El
presente artículo escrito por Reynaldo J.C. Ravazzoli, y publicado en la Revista Argentina Austral, año 1 número 6,
del 1 de diciembre de 1929; nos fue enviado desde Navarino por Denis Chavallay.
El que hubiese visitado a Río Gallegos –hasta hace
pocos meses- quizás abríase sorprendido, llamándole la atención la inquieta y
graciosa silueta de una simpática anciana, menuda de cuerpo y muy ágil de
espíritu –a pesar de sus 86 años- que hacía habitualmente sus caminatas
matinales acompañada de sus rubios nietecitos, cuya alegría bulliciosa
compartía ampliamente y que tenía para todos una clara sonrisa y un amable
saludo.
El curioso que hubiera querido conocer su
interesante vida, abríase sin duda sorprendido de hallarse de pronto, frente a
la primera mujer europea que en misión de paz y cristiana humanidad, se estableciera
en la Tierra del Fuego en compañía de su esposo, allá por el año 1870.
Se llamaba Eleonora Britten de Lewis, y decimos se
llamaba, por cuanto la venerable anciana falleció en septiembre último y
conforme a sus deseos fue sepultada a la vera de
su extinto esposo en la estancia “El Toro” (Santa Cruz), propiedad de sus hijos
Guillermo y Frank Ushuaia Lewis.
Dos familias salieron de Londres en el año 1869 con
destino a Montevideo en el vapor “Druro”, que navegaba a vela y a motor. Formaban dichas familias los esposos Lawrence y
Don James Lewis, co su señora Eleonora Elisa Britten y su hijito Guillermo.
Emplearon más de un mes en la travesía.
Llegados a Montevideo embarcaron con rumbo a Ushuaia
en una goleta a vela.
Al animoso grupo le había sido confiada una división
evangélica. Debían cristianizar y educar a los indígenas fueguinos. Constituían –según se ve- un cálido
soplo de civilización y de ternura humanitaria para las triste hermandades del remotísimo confín austral; a cuyo ne….loso seno se dirigían. Confiaban poder enseñar a los
aborígenes oficios de calidad práctica en el medio ambiente hostil en que
movían.
Don James Lewis era especialista en construcción, y
el señor Lawrence… agricultura. El jefe la
Misión, Don Tomás Bridges, los esperaba en las Islas
Malvinas.
Una virtuosa temeridad debió alentar constantemente
en las razones de la altruista Misión; que se desprendía así de golpe de un centro
civilizado, para allegarse a tan remota como salvaje en una agreste
región. Fácil resulta considerar, qué dosis de voluntad y qué inquebrantable fe
evangélica debieron poseer sus componentes,
a poco que se retroceda en el espejo del tiempo, … a
reflexionar sobre la opinión que debía merecer al mundo europeo las legendarias
tierras fueguinas en aquella apartada comarca (60 años
atrás)
Agréguese el desastroso fin que habían tenido las
dos misiones que la precedieron en aquellas brumosas costas –y cuyos dramas no
desconocían los miembros que componían la tercera –y se valorará con más
justicia el temple que necesariamente debía ser condición primordial en sus
caracteres.
La primera misión pereció de hambre y la segunda fue
ultimada por los indios, mientras se hallaba oyendo misa. De esta última solo
se salvó un grumete –ayudante de cocina- que fue dejado a bordo de una goleta.
El muchacho al contemplar el trágico espectáculo huyó en una canoa, despavorido
a ocultarse entre los matorrales de una isla cercana. Fue visto un tiempo después, por una tribu
pacífica, y vivió con ellos desnudo, sometiéndose a sus usos y costumbres. En
tal estado fue hallado por la tercera misión.
Luego de dejar provisoriamente en las Malvinas a su
señora e hijito. Don James Lewis siguió viaje hasta Ushuaia, acompañado de un
mulato llamado Jacobo Resyk, quien fuera para secundarle en la construcción
delas dos habitaciones que debían servirles de albergue.
Breve tiempo después empacó la señora Britten y
luego de sufrir por espacio de muchos días, continuas borrascas y chubascos
bajo la inclemencia de una bajísima temperatura la goleta que la conducía
fondeó en el canal Beagle. De los diversos animales embarcados, (aves,
caballos, etc.), se murieron todos a excepción de dos cabras blancas.
