Un escrito de Néstor Palmetti.
Las algas son vegetales que crecen en agua, tanto dulce
como salada. En el océano constituyen el principal componente del plancton
marino. Tuvieron mucho que ver con el origen de la vida en el ámbito marino,
pues fueron los primeros organismos en realizar fotosíntesis clorofílica. Van
desde los microscópicos organismos unicelulares (como las espirulinas) hasta
las gigantescas kelp (el ser vivo más largo del planeta).
Si bien las algas mantienen un sistema de organización
primitivo, realizan fotosíntesis como cualquier vegetal verde y tienen
capacidad de sintetizar proteínas, carbohidratos, lípidos, clorofila, ácidos
nucleicos, vitaminas, minerales y pigmentos. En las cápsulas espaciales se las
utiliza para regenerar el oxígeno y, luego de secadas, se las emplea como alimento
para los astronautas.
Aún no se ha tomado conciencia respecto al rol que pueden
jugar las algas en la problemática del hambre en el mundo, pues son una fuente
espontánea e inagotable de nutrientes que se desarrolla sin costo alguno en los
dos tercios de la superficie del planeta cubierta por agua. Una razón más para
detener la salvaje contaminación de los mares, de los cuales podríamos
sobrevivir en un futuro cercano. Además, las mismas algas se están revelando,
en experiencias de gran escala, como magníficas depuradoras de las aguas
contaminadas con residuos de la actividad industrial (fosfatos, nitritos,
anhídrido carbónico, etc.). Las algas también pueden cultivarse con gran
rendimiento en pequeñas extensiones de tierra. Un caso es la espirulina que,
comparativamente, brinda más nutrientes y de mejor calidad por unidad de
superficie con respecto, por ejemplo, a la tan alabada soja.
Las algas están presentes desde hace milenios en la
tradición culinaria de Oriente y de culturas ancestrales americanas y
africanas. Si bien en ciertas poblaciones cumplen un rol nutricional importante
(en Hawai se consumen más de 70 especies distintas), hay millones de
occidentales que prácticamente las desconocen. En Argentina son consideradas como
un exótico ingrediente de la culinaria oriental, pese a que nuestro litoral
atlántico es un gran productor, tanto cuantitativo como cualitativo (kelp,
wakame, agar-agar, cochayuyo, etc.).
Lamentablemente, casi toda la producción nacional se
exporta y hay escasa difusión de sus benéficos efectos.
Objetivamente debemos considerar a las algas como
excelentes integradores naturales para combatir el empobrecimiento causado por
los procesos de refinación industrial de nuestros alimentos. Su ventaja es la
gran concentración de nutrientes y la alta asimilación orgánica de los mismos.
Como dice el Dr. Muramoto, “es un tipo de
comida en el cual uno puede confiar”. Al inicio puede que no atraigan por
su particular sabor, pero una vez que se las comienza a utilizar, es difícil
prescindir de ellas. Luego de ingerirlas, se tiene la sensación de haber
consumido algo verdaderamente nutritivo.
Hay distintos tipos de algas y se las divide en azules
(hay quienes a éstas las consideran bacterias), rosadas, pardas, doradas y
verdes. Las rosadas se desarrollan a grandes profundidades, destacándose entre
las más conocidas a las hiziki y las nori. De algunos ejemplares de este grupo
se obtiene el agar-agar, utilizado como gelificante. Entre las pardas podemos
citar a las kombu, las kelp, las fucus y las cochayuyo. Las diatomeas forman
parte de las algas doradas y su característica es que la paredes celulares
están formadas por estructuras silíceas en lugar de celulosa. Por último, entre
las verdes se destacan las excelsas espirtulinas de agua dulce.
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