Por
la lectura de TODO COMENZÓ EN UPSALA,
del teniente de la Aeronáutica Alfredo Cano seguimos su experiencia antártica y
en la descripción de su segunda permanencia en la Base Matienzo nos encontramos
en instancias previas al vuelo del Mario Luis Olezza hasta el Polo Sur, en su
derrotero transcontinental.
La Base Antártica
Matienzo es una estación antártica,
perteneciente a la República Argentina ubicada en las coordenadas 64°58′S 60°08′O.
Llevó el nombre deBase Aérea Teniente Benjamín Matienzo hasta que en la década de 1990 su
nombre fue modificado al actual.
La Base Matienzo es de carácter temporal, sólo se habilita en las
épocas de verano. La temperatura anual media es de -11,6ºC, la máxima obtenida
desde su creación fue de 13,1ºC y la mínima -44,4ºC.
La Base Matienzo fue el fruto del trabajo en conjunto del Ejército Argentino y la Fuerza Aérea Argentina siendo inaugurada el 15 de marzo de
1961 como Base Conjunta Teniente Matienzo, desde el 15 de
noviembre de 1963 pasó a llamarse Destacamento
Aeronáutico Teniente Matienzo, bajo dependencia única de la Fuerza Aérea
y desde 1965 tomó su nombre actual.
En
el libro se ve un momento feliz el jefe aeronáutico cumple años y falto de un
regalo para hacer pide cumplir con un entretenimiento, crear por un día la
República de Matienzo, y como en toda institución democrática, hay que elegir
autoridades.
Veamos
como relata Cano lo vivido en aquel momento:
Al rememorar después de tantos años lo sucedido,
llegué a la conclusión de que Olezza se esforzó para lograr que la Asamblea
nombrara un presidente carismático, popular y con capacidad de liderazgo, pero
a la vez permeable a las sugerencias.
Ese era nada más y nada menos que el Gringo Nasoni, y
lo propuso. Sin conocer sus verdaderas intenciones, Fontaine lo postuló al Loco
Velásquez; y yo, al Colorado Klocker.
A partir de allí, hubo una sucesión ininterrumpida de
propuestas hasta que Olezza logró hacerse escuchar en la algarabía general y
organizó la votación por el simple método de levantar la mano. Pronto quedaron
solo dos candidatos, Nasoni y Klocker. Hábilmente, cual moderno Maquiavelo,
influyó para que fuera nombrado el Gringo, al que todos queríamos por saberlo
bueno y derecho como “lista’e poncho”.
Cuando finalmente lo impuso, decidido a ser el
gobierno en las sombras, Olezza le sugirió al oído que entre los más grandotes
nombrara un jefe de policía uno dos o tres agentes para que lo ayudaran a
controlar el orden. El Gringo pensó un poco y luego dictó sus primeras medidas.
-Como presidente de la República de Matienzo, decreto
que quienes no deseen participar están exentos de hacerlo, y no serán
molestados. Nombro como jefe de policía al capitán Flores; y como agentes al
primer teniente Cano, al suboficial Klocker y al capo principal Riepi. Mañana
es día no laborable y todo el mundo puede hacer lo que quiera, siempre y cuando
no afecte la seguridad ni los derechos de los demás. Por último, el primer
teniente Fontaine es mi asesor y consejero ¡Por un día de gobierno no me voy a
desacomodar con mi jefe lo que resta del año…! –dijo muy suelto de cuerpo y con
gran sinceridad.
Un coro de risas y el complacido asentimiento de
Eduardo rubricaron lo sabio de la decisión de Nasoni. La fiesta continuó
alternando risas y bromas con momentos de introspección individual donde, por
lo general y tal vez por asociación de ideas, se recuerdan a los seres
queridos. Esto, que aquí podría resultar llamativo, casi siempre sucede en las
fiestas antárticas que no surgen con espontaneidad.
Paradójicamente, en estas ocasiones es cuando más se
extraña a la familia, ni qué decir que esa sensación es mayor durante la celebración de la Navidad o los festejos
del Año Nuevo. Es allí, cuando el que está en la Antártida se da cuenta de lo
que ha sacrificado en la búsqueda de algo distinto; tanto para saciar su sed de
aventuras como para lograr un mejor pasar económico.
Aquel
gobierno republicano dado en el confín de nuestro Territorio Nacional, ejercido
por hombre de armas venidos de distintos destinos del país, comenzó a entrar en
crisis.
Viendo que las horas trascurrían y nadie amagaba
levantar los platos sucios y ayudar a ordenar el caos. Marsili preguntó quién
lo haría, porque ya había calentado la olla dos veces y estaba gastando gas
inútilmente.
-Pero, Aderito, ¿qué me preguntás? Vos, tu auxiliar y
el turno, por supuesto- le contestó el presidente.
El PIjuí Luna, que estaba de turno, argumentó que esta
era una ocasión especial donde se había ensuciado el doble de platos que lo
normal y que exigía una resolución presidencial para que alguien los ayudara.
Para aumentar la confusión, el cocinero auxiliar nombrado ad hoc para ese día y
que a último momento había sido designado para integrar la policía agregó:
-¡A mí no me jodan! Miren el despelote que hay, yo soy
parte del gobierno y no vy a lavar ni un plato.
