Es usual encontrar referencias como Cabo Peña a lo que otros
conocen como Cabo Peñas. ¿Dónde estará el origen de estas intepretaciones?.
Nos encargamos de dar lecturas a tres fuentes escritas: El
Derrotero Naval Argentino, la Toponía de la República Agentina, y el Romancero
del Topónimo fueguino de Juan Esteban Belza.
He aquí nuestros apuntes.
Del relevamiento practicado por el crucero Almirante Brown
en 1899 y 1900, brotaron puerto Almirante
Brown, punta Remolino, paso Mackinley, cabo Peña… (Romancero 182)
Durante esa navegación hubo un naufrágio, y esto dio lugar a
la siguiente cita en el mismo libro –página 186- a saber: Los náufragos del 21 de abril fueron recordados en el paso Mackenley,
tramo comprendido entre la costa sur de la Isla Gable y la isla Navarino,
limitado por la punta Mackinley y el cabo Peña.
Este último nombre se refiere al cabo
segundo Ramón Peña.
El Derrotero Naval Argentino, señala en su página 181, como
parte de la Costa Sur del Paso Makinlay –Puntas Cabo Peña y Rosales. Desde el
puerto Eugenia hacia el W” de la costa de Navarino continúa bordeada de
cachiyuyos y de rocas muy pegadas a
ellas y no presentan accidentes notables
hasta llegara a las puntas Cabo Peña y
Rosales. La primera de estas señala el
límite oriental del Paso Makinlay y sobresdale a unas cuatro millas al W del
puerto Eugenia…
En tanto que para la denominación de Peñas , Belza señala en la página cien de su libro que cabo Peñas
es uno de los nombres que perduran, indicando que habrían un par de
denominaciones indígenas: Oije y Amisk…, esta última haus.
Vista laToponimia de la República argentina, allí en su
página 265, se identifica al cabo Peñas
como un nombre impuesto por los hermanos
Nodales -1619- en memoria del cabo homónimo en la región de Avilés en el mar
Cantábrico.
Simplificando: el cabo
Peña se encuentra en la costa sur de
la Isla Grande, el cabo Peñas en la
costa este.
2 comentarios:
Hola Mingo!
El tema de los topónimos fueguinos resulta muy interesante de investigar. ¿Por qué tal o cual nombre? ¿Quién lo asignó y cuándo? Y ahí deviene la tarea de rastrear el origen, lo cual nos lleva a pensar quiénes anduvieron primero por las tierras que conforman el Archipiélago fueguino, quienes navegaron por sus laberínticos canales ... Ingleses, franceses, españoles, italianos e incluso holandeses fueron nombrando islas, cabos, lagos, canales, montañas que iban encontrando a su paso. Muchos topónimos sobrevivieron. Pero también quedaron nombres dados por los aborígenes fueguinos, habitantes originales del Archipiélago.
A continuación transcribo una nota sobre uno de los Cabos referidos en el artículo del blog, aquel que se sitúa al Este de la Isla Grande y al Sur de Río Grande. Se trata de la nota titulada “Sombras de la Chenen ...” que apareció en la publicación “El Río, Memorias de la Zona”, Año 1 - Nº 2 - Río Grande - Lunes 14 de abril de 2003:
“Había que llegar sobre la puesta del sol, y en este otoño se anunciaba el momento para las 19.15.
Al avanzar con nuestro vehículo por el antiguo camino que fuera ruta al lago – y más tarde a Ushuaia – ya venía de regreso un 504 al que le hicimos señas para verificar lo que él nos confirmó: se podía llegar hasta el mismo Cabo Peñas.
En 1989 habíamos hecho con Patricia la travesía caminando, partiendo después del almuerzo desde nuestro domicilio de Colón 1091, y llegando a destino vaya a sacarse en qué momento, porque la aventura de andar así sobre la costa - en ese momento el camino estaba cerrado - no era para ser impacientada con miradas al reloj.
El Cabo, ya nos lo habían dicho, tenía propiedades de energizar al caminante, y nosotros lo comprobamos porque al llegar ahí, lejos de detenernos a descansar, comenzamos un periplo febril trepando a las distintas formaciones rocosas que en su costa muestran los efectos combinados de la erosión del mar y del viento.
Río Grande se sitúa entre dos cabos, eso lo saben bien los marinos en sus derroteros, pero para el nuevo habitante urbano solo hay referencias continuas al cabo del norte – el Domingo – en tanto que el del sur, el dominio de la Chenen, ha quedado encerrado y olvidado, cuando en otros tiempos era un paraje más que frecuentado por los primeros fueguinos, y los que vinimos después, atraídos por la abundancia de su lobería.
Allí se ha situado la creencia sobre el espíritu de la Chenen, eso que en esencia viene del complejo mundo espiritual de los Selk’nam, pero ante el cual acomodamos nuestras visiones occidentales.
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Por eso en esta nueva oportunidad – lejos de aquel 89, año de ratas – hicimos un abordaje múltiple y en este caso los que salimos al encuentro del perfil de la hechicera fuimos cinco. Dos que habíamos descubierto su rostro en el acantilado de más al sur, y tres que fueron arrastrados por la sugestión del momento. En otra época del año, en otro momento del día, no sería posible dar con el perfil deseado. El ángulo del sol en el ocaso, la noche sin luna, eran condicionantes sobre las cuáles tendríamos que agudizar nuestra observación, y lo que no hicimos catorce años antes lo podríamos hacer ahora: fotografiar el perfil de la Chenen.
En nuestra ventaja jugaba la posibilidad presente de llegar en auto, y sobre nuestro andar fuimos cruzando a un ciclista que regresaba con toda su indumentaria de competición aventajado por su perro; hasta que llegamos al sitio donde encontramos estacionados media docena de vehículos ¿Andarían todos en la misma búsqueda?
Dos salimos por abajo, tres subieron al promontorio. El lugar nos energizó, como se afirma siempre, y yo parecía que de vuelta tenía 35 años. Cada uno por su lado, y con sus cámaras debían dar con la Chenen.
El resultado fueron estas dos imágenes, perfil mirando a la derecha el uno, a la izquierda el otro.
De por medio asistimos al regreso de los pescadores. Los distintos ocupantes de los vehículos estacionado traían la frustración de sus bolsos vacíos, dado que un lobo, atávicamente ligado al lugar, les había impedido toda captura. Venían eso sí, alegres. Y una niñita a viva voz anunciaba que no había comido nada.
Yo me quedé pensando si el supuesto lobo aquel no era otra cosa que el espíritu que de diversas formas se presentó en la roca. Me quedé pensando nomás, porque en nuestra tierra ocurren cosas que son más fáciles de escribir con el tiempo, que de pronunciar en el momento que ocurren ...” (“El Río, Memorias de la Zona”, Año 1 - Nº 2 - Río Grande - Lunes 14 de abril de 2003).
Un abrazo Mingo!
Hernán (Bs. As.).-
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