Carlos María Ratier, y mi tocayo Oscar Domingo D'Agostino, publicaron esta reseña hace algo más de un año, en un tiempo en el cual Luís Soler presentaba su documental sobre Aeroposta. Luís está en viaje a México y su documental se proyectará este sábado a la hora de la merienda, en el Centro de Antiguos Pobladores.
La
historia determina esta fecha de 1935 como la de inauguración del puente aéreo entre Río Gallegos y Río Grande.
Antes y después de esa fecha la Aeroposta Argentina había realizado vuelo
experimental y organizativo. Lo que sí aconteció fue que ese 2 de septiembre de
1935 llegó a Río Grande un avión LATE 25 piloteado por Rufino Luro Cambaceres,
viajando como único y primer pasajero Esteban Martínez Martos, técnico mecánico
aeronáutico de la Empresa.
Escribió Carlos María Ratier: Horario de los vuelos
Los aviones de la Aeroposta aterrizaban después de una hora y media de vuelo, en campos del Frigorífico, por el apoyo logístico que el establecimiento brindaba. Los pasajeros y la correspondencia eran trasladados de una a otra orilla del río Grande por el servicio de boteros.
Estos vuelos salían de Bahía Blanca los viernes y llegaban a Río Grande los lunes. Regresaban los martes, llegando a Bahía Blanca los jueves. Poco tiempo después el horario fue modificado, llegando todos los domingos a las 10. A partir de 1948 estos vuelos se extenderían hasta Ushuaia.
Termina la dependencia
El puente aéreo establecido entre Río Gallegos y Río Grande influyó significativamente en la disminución de la dependencia de Río Grande con respecto a Punta Arenas, que era la única ciudad con la que la nuestra tenía contacto marítimo-terrestre. Con el establecimiento del servicio aéreo, Río Grande recibía diarios de Buenos Aires que antes demoraban meses en llegar, con solo seis días de atraso. Lo mismo ocurría con las cartas. Los hombres de negocio viajaban de una a otra localidad, los comerciantes ahora podían operar con los bancos de Río Gallegos.
Los nuevos aviones
En 1936 la Aeroposta incorporó nuevas máquinas LATE 28 con capacidad para ocho pasajeros. Una de estas máquinas en vuelo sin pasajeros, protagonizó un junio de 1936 el primer accidente aéreo. Se precipitó a tierra como consecuencia de un temporal de nieve, pereciendo los pilotos Próspero Palazzo y César Brugo.
A partir del 1º de febrero de 1937, la Aeroposta adquiere tres trimotores JUNKER JU52 de fabricación alemana, con capacidad para 17 pasajeros. Desarrollaban una velocidad de 280 km/h y la autonomía de vuelo era de 1.400 km. En estas máquinas los pilotos usaban uniforme, conducían con cabina cerrada y un operador radiotelegrafista integraba la tripulación. Eran en ese entonces los aviones más modernos del mundo. La cabecera de la Aeroposta se estableció en Quilmes, mientras que los talleres de mantenimiento estaban en General Pacheco (Ruta 197 y Panamericana- El Talar), ambas de la provincia de Buenos Aires.
Los JUNKERS fueron bautizados con los nombres de Patagonia, Tierra del Fuego y Pampa. La red de servicios de la Aeroposta Argentina llegó a alcanzar 4.000 km, siendo el trayecto entre Buenos Aires y Río Grande de 2.500 km, que demandaba en un comienzo, cinco días que lograron ser reducidos a tres.
En 1946 la Aeroposta había adquirido aviones Douglas DC3 con capacidad para 28 pasajeros con el propósito de reemplazar a los Junkers.
La Aeroposta se transforma
Al llegar la fecha del vencimiento de la concesión del servicio aéreo, la Aeroposta se transformó en sociedad mixta, al tiempo que el Estado creaba empresas de aeronavegación con los nombres de FAMA, ALFA Y ZONDA. Estas cuatro empresas fueron finalmente nacionalizadas a fines de 1949 y en 1950 unificadas, se convirtieron en Aerolíneas Argentinas.
