“Y fue así que el río dejó de ser un obstáculo para los que necesitaban pasar de un lado a otro”

 

Por el camino del puente se vieron venir las carretas bien cargadas de leña, indispensable para el invierno. Era marzo recién, pero el acopio debía ser importante para afrontar los riesgos de la estación del silencio.

 

Hacían punta en la huella el Lagarto, Morisco,  Pinto y Guindo, los cuatro animales de tiro que ya se tenían prometidos a Kovasic, y al acercarse, salieron a recibirlos la gente de La Misión enterándose entonces de la mala nueva: por el puente de hierro que construyeron los Menéndez se había comenzado a cobrar el paso desde el primero del mes, 10 pesos moneda nacional por carreta, tanto de ida como de vuelta.

 

Era el costo del progreso, justo en el lugar donde con anterioridad se pasaba al vado en cualquier travesía hacia el sur: viajes que cada vez eran más frecuentes. Desde la década anterior se venía construyendo el puente colgante que vinculara –fundamentalmente- las dos estancias de la sociedad ganadera, pero el paso –como se había dicho- no sería libre para los demás vecinos, por ello, hasta se habían levantado corrales de uno y otro lado para contabilizar bien las ovejas que debían pasar, puesto que se cobraba un precio por cabeza lanar.

 

¡El primer puente sobre el Río Grande ya estaba funcionando a pleno!

 

Era el año 1926.

 

Aquel mismo año se produjo el informe del Inspector de Tierras Alfredo Recke, donde se da cuenta de la misma novedad: “..no existe más que un puente colgante de propiedad particular el que se halla inconcluso” –y por esta causa no presta los servicios necesarios, siendo además oneroso para el poblador su utilización, pues cobran el siguiente peaje:

 

Animales lanares $ 0.10 c/u

Animales vacunos y yeguarizos $0.50 s/u

Automóviles y coches $ 6.00 c/u

Carretas de bueyes y carros de caballos $ 10.00.

 

Es claro que no se cobra a los peatones pero ¿quién se movía de esa forma por aquellos años?, Recke seguía en su informe señalando que: “el puente no está terminado faltando hacer el terraplén desde la cabeza terminal que da sobre la margen izquierda del río hasta la parte alta –es decir una extensión aproximada de 1200 metros- Esta parte de terreno esta constituido pro una vega bastante pantanosa que además está sometida a las mareas; cuando se produce máxima marea queda cubierta de aguas varias horas  durante 3 o 4 días, haciendo entonces casi imposible el tránsito pro ella no sólo por vehículos pesados sino hasta con automóviles Ford. Después queda por días más en pésimas condiciones de vialidad, pudiendo decirse que son los menos los días en que puede atravesarse sin dificultad”.

 

El inspector sugería, como solución, la instalación de un servicio de balseo entre la margen sur y el río uniendo las dos poblaciones: la de la colonia agrícola y el frigorífico, se evitaría también de esta manera 20 kilómetros adicionales de recorridos en todos los trayectos.

 

Este proyecto nunca se cumplió. El Tropezón siguió dando un buen negocio, un cuarteador ayudaba a subir los vehículos y al fin por los treinta la empresa Schmidt, la misma que construyera el puente sobre el río Chico y el Banco Nación, a pala, pico y carretilla levantó el terraplén por ambas márgenes, ya para entonces no se cobraba más peaje.

 

Cuando el petróleo alumbró una nueva era de progreso para el norte de la Isla, saltó la idea de reemplazar el viejo puente de los Menéndez, por otro que uniera ambas márgenes por Punta Triviño, y el tema dio lugar a la polémica. Pugna que se acentuó cuando en tiempo s de Perón, en el libro de la Nueva Argentina, donde se consignaban las realizaciones del primer plan quinquenal, se reivindicaba la construcción de un puente sobre el Río Grande, que nadie había visto.

 

El segundo parto vendría difícil en tiempos de Frondizi. Como el transporte de maquinarias ingresaba al territorio pro el puerto de Ushuaia, el único de importancia para buques de gran calado, la empresa Seismograph Service Corporation of Argentina realizó los estudios de lo que económicamente significaba ahorrarse, los ahora bien medidos 25 kilómetros de trayecto que insumía pasar por el viejo puente colgante. La propuesta no prosperó en Buenos Aires donde resultaba inadmisible que, particulares extranjeros, hicieran lo que era deber del Estado Nacional.

 

Simultáneamente el Capitán Ernesto Campos, a la sazón Gobernador del Territorio, descubrió en 1959 la existencia de un puente Bay-Ley apto para el tráfico, “que por su longitud, solamente puede instalarse en proximidades del actual puente colgante”. De esto dio cuenta el número 22 de El Austral, y pensando que en esta nueva época de grandes camiones y billetes verdes todo sería más fácil , detallaba su propósito: “Para esto se necesitan “$260.000 y los fondos correspondientes para financiar el flete marítimo desde Gallegos a Río Grande”. Por esto se abrió una cuenta titulada “Puente sobre el Río Grande”, en la contaduría de La Anónima esperando del concurso público, el dinero que el Estado no tenía.

 

¿Qué tiempos aquellos!

Esta tampoco fue la solución.

 

No obstante ellos, en el mismo lugar que tenía destinado Campos al Bay-Ley, se construyó un segundo puente –este de hormigón- con más solidez, si se quiere, pero con menos ventajas de distancias. Durante un buen tiempo se utilizaron indistintamente en doble mano y en mano única.

 

Otro nuevo auge acompañó el nacimiento del tercer puente, ese que fue inaugurado, apuradamente, por el gobierno del Capitán Arigotti, con al calzada a medio hacer pero con los anuncios oficiales que , desde una perspectiva ingenieril, era el sexto en importancia de todo el país.

 

Eran los años de las obras faraónicas y de las momias en el poder. Con este puente se pensaba integrar el norte y el sur del río, incrementar la labor del frigorífico, incorporar las tierras del sur, ganar tiempo en el viaje a Ushuaia en una ruta que pronto sería plenamente asfaltada.

 

Pero.. el frigorífico, en otras manos, siguió trabajando unas semanas al año, las tierras del sur, tierras de particulares y no fiscales, representaron una inversión de servicios, costosos en los nuevos tiempos, aunque, a lo mejor un buen negocio inmobiliario en corto futuro; el camino a Ushuaia siguió de largo como antes, porque los tecnócratas que manejaron nuestro progreso  hicieron el asfalto –que no es todo- por la Ruta 3 y el puente por el otro lado. Entonces la estancia Cabo Peñas –vaya a saber por que mandos- cortó el camino histórico que nos vinculó a la CAP con un alambrado,  montado primero sobre el asfalto recién construido, luego retirado algo más atrás, dejaron al tercer puente sólo apto para llegar al frigorífico, al basural y a los, cada vez mas populosos barrios periféricos.

 

Yo que asistí a la inauguración de esta obra que alimentó tantas esperanzas, recuerdo que se descubrió una placa conmemorativa, en el acceso, placa que después nunca más vimos; un infidente, que nunca falta, señaló que una mano justiciera con los infortunios que se venían se encargó de arrojarla al río la primera noche.

 

De mi libro LOS PUENTES DE LA MEMORIA

Foto del puente carcomido y parchado.

 

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