Norma Lescano de Noguera, su deceso.

 



Su vida se apagó hoy en después de una constante entrega donde la vimos recorrer el mundo del periodismo y la cultura.

A mediados de 1976 fue creciendo en interés de Germán, su esposo, en hacer pie con su actividad gráfica en nuestro territorio, trayendo un caudal de experiencia que hasta entonces latía en Río Gallegos.

La iniciativa sirvió para que el 12 de octubre de aquel año viera a la luz el número 1 de La voz fueguina, como semanario, que se imprimía en la capital santacruceña y sirviéndose de los entonces más frecuentes vuelos de LADE – La línea gaucha del sur- era puesto en cercanía con los lectores, las fuerzas vidas, y las instituciones de Ushuaia y Río Grande.

Como dice Pairó en sus Cuentos de Pago Chico, el diablo –viendo que todo estaba muy tranquilo en el pueblo, mandó a instalar una segunda imprenta, y con ella se logró la existencia de dos periódicos, lo que mantuvo  viva la encendida lucha en el seno de una comunidad pujante. Es que yo había salido, gestión de mi primo Toty Vásquez, con el renacido semanario El Austral, Antorcha Austral de un Continente.

Y allí hubo un parlamento entre Germán y yo, donde volvimos a encontrarnos, Noguera y yo, tratando de llevar las aguas para los respectivos molinos.

Paso a contar algo que al decírselo a Norma le causó mucha gracia, y a mí ya también. El que por 1961, estando derivado mi padre para una cirugía en Gallegos, llegó el imprentero a casa de mi madrina –Zapiola 53, donde hoy está La Opinión Austral- poniéndose a disposición de mi madre en medio de esa incertidumbre. No sé en que consistió esa conversación entre mayores, pero lo cierto es que al salir este amigo se anunció  que todo saldría bien, que volveríamos a la isla, y que me regalaría las estampitas para mi primera comunión. Pero algo pasó, y para el tiempo de comulgar –como se acostumbraba entonces el 8 de diciembre- tenía álbum, escrito por mi catequista –el padre Zink- mis dos primeras fotos a color, misal, moño, y rosario, pero faltaba el rosario.

Y pasaron tres lustros, y al reencontrarme con este hombre que ya se me presentaba como un hombre mayor, tomó de uno de sus bolsillos al estampitas que no había entregado a su tiempo, y despertó sonrisas y alentó trabajo puesto que mi madre comenzó a repartir los impresos entre las relaciones que no habían recibido tanto tiempo antes.

El Austral tuvo una corta vida, por circunstancias que ahora no voy a detallar, pero que en parte figuran en el libro sobre el periodismo escrito por Arnoldo Canclini. Yo ya trabajaba en la radio, y entré a conocer la corresponsal de Noguera en nuestra capital económica: Olga González de Galetti. Y en más de un caso, cuando creía tener algo para decir, acudía a ella que recibía mis publicaciones que saldrían luego en forma anónima.

No fueron años fáciles los de aquel entonces. Leonor sacaba La Ciudad Nueva, miniografiada esporádicamente, y las minervas fueron reemplazándose por maquinarias cada vez más costosas, para Vásquez y para German. Así el proyecto aquel entró a tambalear, si hizo menos riograndense, y la familia comenzó a tener un mayor protagonismo en la ciudad de la bahía. Esa colección debe ser invalorable para reconstruir la vida de aquellos años de la gestión Arigotti, donde la expresión oficial la daba  el Semanario de la Actualidad Territorial, impreso por información pública y distribuido gratuitamente.

A eso se sumó el hecho que la ley 19640 trajo otros intereses al ruedo, y así aparecía la prensa industrialista: El Fueguino y el Territorio, que los viajeros recibían en el avión ni bien se embarcaban en el Jorge Newbery.

Ya al retorno de la democracia comencé a transitar, por resposabilidades políticas, la ciudad de Ushuaia, y allí la fui conociendo a Norma. Aparecían otras experiencias periodísticas: Punto y coma, Tribuna Provincial, Tiempo Fueguino…

Entonces Norma se quedó sin Germán. Ella me aventajaba en el almanaque un par de décadas y la sentíamos como la decana de la prensa fueguina, junto a Leonor que bregaba desde este lado.

Entonces la vimos protagonista de numerosas experiencias culturales, entre ellas la Asociación Virginia Choquintel, y ya para un tiempo más cercano publicando bimestramente en formato a color La voz…, ahora como revista de interés general.

La comunidad de Ushuaia la fue reconociendo en el tiempo y hoy llegó su adios. No es raro que las primeras noticias sobre su muerte nos llegaran de la mano de gente que hoy por hoy está muy lejos del escenario fueguino –los que la saben presente aunque ya no está- los que como yo la sentimos cerca.

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