantenimiento en el Museo Virginia Choquintel. Este año, con 67 años de edad,
se recibe de Perito en Actividades Petroleras, estudio que cursa en el CENS 18.
Cuando recibió el título de sus estudios primarios, donde fue abanderada,
recibió una medalla de la comuna local y otra al Mérito otorgada por el Concejo
Deliberante. Un ejemplo de que en la vida nunca es tarde cuando...
¿Cómo se decide venir a Río Grande?
Vine a visitar una hermana que tenía en
Comodoro, estuve tres años rogándole a mi madre para que me diera permiso, y de
allí me vine a conocer parte de mi familia aquí en Río Grande y me quedé, con
el tiempo fui de nuevo a mi pueblo a traer una parte de mi familia, a algunas
hermanas, yo vine por primera vez en el año 55.
¿Usted ya tenía familia aquí?
Sí, los Triviño son mi familia. Río Grande
me gustó en esa época a pesar de que no había nada, donde está ahora la
Farmacia Del Pueblo tendía ropa porque ese era el patio de la casa de mis
familiares, yo vivía allí y les ayudaba en todo, ellos vivían en San Martín y
Fagnano. Esa fue una época dura.
¿Qué hizo en esa época?
Mi cuñada tenía una confitería muy grande y
yo le ayudaba en todo, era la Confitería Triviño, y allí estuve como dos años,
luego conocí a quien fue mi marido, Acosta, que había venido a colocar gas, era
capataz, y a pesar de que no me dejaban salir con él, me enamoré y me fui con
él, luego nacieron mis dos hijas y estuvimos 17 años juntos hasta que falleció
en el 76.
¿Fueron tiempos duros?
Mi vida fue muy dura, pero nunca he bajado
los brazos, no falto a mi trabajo, aunque me duelan las piernas, los brazos, la
cabeza.
¿Cómo se las arregló luego que falleció
su marido?
Yo estuve más de treinta años en este
terreno donde tengo mi casa y nadie nos molestaba, cuando falleció mi marido yo
tuve que empezar a hacer los trámites, fui con una cédula chiquita que me
habían dado acá, pero nunca había ido a la policía para asentar que yo vivía
acá, y tuve que comenzar a hacer todos mis documentos, por eso empecé a
estudiar para no ser inocente de las cosas, me radicaron, después hice la carta
de ciudadanía, fue como una película, otra vez al Registro Civil y más papeles
hasta que me nacionalicé, desde el 76 que empecé los trámites recién en el 86
tuve mi documento, cada papel que tenía lo llevaba a Tierras Fiscales, y así
defendí mi terreno y lo pagué en cuotas.
Mi esposo tenía un tallercito de soldadura a
continuación de la casa y yo seguí en el taller, no teníamos empleados, cuando
él vivía yo le ayudaba y soldábamos radiadores, sierras, y cosas chicas, yo
limpiaba bien el radiador, fundía estaño, pasaba el ácido y soldaba, un día me
trajeron un radiador del buque Lucho, yo me rio porque digo que se habrá
hundido porque nunca más volvió, era en el mismo año que murió mi esposo, era
fin de año y no tenía ni un pesito y me vino ese trabajo, lo hice, lo entregué
y ya tuve platita, me traían mucho trabajo de Torrecilla, le soldaba muchos
radiadores.
Luego puse un kiosquito, y con poquitas
cosas yo vivía y pagaba mis impuestos, y cuando cambió la plata por australes y
vino la época de la inflación tuve que cerrar, en ese momento empecé a limpiar
por unas dos horitas en la gomería Mariano Acosta en Fagnano y Perito, pero no
me alcanzaba para nada, luego se fueron para el lado de la ruta, estuve con
ellos como diez años, luego encontré trabajo en SUPE al lado de la panadería La
Fueguina, y trabajaba en los dos lados, hasta que en el año 88 me llamaron y
entré en la Municipalidad en el Departamento Mantenimiento, donde trabajo
hasta ahora que estoy esperando jubilarme, ya entregué todos los papeles,
primero estuve de cafetera, cuando entré tenía que cumplir mis horas de trabajo
en cuatro lugares, y ahora estoy en el Museo, donde estoy cómoda, yo lo quiero
a ese lugar porque estoy allí desde el principio cuando era horrible y lo
estaban armando, y es como que uno ve crecer a una persona, será por eso que yo
lo quiero tanto al Museo.