Sorprendidos quedaron los autónomos al contemplar por primera vez los ojos
azules y los dorados cabellos de Misses Britten, y continuamente solicitaban
permiso para tocarlos. Las cabras fueron también sujeto de alta curiosidad y
veneración por parte de los naturales.
Meses después nacía allá el segundo hijo de los
esposos Britten-Lewis, a quien bautizaron con el nombre de Ushuaia. El bebé
tenía el cabello muy rubio, y al verle un indio
viejo no pudo dejar de exclamar: “parece cabra” (¿??) (El lector juzgará
de la mentalidad aborigen a través de esta singularísima metáfora).
El primer invierno que pasaron los tres miembros de
la misión (James Lewis, su señora y el mulato Resyk), fue excesivamente
riguroso. En poco tiempo se agotaron los víveres que les habían dejado, y se
vieron obligados a mantenerse como los fueguinos, a base de mejillones, pescado
y de “fungus” (especie de hongo) que
recogían sobre la corteza de los árboles. No eran por cierto muy agradable el
sabor de este último “manjar”, pero ante la necesidad, no había otra
alternativa que comerlo.
En muchas ocasiones, Mrs. Britten debió quedarse
sola en su rancho de dos piezas, mientras iban al bosque su esposo y el mulato
a cortar leña. De los árboles hacían tablas; serrándolas a mano. Los indios los
ayudaban; pero el trabajo rudo nunca fue de su agrado.
….
Los pormenores de esta interesante historia ha sido gentilmente obtenidos y
facilitados por don Carlos Borgialli.
Misses Britten enseñaba a
coser a las mujeres; si bien tropezaba con marcadas dificultades por falta de
elementos.
A pesar de vivir los fueguinos –tanto hombres como
mujeres- enteramente desnudos, no demostraban tener frío en ninguna
circunstancia; ni a través de los más crudos inviernos.
La Misión repartió ropas entre ellos. Pero los
yaganes tenían sobre la indumentaria ideas enteramente “sui generis”. De un
saco hacían tres o más pedazos. Un par de pantalones servía para dos personas
(?); cada una se vestía con una pierna del mismo.
Las mujeres trabajaban más que los hombres. Sus
tareas consistían especialmente, en cuidar las canoas que amarraban en las
algas marinas, para tenerlas constantemente a flote, evitando así su roce sobre
la playa que podría deteriorarlas, dada su débil construcción. Entiendo que
será de interés saber que estaban hechas con cortezas de árboles, unidas o
cosidas con piel de ballenas.
Aseguradas las canoas, las mujeres saltaban al agua
y se dirigían a nado hasta la costa, para retornar por la mañana nadando en su
busca. Solamente ellas sabían nadar, los hombres no.
Cada familia poseía una embarcación, en cuyo fondo
ardía siempre fuego, cuyas brasas se asentaban sobre un “champon” (champa de
tierra y pasto). El fuego era cuidadosamente retirado por la noche y se
cuidaban de guardarlo constantemente encendido para evitarse la difícil y
pesada tarea de procurárselo nuevamente, a través de la conocida frotación de
maderos secos.
Las familias de los yaganes eran por lo general
cortas, no siendo difícil de observar que algunos indios tenían dos mujeres.
En el segundo año de establecida la Misión, lograron
que en Ushuaia se agrupasen alrededor de 300 hogares indígenas. Fue a la razón
que llegaron las familias de Lawrence y Bridges. En adelante la vida no fue tan
solitaria para los esposos Lewis.
Con el nuevo refuerzo, edificaron una capilla y se
intensificó la enseñanza a los indios. Los misioneros aprovecharon también su
tiempo aprendiendo el vocabulario indígena. Merced a ello tradujeron al yagan
diversos himnos religiosos, que los naturales se complacían en cantar.
Demostraron mucho cariño a la música y en poco tiempo asimilaban la entonación
de los diversos cánticos enseñados. Su voz era, desde luego, gutural, pero no
carecía de gracia.
No tienen fundamento las versiones que ciertos
antiguos escritores no titubearon en recoger y propalar, asignando a estos
indios el horripilante hábito de la antropología. El señor Lewis hizo sobre el
particular un sinnúmero de averiguaciones. Fue él quien recogió los restos de
la expedición anterior, cuyos despojos no habían sido violados por los
fueguinos.
