Así como se señala
que una característica primordial en la identificación de los antiguos
cazadores fueguinos era la mirada, otro aspecto característico de su apariencia
ha sido su cabellera, que –bueno es decirlo- no registra calvos en toda la
etnia.
El hombre solía
cubrirse la cabeza con el kochel, pieza triangular construida con piel de
guanaco, un símbolo de su condición de guerrero, de hombre adulto. La mujer
andaba con la cabeza descubierta.
Los cabellos eran
lacios y de ninguna manera se encontraban insertados dénsamente, por el
contrario se encuentran a bastante distancia uno de otro. Aparentemente cada
hebra tenía un radio superior al propio por el agregado de grasa de guanaco que
constituía su base higiénica, tomaba así un color negro-marrón brillante, y en
algunos casos en negro chocolate con aclaramiento en las puntas.
El límite de la
cabellera bajaba mucho en la frente y con la edad se producía un encanecimiento
parcial que nunca llegaba a blanquear toda la cabeza, sólo hebras que mantenían
sus raíces oscuras y que se decoloraban en los extremos.
“En el pasado
–Martín Gusinde hace referencia al cabello- ni hombres ni mujeres se lo
cortaban, dejaban que les creciera y lo dejaban suelto alrededor de la cabeza.
Su crecimiento era lento y limitado. Eran pocas las mujeres cuyo cabello crecía
más allá de los hombros. Nunca se lo trenzaban”.
Estudios realizados
por Karl Saller llevan a colocar a los cabellos del selkman en una categoría
mas gruesa que la de los centroeuropeos, en una proporción de 105 micrones a
112 y 116 en las mujeres y varones fueguinos. El investigador germano determinó
a la vez que el cabello de niños y adolescentes solía ser más claro que en los
adultos.
Pero Gusinde es
menos técnico y más descriptivo al analizar la relación entre los fueguinos y
su cabellera: “ Temporariamente los hombres sujetaban un poco el pelo largo y
suelto con una fina cuerda del kochel; los hombres de edad solían ceñir la
frente y la región occipital con una cuerda de tendón. Las mujeres no usaban
nada semejante. Ellas se cortaban el mechón que les colgaba a la cara a la
altura de las cejas con un corte horizontal, separaban el cabello en dos partes
sin marcar una ralla definida, lo peinaban sin mayor cuidado y untaban el pelo
lacio y negro frecuentemente con grasa blanda de guanaco para aumentar el
brillo. El idéntico arreglo del cabello en los dos sexos, a lo que se agregaba,
en los hombres, el abundante tejido adiposo subcutáneo y la piel tensa del
rostro, que suavizaban sus rasgos volviéndolos agradables, y, finalmente, el
gran parecido en la indumentaria hacen que, a menudo, un extraño no logre
determinar si una persona es de sexo masculino o femenino”.
Para extirparse los
piojos, que solían atacarlos masivamente, solían emplear un peine de barba de
ballena de 12 centímetros por siete, con dientes de seis centímetros de
longitud. El selknam logró soportar a estos únicos insectos molestos en el
medio fueguino, y si bien se rascaba con frecuencia, su presencia no parecía lastimarlo
de alguna forma.
(*) Traemos en este domingo una nueva lectura de EL RÍO memorias de la zona. Ejemplar número uno donde consignábamos: El río autoriza –y agradece- la reproducción total
y parcial de los artículos publicados en este periódico, por aquellos que sin
lucrar alimenten el caudal de nuestra divulgación, con la condición de que, por
una cuestión de respeto se cite al autor y la fuente de obtención, enviándonos
un registro de la misma. La misma filosofía que sostenemos con este blog.
Imágenes tomadas de LOS ONAS, de Carlos Gallardo.
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