Fue hace algunos días cuando releyendo unas fotocopias hechas sobre el
libro TIERRA DEL FUEGO, que refleja la visita hecha por este militar chileno
que me llevé una desagradable sorpresa: faltaban las páginas 180 y 181 donde se
daba una relación sobre hechos abominables.
No tengo muchas visitas en casa que se interioricen sobre este
particular, y tuvimos que hacer memoria sobre quienes pueden haber tenido
acceso a las mismas y haberlas sustraído.
Pero por suerte Patricia me aportó una salida: tal vez en una década
habrían subido el texto completo del libro –que en su momento se veía en las
vitrinas de Douglas en el aeropuerto Presidente Ibañez, a precio salado- y fue
como decía mi esposa. Todo el libro se puede consultar en internet.
Así que sin mayor trámite hice las transcripciones del caso para que
ustedes aprecien y juzguen:
Antes de que a
aquella Isla acudieran los misioneros salesianos que apenas tuvieron tiempo de
sustraer a las hordas sanguinarias, las pocas y amedrentadas familias indígenas
que habían logrado escapar al plomo invasor, el ona tenia profundo terror por
los blancos a quienes «llamaba, kaliote-bandido», por cuatro razones: 1.ª: que
les habían quitado sus campos a fuerza de balas; 2.ª: arrojándolos al interior
de la selva e imposibilitándoles para llevar vida libre, les quitaban el derecho
de cazar y con ello el alimento; 3.ª: los perseguían y mataban; y, 4.ª: les
robaban las mujeres.
Esto fue general a
todas las tribus y el mal se agravó con la introducción del alcohol y
enfermedades de carácter social, que comenzaron a hacer estragos en los
nativos.
Como lo hemos
manifestado, las misiones de Río Grande e Isla Dawson, alcanzaron a recoger los
despojos de esta raza, antes viril y fuerte y que en la actualidad puede
considerarse extinguida para la historia del país.
Hace más o menos 40
años, se presentaron en Tierra del Fuego dos familias de aventureros seguidas
de un verdadero ejército de conquistadores.
Uno de ellos, el
inglés Popert, se instaló en la parte norte de Bahía San Sebastián, punto donde
estableció su campamento. Organizó una guardia permanente y su pequeño ejército
se dedicó a la caza de indígenas. En esta forma logró apropiarse de gran
cantidad de terrenos y de pastorear bastante ganado. Su fortuna creció
rápidamente y llegó a constituir un pequeño feudo donde circulaba moneda
propia, acuñada especialmente para esta raza de conquistadores.
Los indios fueron
muertos por docenas y los que lograron escapar, buscaron refugio hacia el sur y
en el interior de la Isla.
La familia,
descendiente de un pastor anglicano, de apellido Bridges, levantó su campamento
en los campos del sur y, con un sistema completamente humanitario y ajeno a
asesinatos o bandolerismo, consiguió formarse una colosal fortuna que hoy sube
de varios millones.
Al tratar de las
islas al sur de Tierra del Fuego, hemos manifestado el papel preponderante que
correspondió al Hno. señor Bridges, como también la misión y el trabajo en que
se han inspirado los actos de sus hijos.
De lamentar es que
estos esforzados luchadores en estas tierras australes, no hayan logrado reunir
un mayor número de nativos fueguinos, para el bien de la civilización y para
facilitar el difícil estudio que hoy se hace, sobre esta raza extinguida.
Como estos hermanos
hacen viajes periódicos a Europa, en uno de ellos lograron llevar un indio que
se destacaba entre sus compañeros por estar dotado de una inteligencia
privilegiada y de una disposición asombrosa para el dibujo y la pintura. No se
ha logrado saber el fin que aquel nativo pudo tener en el lejano continente.
Aparte de estas dos
familias que, dejamos señaladas, y que se destacaron en distinta forma, hubo
quienes contrataron cazadores de indios que por estar bien remunerados, se
dedicaron con bastante fruto a tan sanguinaria ocupación. Los más crueles de
éstos fueron dos: los ingleses Sam Islop, que ya no existe y, N. N. que todavía
está vivo y trabaja en los terrenos de la Isla. Preferimos callar el nombre.
El primero de ellos
se vanagloriaba de usar correas fabricadas con piel de indio (según él, la
extraía de «los lomos»).
Un poderoso estanciero,
muy conocido en la región que hoy está radicado fuera del país, y que disfruta
de una fortuna considerable, fue otro famoso cazador de indios, les disparó por
placer y gozó con los padecimientos de sus víctimas.
En un principio fue
administrador de una gran estancia, a la que legó su nombre en recuerdo de los
buenos o importantes servicios que prestó despejando el campo.
Todas las
expediciones que se internaron en busca de oro o que con el mismo objeto se
embarcaron en pequeños «cutters» con rumbo al Cabo de Hornos o Islas Sur,
hicieron estragos entre los nativos a quienes dieron muerte sin esperanzas de
cuartel.