Los pilotos de la Aeroposta
Al recordar esta parte de la historia de la Aeroposta Argentina, debemos recordar también a los que la propiciaron.
El primer grupo de pilotos estaba constituido por aviadores franceses, entre ellos Paul Vachet, Jean Mermoz, Antoine de Saint Exupery y Henry Guillaumet, quienes fueron sucedidos por los primeros pilotos argentinos.
Entre ellos estaban Pedro Fucarelli, Próspero Palazzo, César Brugo, Rufino Luro Cambaceres, Domingo IRIGOYEN, Leonardo Selvetti, Ricardo Gross, Marcelo Mignone, Juan Arfinetti y Alberto Páppa.
Algún día , de manera individual, sus nombres figurarán en las calles de nuestra ciudad para que todo lo hecho no se pierda en el olvido. Ellos ya tienen un lugar en la historia de Río Grande, porque son los pioneros de la aviación fueguina.
Hoy contamos en el Bº de Chacra II una calle que reúne sus nombres bajo la denominación de Aeroposta Argentina, pero hay muchas calles que no llevan el nombre de estos pilotos pioneros, arriesgándonos a olvidar sus nombres .
La imagen corresponde a la exposición realizada en el Museo de la Ciudad, encontrándose mayor información sobre aquel acontecimiento en este mismo blog, el 28 de septiembre del año pasado.
1 comentario:
Hola Mingo!
Muy completo informe sobre la aviación fueguina en sus orígenes. Aporto más abajo algunos detalles que al respecto oportunamente brindaba Mirko Milosevik, antiguo poblador que naciera en 1909 en Punta Arenas y que llegara a Río Grande en 1925.
La Aeroposta en el Frigorífico. Recordaba Mirko: “Después del Destacamento de Policía – el cual integraba la entonces población del Frigorífico – venía un galponcito donde se guardaba el material de la Aeroposta (...) y cuando aterrizaban los aviones se amarraban, le sacábamos el aceite y lo poníamos en el galponcito ese para calentarlo al otro día. El aceite se lo sacábamos para que no se congelara y lo calentábamos con unos calentadores a alcohol; y el agua también, porque esos avioncitos tenían radiadores. Eran el LATE 25, 28 ... Eran franceses (...). Los aviones quedaban a la intemperie, se amarraban con unos ganchos, se estaqueaban bien y cuando había viento había que girarlos para el lado del viento (...). Cuando caía nieve y se le quedaba sobre las alas, nosotros teníamos que barrerla (...).
El avión demoraba una hora de Gallegos ... El tiempo cambiaba mucho desde que salía ... Resulta que cuando llegaba se encontraba que estaba todo cubierto de neblina. Entonces, cuando nosotros sentíamos que estaba volando arriba de nosotros, de la pista, encendíamos fogatas ... En ese tiempo no había iluminación. Había que hacer una fogata con aceite y trapos sucios que había en los talleres y teníamos siempre preparados. Entonces lo incitábamos a bajar. Entonces él veía el fogonazo de la nafta y calcula dónde podía bajar. ¡Muchas veces salía afuera de la pista también y cuando veía que andaba mal volvía a elevarse de nuevo! (ríe). En esa época los pilotos sólo andaban con un parabrisas y era debajo del alerón que tenían su cabina, y a los pasajeros no los veían tampoco. Los encerraban atrás y ellos no los veían; llevaban cuatro pasajeros en los LATE 25 (...).
Pilotos recuerdo a Irigoyen, Próspero Palazo, César Brugo, que se mató con un LATE 28, Norberto Fernández que, era de Gallegos que se mató cuando venía de Colombia en la época de un terremoto, y que había ido para socorrer. Salvó mucha gente y cuando regresaba se mató. Después hay otros más, de Mar del Plata, Mignone (...)”. (“A hacha, cuña y golpe. Recuerdos de pobladores de Río Grande, 1995).
Un abrazo Mingo!
Hernán (Buenos Aires).
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