Río Grande, abril de
1987.
En la radio, salvo
uno que se enfermó, estábamos todos a tiempo completo.
En una de esas idas
y venidas a la Municipalidad me paró Miguel Martínez, el relojero.
Había salido a
comprarse unos vinos y notó algo raro en el aire.
Vivía con otros
manyines, vecino a la casa de los Goodall.
Cuando termine mi
explicación, me dijo: -Gutierre, ¡mi casa es su casa!
Cuando paso todo lo
fuí a ver. No tenía calefacción y una cocina destartalada era su mesa. Allí
dejó el paquete que contenía lo que llevé para una picada. Además dos botellas
de cuello largo.
Llegaron dos como él
y uno las descorchó
Miguel era medio
ona, y arreglaba relojes. De pronto un cucú comenzó a sonar.
Me pasaron un vaso.
Alguien se rió y dijo: -¡Felices Pascuas! A lo que Miguel agrego: -¡Y la casa es
un despelote!
¡Había entendido
todo!
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