La primer fotografía que ilustra esta entrega ha
sido identificada como: Vistas de
Patagonia, del estrecho y de Tierra del Fuego.
Emilio Garreaud. Santiago de Chile. 1874. Encuadernado por el diario El
Mercurio de Valparaiso. En ella se identifica un conjunto de nativos de la
Patagonia Austral que, ya en contacto con el hombre blanco, tienen en sus tolderías
las bien amadas botellas.
Hace ya algunos años escuché a Mario Palma Godoy
reflexionar desde una perspectiva etnohistórica sobre los efectos de la
incorporación del vidrio y el alcohol, del caballo.., en la vida de los
aoniken. Dejaba demostrado que los pueblos originarios no estaban atados a
tradiciones, que estas se podían modificar si representaban un beneficio para
su grupo.
Frecuentemente se muestra a la botella –y el
alcohol- como un factor de descomposición social, junto a las enfermedades
contagiosas y la bala destructora de estos antiguos patagónicos y fueguinos.
Sobre la relectura que estos haciendo de la novela
de Arnoldo Canclini: El fueguino,
aparece una relación sobre el uso industrioso de una comunidad canoera fueguina
y el vidrio.
Los
europeos no se daban cuenta de cómo habían revolucionado en este aspecto las
técnicas yaganas. Antes de su llegada, era necesario buscar las piedras
adecuadas, que pudieran ser labradas. Trabajo que llevaba mucho tiempo porque
debía lograrse un triangulito de no más de dos o tres centímetros. Ahora, después que algunas naves se acercaban
a las riberas, una de las cosas que más buscaban eran las botellas, porque el
vidrio era fácil de trabajar y se clavaba en las carnes de los animales con la
misma fuerza que un trozo de roca. Ocurría muchas veces que los niños llegaban
corriendo con el gran hallazgo de un
trozo que las olas habían llevado desde
algún lugar donde un lobero se había refugiado para escapar de una tormenta o
entrado para hacer aguada. Pero los marinos no bebían solo agua y curiosamente
sus vicios, que destruían prematuramente muchas vidas, terminaban siendo la vìa
para que los fueguinos consiguieran más vituallas con vidrios de botellas de
ron o cerveza.
Ya unos días antes, me basaba en el mismo autor para
escribir la EVOCACIÓN que dimos a conocer en LRA 24
** Abril 6, de
1892. La ebriedad alcanza a las mujeres de Ushuaia.
Leemos el
capítulo EL DEMONIO EN LA BOTELLA de libro de Arnoldo Canclini, en su libro
NAVEGANTES, PRESOS Y PIONEROS EN TIERRA DEL FUEGO.
En la página 152 se señala:
El 6 de abril de 1892 cuanta que el
problema –del alcohol- ya llega a las mujeres, aunque a veces hay abstinentes
ente los blancos, pero sus discípulos encontraban mucha dificultad para decir
que no por el diario contacto con quienes se divertían en ofrecer.
El Pastor Lawrence, relator de estos hechos había tratado de dar forma a
una Sociedad de Abstinencia Total, en Ushuaia, para evitar los estragos que la
bebida hacía entre la población, sobre todo la nativa.
Muchos caían y muchos se arrepentían y volvían a la Sociedad. En 1896, el
Gobernador Godoy reiteró su intención de tomar medidas, pero así mismo un año
después Lawrence escribirá:
Al presente el
alcohol es el peor mal que tenemos que enfrentar, aunque
aclaraba: Pero es un error pensar que
Ushuaia es el único lugar donde los naturales caen bajo su influencia.
Otra situación referencial al alcohol la encontramos en MENÉNDEZ, rey de la Patagonia, de José Luís
Alonso Marchante; libro del cual hemos comentado un capítulo, en este mismo
blog.
1 comentario:
Hola Mingo!
Me pregunto qué habrán pensado aquellos primeros fueguinos que comenzaron a encontrar restos de vidrios o botellas enteras en las playas la Isla, su Hogar. Serían fragmentos o recipientes que provenían de naufragios; o simplemente desperdicios de las naves que cruzaban aquellos mares. Lo cierto, es que las corrientes y las olas hacían su trabajo acercando esos “extraños” objetos a las costas de la isla.
Me imagino a uno de estos primeros fueguinos sorprendido por el hallazgo, agachándose y recogiendo un fragmento de vidrio mojado entre las rocas de la costa, mirándolo en la palma de su mano; tal vez moviéndolo de un lado al otro observando con curiosidad los reflejos que generaba. Se habrá preguntado para qué serviría ...¿Por qué eran transparentes? O porqué tenían algún color particular. ¿Serían peligrosos esos trozos? Muchos interrogantes ...
Pero pronto los fueguinos advirtieron el uso favorable que ellos mismos podrían darle a estos elementos. Y pensaron en lo básico: una aplicación que mejorara la práctica de la caza.
A continuación transcribo un pasaje del libro de Martín Gusinde, “Los Indios de Tierra del Fuego. Los Selk’nam. Tomo I, Vol. I”, extraído de la Segunda Parte (Apartado D. Armas, instrumentos y utensilios; Punto 2. La Flecha):
“Para fabricar la punta de flecha solía preferirse en el pasado una roca esquistosa que se hallaba en pocos lugares de la Isla Grande. Una vez que se ha dado a la pieza el contorno basto con un percutor de piedra, comienza el trabajo más fino con dos varillas de hueso. Son éstas partes del peroné del guanaco (...)”. Gusinde aquí distingue dos tipos de varillas: La “varilla roma”, más larga y gruesa con una punta redondeada, y la “varilla angular”, más corta y delgada con una punta en forma de ángulo.
Luego continúa: “Con un trozo de cuero blando el hombre toma la piedrecita que ha de labrar con la mano izquierda, que apoya sobre el muslo. Primero trabaja toda la piedra con la varilla roma y luego con la angular”.
El autor agrega: “Desde que los primeros indios tienen acceso a pedazos de vidrio fabrican preferentemente con ellos las puntas de flecha; el vidrio es considerablemente más apto para desprender fragmentos con la varilla de hueso y sus bordes son más filosos”.
En el “Punto 9. El Cuchillo” (dentro de ese Apartado D), el autor especifica que las “puntas de flecha eran de vidrio de botella”. (Gusinde, Martín, “Los indios de Tierra del Fuego. Los Selk’nam. Tomo I, Vol. I”, Centro Argentino de Etnología Americana, Buenos Aires, 1990).
Un abrazo Mingo!
Hernán (Bs. As.).-
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