De
ese lugar tenían referencias por otros navegantes y donde arribaron el 21 de
agosto. Luego de sobrepasar los peligrosos bancos existentes frente a aquellas
costas, fondearon en una bahía y se dirigieron a tierra con los botes. Allí no
hallaron seres humanos, aunque encontraron algunos ríos de donde proveerse de
agua potable. También descubrieron varios limoneros, de los cuales recolectaron
cerca de 2.000 limones no completamente maduros y, por lo tanto, buenos para
almacenar.
Luego navegaron un poco hacia el Norte y
fondearon en otra bahía, delante de un grupo de chozas de paja. Desembarcaron e
intercambiaron con los pobladores varias cuentas y cuchillos por nada menos que
20.000 limones, una reserva de vitaminas esenciales suficiente para abastecer
varios meses a la tripulación. Pensaron que también podían obtener arroz y
gallinas, pero en ese momento no había. Los habitantes de estas costas,
acostumbrados, por cierto, a la presencia de naves europeas, no rehuían el
contacto con los marinos.
Sin embargo, muy diferente sería la relación
con los pobladores de la Patagonia.
El
escorbuto era denomina la “lepra del mar”, Scheubuik (escorbuto, en holandés) palabra compuesta que
significa “rajar el vientre”.
El escrobuto es una enfermedad producida por
el déficit de ácido ascórbico (vitamina C) en la dieta o por dificultades para
su absorción. Se caracteriza por alteraciones intercelulares en las paredes de los
vasos sanguíneos. Esto produce hemorragias en diversos tejidos, especialmente
en la mucosa bucal, y pérdida de piezas dentales. También puede causar hematomas
diversos, anemia, mala cicatrización de las heridas, infecciones secundarias,
ennegrecimiento y caída de las uñas, trombosis secundarias, problemas
articulares, debilitamiento y fatiga.
La historia de la medicina reconoce al Dr.
James Lind, de la Armada Británica, como descubridor de la prevención y de la
cura de esta enfermedad, según su tratado de 1753 titulado A Treatise on the Scurvy.
Sin embargo, la expedición de Schouten y Le
Maire demostró, casi un siglo y medio antes, que se podía prevenir el escorbuto
poniendo en práctica normas alimentarias específicas. Durante la travesía,
existió una marcada preocupación por el acopio de alimento fresco y de grandes
cantidades de cítricos, importante fuente de vitamina C, que provenía esta y
muchas otras enfermedades. Obviamente, los marinos holandeses ignoraban qué
sustancia “milagrosa” podrían contener estos cítricos, ya que las vitaminas
–como sustancias químicas con propiedades especiales- recién fueron
descubiertas a comienzos del siglo XX. De qué modo adquirieron aquel
conocimiento es algo que aun resta aclarar, pero con seguridad, la tradición oral
jugó un papel importante en este aspecto.
Uno de los secretos del éxito de la
expedición fue combatir esta enfermedad y cuidar de la salud de sus navegantes
mediante una buena alimentación. Un claro ejemplo de ello es la baja mortalidad
registrada durante la larga travesía que, al llegar a su fin, computó
únicamente tres muertes y sólo una causada por el escorbuto. Este elevado
índice de supervivencia constituye todo un logro para la época.
Pese a la adecuada prevención y tratamiento
que los holandeses pusieron en práctica, otros navegantes no supieron
interpretar la valiosa información que guardaban los diarios de la expedición.
Recién en el siglo XVIII, el Dr. J. Lind comenzó los estudios sobre esta
enfermedad, concluyendo que la ingesta de limones era la mejor prevención para
ella. A partir de entonces, se incluyó el consumo periódico de cítricos en la
dieta de las tripulaciones de la Armada Británica y varias décadas después, lo
hicieron también las Armadas de Francia y España.
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