EVOCACIONES*****Mayo 19, de 1896. Fagnano escribe a Don Rúa dando noticias de la Misión en Río Grande.



Estoy de vuelta de la Misión de N. Sra. De la Candelaria situada sobre el Río más grande de la Tierra del Fuego y mientras me preparo á partir para Italia deseo anticiparle algunas noticias de esta Misión, que promete ser la más grande y provechosa.
Digo la más grande, porque situada en el centro de la Tierra, es accesible fácilmente para todos los indios que viven desde el Norte hasta el Estrecho de Magallanes y para los que se extienden hasta el Cabo S. Diego abarcando casi todos los habitantes de esta gran isla. Será la más provechosa, porque los indios teniendo esta comodidad, nos dejarán a sus hijos para educarles y sacarán mucho provecho ellos mismos como mucho más sacará la Sociedad que se servirá de ellos para la explotación de las riquezas de esta Tierra.
Hemos dado principio á los trabajos de la nueva población que se levantará sobre el altiplano á la izquierda del Río y distante unos kilómetros de su desembocadura en la mar, y unos dos y medio del puerto lugar el más aparente á nuestro juicio sea para reunirse los indígenas, sea para la comodidad del puerto.
Se trazó la plaza de metros 100 x 100 y en medio se colocó una cruz, el hasta de la bandera, y se trazaron las calles de veinte metros de ancho. En la manzana al oeste de la plaza se levantó la Iglesia y á sus lados los Colegios y escuelas para los varones y niñas.
En las otras manzanas se levantan las casas para vivienda de los indios, todas simétricas, ocupando cada casa una superficie de metros 25 x 50 dando su frente á la calle de modo que forman una verdadera población, lo que atrae la admiración de los salvajes.
Estos ahora ya tienen limitadas sus correrías y son echados de los terrenos que los particulares han arrendado  en los Gobiernos de Chile ó de la Argentina. No pueden, pues, encontrar con facilidad los alimentos y se ven obligados por el hambre á quitar ovejas ó caballos á sus arrendadores, quienes sin miramiento alguno, alejan con las armas á los infelices indios.
Es, pues, urgente, proveer la misión de animales para que parte sirvan de alimento, y parte para los trabajos; todo para la manutención y educación de los indios. Lo mejor sería llevar ovejas que se desarrollan bien en estos parajes y pueden dar ocupación á los indios que las guardarían y provecho con su carne, lana y quesos. A mi parecer, no hay otro medio más adecuado que este para civilizar á estos indios y al  mismo tiempo más económico; más ¿Cómo nos arreglaremos con solo los recursos ordinarios? Los pocos animales que se pueden llevar, desaparecen enseguida por la concurrencia de tantos indios á quienes debemos alimentar para poder atender á su Instrucción religiosa; y concluidos los pocos recursos con que contamos, esos infelices se ven obligados á alejarse para buscar su sustento en parajes lejanos y no pueden volver tan pronto sea por la distancia, sea por la incertidumbre de encontrar alimentos en nuestra estación.

