Las circunstancias que consideré de
interés las relató casi en estas palabras: la necesidad de tener
una
tripulación eficaz y la imposibilidad de obtener hombres que todos tuvieran
buenos antecedentes, lo habían inducido a sacar algunos de la prisión común.
Entre éstos había uno que había intentado capturar un navío con valores a
bordo, que se encontraba fondeado en el Río de la Plata; pero como la noche era
oscura, afortunadamente para el dueño del dinero, se confundió de barco,
abordando una goleta nacional, donde fue atrapado y enviado a la cárcel. El
capitán Jewitt se dio cuenta que éste era un hombre osado y temerario, pero se
persuadió a sí mismo de que, dirigiéndolo juiciosamente, podía ser de utilidad;
decidió, por tanto, tomarlo como suboficial, aunque el gobernador discutió al
respecto con él, insistiendo en que se trataba de una persona altamente
desprovista de principios. El capitán Jewitt respondió que correría el riego; y
que si aquél se hiciese culpable de amotinarse, lo fusilaría. La previsión del
gobernador resultó ser correcta, como se verá a continuación. Ya llevaban
cierto tiempo navegando sin que se manifestara descontento alguno entre la
tripulación: toda indulgencia permitida por el servicio les fue concedida; y al
oficial sacado de la presión, el capitán lo fue ascendiendo periódicamente
hasta que, en determinado momento, alcanzó el grado de teniente. Se puede
fechar el motín desde el día en que obtuvo su ascenso. Este villano, por tener
una relación más estrecha con los oficiales, contaminó la mente de algunos,
propagando un espíritu de insubordinación entre los marinos; de modo que se
trazó un plan para ejecutar el más hórrido asesinato, que fue evitado por una
circunstancia muy fortuita.
La
historia de este motín fue escrita por James Wedell y figura en su libro UN
VIAJE HACIA EL POLO SUR, realizado entre los años 1822 y 1824.
La noche del 19, el capitán Jewitt
estaba acostado en su hamaca cavilando sobre el surtido de personajes que tenía
a bordo cuando su mente se iluminó providencialmente, por así decirlo, con la
necesidad de vigilar la conducta de su tripulación. Se levantó de inmediato, se
puso una capa de color oscuro y, sin ser visto, llegó a la parte delantera dela
cubierta de los cañones, del lado de babor. Aquí, las luces habían sido
apagadas con el propósito de ocultar las actividades de los conspiradores:
desde el lado opuesto oyó a un grupo enfrascado en discurrir sobre el motín.
Quedó atónito al descubrir las intenciones crueles e inhumanas de estos
infelices; pero cuando entendió que a medianoche, siendo entonces las 11y 40
minutos, daría comiendo la escena de asesinato y que él debía ser la primera
víctima de su barbarie, apuñalado en su hamaca, no esperó a oír más, sino que
se apresuró a regresar sin ser percibido. De inmediato mandó buscar al capitán
de las tropas, lo informó del estado del barco y le ordenó poner a los soldados
a las armas con la mayor velocidad posible. En cuanto le informaron que estaban
listos, ordenó que dos oficiales, de quienes sospechaba, fueran detenidos, y,
al mismo tiempo, convocó a los marineros a la cubierta. Los soldados se
desplegaron en el alcázar y todos los oficiales en los que podía confiar se
armaron.
Ante tan súbito descubrimiento de sus
terribles designios, y ante al aspecto vigilante de la partida del capitán, los
amotinados fueron ganados por el pánico. De todas formas, acudieron a popa, y
el capitán J. los acusó de su crimen, ordenando quienes no estuviesen
comprometidos cruzaran al lado de estribor. Se alzó un murmullo; pues tenían
intención de resistirse; pero como desconfiaban unos de otros, permitieron
calladamente que los cabecillas fueran capturados y aherrojados. Así, por el
mero accidente de que el capitán Jewitt haya salido en ese crítico momento,
entrándose de la villana conjura, se evitó una espantosa serie de asesinatos.