La discusión se generalizó amenazando con salirse de
cauce. Una rápida consulta con Fontaine y con Flores, y el Gringo Nasoni gritó
tratando de hacerse escuchar.
-¡Terminado, hacer silencio por favor! El gobierno,
unido en pro de la justicia y la equidad, ha resulto que, con el homenajeado a
la cabeza, los festejantes levanten los platos y ayuden a lavarlos. ¡En
silencio, arreglen, barren y ordenen todo y se van a dormir, que hay gente que
hace rato está tratando de hacerlo! He dicho.
Grandes protestas, pero el pueblo responde y la tarea
se inicia; Olezza, ahora Maquiavelo fracasado, transportó entre rezongos una
gran pila de platos. De pronto se paró y levantando la voz propuso también
trabajar. El Gringo, viendo que la situación podía volver a descontrolarse,
contraatacó.
-Si nosotros trabajamos, ¿quién controla? Para eso
fuimos elegido por el pueblo –dijo –dijo tratando de acallar la propuesta y ya
liberado de su subordinación mental a Olezza.
Los amotinados no se resignaron y le pidieron al
Pelado que no dejara así las cosas, especialmente porque él había propiciado la
República y no era lógico que terminase lavando platos en el día de su
cumpleaños. Rabioso por el fracaso de su manipulación, llegó a la cocina y
cerró la puerta.
Por los delgados paneles se filtraba su voz, y los del
gobierno escuchamos claramente cómo arengaba a la masa enardecida proponiendo
derrocar al dictador y a su séquito, que los sojuzgaban abusando del poder que
le han conferido. Hartos de limpiar y secar platos, respondieron positivamente:
-Eso, eso… ¡Derroquémoslo y que terminen de lavar los
platos ellos! –gritó la mersa, deseosa de revancha.
Desde el comedor, tratamos en vano de abrir la puerta
para atacarlos. No lo logramos, pero escuchamos sus planes y nos aprestamos
para la defensa. La guerra ya era inevitable. El sitio elegido para replegarnos
en caso de ser desbordados fue la usina, lugar desde donde podíamos dejar a
oscuras a los insurrectos. De allí, trajimos unos cuantos matafuegos,
almacenados en ese lugar por estar vencidos y fuera de uso.
Los oponentes disponían, como su mejor arma, de la
gran olla con agua grasienta donde lavaban los platos; llenaron con ella las
jarras de jugo y al gripo de “¡abajo el dictador y sus secuaces!”, irrumpieron
en el comedor donde los aguardábamos.
La diferencia de número y los matafuegos vencidos nos
obligaron a huir prontamente, empapados y derrotados. Nasoni cortó la energía
eléctrica según lo previsto y los insurrectos regresaron al calor de la casa
habitación dejándonos afuera y muertos de frío. ¡No quedó otra opción que
rendirnos!
Ante los pedidos de clemencia y la promesa de lavar
los platos restantes, nos dejaron entrar, gracias a la mediación de Olezza.
Acabada la República y la fiesta, nos dedicamos a limpiar el desastre en que se
había convertido el comedor.
El juego
dejaba sus enseñanzas para estos hombres de armas acostumbrados a instituciones
verticalistas, ante una experiencia que mostraba las pasiones humanas siempre tan
difíciles de contener. Pero como todo formaba parte de una fiesta, hubo de dársele
a República un final inolvidable.
Casi sin ponernos de acuerdo, reflotamos el proyecto,
interrumpido por la guerra, de “mantear” al festejado.
-Señor, usted que es el homenajeado no trabaje más, a
ver si después no nos quiere llevar al Polo –le dijo Eduardo.
-Dese un buen baño y para cuando vuelva estaremos
esperando con algo especial para que termine bien el día –acotó alguien.
-Ahora que está más viejito, tenemos que mimarlo
–terció otro.
Convencido de su indudable liderazgo y ascendiente
sobre el populacho, Olezza se fue a bañar y regresó vestido con la muda que
usaría para volver a Buenos Aires cuando el avión zafara de la nieve blanda.
Antes de que pudiera protestar o resistirse, lo habíamos cubierto de kétchup,
harina, huevo en polvo y cuanta otra cosa estuviera disponible en la cocina.
Luego, a voz en cuello y bastante desafinado por
cierto, le cantamos el “cumpleaños feliz”, seguido del “Porque él es un buen
amigo”. Nunca se lo pregunté, pero supuse que recordaba esa manteada”, no como
una falta de respeto o un bautismo polar, sino como una demostración del afecto
a la que su hombría de bien le hacía merecedor. Confirmado mi presunción, años
después, leí en su libro Había una vez
en la Antártida… cómo contaba Olezza con humor este episodio.
Mario Luis Olezza (Buenos Aires, 25 de febrero de 1929 -
Buenos Aires, 3 de junio de 1977), aviador militar argentino quien realizó el
Primer Vuelo Transpolar Transcontinental.
En 1965 alcanzó la base McMurdo en el hemisferio oriental del Polo Sur,
dicho vuelo se inscribió en las efemérides de la aviación mundial.
Fue Presidente del Aeroclub Argentino, poeta, escritor,
periodista, y director de Radio Nacional.
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