N. Sra. De la Candelaria, Río Grande, 10 de mayo de 1894.
MI AMADO SUPERIOR:
Hace ya algunos meses que le mandé á V. una carta con el
hermano Verguéese, encargándole que volviera pronto con víveres, ropas,
animales, etc., etc.; dudando de su pronta llegada á causa del mal tiempo, que
reina desde su salida, me decido á mandarle esta con el hermano Jacinto
Villacura, acompañado del joven Cesario Villalobos y de otros dos, los cuales
atravesando la Tierra del Fuego de oriente á occidente van á pedir socorros á
la Misión de la isla Dawson. La urgente necesidad me obliga á hacer también
este sacrificio, quitando á la Misión cuatro personas y por lo tanto su fuerza
material, y exponiendo á estos queridos ayudantes al grave peligro de un camino
casi intransitable entre bosques y pantanos (tembladeros), terreno donde se ahonda á caballo y caballero, por la
formación del terreno que tiene una ligera capa de yerba y uno ó dos metros de
agua y fango por debajo.
Después de salir Verguéese, reuní á Don Delturco, á los
hermanos Ferrando, Villacura y Ronchi, y á los jóvenes aspirantes Aravena,
Villalobos y Calafate, y les expuse la dificultad de mantener tanta gente hasta
que volviera la barca, que poco más ó menos tardaría dos meses. Les recomendé
tuvieran mucho cuidado en su
conversación y mayor parsimonia en la distribución de los víveres; les hice ver
la necesidad que teníamos de animar á los hombres á la caza y á la pesca. El
hermano ferrando al oír esto:<Padre, dijo,, tomo yo el encargo de animarlos,
y si es necesario los acompañaré yo mismo en todas las operaciones.> Insistí
sobre la prudencia y precaución de estar armados y prevenidos cuando se habla con
los Indios y de no dejarse rodear demasiado. Entonces el animoso Ronchi para
quitarnos toda inquietud; <Padre, dijo, no tenga miedo: María Auxiliadora
nos ha traído á todos estos Indios y Ella los mantendrá pacíficos. Y además…no
estoy yo con mi barba?...> Al salir de la reunión, estábamos mucho más
animados que antes.
Al día siguiente principiamos á tener en nuestra pequeña
capillita, adornada del mejor modo posible, el Santísimo Sacramento, nuestro
único conforto y fortaleza. Si alguna vez en mi vida he orado con devoción, ha
sido sin duda en aquella ocasión, viéndome rodeado de tanta gente y con tan
grán responsabilidad.
Los Indios comprendieron las circunstancias en que nos
hallábamos y principiaron á cazar, á pescar, á recoger una cierta yerba, á coger
algunas raíces…volviendo siempre cargados.
Por la tarde se reunen para las oraciones y para una corta
explicación del catecismo, que se le transmite por el intérprete.- Se santa, se
reza y vamos marchando bién.- Don Delturco y el catequista, hablándoles, les
dicen que tengan paciencia, que tan pronto como se pueda se les fabricará una gran casa para cada uno, y después otra
mucho más grande para sus hijos é hijas y que vendrá mucha gente.
Al domingo siguiente bautizamos al pequeño Indio recogido
sobre la playa de San Sebastián en el setiembre pasado, y, según su deseo, lo
llamamos Pedro y le pusimos por apellido Gama, nombre del río que corre junto á
dicha playa. Los Indios tenían fijos los ojos observando todas las ceremonias.
Les dirijí la palabra, que período por período iba traduciendo el intérprete, y
por cuanto vi, parece que tan solo comprendieron que aquella función era una grán
cosa.
Concluida la función, les regalé galleta, confites y otras
cosas, y en señal de fiesta al anochecer se quemaron algunos fuegos
artificiales, que habíamos traido de Puntarenas, lo que llamó mucho la atención
de todos y especialmente de los niños, á quienes Don Delturco explicaba por
señas lo que eran.
El día 27, á eso de las 11, los Indios vieron venir del
septentrión á otros salvajes y decían que eran muchos. Inmediatamente se
reunieron junto á sus cabañas y se prepararon para la defensa. Después de tres
horas llegaron seis. ¿Sabe quien venía entre ellos? El indio Benizio, el mismo
que en el pasado marzo no quiso seguirnos más adelante. Estos formaban la
vanguardia, y venían para saber cuantos éramos y para avisarles que vendrían
también ellos con sus familias.
El 28 los esperábamos á todos, pero no llegaron hasta el 30.
Eran como las diez de la mañana, cuando sentí vocear en las cabañas; miro desde
la ventana, y veo á los hombres en pié con el arco y flechas, después correr
como hasta unos doscientos metros, aquí se detuvieron unos veinte y los otros
continuaron hácia el norte. ¿Qué pasa?
Pregunté al intérprete y sin esperar respuesta corro á alcanzar á los que se
habían detenido. Entre estos estaba el capitán, joven de 20 á 30 años, de unos
dos metros de alto, de carácter sencillo y bueno, al que pregunté si venían
Indios. Me respondió que eran muchos los qu venían; y luego se pusieron á
correr para unirse con sus compañeros. Entonces vuelvo corriendo á casa, hago
ensillar un caballo y en seguida, les alcancé á todos. Por medio del intérprete
hize comprender al capitán que no quería pelearan, y que se volvieran todos á nuestro
campamento para recibir galleta, carne y otras cosas. Yo fui el primero en
hacerlo; mi ejemplo fue seguido por todos, pero no quisieron entrar en sus
cabañas hasta que no hubieran fijado el sitio para los que llegaban, á unos 300
metros de distancia de sus cabañas. Son 150, asi que entre estos y los que ya
estaban son más de 350. Se presentaron en nuestra casa, se les distribuyó
galleta y carne, y se consumió entre ellos una olla grande de judías, patatas y
harina.
Principiamos ya á enseñarles las palabras más necesarias y
parece que las aprenden con facilidad.
Venga á vernos, amado Don Fagnano; socórranos y pronto, pués
en pocos días quedará todo consumido, y tal vez no podremos hacer comprender á
esta gente que nos faltan víveres. Confío que la Providencia y su grande amor á
los Indios nos mandarán pronto socorros.
Cierro esta recomendándola al Ángel tutelar de la Tierra del
Fuego, para que ayude á las personas que la llevan. Reciba los saludos de estos
hermanos, de los ayudantes y también de estos Indios que lo aman sinceramente
por el empeño que siempre V. demostró por su conversión.
Su Devmo. En el Señor.
JOSÉ BEAUVOIR, Pbro.
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