Los rituales del pueblo
selknam se basaban en un mito que describe cómo en un tiempo mítico –tiempo howen-
las mujeres mantenían dominados a los hombres disfrazándose de espíritus, e
imprimiéndoles el miedo.
El sol descubrió la tal
engañó y todas las mujeres, salvo las niñas, fueron asesinadas escapando la
luna al firmamento donde huye continuamente del sol que la persigue.
Las niñas crecieron víctimas
de la misma impostura que habían ejercido sus madres para con sus padres, y
pasaron a ser dominadas.
Este femicido ha sido
identificado por algunos investigadores, como el cado del psiquíatra junguiano
Pesagno Espora, como “La gran revolución”
***
Pero les dejo una
narración propia que figura para el tomo dos de RASTROS EN EL RÍO, escritos del
año 1992 que publicamos en EL SUREÑO.
“Cuando en este mundo mandaban ellas, trascendió la mentira/verdad que
sostenía el orden social, y comenzó la gran revolución de los hombres”.
Mujer, golpeada y sola.
Fue en un minuto: arco de luz en el horizonte, calco blanco y azul sobre el
agua calma, bola de cristal prediciendo el pasado. Luna llena.
Kree escapando nuevamente al asedio del sol.
Tal como lo hiciera en los albores del mundo, cuando la tierra dejaba de
ser lisa y plana, dura y seca, y el cielo estaba mucho más bajo que hoy en día,
y no se sabía del frío, la nieve y el deshielo, en los tiempos ignorados en que
las mujeres gobernaban sobre los hombres.
Pero era en aquel entonces: sobre la Tierra del Fuego caminaba el sol y la
luna, las estrellas y el viento, los cerros y los ríos tan humanos como los
selknam, y las mujeres gobernaban sobre los hombres.
Los hombres debían permanecer obedientes en el Kowi, la choza reparo en el
ámbito doméstico, cuidando del fuego para asar la carne, trabajando el cuero
del guanaco o del lobo, y al cuidado de los pequeños que las mujeres parían y
olvidaban.
Si había algo importante que discutir en la comunidad eran las mujeres las
que sentadas formaban la rueda de las deliberaciones donde nunca pero nunca
podrían participar, ni siquiera asistir, un hombre, por más fuerte que fuera e
inteligente que pareciera.
Kree, laq más astuta de ellas, comprendió que debían reservarse a
perpetuidad las mujeres el dominio de la sociedad tribal, evitando toda forma de rebelión e
insumisión masculina. Kree, la temida hechicera trazó en aquella Era sin
muerte los tácitos reglamentos de la
organización secreta primigenia y por él construyeron a cierta distancia de sus
viviendas un cono de troncos de lenga en el cual podrían reunirse cada tarde.
Y cuando la noche oscura, aún sin luna, aún sin estrellas se precipitaba
sobre la tierra lisa y plana a la luz de las fogatas, los hombres aterrorizados
contemplaban como emergían de las sombras esos seres atroces, de cabeza de
corteza y variado pelaje, saltando y brincando. De a una, en pareja, o formando
largas filas; las mujeres disfrazadas aferradas con su traje al rol asignado
por la primera ideología de la dominación que conociera la Tierra.
Kreen supo al fin por su esposa, la hechicera, y otros hombres también
fueron informados que esos seres descendían del cielo, o surgían de la tierra,
para encontrarse con las mujeres reunidas en la Choza Grande a la que
respetaban en su condición de tales, pero esa suerte no correrían los machos si
se atrevían a acercarse al círculo sagrado, el ámbito femenino.
Sólo por las mujeres sabían ellos algo de la naturaleza de este mundo
mítico fantaseado pro las mujeres. Xalpen averiguaba siempre sobre el
comportamiento de los amos de casa, y otro ser del cielo o de la tierra
determinaba las tareas que el hombre debía hacer para salvar su vida; más era
Kree, la mujer luna, la gran determinante de las funciones sociales y las
mujeres, en su ámbito de poder salían turnándose y cada tanto a la viviendas
para traer los tributos del asado y llevar las noticias del inframundo.
