Quién será conocido como El Primer Argentino era tipógrafo de oficio, y con ello guardaba cierta afinidad con el autor del Martín Fierra, que era periodista.
Un testimonio singular sobre este acontecimiento, que se daba a poco de entrar en funciones Felix Paz.
Punta
Arenas, Agosto 5 [sic: 25] de 1886.
Señor don José Hernández
Estimado
amigo: el 10 del presente zapó de Oorhovaia, a bordo del vapor nacional Comodoro Py, S.E.el señor Gobernador de
la Tierra del Fuego, don Féliz M. Paz, a espedicionar a San Sebastián con el
objeto de reconocer el territorio y las tribus indígenas que lo habitan,
llamadas Onas, teniendo yo el placer de formar parte de la expedición. El 15
hicimos escala en Punta Arenas, donde embarcamos carne fresca, etc, y el 16 de
mañana zarpamos llegando a San Sebastián el 18. El 20 desembarcó S.E. con 16
hombres, cerca del cabo del Sud, dentro de la había, y el 21 salimos a recorrer,
dejando una guardia al cargo de las cargas y víveres. En el trayecto recorrido
durante el día, encontramos dos parages en que los indios habitan y que se
conocía habían sido recientemente abandonados. Estas habitaciones (si así se
las puede llamar) son un número de pozos de forma circular, de un palmo de
profundidad, y cubiertos de pasto seco, abrigados por las matas que los rodean.
Tuvimos ocasión de ver algunos indios a la distancia, especialmente uno de
elevada estatura, que parado sobre un monte de los más altos, hacía signos con
su capa y vociferaba.
Como la
hora avanzaba y la distancia que nos separaba era considerable, S.E. resolvió regresar
a nuestro campamento. Me olvida decir que a la expedición acompañaba un indio
Ona, de nombre Dahaminik, que desde
niño se encuentra en la misión y bajo la tutela de los Misioneros. Este indio
lo llevaba el Gobernador para que sirviera de intérprete, en caso de poder
ponerse al habla. Esa misma tarde nuestro indio se ofreció a salir solo al
encuentro de los que de nosotros huían. Se le concedió lo que solicitaba,
dándose las instrucciones respectivas, que eran hacerles saber que éramos
amigos, que no pretendíamos hacerles mal, que podrían acercarse a nosotros con
toda confianza y que se les harían algunos regalos: lo que siempre es el mejor
atractivo para todo indio.
Al poco
tiempo se encontró con ellos y parlamentó, quedando en visitarnos al día
siguiente. Hay que advertir que durante nuestra excursión, los indios, en
crecido número, nos habían venido siguiendo, pero de tal manera, que nosotros
no nos habíamos ni siquiera apercibido, sin embargo de estar siempre alertas.
Estos indios se arrastran entre las matas de yuyos de que está cubierto el
campo, se confunden con ellas, y es difícil si no imposible distinguirlos; por
esta razón es que ellos se encontraban tan cerca de nosotros sin que lo
supiéramos. Además tienen los perros tan bien enseñados, que los hacen tomar
rumbos opuestos ladrando y de este modo distrayen (sic) al que los busca; así
es que cuanto más nosotros caminábamos siguiendo el ladrido de los perros,
creyendo a cada momento dar con los indios, más nos distanciábamos de ellos.
Al otro
día, fieles a lo prometido, se nos presentaron en número de veinte y nueve; a
la cabeza venía uno pintado de colorado que desempeñaba el rol de cacique; los
demás no estaban pintados. El aproximarnos y estrecharnos fue obra de algún
tiempo, pues temían una traición por parte nuestra, sin embargo de que habíamos
ocultado las armas.