¿Qué extraña del Río Grande de antes?
Yo llegué a la conclusión que todo el tiempo
que uno vivió, aunque sea mal, pero contenta, queda grabado, no se olvida y antes
era una casa acá, otra allá lejos, pero todos nos conocíamos, luego de la
guerra de Malvinas comenzó a venir mucha gente, pero estoy contenta con el Río
Grande de hoy, sino ya me hubiera ido, parece que cuando más pasa uno más
quiere al lugar, cuando fue la guerra de Malvinas vinieron a preguntar donde
quería irme en caso de algún desastre y yo le dije que tenía familia en
Comodoro, pero que de acá no me movía, si pasaba algo que iba a morir acá,
firme como clavo de techo.
¿Cómo se decidió a estudiar?
Ya ni me acuerdo, no sé si me mandaron o
averigüé yo, un día fui a la Escuela 7 y me dijeron si quiere se queda ahora,
yo había estudiado algo en mi pueblo, pero cuando era chica ya tenía que
trabajar en el campo, tenía cerca la escuela pero iba un día y faltaba todos
los otros días de la semana porque había que trabajar, yo igual sabía leer y
escribir, pero antes acá estaba solamente la Escuela Nacional, que es la 2, no
había para adultos, no había donde ir a estudiar, hice entonces mis tres años,
empecé en el año 95, uno en la 7, y dos terminé en la escuela de Comercio 1,
en Estrada y Moyano, terminé en el 97, y ahora estoy en el último año del
secundario, a fin de año me recibo de Perito en Actividades Petroleras.
¿Cómo lleva el estudio?
Bien, soy amiga de todos, aunque a veces los
reto a los chicos, yo soy la mayor de todos, la mayoría son de 20 ó 30,
algunos me ayudan a estudiar, todos nos ayudamos.
¿Qué le dice la gente que ve que usted
empezó a estudiar de grande?
Se admiran porque soy aguantadora,
constante, si falto un día parece que me falta algo, yo estudiando y yendo a la
escuela me siento bien, me hace sentir joven, más vital, aunque ande con dolor
en las piernas lo mismo voy, he recibido apoyo también de los profesores.
¿Luego que termine el secundario va a
seguir estudiando otra cosa?
No creo, porque no me va a servir de nada,
ahora me estoy dando un gusto de algo que no pude realizar antes. Esto me ha
abierto otro panorama en relación al conocimiento y en mi relación con la
gente.
¿Qué consejo le daría a los chicos que
reniegan de estudiar?
Un chico que empezó conmigo y se borró y no
quiso seguir estudiando un día fue al Museo y le dije que ya hubiera ido junto
conmigo en el último año, y me dijo señora usted me está retando me voy a ir a
anotar, y ahora está en el segundo año, pero a veces son cabezones, se ponen
mal y no vuelven al colegio, y yo le doy el consejo que estudien que algún día
les va a hacer falta a ellos que son jóvenes, que estudien cuando tienen la
posibilidad de hacerlo.
Dentro de su familia, ¿qué opinión hay de
su actitud de estudio?
Están muy contentos, yo fui abanderada
cuando hice el primario y tengo dos medallas. Llegar a la bandera fue lo
mejor, porque todos no llegan a portarla y es un honor, y representé a mi
escuela.
¿Y sus notas cómo son?
Más o menos, pero vamos todos iguales, no
soy yo solamente.
¿Qué materia le cuesta más?
Matemáticas, me la llevé en el primer año y
en el segundo también, me cuesta.
Ficha personal
Otilia del Carmen Triviño nació en Chonchi,
isla de Chiloé, Chile, el 20 de enero de 1933. Es viuda, tiene 2 hijas, 3
nietas y 3 bisnietos. Vive en Río Grande desde 1955, está nacionalizada
argentina, y actualmente se encuentra esperando su jubilación como empleada de
mantenimiento de la Municipalidad riograndense.
2 comentarios:
Hola Mingo,
He leído detenidamente este artículo, una historia de vida realmente para destacar, y que bien vale la pena pueda ser conocida por la comunidad.