Estas expediciones
recibían dos beneficios; el que les pudiera proporcionar el oro recogido, y la
paga que se les daba por la matanza de indios, a saber: «Una libra por cabeza
de indio y diez pesos por indio vivo». Muy sencillo es llegar a la conclusión
de que la matanza se imponía; era más fácil presentar varias cabezas que
custodiar y alimentar a un hombre.
Uno de los más
sanguinarios de estos cazadores pagados fue un bandido argentino: Máximo
Gutiérrez, quien expresó que sólo concluiría la matanza, cuando completara el
número de cien muertes.
En una ocasión (esto
nos lo narró el Sr. Simón Macan, vecino respetable y acaudalado comerciante de Punta
Arenas), Gutiérrez mató por gusto y por la espalda a una indefensa india que
tenía a su servicio. Aún quedan en Porvenir espectadores de este hecho, entre
ellos, el señor Marco Yukic hoy comerciante de fortuna y en aquel tiempo correo
entre los distintos puntos de la Isla. Gutiérrez -dice el señor Yukic- ordenó a
la india que fuera a traer un poco de leña a un montón vecino de la casa;
cuando se encontraba 10 metros distante, el asesino empuñó la carabina y
disparó un tiro que, al dar en la cabeza, hirió de muerte a la indefensa india.
Mi indignación -dice el señor Yukic- fue tan grande, que si no maté en el acto
a aquel bandido, fue porque los demás compañeros me lo impidieron.
El instinto
sanguinario se desarrolló en tal forma en Gutiérrez que, más tarde, no
encontrando indios, se dedicó a la matanza de blancos. Así sucedió un día en
que después de pedir y obtener albergue en casa de una familia inglesa radicada
en pleno centro de Tierra del Fuego, logró engañar al padre de la familia y lo
hizo salir de la habitación, momento que aprovechó para matar a la madre junto
con sus cuatro hijos.
Afortunadamente, este
peligroso asesino, murió bajo las balas de un comisario argentino, Sr. Gebar, a
quien apodaban Mateo Chico.
Otro famoso bandolero
fue un joven de unos 30 años de edad y de nacionalidad chilena. Llegó a la Isla
huyendo de la policía argentina, que lo perseguía por el delito de asesinato.
Después de sentar sus reales en Tierra del Fuego, se dedicó a la matanza de
nativos. El olor a sangre humana acrecentó sus instintos criminales y sólo miró
víctimas sin distinguir razas. Fue por esto que la autoridad argentina volvió a
alarmarse y a continuar su persecución, jamás se le supo el nombre, únicamente
se le distinguió con el apodo de «Cuatro Pasos».
Acorralado por la
policía a la que secundaban algunos indios provistos de boleadoras, «Cuatro
Pasos» retrocedió su caballo hasta el borde de un precipicio que, en plano
vertical, desde una altura de cincuenta metros, se precipita en las profunda
aguas de «Río Grande». Allí, en el mismo borde del barranco, se vio a «cuatro
pasos» elevarse con su caballo en el vacío y sepultarse después, en las
correntosas aguas del río. Todos le creyeron muerto y hecho pedazos; sin
embargo, algunos meses más tarde, sucumbía bajo las balas de algunos policías
que le sorprendieron en la Patagonia.
La sierra «Carmen
Silva» fue testigo de innumerables matanzas. Ésos fueron los campos preferidos
por Sam Islop quien, para economizar pólvora, se dedicó a matar hombres y
degollar niños.
Otro cazador cuyo
nombre silenciamos porque goza hoy día de cierta prestigiosa reputación en
Tierra del Fuego, cansado tal vez de esta carnicería humana y ya en presencia
del exterminio do la tribu, concluyó por adoptar un pequeño indiecito que
todavía conserva en su poder.
Como dato ilustrativo
creemos necesario manifestar que, posterior a estas matanzas, se creyó
conveniente gratificar a uno de los buenos servidores, regalándole dos grandes
lotes de terrenos. Estos lotes fueron vendidos por su propietario al señor
Antonio Covacic. Otros dos lotes que la misma Compañía apartó de sus terrenos
para repartirlos entre los colonos, después de haber sido solicitados sin fruto
alguno por más de un centenar de personas necesitadas, fueron donados al mismo
cazador de indios «en reconocimiento de los importantes servicios prestados a
la Compañía».
En la misma sierra
que acabamos de mencionar, existe una ancha depresión denominada el cañadón del
muerto; en aquella depresión descansó una expedición compuesta por un chileno y
un inglés que conducían un piño de nativos. Allí se quedaron dormidos estos dos
expedicionarios y su sueño temporal pasó a transformarse en el sueño eterno;
los indios les dieron muerte y huyeron a la selva. Actos como éste, hacían que
recrudecieran las persecuciones y que las matanzas adquirieran mayor furor.
Antes de terminar
vamos a narrar dos episodios que se relacionan con este capítulo y que nos
fueron contados personalmente por un estanciero chileno que antes trabajó como
ovejero en una de las estancias.