Una vez restaurada la subordinación, tomó las disposiciones necesarias para
llevar adelante consejos de guerra de acuerdo a las formas establecidas por los
patriotas de Buenos Ayres, según las cuales el comandante de un barco de guerra
está investido de poder sobre la vida y la muerte. La evidencia que surgió
entonces implicó a tantas personas de quienes no se sospechaba, que decidió que
la clemencia era incompatible con la seguridad del barco y las vidas de los
inocentes. Al parecer, la intención de los amotinados era eliminar a todos los
que pudieran mostrarse enemigos de su proyecto principal, que era izar la
bandera negra y azotar los mares como piratas, haciendo del asesinato su
principal recurso de seguridad.
Jewet
había tomado posesión de Malvinas para el gobierno e Buenos Aires el 9 de noviembre de 1820,
estando en Puerto Soledad un conjunto de cincuenta barcos pesqueros, los que
son notificados esta novedad.
Finalmente, tras un concienzudo examen
de la evidencia por parte de sí mismo y de los oficiales del barco, el capitán
Jewitt se vio forzado a la perturbadora necesidad de sentenciar a muerte a dos
oficiales y dos marineros. Uno de los oficiales era la persona a quien había
sacado de la prisión y ascendido. El día designado para la ejecución se erigió
un cadalzo sobre la serviola de estribor y los cuatro desdichados encontraron
la muerte por fusilamiento. Lamenté mucho, dijo el capitán Jewitt, que tan
severo ejemplo fuese necesario, y de haber sido yo un espectador desinteresado,
ciertamente habría clamado por que se los perdonara; pero mi compasión me influyeran.
Aquí terminó su relato; y, habiéndosele informado de la muerte de su primer
oficial, replicó con gran compostura, pues estaba familirizado con la muerte en
todas sus formas: “Muy bien, hágase cargo de sus pertenencias”. El oficial
fallecido, me dijo, estaba comprometido pasivamente en el motín; pero le ahorró
el juicio debido a su enfermedad.
Con gran cortesía, el capitán Jewitt
ordenó que se colgara una hamaca para mí en el lado de babor de su cabina; y
cuando nos retiramos, noté que dormía con los pantalones puestos, con una daga
al cinto y un par de pistolas sobre su cabeza. Como yo no me hallaba provisto
de armas de defensa, sólo me quedaba confiar en que se observara estrictamente
la neutralidad; pero el barco quedó en paz, y dormí sin ser molestado.
A los pocos días tomó posesión formal
de estas islas en nombre del gobierno patriótico de Buenos Ayres, leyó una
proclama bajo su bandera, izada sobre las ruinas del fuerte, y disparó una
salva de veintiún cañonazos. En esta ocasión, todos los oficiales vestían
uniforme de gala, que es exactamente el mismo que el de nuestra armada, lo cual
combinaba mal con el estado ruinoso del barco; pero él fue lo suficientemente
sagaz para calcular el efecto de esta parada sobre las mentes de los patrones
de barcos que estaban en las islas; y como había reclamado su derecho al
naufragio del barco francés anteriormente mencionado, con exclusión total de
varios barcos con destino a Nueva Shetland que habían llegado aquí, era
consciente de la necesidad de dar una apariencia de autoridad. De hecho,
infundió tal terror en las mentes de algunos patrones de barcos sobre la
captura o robo de sus naves, que uno de éstos propuso tomar las armas contra
él; pero al señalarle al capitán Jewitt, confesó su error y sus temores cedieron.
El
final del relato de Wedell deja en evidencias de los riesgos que se corría
cuando se contrataba corsarios, para empresas de soberanía.
El 29 de noviembre partí de Port Louis
y dejé al capitán Jewitt completando sus reparaciones. Me he enterado de que se
llevó su barco al Río de la Plata y que ahora está al servicio de los
brasileros.
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