Se van a cumplir 30 años de su decisión de venir a vivir a
la Tierra del Fuego.
Ya conocía Ushuaia, por llamados de familia, y un día salió
de Villa Ballester con una identidad de artista.
En la capital fueguina trabó amistad con la comunidad
cultural emergente, y luego el amor la trajo a Río Grande.
Hoy Ana es una de nuestras tempranas oyentes, son esa
sintonía entrecortada de quien debe ir de aquí para allá conduciendo hijos y
nietos a las labores del día; y cuando termina en ese andar, a eso de las 9, se
integra a su trabajo en la Delegación Río Grande de Derechos Humanos.
En todos estos no se dejó contener por la isla, en algún
momento se proyectó a una experiencia de vivir en el Neuquén –cuando no era la
gran ciudad de ahora- o volver a Buenos Aires, tanto para que allí naciera su
último hijo.
Pero en uno de esos retornos se incorporó a la función
pública y su empleo municipal fue en áreas de Catastro. De Rentas.., si bien
todo eso parecía muy técnico ella se adscribió a los manejos más humanos, se
preocupó por los que poco tenía y lo que debían pagar, y trató de que se
reglamentaran acciones más humanitarias.
Al tiempo la teníamos en la esfera provincial en áreas de
cultura, no era mujer de escenario, si de logísticas de administración y
promoción cultural. Su salto a Derechos Humanos la colocó en el mismo terreno.
En esa promoción de actividades, de ejercer el conocimiento
y la prevención hasta donde sea posible. Ana muestra su preocupación por los
males de la sociedad, que parecen más instalados dentro de casa, que fuera de
ella. La violencia intrafamiliar y esas consecuencias extremas que en algún
momento invaden las páginas policiales.
Pero no ha dejado de lado sus facetas de creadoras, y por
ello en un momento de su visita a la Radio Pública nos confesó que “fabrica objetos”, nos habló de
materiales poco convencionales, y usos imaginativos, y pensamos entonces que no
debería demorarse en realizar una muestra de los mismos, su sonrisa fue un “¿porqué no?”.
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