El sábado 8 participamos del programa que inauguraron Ana Berbel y Sonia Menéndez en FM Urbana -98.5 MH-. A lo largo de dos horas vivimos momentos risueños y emotivos todos relacionados con el rescate de la memoria local.
En un momento hicimos lectura de un escrito de hace treinta años, cuando reivindicábamos el lugar que ocupaban los galpones domésticos, en nuestra existencia riograndense.
“De
como en el ámbito de nuestra cotidianidad fuimos encontrando elementos que nos
proyectan hacia el ámbito de los recuerdos”.
Lo
invito a que esta tarde ordene su galpón. Yo lo hice ayer, aunque el día no
estaba tan propicio, y le aseguro que Ud. también –si lo tiene- podrá completar
un inventario nostálgico de Río Grande.
Mi
galpón no es muy grande, tres por tres, y
como está construido con cierto esmero, ventana –ahora rota-, puertas
–de la cual he perdido la llave-, hasta he recibido ofertas de alquiler por él.
Tiene
casi vente años, lo armó el tío Canales cuando se arrastró la casa y quedaron
muchos trastos sin ubicar. Después, el tiempo, fue aumentando sus tesoros.
Papá
tenía un particular cuidado con él, soñaba con proporcionarle una mesa de
carpintero con la cual entretenerse si se llegaba a jubilar. De aquellos afanes
quedan los frasquitos que guardan prolijamente tornillos, clavitos y tuercas.
Mi
incursión por él no trajo más que desastres. Se atiborró de cosas cuando nos
mudamos a vivir con mamá. Pasó a recibir todo o que estaba en desuso pero que a
criterio nuestro “valía”, o podían darnos algunos pesos. Cierto es que la
cocina de hierro que trajimos de Punta Arenas nos dejó plata cuando la vendimos
a una estancia; pero la mayoría de las veces se fueron quitando armarios,
sillas y otros enseres para que alguna casa nueva –que armaban nuevos amigos
venidos del norte- no estuviera tan despoblada.
Oportunamente
cayeron en el galpón materiales de construcción que desordenadamente rompieron
con la prolijidad del momento, posibilitaron sustracciones de herramientas,
rompieron una chapa de ondalit del techo por el que comenzó a precipitarse la
tierra y la lluvia.
Y
como hacía dos años que no limpiaba el patio, cuando me decidí, le llegó el
turno también al galpón, saliendo de todo esto 17 grandes bolsas de basura y
toneladas de nostalgias.
Entre
las cosas que se salvaron figura un sacabotas –el gran invento patagónico- y
dos de mis mejores trineos, todas estas cosas hechas por el viejo, al igual que
la carretilla de juguete que todavía
conserva el número cuatro, que precariamente dibujara con pintura de aluminio.
Salvado
de las ratas se encuentra el asiento que perteneció al auto en que se mató el
tío Rodolfo, está montado aún sobre un cajón de madera en el cual se
preservaban en la cocina papas y cebollas durante el helado invierno. El algún
momento compartieron el cálido privilegio de la cocina con la tabal de cortar
carne –los cuartos de capón que le comprábamos a Onofre o al Chino Bórquez – la
sierra respectiva, la balanza del platos de bronce y –en las noches que faltaba
la usina- la brillante Petromax.
En
un armario de confección casera dejé cuidadosamente instaladas damajuanas de
otros tiempos a las que encontré vacías pero
bellas en su artesanía, y media docena de sifones de distintas marcas en
su cuello metálico: Soda Stella Maris, A. Soto Río Grande, M y D Merletti
Tucumán y Dellovani – Villa Maipú.
No
se como fueron a parar mis cuadernos allí en el polvo. Y algunos por este y el agua deteriorados. ¡Mis
precarios cuadernos de la primaria! Y un libro de caja en el que realicé –aun
antes de ir a la escuela- mis primeros dibujos.
La
hamaca que ahora tengo que instalarle a mis
críos, el auxilio de un auto que ya vendí, el molinito de mi Hamster, y
rotos juguetes de madera.
Supongo
que habrán sido llevados con mayores precauciones por mi viejo, y que no
tuvieron la suerte de los espuelines para el hielo, los patines de mamá, su
gancho de portuario y las planchas de fierro marca Diógenes.
El
espejo de la Nona, roto desde hace un tiempo, me proporcionó una sorpresa
cuando quise conservar el marco: a pesar que tiene un sello en la parte trasera
de “Made in Germany” las tablas que encubría eran embalajes marcados como Punta
Arenas KC 1521, la segunda sorpresa; la Radio Phillips que creía inutilizada
funcionaba en onda corta.
Mientras
los tres andadores de mis tres hijos iban inútiles ya a la basura, la lana de tantos
colchones pasó a una abuela amiga para ser hilada y transformada-con suerte- en
medias y pulóveres de Huiñi Porra.
Agregué
al inventario supérstite de la limpieza un bozal, todas las valijas de cartón
en un baúl grande, la máquina de calcular “Facit” –superada por la cibernética-
y una herradura que sin ser supersticioso trasladé al frente de la casa, sobre
la puerta.
Descubrí
la serpentina de la cocina económica, elemento que calentaba el agua y que hubo
que sacar cuando se la convirtió a gas; al igual que varios ladrillos
refractarios que luego se usaron en lugar de bolsas de agua, y para combatir el
reuma de los viejos.
Las
mangueras que compramos para traer agua desde la canilla de la esquina se
salvaron, es que con el patio limpio me gustaría volver a hacer la quinta: así
me esperarán para el otro verano junto a una verde regadera.
Ocurre
que también tengo un entretecho, altillo que le llaman algunos, pero ya tuve
mucho trabajo ¿no creen? Eso sí...¿Por qué esta tarde no ordena su galpón?
No hay comentarios:
Publicar un comentario