“De cómo hay libros que intentan encerrar toda una vida, pero hay vidas que no terminan de cerrarse ni con la mejor tinta, ni con el mejor papel”.

 

 


 

La mañana del 17 de agosto pasado, mientras aprovechaba el feriado para incorporar algunos nuevos libros a mi biblioteca, me distraje por una causa superior a las urgencias del momento en un libro no leído hasta ese instante: “Una flor entre los hielos, de Raúl, E.Entraigas”.

 

El primer sacerdote de la Patagonia argentina, en sus mentas de historiador, se me presentaba como autor de una biografía de Sor Ángela Vallese, hija de María Auxiliadora, que brindara sus servicios de fe en el amplio escenario chileno-argentino en que la Obra de Don Bosco acción entre fines del siglo XIX y principios del XX.

 

Un índice tremendamente subjetivo, con enunciados como los siguientes: “En que se prueba que, en la vida, como en las tribunas, hay sol y sombra” o “En que se prueba que para las almas de Dios, todos los números son buenos”, me desvió hacia el capitulo final de la obra –cosa que nunca habría hecho si hubiera estado ante una novela-, fue así que descubrí que la Hermana Vallese había fallecido un 17 de agosto. Hay muchos compromisos tácitos entre la literatura y los que disfrutamos del placer del conocimiento por medio del papel impreso; fue por eso que entre esa hora de la media mañana y el momento de asistir al acto de conmemoración de la muerte de la muerte del Padre de la Patria, leí las 224 páginas de este libro.

 

En los prolegómenos del comienzo de la celebración, mientras escuchábamos por la amplificación municipal “Imagínate” de John Lennon, conversamos con el Párroco Germán Case, distintos temas que tienen que ver con nuestra cultura y nuestra falta de identidad. Porfiadamente, el párroco no subió al palco, en realidad no se lo advirtió entre las autoridades a no ser por el saludo que desde lejos le prodigó el Comandante del Batallón Cinco; con el cura pretendía hacer emerger mis reflexiones sobre la vida de ésta religiosa, pero finalmente no lo hice, me guardé el diálogo inesperado con ella, para lo que se diera en el plano de las letras, este escriba dominical y sus amigos en el Rastro.

 

Que después, invadiendo la jurisdicción del párroco urbano, el rural pronunciara un sermón a la jineta, me llevó a pensar el largo camino recorrido entre los hombres y mujeres de fe de ayer y los de hoy.

 

Así fue como tras la merienda del feriado, me enfrenté a las páginas de Entraigas, a quien tuve la suerte de conocer durante mi juventud y leerlo siendo ya hombre; aquí en “Una flor entre los hielos” emergen junto a la vida de Angela Vallese una relación que nos lleva a los orígenes de la Misión de La Candelaria:

 

“En agosto de 1894 llegaba por vez primera el Prefecto Apostólico, Monseñor José Fagnano, a visitar a la Misión. Fue entonces cuando ordenó trasladar la Misión un poco más hacia la desembocadura del Río, al lugar denominado Tres Chorrillos. A fines del verano de 1895, la casa de la Nueva Misión estaba terminada,  Monseñor Fagnano había hecho fabricar una dependencia para las Hermanas , con todo el “confort” de Tierra del Fuego y compatible con la pobreza salesiana. Hacia tiempo que la Madre Angela suspiraba por enviar a sus hijas a trabajar en la Isla Grande. No veía la hora de despedirlas para que fueran a ensanchar el h horizonte del Reino de Dios. Finalmente, a fines de Marzo de 1895, partieron las misioneras rumbo a La Candelaria. Y el día 2 de abril entraba el “Torino”, vapor adquirido por Monseñor para la Misión de Río Grande. En el iba el Prefecto Apostólico, el P. Juan Zennone y varias religiosas. La Madre Vallese había elegido nuevamente a Sor Luisa Rufino como directora. La secundaría en su obra: Sor Rosa Massobrio  y Sor Rosa Gutiérrez. Como ayudante iba una aspirante con el significativo nombre de María Auxiliadora Oyarzún.