Uno de
ellos, que se adelantó a los demás, preguntaba con signos a S.E. si le pensaban
cortar el pescuezo, hacerle fuego con las armas o maniatarlo. Lo primero lo
espresaba pasándose la mano por la garganta; lo segundo, poniéndose el puño
cerrado en la boca, y soplando fuerte; y lo tercero, levantando una hebra de
paso y cruzando las muñecas. Después de mil seguridades por nuestra parte,
llegó a las carpas, donde le obsequiamos con gallega. Esto, visto por el
cacique y además, les inspiró confianza, y pronto prorrumpieron en risas y
baile en señal de alegría, e inmediatamente bajaron todos del monte a reunirse
con nosotros. Les imitamos en lo que nos fue posible (el Gobernador dando
principio), ya sea riéndonos o bailando a saltos, formando cadena con las manos
y con acompañamiento de gritos. No dejaba de ser esto un cuadro curioso,
representado por unos cincuenta hombres unos frente a otros, saltando y
gritando a un tiempo, y sin entenderse una palabra; porque el intérprete había
salido por la mañana a buscar a los conferenciantes por un lado mientras ellos
se nos aparecían por otro. Durante la fiesta, los más arrojaron sus capas y
quedaron a lo Adán.
Estos
indios son muy parecidos a los Tehuelches por su estatura y musculatura
sobresalientes. Todo su vestido lo compone una capa de guanaco y sandalias del
mismo cuero. Las mujeres las mandan al interior tan pronto avistan cristianos;
por esta razón no nos ha sido posible verlas. Los perros son iguales a los que
tienen las tribus Fueguinas. Su principal alimento es el tucu tucu, una especie
de ratón de que está minado el campo. El terreno que hemos recorrido es arenoso,
con bastante pasto y apto para haciendas. La falta de elementos, especialmente
de caballos, ha contribuido a que el Gobernador no se haya internado y
recorrido mayor zona, sin embargo, creo que piensa consolidar lo necesario para
otra expedición dentro de poco, y entonces recorrerá todo ese territorio que
hasta la fecha permanece virgen para la planta cristiana. En esta estación del
año, el agua es abundante; no sé si sucederá lo mismo en verano. El oro existe
tanto aquí como en el Cabo Espíritu Santo y según datos, de mejor calidad que el
de Cabo Vírgenes. Los indios y la distancia, en el presente, sirven de barrera
a su explotación; no obstante esto, de tiempo en tiempo se han desprendido
barcos de Punta Arenas, con trabajadores a lavar sus arenas.
Los
indios, una vez establecidas las relaciones, se oponían a retirarse, sin
embargo de habérselo indicado repetidas veces por medio del intérprete.
En vista
de esto, y a nuestro turno, temiendo el aumento de su número y que intentaron
hacerlos pasar un mal rato, se resolvió intimidarlos haciéndoles un disparo al
aire. Esto dio el resultado deseado, porque un instante después habían
desaparecidos todos. En la tarde volvieron en gran número sobre la colina a
nuestro frente, armados de arcos y flechas. Esa noche se puede decir que no
dormimos, esperando de un momento a otro nos trajeran el ataque, pero no
sucedió así. El 23 S.E. ordenó el embarque en los botes; y no habíamos bajado a
la playa los últimos cuatro hombres que habíamos quedado sobre la barranca
protegiendo la retirada, cuando se apoderaron de la posición abandonada. Como
ellos no nos arrojaron sus flechas, nosotros no les hicimos fuego con rifles.
La gente se reembarcó en el vapor, y al día siguiente de madrugada zarpamos de
San Sebastián, llegando a Punta Arenas el 25, de donde tengo el gusto de enviar
la presente relación de la expedición a la Bahía San Sebastián, Tierra del
Fuego. Esta tarde, o mañana temprano, si el tiempo lo permite, salimos para
Oorhwaaia. El Subprefecto [Alejandro Virasoro y Calvo] se encuentra en la
Capital, y yo estoy al frente de la Subprefectura, habiendo quedado al frente
de ella, durante mi ausencia, el Secretario de la Gobernación [Teófilo M.
Iglesias]. Su seguro servidor.
Luis Fique
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