Uno
La primera irrupción se dio al filo de la
medianoche: entraron los policías, no los del rondín al que había que servir
sin costo en el mostrador, sino a un grupo provisto de armas largas. El joven
oficial al que le gustaba que le llamen comisario informó que se cerraba el Kilombo, y que el país mismo Otro Kilombo”, comenzaría a cambiar desde ese
momento.
Los parroquianos se sorprendieron, debieron
mostrar documentos, y alguno fue llevado arrestado por no tenerlos.
En algún momento supieron que era un nuevo
golpe de estado. Casi todas las mujeres tenían edad para recordar a más de uno,
y pensaron que no cambiarían en mucho sus vidas.
Se les hizo saber que no abrirían hasta nuevo
aviso y por una radio, de Río Gallegos, supieron del estado de cosas en el país
que a criterio de los bandos militares estaba todo muy tranquilo “con el
control operacional de las fuerzas armadas”.
En un jeep descapotado llegaron cerca del
mediodía un grupo de PM – Policías Militares- , unas de las Martas que estaba
haciéndose la manicura mirando la calle desierta abrió la puerta antes que un
suboficial llegara a golpear con su guante blanco. Comenzó a leer una suerte de
bando –las otras mujeres se acercaron a escucharlo- bando en que decían que
debían presentarse a la hora 19 en el Casino de Conscriptos del Batallón
in-de-fec-ti-ble-men- te.
Posteriormente
tomaron el nombre de cada una de las mujeres, incluso de la que estaba
como todos los días haciendo la limpieza. La otra Marta preguntó por ella: “No
es de la vida” dijo. `pero el militar indicó que no debía faltar ninguna.
La patrulla se alejó y las mujeres quedaron en
silencio. La chica de la limpieza empalidecía. Las demás suponían que serían
llamadas a ejercer sus artes amatorias ante la tropa que ahora se había adueñado de los destinos
del país. La chica de la limpieza sollozaba.
Un par de horas después cada una de sus
meretrices tenían preparadas sus prendas de combate, y entre todas –la de la
limpieza- lucían prendas prestadas, y no se la veía tan mal. La habían
envalentonado con algunas bebidas dulces, y no sabía si reír o llorar. En
realidad hizo de las dos cosas hasta que finalmente en dos taxis fueron
llevadas hasta el cuartel, descubriendo que habían sido citadas las mujeres de
todas las casitas.
Dos
Todos los concejales fueron citados al
edificio comunal. El intendente ya había sido notificado de que terminaba en
sus funciones. Era un suboficial retirado y el interino, un oficial aviador lo
trataba de señor.
Con los ediles el caso era diferente, se había
citado por desconocimiento a algunos que habían interrumpido su mandato, en
todos los casos por renuncia, y se movilizaban efectivos policiales en todo el
Territorio tratando de encontrar al Presidente del cuerpo al que se consideraba
prófugo. Era uno de los hombres más peligros de la comunidad, a criterio de los
que ahora mandaban.
Elena, que había dejado de ser concejal, pero
que todavía no era “Doña” fue atendida con especial deferencia. Tal vez su
condición de mujer, o tal vez porque se la sabía partícipe de la gestión
militar que precedió a la irrupción del peronismo en 1973. Se sabía que no era
de ese signo.
A media tarde un jeep de la Patrulla Militar ,
llegó hasta su casa, salió esposo, el tema era con ella. Elena vestía de batón
y preparaba algo para la merienda de los chicos. Ahora sabía que debía vestirse
a tono con una invitación formal desde el cuartel, allí debía estar puntualmente
a las 19. Y eso hizo.
El marido la llevó hasta la guardia, los
derivaron a una entrada secundaria, al bajar le hicieron la venia y le
indicaron el camino que debía seguir. La senda de hormigón la condujo a una
entrada posterior al Casino de Conscriptos donde un grupo de mujeres: docentes,
médicas, enfermeras y coloridas chicas de la noche se mostraban intranquilas
sin á prender siquiera un cigarrillo.
Tal vez todos la identificaron de inmediato,
era una de las mujeres más notorias del pueblo, pero la que primero abrió la boca fue la chica de la
limpieza de la que escribimos, ahora convertida en una “tongolele”, fue para
decir: ¡Usted también señora!
Tres
El médico de la Armada había devenido en
interventor del Hospital. Uno a uno habían comparecido los representantes de diversos sectores, y en una
planilla había ido tachando los nombres de aquellos sobre los cuales, la
directiva de la inteligencia- había determinado que debían ir a su casa, previa
verificación de los domicilios.
Pero habían dos a los que no los tuvieron en
cuenta.
Pidió la ayuda de un asistente uniformado y
este le mostró dos DNI, “Es el doctor Santaolalla y la señora, están de visita”.
El médico se desempeñaba en el Instituto
Nacional de Microbiología. Recién casado había iniciado una luna de miel por el
sur, y acostumbraban a confraternizar con colegas de los hospitales públicos
donde conseguían cama y un plato de comida.
Su vehículo venía provisto para dar la vuelta
al mundo, pero carecía de radio.., al joven matrimonio no le interesaba lo que
pasaba en el mundo.
Además ambos usaban ropa de fajina, un verde
oliva dominante, calzado Marasco, y en el caso de él una barba crecida que
ayudaba a pensar que se encontraban
frente a un peligroso guerrillero.
Habían llegado desde la frontera siendo
recibidos cordialmente en la guardia y descansando, luego de un hermoso baño, en
una de las tantas camas disponibles.
Las tropas que se hicieron cargo del
establecimiento no los tenía entre la lista de enfermos internados, y estuvieron
de larga amansadora hasta que el médico militar los recibió como última
actividad “normalizadora” de aquel día
histórico que lo tenía también a él como protagonista.
Hubo un diálogo explica torio. El interventor
que salió por unas diligencias, la esposa que suspiró y el marido que intentó
en un gestó quitarle nos nervios.
Cuando el médico volvió traía una sonrisa:
-“Doctor. ¡Bienvenido a Tierra del Fuego! Va a permanecer entre nosotros todo
lo que crea conveniente, pero hoy mismo va a comenzar a devolvernos el favor”.
La pareja en silencio.
“Como un profesional especializado -¡y a qué
nivel!- en enfermedades veneras deberá darnos una conferencia, digamos una
charla, ante un público escogido que se reunirá en nuestro cuartel a la hora
19”.
“Mientras tanto le facilitaremos indumentaria
médica, y porque no, una maquinita para que se rasure”. Estamos dando comienzo
a una gestión presentable, que debe ser realizada por gente... presentable”.
A las siete de la tarde en punto el doctor,
con unos apuntes escritos apresuradamente entre las manos, subía a un escenario
y no podía distinguir del todo al público que colmaba el recinto. Se sentía si,
en las primeras filas rumor de voces femeninas, e incluso una superposición de
enérgicos perfumes.
En posición de firmes escuchó su presentación,
no eran datos que les fueran requeridos, pero ahondaban múltiples
circunstancias de su vida, aspectos que incluyo eran ignorados por su esposa,
allí presente vestida con un ambo verde, tres pasos atrás; datos, muchos, que él
había olvidado, pero que sabía ciertos.
El texto que leía un oficial con azul uniforme
de gala estaba enrollado, como solían presentarse los envíos de fax, reservados
entonces solamente para uso de la inteligencia del arma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario