Volvemos a dar detalles sobre la CRISIS del
90, esa que a fines del siglo XIX alertó sobre los riesgos del desarrollo en el
cual se encontraba inmerso nuestro país.
Las
inversiones en empréstitos ya venían solventando desde el decenio anterior los
gastos del gobierno nacional y de las autoridades provinciales vinculados a la
construcción, mantenimiento y consolidación del Estado argentino.
Mientras
que durante la década de 1870 los empréstitos habían financiado los gastos
militares del gobierno central - la Guerra del Paraguay, los levantamientos de
López Jordán en Entre Ríos y las rebeliones de 1874 y 1880 en Buenos Aires-, a
partir de la década de 1880 los empréstitos estuvieron más vinculados a fines
económicos como, por ejemplo, la prolongación de los ferrocarriles Central
Norte y Andino por el empréstito de 42 millones de pesos oro en 1885.
En cuanto a las inversiones británicas en cédulas hipotecarias, fueron especialmente relevantes a partir de la segunda mitad de la década de 1870, en consonancia con la expansión de la frontera tras la Conquista del desierto en 1879, la ampliación de la red ferroviaria y el fracaso de muchos proyectos de inversión en tierras que se valorizaban en forma permanente.
La primera firma británica que intervino con cédulas hipotecarias fue la River Plate Trust Loan & Agency, fundada en 1881 para liquidar los activos del Banco Mercantil, fundido con la crisis de 1873-1876. Sus créditos se dirigieron a un sector muy restringido de terratenientes-exportadores, pues fue el único sector capaz de garantizar la devolución de los préstamos en oro en una época de rápida desvalorización del papel moneda.
También invirtieron en este canal de los créditos hipotecarios capitales franceses y belgas, bajo la forma de inversiones indirectas. Los franceses proporcionaron fondos al Crédito Territorial y Agrícola de Santa Fe, controlado por un grupo local. Los belgas se dirigieron hacia las cédulas del Banco Hipotecario de la Provincia de Buenos Aires, emitidas en papel moneda para su circulación interna y comercializadas en Europa a través de firmas intermedias. Esta modalidad de inversión, que se prestó a numerosas maniobras especulativas, se vio muy afectada por la crisis Baring de 1890-1891.
Como ya se ha mencionado, la crisis de 1890 o “crisis Baring” constituye un importante punto de inflexión en la historia de las relaciones anglo-argentinas. Sus causas internas fueron la excesiva expansión monetaria y la deuda del gobierno y los bancos.
La
fuerte depreciación del papel moneda, al amenazar la rentabilidad de los
inversores, paralizó la entrada de nuevos capitales.
Según
Alec George Ford, los inversores británicos, perturbados por los informes
provenientes de Buenos Aires respecto de los abusos financieros, se mostraron
cada vez más prudentes hacia los proyectos argentinos y dirigieron su atención
hacia otros mercados, precipitando la crisis de Baring.
Las consecuencias de la crisis se
manifestaron durante toda la década del 90. En particular, el crecimiento del
riesgo produjo un descenso de la inversión extranjera.
Ahora
bien, la crisis también fue producto de causas externas. Carlos Díaz Alejandro
sostiene que fue uno de los ciclos de depresión, típicos de economías
exportadoras como la argentina, que recurrentemente frenaron su expansión
económica entre 1862 y 1930 (los otros ciclos de depresión económica ocurrieron
en 1875-1876 y en 1914-1917).
Estos
ciclos se iniciaron debido a sequías, cambios en la demanda de mercancías en
los mercados mundiales y fluctuaciones en la inversión extranjera.
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