Los cuarenta años que se recuerdan del tratado de paz y
amistad con Chile, suscripto por los gobiernos de Alfonsín y Pinochet nos
llevan a recordar algunas circunstancias vividas por grande de mi edad –algo
menos y algo más- en un escenario local, regional o nacional.., o tal vez solo
autorreferencial como solemos ver al mundo los de “el club de los canosos”.
Tensos días, en tiempos turbulentos, son los que se habían
vivido en 1978 cuando –escuchándose todavía los ecos del campeonato mundial-
comenzó a alimentarse la conciencia colectiva con banderas de soberanía que se
enrolaban en una premisa “Chile en el Pacífico y Argentina en el Atlántico”, y
en el medio de las conversaciones sobres tres referencias a la geografía
fueguina: las islas Picton, Nueva y Lenox que comenzaron a dibujarse más
grandes de lo que eran como grandes eran nuestras aspiraciones patrióticas
sobre ellas.
Encendida estaba ya la mecha que nos llevaría a explotar en
una guerra, cuando la mediación de Papa Juan Pablo II vino a calmar los ánimos,
y la intervención del Cardenal Antonio Samoré apareció para mediar en un
acuerdo que con el tiempo tuvo su resolución, tal vez por fuera de lo esperado
para los argentinos, pero en años en la democracia enseñorada entre nosotros
llevó a una propuesta inesperada: la ciudadanía participaría en un consultas no
vinculante, algo que no figurada en la constitución, pero que daría respaldo al
gobierno nacional ante un cambio de discurso para aquietar las aguas
definitivamente sobre este tema secular.
En febrero de aquel año apareció la revista Todo es
Historia, a la cual he seguida desde siempre, colocando sobre un fondo negro
con legras rojas EL CONFLICTO DEL BEAGLE, y más abajo, con letras blancas, ¿Son
nuestras las islas? Se preguntan en un polémico estudio Carlos Escudé y Cristóbal
Williams.
Que estaba pasando. La artillería oficialista apuntaba sobre
las actitudes de un electorado que respaldaría la voluntad de nuestra
cancillería representada por Dante Caputo.
Ese Caputo que protagonizaría contra Vicente Leónidas Sadi,
referente peronista, en la que el último fue superado en la polémica, pero se
haber contado los mejores chistes, como fue el caso de “las nubes de Ubeda” que
más tarde la gente repetía jocosamente como el mejor esquech del año.
La prédica a favor de la propuesta del Vaticano llegó hasta nuestro Río Grande, y así 17 de octubre de 1984 en la Escuela 10 se presentó el puntero del revisionismo histórico argentino –José María Rosa- con argumentos que diferían de los que tenía escrito en su obra monumental, sobre todo los tomos ocho y nueve con los cuales rebatimos su posición. Una mayoría alfonsinista, unos pocos peronistas –los que estaban en contra en contra no asistieron- y Rodolfo Canalis y yo con sus libros en mano, libros que terminarían dedicados.
Había obra posición, la del justicialista riojano Carlos
Saúl Menem, que por entonces no tenía tantos seguidores en este islario la que
propiciaba votar a favor del acuerdo.
Y después se votó como se votó.
En algo pesaba en las decisiones del país el proceso de
desmalvinización, o los estragos que esa contienda había dejado en la
mentalidad belicosa de nuestro pueblo.
En tantas cosas nuestro electorado fueguino ha marchado
contra la corriente.
Yo, sin decir síganme, estuve entre los que se abstuvieron,
argumentaba en mi circulo de relaciones políticas que los resultados de la
contienda podrían terminar por ser entendida como un aval pleno a las políticas
de la UCR, cosa en la que yo no había consenso.
Eso no tardó en darse en la Tierra del Fuego en boca del gobernador Adolfo Luís Sciurano.
Se había votado el día del cumpleaños de Pinochet.
No mucho tiempo después, el barrio La Vega –que se llamaba
así como un barrio de Santiago de Chile- pasó a denominarse 25 de noviembre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario