Tal vez haya sido hace quince años, o un poco
menos cuando lo visité en su oficina de la calle Valle, en la Capital Federal-
Me había dado todas las indicaciones del caso
sobre como llegar utilizando los medios convencionales de todo porteño, en
subte hasta aquí, y de ahí adelante en colectivo. Pero yo no me animé a tanto y
usé el taxi. Llegué con media hora de anticipación y él por supuesto estaba
todavía en viaje.
La oficina se la debía a un discípulo, por el
lado de su fe evangélica, que le facilitaba la manera de tener un lugar de
trabajo lejos del hogar. Era la identificada con la letra D en un edificio que
tal vez correspondiera a la arquitectura de los años cuarenta.
Desde la puerta de edificio, donde hacía tiempo, lo vi
llegar: bajaba de una colectivo amarillo, vestía a la fueguina. Si en Ushuaia
siempre había sido una presencia formal con su traje gris, su corbata, aquí se
mostraba campechano como un sureño, la remera se abotonaba al cuello, la
campera era negra e iba abierta. Me estrechó cálidamente la mano y cuando dígo
cálidamente lo digo en serio porque era un frío día invernal, húmedo de Buenos
Aires.
En su escritorio me puso al tanto de sus
inquietudes, cosa que en parte sabía: escribía sobre nuestra tierra y en tiempo
histórico se centraba en Ushuaia, y la gesta anglicana. Pero en lo alto de una
suerte de placard estaban alineados por orden cronológicos todas sus
publicaciones, las fueguinas y las que no lo eran, puesto que tenía autoría
sobre textos de factura filosófica y religiosa, e historias en otro contexto.
Me impactó tan enorme producción.
Allí estaban los libros que en mi biblioteca
adquirían otro orden, y algunos que por confianza había perdido a manos de esos
amigos que siempre nos sobras: El Jimmy Button, y Tierra del Fuego, su historia
en historias.
Yo le transmití mi impresión que Orondélico
–tal el nombre de Button- era sin lugar a dudas el fueguino más famoso; de mi
primer conocimiento sobre su drama en un artículo publicado por Bernaldo de
Quirós en un a Primera Plana de los años 70, de la siguiente en Cabo de Hornos
del almirante Félix Riesberg; y del sesgo antiimperialista que crecía en torno
a su figura. Canclini lamentó cuanto mejor suerte había tenido la ficción de
Silvia Iparraguire, llamada Tierra del Fuego, que su documentado trabajo.
Y me dio cuenta del drama de publicar en
Argentina, los libros no tardaban en pasar a saldos, y al año se hacía una
evaluación con los autores, se pagaban derechos por lo que se había vendido, y
si no se superaba la primera edición se pasaba a depósito lo que iba quedando,
si el autor no conseguía comprarlos con algún trámite de darle otra circulación
terminaba por venderse al peso.
Eso fue lo que pasó con su trabajo sobre
Piedra Buena, ese sería el camino que tomaría Si, quiero. Historias y anécdotas
del matrimonio en la Argentina. Un libro valioso que debió competir en su
momento con una oleada de publicaciones que abundaron sobre las inconductas
sexuales de nuestros prohombres.
Los últimos días me cercaba el recordarlo:
cuando escribí sobre la Goleta Blanca lo hice tomando el libro del Centenario
de Ushuaia, esa obra que ha inspiración de Jorge Vsalovic le tocó materializar.
Ya con anterioridad –el día del inmigrante italiano- traje una mención sobre su
libro impreso los días de Manfredotti senador. Pero también vine a recordarlo
en algunas referencias al capitán Smiley aparecida en Salvaje de Rick
Hazlewood; el había escrito una serie de tres artículos sobre aquel marino que
adiestró a Piedra Buena, escritos que pueden consultarse en la colección de la
revista Impactos de Punta Arenas, de cuya publicación hice de mediador.
Canclini en su condición de pastor bautista
dotó a su mirada histórica de un tono moralizante. Pero no fue para cuestionar
las conductas de los protagonistas. Fue para ser indulgentes con los mismos.
