Con el viaje a Río Fuego, Bridges complementó su panorama sociológico con perspectivas económicas, y al ver las praderas del atlántico, “las poblé, en mi imaginación, con vacas y caballos”. En el otoño de 1900, empezó a construir un camino que desde Harberton atravesaría las montañas hasta la costa, en un punto estratégico al sur de la Primera Argentina, “algunas millas al norte de las tierras de caza de Halimink y otros viejos amigos de las montañas, y bien dentro del territorio del grupo de Najmishk”.
El gobernador
argentino se interesó y hasta solicitó al ministerio “un sueldo mensual […]
para un administrador y el racionamiento de planilla para cada indio” pero el
expediente se archivó . Aunque se conservó una carta donde Despard Bridges le
informaba que su “hermano Lucas se hará cargo de los indios y emprenderá los
trabajos, siempre que lo dejen encaminarlos según su saber y entender y que no
desea, ni necesita ni guardia, ni elementos extraños junto a los indios” . El
camino recorrería unos ochenta kilómetros que, así como lo independizaba de su
familia, lo terminó de vincular a los cazadores fueguinos. Y, sobre todo, fue
el movimiento hacia la creación de su propia estancia que llamó “Viamonte” y a
dónde se trasladó en 1902
Si bien las
diferencias geográficas y culturales entre los grupos canoeros y los cazadores,
determinaron distintas trayectorias para Harberton y Viamonte, Lucas, a
diferencia de Thomas, no pretendió producir horticultores. Más bien movilizó la
fuerza de trabajo necesaria para sus empresas. Durante la construcción del
camino, la colaboración de los “diez o doce compañeros voluntarios” tenía que
compensarse con la alimentación de “sus familias (viejos, mujeres y niños)”, en
total “cincuenta o sesenta personas” para las que no alcanzaban las
provisiones. “Por este motivo, estábamos obligados a vivir casi enteramente de
la carne de guanaco”.
Mientras
Thomas promovía la variedad de recursos en establecimientos que reducirían la
dependencia y crearían autonomía –introduciendo así “valores”–, Lucas
reproducía la vida nómade y vigilaba la dieta de sus empleados sin más ideal
que el de esquivarles el ocio.
Por otra
parte, si Thomas imaginaba una forma cívica, que incluía hasta la vestimenta, a
Lucas le bastaba con que ésta sirviera para trabajar. Él mismo vestía mocasines
y capa de guanaco, pero sabía que ésta no era útil, por ejemplo, “cuando se
necesitaban las dos manos para aserrar”. De este modo, les aconsejó que “se
quitaran la capa para trabajar y volvieran a vestirla y a pintarse cuando
terminara la jornada”.
Éste último
hábito era “muy limpio” pues la pintura vieja se quitaba con una “fuerte
fregadura”, antes de poner la nueva. Su tolerancia enfrentó críticas “en
particular desde la Misión Salesiana de Río Grande” donde “sostenían que
devolvía al indio vestido y civilizado a un estado de barbarie desnuda y
pintada [to a state of nakedness and painted barbarism]. Un salesiano escribió,
de hecho, que Lucas había crecido “injertando en su naturaleza inglesa el alma
del indio” y era “indio hasta el fondo de los huesos”.
A diferencia
de sus hermanos que, una vez casados, “no estaban interesados en ninguna
empresa azarosa (...)
Misionero como los salesianos, el civismo de Thomas fue, además de
técnico, moral y combatía la poligamia o la brujería, mientras que Lucas
–moralmente salvaje– se ocupó simplemente de los cuerpos y de sus cuidados
para el trabajo. Participó en ceremonias nativas, describiendo más tarde las
supersticiones que las justificaban y lidió con ellas cuando obstaculizaban el
trabajo –como cuando Heuhupen, la montaña, se molestó “con el ruido que
hacíamos” y sus empleados quisieron desviar el camino. Declinó iniciarse como
chamán, pues la magia “afectaba sólo a quien le temía” y la utilizó, en cambio,
para mejorar el clima laboral:
2 comentarios:
Hola Mingo!
En el suplemento “El Sueñero” del 25 de noviembre de 2001 (El Sureño), se cuenta una anécdota que Lucas Bridges relatara en su libro “El último confín de la tierra” para trabajar el concepto de ‘superstición’ que tenía el pueblo selk´nam. Precisamente allí, Lucas se refería a la Montaña Heuhupen, y su enojo por el ruido que él junto a otros amigos onas hacían con sus hachas cortando madera, en un tramo de su camino hacia Najmishk.
