Un escrito de Raúl F. Sanz.
Quizá como signo de transición de una época a
otra marcaron toda la década de los 90 en las que las hubo de todos los tipos,
diseños, marcas, con aire, con gel, con clavijas anatómicas y hasta
destelladoras.
Como epitafio para la industria argentina
las hubo de origen USA, Francia,
Malasia, Rumania, Colombia, Portugal. Calidades excelentes y de las otras que
quedaban hablando a las primeras posturas (pero no sabés lo baratas que
estaban, ¡regaladas!)
Esta opulencia que nos tocó movilizó incluso
las oxidadas neuronas de los burócratas que reglamentaron los dos pares para
los gimnasios, uno para llegar y otro para usar el piso del gimnasio (quizá fue
un trauma psicológico de la niñez, que dejara alguna madre, de esas que en
otras décadas eran insistentes con los patines de franela en los hogares).
Lo único que no cambió fue la simplicidad y
ternura de las primeras boyeritos, a decir de las abuelas, que marcaban una
importante etapa para el bebé.
Luego ha venido el famoso para único tipo
crisis, los pegamentos, pinturas, tinturas, cordones nuevos y etcéteras, para
que tiren un tiempo más (junto con esa vocación de caminantes que nos ha
surgido a todos últimamente).
Las nuevas, las que quiero que nos lleven al
futuro, que sean bien hechas y duraderas, no tan innecesariamente sofisticadas,
que sean Industria Argentina, o aun mejor: Mercosur.
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