Vino a confesarme que moderó en el Libro de Centenarios los testimonios de una
familia que podían herir a otra, que en el caso de los trabajos rescatados de
los repositorios documentales sobre la cárcel que tenía Juan Carlos Lovece
–cinco tomos- no se atrevió a colocar los nombres verdaderos de vecinos de
Ushuaia que hoy por hoy tenían una descendencia que incluso ignoraba muchos
detalles del pasado; que se excusó de dar tratamiento a la condición política
que en los archivos de la Armada identificaban a los inmigrantes del Génova; y
hasta depuró la mirada sobre las Leyendas Yámanas, a las que entregó con gran
ingenuidad, aptas para todo público y sin descripciones de tono sexual.
Nuestra primer colaboración con él fue al
momento de escribir sobre la Armada en Tierra del Fuego, nos pidió por
intermedio de Alberto Vicente Ferrer dar noticias sobre la institución en el
norte isleño; espacio sobre el cual el nunca se consideró autorizado, aunque
con los años escribiría un interesante Julio Popper, quijote del oro fueguino.
Entonces se le aporté una mirada de niño y joven, en la década del 60, sobre
los roles públicos de la Marina, en nuestro Río Grande. Me agradeció que fuera
el primero y entregó a modo de presentación un elogioso concepto sobre mi
persona, a la que además acompañó de una suerte de de retrato callejero mío,
despeinado por el viento estepario.
Nuestra última contribución fue en el 2010. Le
habían encargado escribir una Historia del Periodismo en Tierra del Fuego y ya
por su edad no podía llegar aquí. Yo estaba en reposo riguroso después de un
accidente pero conseguimos dos cosas: Julio Rodríguez para que lo ilustrara
sobre Ushuaia; y Patricia Cajal, mi esposa, para que hiciera de intermediara.
Los mail viajaban de aquí para allá. Los amigos –protagonistas de la vida
periodística local- enviaban sus memorias. Un día Patricia llevó al Correo una encomienda con varias publicaciones.
Al tiempo el libro llegó a la imprenta y como sobró mucho material me
comprometió a que un tiempo después de su muerte fuera yo quien ampliara lo que
en germinaba de bosquejar.
Este libro hoy se puede consultar y bajar de
internet, en formato pdf, siguiendo esta referencia:
Ahora que quieren que le diga..¡partió! En un
día en el cual me disponía a escribir algo así como 10 de junio: una fecha con
doble significación para la vida malvinera. Tal vez dentro de un año sea
diferente, y la titule 10 de junio, una fecha con triple significación para la
vida fueguina, y la significación final ronde la existencia de Don Arnoldo.
1 comentario:
Hola Mingo,
Ciertamente una de las personalidades más valiosas que contribuyeron a la divulgación y el conocimiento de la historia fueguina. ¿Qué puedo decir? Muchos momentos de lectura fueguina en solitario vinieron acompañados del testimonio que dejara su interminable pluma. Mi primer libro fueguino, ese que vino por un regalo de cumpleaños, tuvo su contribución, como no podía ser de otra manera.
Quisiera recordar también, además de los mencionados en este artículo, otros textos de su autoría que llenaron plenamente mis expectativas literarias: “Allen F. Gardiner”, “Tomas Bridges, Pionero en Ushuaia”, “Waite Stirling: El centinela de Dios en Ushuaia” y “Juan Lawrence: Primer maestro de Tierra del Fuego”. Esa colección de coloridos libritos, inigualables, para leer dos veces y una vez más. Otro libro que me gustó fue “Los indios del Cabo de Hornos”. Todos ellos con un recorrido ameno, sencillo para quien se asomara a la literatura fueguina, pero a la vez “gordos” en información y datos para quienes eran más entendidos en los temas australes.
Mi reconocimiento sincero para quien fuera uno de los máximos exponentes en el saber de los hechos que ocurrieron en la Isla desde la llegada de Magallanes hasta la actualidad. Gracias por tus letras, Arnoldo Canclini.-
Hernán.-
(Buenos Aires).
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