En torno al Cabo de Hornos
navegaba tanto lo bueno como lo malo; pero el héroe aparecía con más frecuencia
que el cobarde sobre los puentes de aquellos buques.
Así da cuenta Félix Riesenberg
en su libro CABO DE HORNOS, donde registra una competencia singular:
En su torno –del Cabo- navegaron también los buques rápidos. Cada
travesía era una carrera más o menos franca contra el tiempo y los elementos,
cuando no contra los competidores. Pero, en 1891, el 7 de agosto, el velocísimo
buque S. D. Carlton, a las órdenes del capitán Edwin T. Amesbury, era remolcado
más allá de la Puerta de Oro.
Dejaban San Francisco al mismo tiempo que la barca de cuatro mástiles Shenandoah, del capitán “Carabina
Murphy”, y dos ingleses, el Balkamah
y el Strathearn. Estas cuatro naves, cargadas de granos, tenían al Havre por
puerto de destino. Un quinto buque, el M.P. Grace, también con carga de granos,
se dirigía a Nueva York.
En la calle California
formuláronse apuestas y la Barbary Coast se llenó de conversaciones en torno a
la carrera. La noche anterior a la partida fue inclemente. El Carlton, dirigido
por una tripulación de norteamericanos de Rockport, Maine, aparejó al
Shenandoah y su tripulación de Rockport, El M. P. Grace llevaba a bordo un hato
de gente de South Street. Corrió en forma excelente, pero no hallándose
directamente en la prueba, desaparece del viejo registro. Los buques ingleses
eran típicos buques “Lime Juice” y corrían con menos furia y violencia que los
yanquis. La mañana del 7 de agosto fueron remolcados y levaron anclas
simultáneamente, por temor de que alguno empezara con ventaja.
De allí esta evocación de
estas proezas del año 1891.
Dispúsose el velamen para
partir. Como el viento era desigual cambiaron de borda, yendo el Carlton hacia el norte y el Shenandoah hacia el sur. Estos dos
pasaron tan cerca de los farallones que podían oír el silbido de las boyas. Al
amanecer los barcos se habían dispersado y ninguno estaba a la vista del otro.
Cotejando los diarios de navegación, en el Havre, los capitanes James F. Murphy
y Amesbury comprobaron que en ningún momento habían estado distantes más de
cincuenta millas entre Frisco y el ecuador.
Desde la línea en adelante,
hasta el paralelo 50 sur y alrededor del Cabo de Hornos, todo fue correr sin
descanso. El Carlton izó una verga mayor de 96 pies de penol a penol. Colocaron
bonetas en el alunamiento del pujamen de sus velas cuando soplaban los alisios
y humedecían las velas livianas en las calmas ecuatoriales. No entró un
sobrejuanete hasta que el agua blanca estuvo hirviendo en los imbornales de
sotavento.
Yendo con rumbo al este, no
se experimentaron molestias ponderables a la altura del cabo. El capitán
Amesbury pasó velozmente al norte de Diego Ramírez, avistando el Cabo de Hornos
el 21 de septiembre. Cruzó el ecuador en el Atlántico ochenta y cinco día
después de salir de San Francisco, y se lanzó al norte, a todo lo que daban las
velas, entró en la bocas del Canal de la Mancha braceando sosobres, cruzándose
con buques ingleses de retorno a sus puertos desde el sur, procedentes del Cabo
de Buena Esperanza y del Cabo de Hornos y que se maravillaban ante el loco
capitán yanqui.
Al llegar al Havre con el
piloto, de noche, tras 112 días de navegación desde la Puerta de Oro, los
hombres de la tripulación corrieron a celebrarlo en tierra. Pero en el
fondeadero estaba un barco de cuatro altos mástiles. Muchachos de Bath los
saludaron. ¡El capitán “Carabina Murphy”, navegando en el barco de cuatro palos
a todo lo que daba la vela, había entrado en el puerto el día anterior!
¿Y el Streathearn y el BAlkamah?
Tanto el Shenandoah como el Carlton dejaron su carga, cada una de 5.000 toneladas, y fueron
nuevamente cargados antes de que llegaran los ingleses. El Grace hizo su viaje
hasta Nueva York a excelente velocidad, cubriendo aproximadamente la misma
distancia que al Havre, pero quedándose retrasada en una semana más o menos
respecto de los veloces buques.
El capitán Murphy regresó a
Nueva York con lentes de cristal de roca, utilizados en la fabricación de
anteojos, y el capitán Amesbury trajo un cargamento de tiza. Estos hombres de
mar no sólo eran grandes marinos, sino también buenos negociantes.
Estos buques no eran tan
hermosos como los “clippers”, pero conservaban su velocidad, estando aforrados
con metal. Compitieron exitosamente con buques de hierro del Clyde y con los
más recientes de acero de grandes proporciones, flota en que se encuentran
buques de bandera inglesa, alemana, francesa y norteamericana. Estos buques de
acero eran construídos por los Sewalls, de Bath (*) –los barcos propios y los
de la Standard Oil-, y entre ellos se contaba el Edward Sewall.
El enorme aumento de las
travesías del Cabo de Hornos significó un gran avance en el conocimiento de esa
región, en lo que se refiere al clima y los hielos, y también, en cierta
medida, la disminución de las ballenas y la fuga de las grandes aves de ese
confín americano.
(*) (La mayoría de estos buques
navegaron alrededor del Cabo de hornos en sus viajes. El William P. Frye, en viaje de PUget Sound a Queenstown o los puertos
del canal de la Mancha, según órdenes, llevaba una carga completa de granos,
contrabando condicional según la Declaración de Londres. Habiendo pasado el
cabo a la vista de Diego Ramírez, sufría
las calmas ecuatoriales del Atlántico, cerca del ecuador, cuando apareció un
humo en el horizonte. El Frye fue abordado por marineros alemanes que llevaban
gorras del Scharnhorst, Gneisenau, Iltis
y otros buques. Era el corsario auxiliar Prinz
Eitel Friederich, anteriormente de
la Lloyd Norte Alemán. La tripulación fue apresada y el buque voló con una
carga de dinamita el 28 de enero de 1915. El corsario fue internado
posteriormente en Newport News, falto de carbón y municiones y con su tripulación
enferma de beriberi.
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