En el año recién nacido la muerte se llevó la vida de Epifanio Rodriguez, una semblanza de su hacer -encomendada por los jubilados ley 244, donde tanto trabajó- reseñó su andar riograndense. Nosotros le habíamos hecho un recordatorio en vida, el 25 de mayo del 2000, cuando escribíamos en El Sureño la columna dominical Lugareños:
Terminó su carrera de municipal como Director
del Cementerio. No era un cargo muy codiciado entonces, ahora creo que tampoco,
pero tenía la ventaja de estar al margen de la ebullición política que crecía
promediando los años 80. Uno llegaba por sus deudos y él salía al cruce, tenía
cierta necesidad de conversar que no resolvía con la peonada que atendía el
cuidado de las instalaciones. Entonces salía a acompañarnos, dejando a veces la
puerta de la oficinita con llave y otras no, por eso de saber que los tiempos
venían cambiando en su Río Grande, y de que no se estaba muy seguro ni siquiera
allí “en la ciudad de los callados”. Ocurría que el día era lindo, uno no es de
los que va al cementerio en fechas fijas
o días lúgubres, y entonces el se detenía como si cumpliera una plan
predeterminado de caminata, y se armaba una pequeña tertulia entre bóvedas y
cruces. Si mucha era tu prisa te acompañaba elevando aun más el volumen de su
vozarrón, hasta que al fin, si veía que ya ibas a doblar por una de las calles
laterales, rubricaba con una frase un saludo de despedida.
Nunca llegó a acompañarme ante la tumba de uno
de mis difuntos, creo que dejaba ese instante de
Recogimiento para la sola intimidad de los concurrentes. A veces, en el camino de
vuelta, solía volver a encontrarlo. Entonces me interesaba de sus proyectos
vinculados a la administración de la necrópolis: el cementerio no tenía nombre,
había que pensar en un crematorio, no se tenía una capilla, si todo seguía asi
pronto tendríamos que tener un cementerio nuevo: un cementerio parque. Yo lo
seguía y me encontraba de pronto ante algunos lugares que para él y yo eran
comunes; como por ejemplo la tumba de Tita Romero, su amiga maestra y
bibliotecaria, pampeana como él, con la que en nuestra picardía de niños
solíamos encontrarle un romance platónico.
No eran muchos los pampeanos entonces: el
Padre Zink en la Misión, Miranda en la Policía, Baldomero Hidalgo como
jardinero rural...
Epifanio Rodríguez había llegado para trabajar
en La Anónima. Allí lo conocimos en tienda y trastienda, y fuera de esa hora
compartiendo largas sobremesas en el Social, el San Martín o lo de Remache..,
junto a otros solteros y sin apuro. Pero su popularidad aumentó cuando pasó a
ser operador del cine: el trabajo mas privilegiado en el monótono Río Grande de
principio de los 60. Epifanio ingresaba por la escalera que quedaba al costado
de la boletería mucho mas temprano que los restantes operadores, y de repente
–como quien canta bajo la ducha- su estrepitosa voz se filtraba en una canción
–siempre pasada de moda- hacia la sala que se iba colmando esperando el
comienzo puntual de la función que sólo con él parecía ser posible.
El trabajo de operador fue el título
habilitante para que ingresara a Canal 13 cuando este medio vino a revolucionar
nuestras costumbres en el invierno de 1967. Pero un tiempo después Rodríguez
optó.., o seguía con el canal o salía a la calle en su condición de inspector
municipal. Epifanio prefirió el trato con la gente, y se necesitaba –criterio
del intendente de entonces- alguien de su cuerpada para controlar a los siempre
díscolos conductores locales.
Al poco tiempo lo teníamos haciendo docencia
por las anchas calles polvorientas del un Río Grande destinado a crecer mas
allá de nuestros sueños. Al medio día se lo veía severo: era el momento de
controlar el comportamiento de los conductores a la entrada y salida de las
escuelas. A la noche volvía a diseminar sonrisas, ni bien concurría al gimnasio
parroquial donde se estaba gestando el gran deporte de los fueguinos: el fútbol
de salón. Epifanio era a la vez indispensable por su espíritu dirigencial en lo
deportivo.
¿Qué donde anda Epifanio ahora?
Hay que visitarlo en la Capilla de Nuestra
Señora del Carmen, la de la calle Don Bosco. Allí tiene su ministerio eclesial,
orientando la oración y el comportamiento de los fieles en un rol de sacristán
posmoderno. En algún momento cercano a la demanda de la Hermana Carla Riva, en
otros momentos solícito a los requerimientos del Padre Miguel Bounicelli; sus
inmediatos referentes espirituales, ambos ciudadanos ilustres.
Uno pasa por su casa de la calle Moyano, y no
lo encuentra. La señora da la hora en que aparece por la capilla como la más
cierta. Es cosa de largarse a caminar como él, y al rato se lo encontrará
conversando con algún viejo o nuevo
amigo. De pronto se alarma porque el tiempo ha pasado, y la urgencia acude a su
mente, entonces parece que nuevamente el pueblo gira bajo sus pies...
Foto: Epifanio en un tiempo más reciente, caminando las nuevas calles de la ciudad, su pueblo en altura.
El hipervínculo nos lleva a la más reciente evocación..
1 comentario:
Epifanio Rodriguez, tuve el placer de conocerlo y era un gran hombre.
Publicar un comentario