 

Ángela Vallese, que compartía la acción misionera desde Punta Arenas, al igual que Fagnano, había organizado la empresa evangelizadora en la costra atlántica fueguina, donde luego crecería nuestro pueblo. Junto a los sacerdotes se destacó la presencia de las hijas de María Auxiliadora, que atenderían a las indias y las niñas entre los “indios de a pié” como llamaban a los Selknam, diferenciándolos de los “indios de las canoas”; decía sobre el particular Entraigas: “no solamente eran desarrollados en sus físicos. También era su inteligencia. Tenían imaginación. Basta decir que a las religiosas las llamaron “pingüinas” Y quien conoce el hábito de las hijas de María Auxiliadora, convendrá que –salvo la reverencia- el mote les caía de perlas”.

 

La hermana Vallese legó a Río Grande por primera vez, a principios de Agosto de 1895. Por Entraigas nos enteramos que: “Con ella iban: Sor Catalina, Sor Maximiana Ballester, Sor Rita Sánchez, y una muchacha. Partieron en el “Torino”. La primera etapa, Río Gallegos”. Allí el cronista da cuenta del periplo de días en la capital del Territorio de Santa Cruz y la sutileza con la cual la Hermana Angela logra chocar al Gobernador Mayer del lado de la causa evangelizadora. El 22 de agosto continuaban su viaje a Río grande que en “Una flor entre los hielos” aparece así relatado: “el mar estaba picado o mejor, borrascoso. Las religiosas sufrieron lo indecible en esa travesía que no terminaba nunca. A media mañana del 25 recién estaban en la boca del Río grande. A poco apareció el P.Beauvoir con una veintena de indios. A pie se dirigieron todos a la Misión” –que recordamos no estaba en su actual emplazamiento sino en las proximidades del cementerio- “Poco antes de llegar salieron a recibir a la Madre las 3 hermanas misioneras, rodeadas de una gran cantidad de indias onas. Son de imaginar la efusión de los saludos, las lágrimas de consuelos de las religiosas y la admiración de las aborígenes ante todo este espectáculo tan inusitado para ellas. Durante su estancia en Río Grande, la madre dio conferencias a las hermanas y recibió a cada cual en particular para volcar en sus almas el tesoro de su experiencia, de su Piedad y de su espíritu de sacrificio”.

 

La crónica de las Hermanas, que oportunamente consulté en el Colegio María Auxiliadora,  da cuenta de la llegada de la superiora, las hermanas y la novicia, como así también de los padres Bernabé y Zennone, pero no coincide en el día: se habla del 23 como fecha de arribo. Las crónicas están escritas en italiano...

 

“Uno de esos días quiso –la Madre Superiora- llevar a todas las Hermanas a un paseo. Fue un día feliz. Las religiosas pudieron entonces más que nunca sondear la profundidad del cariño que su gran corazón nutría hacia ellas y los cuidados maternales que para todas tenía. Cuando regresaron distribuyó los cargos en la Casa Misión. El pensamiento que les dejó para que fueran como la estrella polar que las guiara en aquel piélago inmenso de soledad, fue este: Vivir siempre unidas por el lazo de oro de la caridad...”

 

Ángela Vallese permaneció en aquella primera visita a La Candelaria hasta el día 29 de agosto; la esperaban otros trabajos en el espacio sur donde trabajaba también otra misión: La de San Rafael en Isla Dawson. Su segunda visita a nuestro paraje será en tarea de apoyo, luego del incendio de La Candelaria.

 

La coincidencia que me llevó en la fecha en que se cumplieron 78 años  de la muerte de Ángela Vallese a conocer en profundidad su vida y su obra, por intermedio de la pluma de Raúl Entraigas me orientó en este escrito, que no es nada más que una aproximación a una vida densa en servicios por sus semejantes, en este lugar.

 

A lo mejor Ud. Piensa que Sor Ángela ha merecido un homenaje, una calle, y cree que la Vallese de Chacra II se corresponde a su vida; pero no es así: lea bien, esa calle recuerda a Felipe Vallese, dirigente peronista metalúrgico, muerto por su acción y por su causa en tiempos de la Revolución Argentina.

Capítulo 12 del libro LOS PUENTES DE LA MEMORIA.

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