El catequista Phillips relata sobre los
canoeros que habían sido vestidos por los ingleses:
Aunque estuvieron bien vestidos con la
ropa que le dimos ayer, hoy no salieron con ellas. Un pedazo de piel de foca era lo único que
cubría sus cuerpo.
Ya las descripciones de Darwin
relataban esa desnudez de manera estremecedora.
Martín Gusinde dirá con el tiempo:
En ese entonces, cuando comenzó la
acción misionera, se consideraba en los círculos europeos la mayor o menor
cantidad de vestimenta como criterio de mayor o menor grado de cultura de un
pueblo, para elevarlo se consideraba ya, más o menos suficiente, el suministro
de vestimenta. Aun hoy en día –dirá el antropólogo que escribió estas apreciaciones
en la segunda década del siglo XX- existen personas que consideran
enraizadas nuestra civilización europea
en un pueblo que acostumbra a envolverse
en nuestros trapos de moda, por feos, mal elegidos e inadecuados que sean.
Entonces podremos leer en el propio
Gusinde consideración sobre el daño del cambio de indumentaria.
Brevemente
mencionaremos los perjuicios evidentes producidos por la vestimenta europea.
Estos indígenas desconocían una higiene corporal regular, pero el sol, el aire
y la lluvia actuaban libremente sobre la piel; la lluvia proporcionaba, a
menudo, un intenso lavado. Sin embargo, la piel nunca se mojaba totalmente con
las precipitaciones porque era muy grasa o fue mantenida así; la aproximación
sin interferencias al fuego abierto permitía hacer desaparecer cualquier rastro
de humedad en pocos minutos. El aire y el sol estimulaban fácilmente la piel y
provocaba no sólo la respiración de la misma sino también una viva
circulación sanguínea. Todo esto fue impedido con la gruesa vestimenta que
envolvía el cuerpo. Además se juntaba mucha suciedad en la piel y en las
prendas de vestir, que casi nunca eran cambiadas o lavadas, lo que provocaba
erupciones en la piel y eczemas. Finalmente se desarrolló un peligroso
debilitamiento de todo el organismo debido a que la vestimenta húmeda no era
reemplazada por otra seca, sino que se dejaba secar sobre el cuerpo; para ello
el propio cuerpo debía proporcionar el calor que facilitara la evaporación.
Pronto hubo en todo esto un buen caldo de cultivo para gérmenes de diferentes
enfermedades, que representaron un actor determinante en la extinción prematura
de este pueblo. Pero que nadie se engañe dando como excusa que los fueguinos
mejoraron en general moralmente desde la introducción de la vestimenta europea.
Muy por el contrario algunos fenómenos en la vida de los individuos y de todo
el pueblo, durante las últimas décadas, demuestran un nivel tan bajo como no lo
había conocido la gente de antaño. La obligación de la vestimenta europea
trajo, indiscutiblemente, grandes desventajas para toda la tribu yámana.
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