Al fondo de una
quebrada, nos dijo, fue donde el famoso inglés Sam Islop, «cazador de indios
fueguinos», encontró a los ocho nativos que habían dado muerte a un teniente de
marina en los campos de Boquerón. Verlos y apuntarles fue cosa de un momento.
Al primer disparo cayó un nativo dando grandes saltos y fuertes gritos, parecía
un endemoniado.
Iba ya a hacer fuego
sobre el segundo cuando uno de los acompañantes, que era chileno, se opuso.
¡Pobres indios indefensos! Las flechas con que respondían a este ataque brutal,
iban a morir muy lejos de sus asesinos. San Islop quería concluir con todos. La
oposición de algunos puso término a este salvajismo inaudito y la vida de
aquellos infelices fue por primera vez respetada. Amarrados como bestias feroces
fueron llevados a Porvenir y desde allí embarcados hacia la Isla Dawson.
El señor X. X.
(permítasenos silenciar el nombre) figura prominente en la administración de
una de las Sociedades y a cuyos esfuerzos se debe principalmente el brillante
pie en que hoy día se mantiene esta institución ganadera, narra un episodio
particular que se refiere al exterminio de los nativos. Según datos que hemos
podido inquirir personalmente, fue este Administrador quien declaró que a él se
le debía casi exclusivamente, haber limpiado la isla del elemento que hacía
daño al ganado lanar. Por esta causa, agregan los informantes, los indios
habían dictado sentencia de muerte contra el administrador.
Más tarde pude
reforzar estas informaciones por la relación que me hizo uno de los estancieros
de la isla, el señor A. Kuzmanic, quien lo supo de propia boca del señor X. X.;
el episodio es el siguiente:
-Viajaba -dijo el
Administrador- por uno de los caminos de la Isla, cuando fui repentinamente
atacado por un indio oculto detrás de una alta roca junto a la cual debía
forzosamente transitar. El ataque fue tan sorpresivo que apenas tuve tiempo de
inclinar el cuerpo hacia atrás y el gran machete con que el indio dio el golpe,
fue a incrustarse sobre la parte delantera de mi montura. Al ver fracasado el
ataque, el asaltante se arrodilló sobre la misma piedra y cruzando los brazos
sobre el pecho, imploró perdón.
No tuve más que
preparar mi carabina y hacer blanco sobre ese infame que había pretendido
ultimarme. Allí quedó tendido y agonizando el cuerpo ensangrentado de ese
infeliz, que había querido asesinar a uno de los principales personajes
dedicado a limpiar la isla de sus primitivos habitantes.
Un sinnúmero de
hechos de esta naturaleza podríamos señalar en la presente relación. Sin
embargo, en beneficio de la concisión, debemos prescindir de ellos.
Creemos, pues, con lo
manifestado, haber llevado al ánimo de los lectores, la historia de los onas y
la verdadera causa de tan sanguinario exterminio. Se nos preguntará, y con
mucha lógica, ¿las autoridades no tenían conocimiento de estos hechos?, ¿qué
hizo el Gobierno por impedirlos.
Dolorosamente debemos
confesar que esta misma pregunta nos la hicimos personalmente y muchas veces
durante el viaje por Tierra del Fuego y llegamos a la triste convicción, de que
aquel asesinato era del dominio público y que nada se hizo por ponerle término.
Las misiones salesianas fueron inspiradas por los propios misioneros, quienes
apenas alcanzaron a recibir y cuidar los estertores agónicos de una raza que
moría bajo el plomo del asesino.
El paso de los
misioneros ha dejado profundas huellas en aquel inmenso territorio, huellas que
se traducen en cariño para el nativo y en esfuerzos por civilizar y conservar
los restos de una raza que, con ímpetu asombroso, marchó a la historia.
Entristecidos pero no
descorazonados ante el prematuro desaparecimiento del ella, los misioneros no
omitieron sacrificios por legar al país una verdadera joya de informaciones,
levantando en Punta Arenas, un monumento que encierra la Historia
Natural Patagónica y Fueguina.
El Museo Regional
«Mayorino Borgatello» exponente, del estudio y de la
ciencia, no sólo está destinado a proporcionar al mundo civilizado el esfuerzo
de aquél que lo concibió y de aquéllos que lograron formarlo, sino que él es la
demostración más sincera de la vida, costumbres y capacidad del ona; tan dura y
malamente tratado por tantos historiadores.
El ojo del visitante
se asombra al contemplar las mil variedades de la flora y fauna Magallánica y
Fueguina, y el mentís más poderoso surge de aquel científico conjunto, cuando
se compara lo real con aquellas descripciones, muchas veces antojadizas y
faltas de verdad, destinadas a quitar el valer verdadero de toda la riqueza que
encierra el Territorio de Magallanes.
Antes de cerrar este
capítulo y como un homenaje al nativo a quien hemos dedicado la última parte de
este libro, séanos permitido estampar las cariñosas palabras del padre
salesiano señor A. B., frases que encierran un monumento de compasión para el
indio ona; el padre A. B. dice así:
2 comentarios:
COMO SIEMPRE, ALECCIONADOR
GRACIAS
Gracias
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