Un
escrito de GIRARD DE RIALLE. (Traducido de la “Revue Scientifique de
la France el de l´Étranger” para los “Anales del Ateneo” de la República
Oriental del Uruguay)
Se afirma que una de las mujeres del grupo del Jardín de
Aclimatación roía una tibia humana en el momento en que ella y sus compañeros
fueron encontrados por la tripulación del buque que los ha transportado a
Europa. Cualquiera que sea la veracidad de este último detalle, los fueguinos
no deben ser considerados como caníbales inveterados. Si ciertos casos de
antropofagia se manifiestan entre ellos, es sólo cuando el hambre los acosa
demasiado rudamente, y no matan a uno de entre ellos para comerlo sino en circunstancias
análogas a aquellas en que europeos sitiados o náufragos han solido hacer otro
tanto. En la Tierra del Fuego no pasa nada semejante a esas grandes hecatombes
humanas, a esos banquetes espantosamente refinados en que los naturales de las
islas de Fidjí se regalan con la carne de sus esclavos y de sus prisioneros
preparada de cien modos diversos para halagar su sensualidad, su glotonería;
-nada de semejante tampoco a esas expediciones de los Nyam-Nyans y de los
Mombutus del centro el África, que, a pesar de poseer numerosos rebaños y
campos fértiles y bien cultivados, van a atacar las poblaciones de sus vecinos,
vociferando como grito de guerra: “¡Carne! ¡Carne!”
El fondo de la alimentación de los fueguinos es de los
más miserables: el país lúgubre que habitan, húmedo y frío, produce pocos
vegetales comestibles: cierta yerba amarga cuya flor se asemeja a la de
nuestros tulipanes (P Nyel, Cartas edificantes, 1705), la baya es un arbusto
enano y un hongo parásito de la haya (Darwin): he ahí todo lo que una tierra
ingrata les ofrece. Bajo aquel clima en que la temperatura varía solamente
entre +10 y -1 centígrados, según Darwin, es indispensable una alimentación más
fuerte y sustancial, y es al mar donde los fueguinos van a buscarla. Aquellos
indígenas son esencialmente ictiófagos; el pescado hace sus delicias, y cuando
lo comen, lo que no les es fácil, puesto que no tienen redes y las líneas de
pescar que poseen son lo más rudimentario que puede concebirse, no se toman a
menudo el trabajo de hacerlo cocer: lo comen crudo y casi vivo aun. (Wallis).
Pero, para ellos, la buena, la excelente, la maravillosa
fortuna llega cuando alguna ballena muerta viene a encallar en la costa;
entonces, la banda dichosa que tiene la suerte de hacer este descubrimiento, se
arroja sobre aquella masa de carne, la devora, se harta ávidamente de ella,
olvidando en ese festín de carne, putrefacta la mayor parte de las veces, las
angustias de un hambre que por lo general nunca es aplacado. Sin embargo, los
fueguinos, se asegura, tienen la previsión de hacer reservas para los malos
tiempos; entierran en la arena grandes pedazos de ballena, y en el tiempo de
escasez vuelven a buscar aquel alimento desagradable, en estado absoluto de
descomposición. Pero no tienen con frecuencia buenas fortunas semejantes, y el
alimento cotidiano de aquellos indígenas consiste principalmente en moluscos.
Los del Jardín de Aclimatación pasan el tiempo en comer almejas que se les
distribuyen con abundancia; las esparcen sobre las cenizas calientes de su
hogar, y una vez que se abren, rompen el molusco. Como todos los comedores de
mariscos de concha, tienen los dientes gastados desde temprana edad, como lo
prueban las mandíbulas de los adolescentes y de la joven del grupo que hemos
examinado. Cazan también la nutria, la foca, el perro marino, y en las regiones
vecinas de la Patagonia, la vicuña o guanaco; pero, a pesar de su destreza en
el tiro del arco, la escasez de esos animales no les permite contar mucho con
tales cacerías para variar y, sobre todo, fortificar su alimentación.
De los citados mamíferos es que sacan los elementos de
sus trajes, muy simples por cierto. Los mejores vestidos son los que pueden
disponer de pieles de guanaco. Este es el caso de los del Jardín de
Aclimatación, que se envuelven en sus capas de cuero, poniendo el pelo una vez
para dentro y otras para fuera. Pero en la Tierra del Fuego los hay más
miserables, que no tienen para cubrirse en aquel país lluvioso y donde nieva
con frecuencia, más que una pequeña piel de nutria que se ponen sobre las
espaldas y con la que abrigan la parte de su cuerpo más expuesta a lado de
donde viene el viento. A pesar de esta lamentable pobreza, los fueguinos tienen
el gusto del adorno: -sin hablar de la alegría experimentada por los del Jardín
de Aclimatación al adornarse con cintas de color brillante y con bujerías de
vidrio dadas por los visitantes, diremos que entre ellos, en su país, si bien
la práctica de picarse y pintarse el cuerpo no está muy desarrollada, sin
embargo, goza de bastante estimación la costumbre de embadurnarse de negro, de
blanco y de rojo. Se fabrican collares y brazaletes de plumas, de barbas de
ballena y de conchas.
En cambio, el arte de la construcción permanece, por
decirlo así, ignorado en la Tierra del Fuego. Las habitaciones de los
indígenas, a pesar de la rudeza del clima, no son ni siquiera chozas, sino
solamente cunas de follaje orientadas de modo que la parte menos mal cerrada se
halle contra el viento; se enciende el fuego en la abertura, y se amontonan
allí mezclados los indígenas, apretándose los unos contra los otros para sentir
menos los efectos del frío. –Los fueguinos no son, por otra parte, sedentarios;
vagan famélicos a lo largo de las costas, buscando sin cesar un lugar rico en
pescados o en moluscos, que abandonan después de haberlo agotado. En sus
emigraciones, navegan más que lo que caminan y es rarísimo que osen aventurarse
a cruzar el mar inclemente de aquellas regiones, en las pobres embarcaciones de
que están provistos. Para tener una idea de ellas, figurémonos unas largas y
malas piraguas de corteza de árbol, cuyos pedazos están unidos y como cosidos
con juncos; trozos de madera torcidos en semi-círculo hacen las veces de
cuadernas y mantienen en lo posible la forma grosera de la embarcación, cuyas junturas
están calafateadas con musgo y arcilla. En el medio de la piragua, sobre un
lecho de guijarros y de arena húmeda, arde el fuego, que cada banda fueguina se
guarda bien de nunca dejar apagar y que transporta cuidadosamente con ella o
que alimenta, como lo hace la del Jardín de Aclimatación, en un gran tronco que
lentamente se consume.
En la foto: confluyen distintos elemento: la artesanía de una canoa, el arco y la flecha tal vez de la cultura cazadora, la vincha patagónica y los pantalones pudorosos. La vegetación de corte europeo.
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