La lamparita roja.

A Walter y otro encuentro inspirador.

La abuela se visitó elegantemente, tomó su auto y lo estacionó justo frente a la puerta del negocio.
Al ingresar la sorprendió a la música que parecía estar a tono con las circunstancias. Era melodía lastimera tan distinta a aquella otra a la que nunca había terminado de acostumbrarse, cuando trabajaba en ese lugar.
Al ingresar la primer mujer que la vio se sorprendió, le avisó a una segunda, y una tercera trató de interceptarla. Pero ella ya estaba apoyada en la barra, se habida despojado de su abrigo que había dejado el taburete cercano y llamaba al mozo para servirse una copa.
No era habitual que las mujeres concurrieran al lugar.
Ni ahora ni antes cuando  ella en una relativa madurez recibió la oferta de salir del oficio por parte del que sería su marido, un policía de cierta jerarquía. Solo alguien de su poder podría contrarrestar la autoridad de quien la había traído a una primera escuelita fueguina, la había pasado a otra donde se cotizaba mejor, pero al sentirse maltratada la había colocado finalmente en ese lugar que ahora había decidido volver a visitar.
El lugar no parecía haber cambiado, aunque de un momento a otro se le volvía el más extraño mundo.
De repente una mano se posó sobre su hombro, se dio vuelta y allí estaba mirándola con todo su rostro compungido la encargada del recinto: era la muchacha aquella que recién entraba a trabajar cuando ella se casó. La única a la cual su cafischo no dejó participar de su fiesta de bodas.
Se abrazaron como si hubieran compartido la misma vida, aunque  no habían intercambiado mayormente ninguna palabra. A  rato, en el consumo de la copa servida, comenzaron a dialogar de los grandes temas del día: que Mascherano, que los fondos buitres, que el estado civil de algunos funcionarios..
Unos metros más allá hombres y mujeres estaban en lo mismo. A veces tomados de la mano. Nadie parecía extralimitarse.
Las copas seguían marchando y en esta oportunidad las damas no consumían te frío, ante un cliente que terminaría emborrachándose por ellas: las damas consumían a la par.
Cuando faltaba poco para que tiren flit por última vez, la encargada le preguntó a la abuela sobre que había venido a buscar esa noche.
La abuela se silenció.¡ Podría haber dicho tantas cosas! Pero finalmente afirmó: -Vine a pedir algo que nunca más va a brillar.., la lamparita roja.
Cuando  nadie de la concurrencia quería que llegara la hora del cierre, la abuela salió dejando atrás en el recinto, a los hombres y mujeres que vivían su última noche en el lugar.
Cada uno imaginaba cual sería ahora su destino.
Dos sombras se deslizaron  rápidamente y la rodearon: -¿Abuela, que estabas haciendo acá?
Eran su nieta y su nieto que habían salido a buscarla cuando su celular no contestaba, y encontraron el auto frente a ese lugar, y no se atrevieron a entrar.
Hubieran entrado a escenario de una historia familiar que no conocían.
Algo más tarde la abuela despertó en su desolada cama matrimonial. Estaba arreglada y abrigada. Su cartera estaba sobre una silla. La casa estaba en silencio.
Se puso a pensar si todo lo de esa noche había sido un sueño. O si había sido un sueño la mitad de su vida.

Entonces se levantó, abrió la cartera, tomó la lamparita, y comenzó a reemplazar con ella la que tenía en su velador.


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