No puede decirse que esos salvajes ignoren el arte de
hacer fuego; pero en su patria brumosa y fría, la extinción del hogar es una
verdadera calamidad, pues la dificultad de volver a encenderlo es grande o
causa de no encontrarse frecuentemente madera no mojada, ni hojas secas.
El gran viajero Cook cuenta que los fueguinos emplean
para producir fuego, el método de percusión, en vez del de frotamiento, que es
el usado por los salvajes de los climas cálidos. Golpean dos piedras sobre un
montón de musgo seco o sobre una pulgarada de plumas muy finas que guardan para
este fin y que les sirven, así, de yesca. Es, según parece, más bien a la
frecuencia de las hogueras encendidas así por los indígenas a lo largo de las
costas de su archipiélago, que a la existencia de volcanes, a lo que se debe
que aquella comarca haya sido llamada Tierra del Fuego por los primeros
navegantes que la visitaron.
El mobiliario de los fueguinos no es más perfecto que su
traje; se compone de algunas canastas ligeramente tejidas de juncos, que sirven
para llevar sus conchas y sus hongos; de vasos de corteza cosida como sus
piraguas y de sus armas y útiles. En materia de armas, poseen hondas, así como
arcos bastante cortos y de una considerable curvatura, de los que se sirven con
mucha destreza; sus flechas, conservadas en sacos de piel de foca, están
provistas de puntas de vidrio de botellas que obtienen de los marineros
europeos y que arreglan hábilmente por medio de pequeños golpes y de numerosos
recortes, según un procedimiento más o menos análogo al que los arqueólogos que
se ocupan de las épocas pre-históricas llaman “solutréen”. Este arte de la
talla del vidiro en punta de flecha parece no ser reciente entre los fueguinos;
no es, en verdad, más que la aplicación a una materia nueva de un procedimiento
empleado para labrar la obsidiana, que es una especie de vidrio natural
producido por la acción volcánica, aun en actividad en la Tierra del Fuego. Es
igualmente con puntas de vidrio o de obsidiana con lo que arman ciertos pedazos
cortos de madera con un puño, y que casi pueden llamarse puñales. Como el
hombre cuaternario, el fueguino emplea siempre los huesos de los animales en la
fabricación de sus instrumentos; es así que tienen cuchillos de hueso que nos
hacen el efecto de raspaderas para la preparación de los cueros, y arpones de
dos o tres metros, cuya largas y barbadas punta son también de hueso.
A pesar de su salvajismo y de la posesión de un cierto
número de armas, aquellos indígenas pasan por seres de una gran mansedumbre; si
libran algún combate entre ellos, es bien raramente y entre dos bandas que
usurpen su territorio respectivo. Los del Jardín de Aclimatación son muy
dóciles y no causan ningún trabajo por indisciplina. Hablan poco y en un tono
muy dulce y muy bajo, sin mover casi los labios, pues las palabras son apenas
articuladas en la laringe y en la parte posterior de la boca. Su inclinación a
la imitación ha sido señalada por todos los viajeros y nosotros hemos podido
observarla en el Jardín de Aclimatación: no lejos del recinto donde los
fueguinos estaban acampados, se encuentra el gran estanque de los cisnes y de
los patos; un cisne de los llamados trompetas se puso a lanzar gritos que
parecían un toque de clarín, sin que nosotros diésemos al hecho ninguna
importancia, cuando de repente el mismo sonido se dejó oír a nuestro lado: era
uno de los indígenas, que tranquilamente, sin moverse, sin salir de su posición
acurrucada, se entretenía en imitar al cisne.
Un detalle característico de su estado de inferioridad es
su manera de beber. En vez de llevar el vaso lleno de agua a sus labios y hacer
pasar el líquido a la garganta, se inclinan sobre el cubo y aspiran lamiendo el
contenido. Hemos visto a una de las mujeres madres, del grupo del Jardín de
Aclimatación, conservar en la boca el agua así absorbida, y, para hacer beber a
su hijo echársela en la de éste.
El espectáculo que nos han ofrecido estos indígenas es,
pues, de los más instructivos. La población parisiense ha podido estudiar
directamente, al natural, al hombre primitivo, y hacerse así una idea de lo que
fueron los primeros pasos de la humanidad, -pues como lo hemos dicho más arriba
y como lo habíamos ya escrito anteriormente (Los pueblos del Africa y de la América, pag. 134), “pocos pueblos
nos representan mejor que los fueguinos lo que debieron ser los hombres
cuaternarios”.
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