Lucas cuenta que los onas creían que las montañas en otro tiempo fueron seres humanos, adjudicándoles por lo tanto, atributos humanos. Así pensaban que las montañas podían enojarse o escuchar todo lo que ocurría en el bosque. Heuhupen, por ejemplo, era una meseta que en algún momento había sido bruja, según creían.
En viaje a pie por el centro de la isla se encontraba Lucas junto a un grupo de onas. Por un momento, se detuvieron a cortar leña con sus hachas; luego, siguieron hacia el sur bordeando la costa este del Lago Fagnano (o Khami). Frente a ellos se levantaba la figura - en otro tiempo humana - de Heuhupen, próxima a unos tres kilómetros de ellos. Iban en dirección a ella, cuando el cielo oscureció y comenzó a llover. El mal tiempo continuó por dos días, motivo por el cual los onas, basados en su superstición sostuvieron que Heuhupen, enojada por el ruido que provocaban las hachas y en señal de protesta, había desencadenado el mal tiempo.
Se hizo la noche, y como la lluvia era incesante, los onas cambiaron las puntas de pedernal de sus flechas por brazas, y comenzaron a lanzarlas en dirección a la lluvia, gritando a la vez los nombres de Molhihei y Kowkoshlh, dos hechiceros del pasado que tenían el poder de traer el viento oeste (Kenenikhaiyin) que arrastraba las nubes de lluvia hacia otros lugares. Los intentos no tuvieron éxito. El mismo Bridges hizo la misma prueba, pero tampoco lo consiguió. Un ona que iba con ellos - Puppup -, al cual se le atribuían poderes menores, lanzó un pedazo de leña encendida a la lluvia, repitiendo los mismo gritos.
Al otro día, al parecer por este último intento de Puppup, la lluvia finalizó, y entonces los selk’nam y Lucas aprovecharon el buen tiempo para seguir cortando leña, rompiendo con el silencio del bosque. Sin embargo, se creyó que por el ruido que generaban, nuevamente Heuhupen volvió a enojarse desencadenando el mal tiempo.
Entonces cuenta Lucas: “Debíamos hacer un rodeo grande hacia el oeste (*). Nos llevaría a través de un terreno más quebrado y el camino a Najmishk sería mucho más largo; sin embargo, Hamilink, Kankoat y los otros creyeron que era lo que correspondía hacer. Escuché atentamente sus argumentos, convencido de que yo no tenía derecho a ridiculizar, ni aún ignorar sus antiquísimas supersticiones (...)”.
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En palabras del mismo Lucas Bridges, este es el final del relato:
“No tenía ningún deseo de dar esa larga vuelta. Dije a mis compañeros que recordaba el caso de fuertes lluvias, no provocadas por el disgusto de las montañas con el ruido de las hachas, y les propuse volver a discutir el asunto al día siguiente.
Al despertarnos vimos una mañana espléndida. Una brisa fresca del oeste secó prontamente la humedad de las ramas. Esperé hasta que el sol estuviera bien alto y luego reuní a mis compañeros. (...) Nos acercaríamos a la montaña (Heuhupen) y empezaríamos a trabajar enérgicamente, como si no tuviéramos miedo de hacer ruido.
Les prometí que si volvía a llover, llevaríamos el camino bien hacia el oeste, si, al contrario, cesaba la lluvia (**), sabríamos entonces que ésta llegaba por su propia voluntad, sin obedecer a los mandatos de Heuhupen. Después de una corta discusión, los indios accedieron de mala gana. Las mujeres trasladaron el campamento y nosotros tuvimos un día de intensa y ruidosa labor. No necesito decir con qué ansiedad miraba yo el cielo y la cumbre de Heuhupen, no solo ese día, sino también los siguientes. Afortunadamente, el tiempo continuó muy bueno y todo salió muy bien” (Suplemento “El Sueñero”, 25 de noviembre de 2001, El Sureño).
(*) El rodeo era para evitar la lluvia, yendo por otros lugares con mejor tiempo.
(**) Es decir, si no llovía.
Un abrazo Mingo!
Hernán (Bs. As.).-
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