Los naturales se comportaron siempre bien los
misioneros. Cierta vez los miembros de la Misión tuvieron oportunidad de
presenciar una batalla campal. No se sabe ni se recuerda por qué motivos
empezó. Se formaron dos bandos en dos largas alas, tomando en ella parte toda
la indiada. Dando agudos alaridos de guerra se lanzaron los unos contra los
otros. No llevaban armas. Los hombres procuraban aferrar con ambas manos la
nuca del adversario, y con fuertes tirones trataban recíprocamente de
desnucarse. Las mujeres participaron también en la refriega, pues armadas de
sus cortos remos golpeaban rudamente al contrincante; cada una defendiendo a su
marido.
Era horrible oír la gritería de los hombres y el
sordo golpe delos remos al chocar contra los cuerpos desnudos.
En tal emergencia Don James Lewis y el mulato Resyk
se pusieron cada uno en una puerta del rancho, el primero armado de una
escopeta y con u hacha el segundo; únicas armas que poseían. Pero los indios no
los molestaron.
Quedaron tres muertos y muchos heridos sobre el
campo. Estos últimos fueron debidamente socorridos por la Misión. Después de
esta refriega no hubo entre ellos más luchas de importancia; ya que
aprovecharon los misioneros para inculcarles una doctrina de paz.
Muchos delos yaganes aprendieron a su vez el inglés.
Fácil resultará imaginar qué sorpresa recibirían las naves de guerra argentinas
que llegaban por primera vez a tan remoto rincón patrio, al hallarse con
salvajes que poseían el rubio idioma.
El vocabulario yagán es muy rico en palabras, comparado
con las otras lenguas fueguinas.
El señor Lewis confeccionó un diccionario yagán, el
que prestó al célebre explorador británico Cook, pero nunca le fue devuelto.
Correspondió a Don James Lewis el honor de haber
descubierto el lago conocido en la actualidad bajo el nombre de “Fagnano”. Fue
el primer hombre blanco que navegó sobre sus aguas en una canoa indígena, que
con tal fin fuera transportada en hombros por los naturales.
Cinco años pasó la familia Lewis en Ushuaia, de
donde fueron trasladados a la chacra que poseía la Misión en las Islas
Malvinas. En ella se enseñaba los cultivos a los indígenas jóvenes, a fin de
que reintegrados a sus agrestes lares, sirvieran de maestros a sus congéneres.
Fue precisamente por aquel tiempo, en que empezaron
a emigrar de Las Malvinas muchos de sus ganaderos, con destino a la Patagonia
argentina; a la sazón punto menos que desierta. Con enormes dificultades y
pérdidas, llevaron embarcados en goletas los primeros piños de ovejas, que con
el correr de los años constituían la gran riqueza de todo el sur de la
República (2).
El priemro fue Tomás Greenshields, que pobló Cabo
Vírgenes con su cuñado Guillermo Douglas. Los Rudd, Halliday, Everhard, Felton,
Mac George, Scott, Smith, Jamieson, etc., ocuparon los campos de Río Gallegos.
Más tarde los Patterson, Frazer, Wallace, Blake, Munroe, Hope, Kyle y otros
optaron por la zona de San Julián, y Juan Greenshields pobló Bahía Camarones.
Posteriormente, (convertidos los niños en jóvenes),
los hijos de la señora Britten; Guillermo y Frank Ushuaia, se despidieron de
sus padres para radicarse a su vez con ganadería en Santa Cruz, siguiendo la
fresca huella de los ganaderos malvineros.
Corrieron años aún varios lustros, y ya ancianos,
los esposo Britten-Lewis fueron a reunirse con sus hijos en Santa Cruz, de
donde pasó la señora a Río Gallegos, lugar en el que –según dijimos- acababa de
sorprenderle la muerte a la avanzada edad de 86 años dejando toda su laboriosa
descedencia en nuestro país.
Tal habría sido la historia de la virtuosa vida, que
el curioso viajero hubiese escuchado de la sonriente anciana, cuyos sacrificios
no amargaron por cierto, la clara jovialidad de su espíritu, ni lograron apagar
nunca las dulces bondades de su gran corazón. Ella sintetiza para el lejano
sud, el estoico emblema del fecundo, abnegado y silencioso aparte inglés, a la
civilización de nuestros extensos desiertos australes.
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