Verónica De María: SIN PRÓCERES Una historia provincial

Antes que el electorado la colocara en la legislatura Verónica escribió menudo libro sobre los vivido del 91 en adelante.

Confió en mi para que aportara opiniones, sugerencias y hasta correciones.

Hoy que parece correr por otros caminos, tal vez sumida en el clima ushuaiense, el descubrimiento de los escritos de entonces me impulsan a publicar su prólogo, de manera desautorizada.


Quizás debamos preguntarnos cómo comenzó a escribirse esta historia de Tierra del Fuego, cómo se dio ese vertiginoso proceso de creación y vaciamiento.
Las políticas trazadas desde el orden nacional e internacional para Argentina debieron aplicarse, no sin contradicciones, en la flamante provincia. Así el proceso de privatizaciones, concesiones y tercerizaciones, de endeudamiento interno y de creación de compromisos externos a Tierra del Fuego se fue trazando, planificando, hilvanando, cosiendo y reforzando.
Fue en el año 1991 cuando se establecen las bases institucionales. El primer trazo fue la Constitución Provincial, jurada el 1º de Junio de ese año que incorporaba conceptos importantes en cuanto a preservación de recursos, federalismo y mecanismos de participación.
Había sido el Movimiento Popular Fueguino, un partido surgido de movimientos vecinalistas y convencido de su rol de custodio-opositor, el que había diseñado ese primer paso institucional incorporando todos los mecanismos de control posibles frente a un escenario con el protagonismo de los partidos nacionales que habían gobernado el entonces territorio a través de delegados presidenciales. Nunca imaginaron que el electorado podría colocarlos en la gobernación[1].
El mapa político de ese primer período de gobierno provincial ubicó a la fórmula Estabillo-Castro en el Ejecutivo y conformó una legislatura con mayoría mopofista y riograndense. La Legislatura se reservaba la función de control y observaba estrictas exigencias al desempeño del gobierno. Dos áreas de control se sumaron como reaseguro de control de ejecución: el Tribunal de Cuentas y la Fiscalía de Estado.
La experiencia de arbitrariedad y saqueo, nunca investigado, había llevado a los convencionales a la búsqueda de un modelo de administración eficiente, moderna y transparente. Claro que esto se planteó en teoría en la Constitución y en las ideas discutidas en las acaloradas sesiones de la Convención. No pasarían demasiados años para encontrarnos con que esas ideas originales se opacaban y se desnaturalizaban a la vez que se desdibujaban los controles.
El poder judicial comenzaría a constituirse a partir del funcionamiento del Consejo de la Magistratura, un organismo colegiado con representación de los abogados, del ejecutivo, del legislativo y de la Fiscalía de Estado.  Se dio una primera discusión en torno a si debían –los jueces electos- ser abogados del foro local o debía abrirse a matriculados de todo el país. Una teoría era sostenida desde la defensa de la idiosincrasia propia del pueblo que debía ajustarse a los códigos, pero que también tenía características propias a su historia y su conformación social. La otra teoría se basaba en igualdad de oportunidades consagradas por la constitución nacional e inclusive agregaban el valor de “imparcialidad” que debía acompañar los fallos judiciales….algo así como la famosa venda que tiene que cubrir los ojos de quien hace justicia sin guiños, seducciones o preferencias. Ganó esta última postura y la gran mayoría de los magistrados resultaron ser foráneos conformándose inicialmente un grupo denominado “Salta” en alusión al origen de muchos magistrados y funcionarios judiciales provenientes de esa provincia.
A poco de andar la provincia, caería también esta ilusión y la tan mentada imparcialidad no era garantizada por los “venidos y quedados” ni por los “nacidos y criados”. Los sucesivos recambios en los nombres en la Justicia,  que se dieron con celeridad en el primer tiempo y luego más lentamente (hasta el brutal desguace de la Justicia con la nefasta ley 460 de jubilación anticipada), provocó también la percepción de un deterioro progresivo del Poder Judicial y un empeoramiento de la calidad institucional de Tierra del Fuego.



[1] Los convencionales del Movimiento popular fueguino fueron once. Sorprendidos por el resultado de las elecciones ingresaron los que acompañaban en la lista y presidieron la Asamblea Constituyente.

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