A
Anita siempre le gustó el agua.
Le
encantaba pararse en el borde del lago y mirar ese color azul celeste. Se
acercaba hasta la orilla y cuando una pequeña ola iba a mojarle los pies,
corría hacia atrás sobre las piedras y no se dejaba atrapar. Y mientras corría,
se reía un montón y cantaba. Porque así como le gustaba el agua, tanto o más le
gustaba cantar.
Y
una tarde, muy soleada, estaba cantando la canción de la brujita Tapita, cuando
le pareció escuchar un ruido que provenía del agua.
Era
un chapoteo como el que hacía ella cuando se zambullía en la bañera.
Miró
y miró, pero no vio nada.
Siguió
cantando y mirando de reojo el agua hasta que, no muy lejos de la orilla, vio
que algo asomaba en la superficie del lago.
En
un primer momento le pareció una piedra grande, pero empezó a duda.
Y
cuando miró bien, observó que la piedra… ¡tenía una uña!
Sin
sacarle los ojos de encima, vio que ese objeto… se movía…
Y
ni qué contarles la sorpresa cuando vio que al lado de la piedra, que ya a esta
altura se parecía a un dedo, aparecieron cuatro dedos más con sus uñas
respectivas.
Entonces
pensó en salir corriendo, pero era tanta la curiosidad, que se quedó quietita
arrodillada en la orilla.
Bastante
lejos, Anita pudo ver sobre la superficie del lago, otro pie enorme que
asomaba. Miró hacia el otro lado y pudo ver dos rodillas gigantes que
sobresalían del agua. Pero su mayor asombro fue cuando mirando hacia el lado de
las montañas más altas, vio la cara del gigante del lago, que se frotaba el
pelo con un poco de espuma de nieve y se enjuagaba con el agua del lago que
cargaba haciendo un huequito en su mano.
Y
ahí estaba el gigante tan tranquilo… tomando un baño, cuando la miró y le
sonrió con una linda sonrisa de gigante.
Muchas
veces Anita volvió la lago. Se acercaba a la orilla, y cuando comenzaba a
cantar la canción de la brujita Tapita… ¡zas! el gigante le demostraba de
alguna manera lo contento que estaba. A veces aplaudía con sus manos enormes
debajo del agua y en el lago se levantaban unas olas altísimas; otras veces
silbaba con ella la canción y, de repente, Anita tenía que agarrarse fuerte de
un tronco, para no volarse con las ráfagas de viento que desataba su silbido.
El
agua estaba detrás de ella, y miró hacia un costado y el agua estaba llegando y
quiso salir para el otro lado y vio que también había agua. La marea lo estaba
rodeando todo.
Anita
iba notando que el agua estaba cada minuto más cerca de sus pies, y cada vez
más asustada empezó a temblar. Entonces, para darse fuerza y casi llorando
comenzó a cantar la canción de la brujita Tapita.
Solo
un gigante puede tener tan buen oído para escuchar la canción de Anita desde
tan lejos. Porque como nunca antes, el gigante salió del lago de un solo salto.
Por
un instante se detuvo a escuchar desde dónde provenía el sonido y comenzó a
correr en dirección a la playa. Con sus enormes piernas en muy poquito tiempo
atravesó el campo desde el lago hasta la costa del mar. A cada paso que daba, la
tierra temblaba.
Cuando
Anita ya sentía que el agua fría le mojaba las rodillas y cantaba más fuerte
para tener menos miedo, sintió que una mano enorme hacía un huequito y le
sacaba del agua. Con mucha delicadeza la tomaba y la apoyaba sobre la playa, mientras
una linda sonrisa de gigante la tranquilizaba. Cuando Anita se recuperó del
susto, el gigante dio dos largos pasos y se metió en el mar y mientras se iba
sumergiendo sacó de su bolsillo un jabón grande como una casa y a darse un baño
de agua salada mientras silbaba su canción preferida.
Anita
nunca se animó a contar a nadie lo que le había pasado.
Hace
pocos días cuando se familia se dirigía al campo al pasar frente al viejo
puente colgante medio caído, su mamá comentó que el viento y la corriente del
río lo habían derribado.
A
Anita case se le escapa la verdad, pero prefirió seguir guardando su secreto.
(*) De su libro ¡Una vuelta más..Y a dormir!
2 comentarios:
HERMOSO Y MUY DULCE,TENGO CASI 60 AÑOS Y ME HIZO SOÑAR UN RATITO,Y REGRESAR AL LAGO.GRACIAS RAQUEL
Hola Mingo!
Un relato que sabrá capturar con ingenio la atención de los más chicos desde el inicio, y que en su desarrollo les hará abrir bien grandes los ojos de sorpresa, hasta dibujar en sus caras una sonrisa en el desenlace, mezcla de alegría y relajamiento; el suspiro tranquilizador que cubre la tensión creciente de la última parte.
Aprovecho esta ocasión para recordar a una antigua pobladora fueguina autora de varios cuentos. Precisamente en pocos días, el 24 de marzo, se cumplirán once años de su fallecimiento. Me refiero a la escritora Lucinda Otero, personalidad destacada en las letras y la cultura fueguina. Su pluma nos dejó también poesías y otros textos. Entre sus cuentos más conocidos podemos mencionar “Los duendes de los carámbanos”(*), “Retorno” y “Huellas en la nieve”.
La escritora fue Presidenta de la Asociación Gente de Letras; además se interesó en la continuidad de la Biblioteca Popular Sarmiento y dio impulso a la Feria Provincial del Libro de realización anual en Río Grande. Asimismo, representó a Tierra del Fuego en la Feria Internacional del Libro de Bs. As. entre 1987 y 1989. En otro ámbito cultural, participó en el teatro ushuaiense de la década del ’60.
Lucinda Otero (25 de enero de 1932 – 24 de marzo de 2004) fue nombrada Ciudadana Destacada de Ushuaia, ciudad que además recuerda su nombre en una de sus plazas. La vivienda familiar, frente a la Bahía, guarda la arquitectura clásica fueguina (**).
(*) Edición de la autora, Punta Arenas, Chile, 1993.
(**) Recuerdo mi paso frente a la fachada de esta vivienda hace unos años, justo en una esquina, con sus paredes blancas de chapa acanalada y techo celeste azulado.
Un abrazo Mingo!
Hernán (Bs. As.).-
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