Todo fue así en la era sin medida, hasta que Kreen, buen cazador y experto
corredor –extenuado por la carga de un guanaco muerto- se sentó tras unas matas
muy cerca de la casa ceremonial. Y desde esa espesura pudo asistir al diálogo
que dos mujeres sostenían junto a un río, mientras recubrían su cuerpo con el
ocre y el blanco cromático de los seres mágicos que se manifestarían algo más
tarde. Tenían la burla por los hombres, de continuo en sus labios y sus gestos.
Kreen vio que eran sus hijas... y comprendió cómo los habían engañado.
Esa noche los hombres deliberaron en secreto en el campamento, la Gran
Revolución se puso en marcha.
Así salieron con sus nudosos garrotes para que –en la furia del engaño-
golpearan una a una a sus mujeres, a sus
madres, a sus hijas, a todas: ¡hasta matarlas!
Sólo Kee tendría mejor suerte pues al ser golpeada por su esposo sol con un
leño encendido tembló a cada golpe el firmamento, y en la vacilación de Kreen
descendió el cielo para que tomara la altura donde se la sigue viendo con el
rostro quemado por el leño tizón y perseguida infructuosamente por el vengativo
sol, padre de la rebelión masculina.
Cuando al amanecer los hombres regresaron al campamento eran las niñas
pequeñas, por ellos cuidadas con amor maternal, las únicas mujeres sobre la
tierra.
Salvadas en su inocencia, en su ignorancia del mundo fabulado por la luna,
verían al llegar a adultas como desde la enigmática choza de los hombres,
dueños ahora del secreto del engaño, harían aparecer extraños seres antes personificados
por sus madres que les infundían el temor necesario para nunca revelarse a la
autoridad masculina.
Pero cada cazador sabía que esa
luna a veces tan roja de ira alzándose sobre el horizonte en una eterna fuga
del sol, se manifestaba con la maldición de su caída
Ilustración de Omar Hirsig.
1 comentario:
Hola Mingo!
¡Buena narración! Me gustó el texto y la forma en que se va contando la historia.
En su libro “Archipiélago (Tierra del Fuego), Ricardo Rojas aborda este tema con una perspectiva similar, en dos capítulos: el Nº 1 “La epopeya de Kuanip”, y el Nº 20 “El Klóketen de los onas”.
En el primer caso, plantea que “(...) Kuanip era hijo de Kren, el Sol, y de Kerren, la Luna. Kren, la “persona” más hermosa del Onaisín, y Kerren, su mujer, que revelara los misterios matriarcales del primer klóketen, produciendo con ello la rebelión de los hombres”.
“(...) Kuanip trajo el fuego; y por aquellas fogatas que aún ardían cuando vinieron los navegantes blancos, llamaron del Fuego a esta isla de nieves”. Más adelante, Ricardo Rojas agrega que Kuanip “(...) instituyó para los varones el nuevo klóketen, el del patriarcado, que persistió hasta nuestro tiempo”.
Del texto se desprende que el tema en cuestión – el matriarcado / patriarcado y el Klóketen - va entrelazándose con el mito de Kuanip.
En el Capítulo 20, el autor vuelve a traernos el tema, y como en continuación con el relato del primer capítulo, nos cuenta:
“El klóketen es una antigua tradición de los onas, según la cual, en épocas inmemoriales, los hombres vivieron sometidos a esclavitud por el espíritu de Alpe y de las hijas de la Luna (...). Descubierto un día el secreto de aquel poder equívoco, los hombres, protegidos por el espíritu masculino de Kzortu, se sublevaron, y sacrificaron vengativamente a todas las hembras de la dinastía matriarcal, aunque dejaron con vida a las niñas, no iniciadas aún en el primitivo secreto. De aquellas hembras sacrificadas, algunas metamorfosearonse en ánades; otras en murciélagos. Los varones habían triunfado de las hembras, y de los monstruos equívocos, hijos de la Luna, suceso que acaso corresponda a la caída del matriarcado. Los hombres, a fin de mantener su victoria, necesitaron de un nuevo rito, y este fue el misterio del klóketen, iniciación del hombre valeroso, que hasta hace pocos años se practicó en el “jaind”; recinto iniciático de la raza” (Rojas, Ricardo: “Archipiélago (Tierra del Fuego)”, Editorial Südpool, 1º Edición, Ushuaia, 2012).
Un abrazo Mingo!
Hernán (Bs. As.).-
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