Como vé, querido D. Rúa, con el desarrollo de la Misión deben crecer los medios de personal y de recursos materiales adecuados. Pronto estaré yo á su lado para tratar este asunto; mientras tanto lee daré cuenta de mi viaje.
Salimos la noche del 30 de Marzo de Puntarenas con algún atraso por una avería que un buque hizo á nuestro Vapor mientras se dirigía á cargar carbón; á las tres de la tarde del 31 llegamos á la desembocadura del Estrecho, y fondeamos para esperar tiempo bueno á fin de poder hacer la travesía hasta la embocadura del Río Grande. Por la noche se desencadenó un fuerte viento que no nos perjudicó en nada por encontrarnos anclados, pues si nos hubiese cogido en alta mar,, nos habría hecho sufrir mucho, sobre todo á las Hermanas que iban á encargarse de la Misión. Salimos, pues, por la tarde para llegar  la madrugada del día primero á la embocadura del Río, mas el tiempo que nos parecía se había calmado en el momento de la salida, después de tres horas de navegación empezó á nublarse y agitarse la mar de modo que tuvimos que alejarnos de la tierra y tomar la alta mar, como á las diez de la noche, y continuó todo el día azotándonos con mar gruesa que si no ponía en peligro al Vapor, nos incomodaba mucho, en particular á las Hermanas. Bástame decirle que el día primero de abril, marineros y fogoneros se marearon mucho y en todo el día no se pudo hacer la comida viéndonos en la necesidad de comer solamente galleta.
Como á la media noche se calmó un poco el tiempo y pudimos dirigirnos en busca de tierra pues tanto nos habíamos alejado, que no la veíamos más. A las ocho empezamos á divisar las alturas de las montañas y á las nueve el Cabo Sunday que se halla al Norte de la embocadura del Río.
A las diez llegamos frente al Río y esperamos una hora á que subiera la marea, pues solo en tiempo de pleamar se puede entrar en el. A las doce en punto fondeamos en el < Puerto Torino>.
Ya los hermanos Ferrando y verguéese habían avistado el Vapor y se preparaban bajar á la playa con los carros para la descarga. Al llegar nosotros bajó la marea y el Vapor se encontró completamente en seco, sobre la arena. Nos esperaba D. Beauvoir, que nos abrazó con mucha alegría, pues hacía tiempo que nos esperaba; los hermanos Verguéese y Ferrando se alegraron también mucho de vernos, de saber noticias de los superiores y de la llegada de las Hermanas, lo que indicaba el principio de la verdadera misión, pues así se instruiría y se educaría mejor las mujeres y á las niñas. Al bajarnos nos rodearon los indios que se admiraban mucho de las Hermanas, de su vestido y de las afables maneras con que las trataban y mientras á pie salvábamos la distancia del Puerto á las casas, algunos se acercaban á mí riéndose á carcajadas y saltando de contento, golpeándome el hombro y preguntándome siempre: <¿Cómo estás?> pues solo estas palabras habían aprendido.
Llegamos á la nueva casa y allí corrieron las mujeres á ver el maravilloso espectáculo que según ellas, les ofrecía la vista de las Hermanas. ¡Con que gusto vinieron las niñas! Y ¡Con que contento veían las Hermanas el nuevo campo de sus trabajos!
Dejó á un lado la sorpresa de los hombres y de los niños al oír cantar y ver coser y lavar á las Hermanas y solo diré que yo en  mi interior lloraba de consuelo en ver el futuro desarrollo de la Misión, el sueño dorado de Don Bosco y nuestras esperanzas realizadas.
Al día siguiente  con el niño Pedro salí á buscar á una tribu  que creía muy lejos, pero la encontré de camino hacia nuestra Misión, donde esperaban encontrar algunos recursos para poder vivir y amparo contra los malos indios y pobres desgraciados cristianos. Me decían que los blancos
 Habían matado á dos a balazos y que ellos se habían podido escapar. ¡Cuánta pobreza, cuánta desnudez y miseria! Con tanto frío (5 grados centígrados bajo cero) la mayor parte no tenía con que cubrirse. Llegamos cerca de dos casas, levantaron una especie de rancho, y después se acercaron á nuestra casa para ver y saludar á los recién llegados.
No les permití que vieran á las Hermanas en aquel estado; les distribuimos mantas para cubrir su desnudez y les lavamos y después los enviamos á sus ranchos, donde les dejamos para salir.
Tranquilizaos, queridos indios, yo iré á Italia y haré ver vuestro estado y las miserias que sufrís, si es que me prometéis ser buenos, y espero que el corazón de mis Superiores, y espero que el corazón de se moverá á darme personal, y el de los cooperadores nos proporcionará los recursos necesarios para vuestra salvación.
Querido D. Rúa, espéreme pronto con mucho personal listo y recursos que serán la salvación de la Tierra del Fuego, y bendígame con todos los hermanos.
J
JOSÉ FAGNANO
Prefecto Apostólico.
Puntarenas 19 de mayo de 1895.    



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