Encuentro a su vez, el apellido Triviño vinculado al concepto de “botero”, presente y de uso común en el Río Grande de otros tiempos. Recuerdo que hemos tenido la posibilidad de pasar por la zona de Punta Triviño en mi reciente paso por la ciudad.
Sobre este apellido, el libro “A hacha, cuña y golpe. Recuerdos de pobladores de Río Grande” aporta una fotografía con la siguiente referencia: “Don Pedro Triviño Navarro y Sra. 1922”. En la imagen se puede ver a un hombre robusto, de traje y corbata, y a una mujer de pelo más bien corto usando un vestido oscuro floreado. Ambos sentados; detrás, una alta puerta de madera y un mueble.
Un antiguo poblador, contemporáneo a aquella época, Mirko Milosevik, en la publicación antes citada recuerda a Triviño y a la Punta que lleva su nombre, brindando además una descripción del trabajo de “botero”. Mirko había llegado a Río Grande en 1925, proveniente de Punta Arenas, vía Porvenir, realizando el cruce del Estrecho en el buque “Minerva”. En el libro referido, contaba lo siguiente:
“El cruce del río (*) se hacía con botes de cuatro pasajeros. La gente se embarcaba desde Punta Triviño (...). En los tiempos que yo estaba había siete u ocho boteros. Del lado del frigorífico había también. En el frigorífico estaba Bruno Mansilla, que después puso una lancha que en un tiempo (...) se dio vuelta sobre un muchacho ... Y después de eso lo llevó la correntada hacia la mar y se perdió. También eran boteros Santiago González y Ramón Leiva. ¡Y yo también hice de botero cuando me quedaba sin trabajo!
Triviño también tenía otra lancha que se la llevó la correntada y se perdió. ¡Fueron dos lanchas que se perdieron con la marea porque en invierno se congelaba todo el río y no se podía pasar!
Los boteros cruzaban según llegara la gente. Porque a veces llegaba la gente y pegaba un grito desde la Punta Triviño, que era un paradero. Silbaban, gritaban llamando: “¡Botero!” ¡Y el botero allá iba!” (Bou, María Luisa; Repetto, Élida: “A hacha, cuña y golpe. Recuerdos de pobladores de Río Grande”, Talleres Gráficos Recali, Argentina, 1995).
CONTINÚA EN EL SIGUIENTE COMENTARIO
VIENE DEL COMENTARIO ANTERIOR
Al respecto de la actividad de los boteros, la publicación “El Río. Memorias de la zona” (Año 1, Nº 8, 14 de octubre de 2003), en su portada y bajo el título de “El cruce”, expresaba lo siguiente:
“Tarde o temprano nos llegaba el momento de experimentarlo.
Entonces los temores se superponían a la precaución porque había toda una historia en la travesía, esa que llevaba a recordar los botes que se habían dado vuelta y la gente que se había perdido.
De allí que se impusiera en algún momento el no dejar subir a gente alegre, esa que en medio del cruce se podía poner de pie llevando inestabilidad a la embarcación y poniendo en riesgo a todo el pasaje.
Claro que desde el otro lado – el de los alegres – todo se podía ver diferente, y el cruce en sí formaba parte de la misma fiesta o de la misma pena por la que se estaba brindando.
¿Al fin de cuentas cuánto podía durar la experiencia? ¿Veinte minutos, media hora?
Suplir al bote de otra forma significaba una travesía más larga, 27 kilómetros por lo menos en la situación de pasar por el puente colgante, o luego del ’63 por el más nuevo levantado a su lado cerca del Vado del Águila en una camino lleno de complicaciones.
El cruce nos ponía en contacto con realidades diferentes, porque se palpaba que no era lo mismo uno y otro lado. El Frigorífico fue durante muchos años un espacio privilegiado, de confort si se quiere, sumando que allí había electricidad, agua por redes y el amparo institucional de la empresa. El pueblo era un espacio de mayor libertad, de comercio, escapada natural para los que en medio de sus faenas querían pasarse para este otro lado “para ver lo que pasa”.
Tan solo algunas moneditas ayudaban a la supervivencia de los boteros. Y eran - por sobre toda adrenalina – un cotidiano pasaje a la aventura”.
(*) Se refiere al Río Grande.
Un saludo Mingo,
Hernán (Bs. As.).-
Publicar un comentario