Al Caballero
Henry Smith, teniente de la Marina Real:
Frente a la
desaparición de mi representante, Mattew Brisbane y sus asistentes, caídos en
los horrendos episodios de agosto último cuyas noticias han llegado aquí
recientemente, y en la absoluta imposibilidad de enviar allí un nuevo
representante, le pido encarecidamente quiera hacerse cargo de todas mis
propiedades, tratando de preservarlas en la medida de sus fuerzas hasta que
pueda yo volver al establecimiento a quien siendo para usted un extraño no
dejará por ello de estarle reconocido, a la vez que rendirá usted un servicio a
futuras colonias para las cuales, los aparentemente insignificantes restos de
mi antiguo establecimiento, podrán ser de esencial utilidad.
Le pido este
favor en tanto pueda ser compatible con sus deberes públicos; será una actitud
de provecho general, tendiente en especial a proveer de constantes
abastecimientos de carne a la guarnición de su mando y a los barcos de Su
Majestad que recalen en la bahía de la Anunciación; al considerar que dicha
riqueza puede perderse por un lapso de varios años, no descarto que mi
proposición podrá ser admitida.
Halagado con
la perspectiva de que se hará cargo temporariamente de mis propiedades, me
permito adelantarle algunas observaciones, fruto de mi larga experiencia, que
le servirán de guía para la conservación de mis bienes, a la vez que de
utilidad para sus subordinados. Por la presente queda autorizado a actuar en
cada ocasión de acuerdo con su excelente criterio para entera satisfacción mía.
El cuidado de
las casas es de menor importancia; lo
fundamental es la conservación de los caballos, no porque su transporte a las
islas me haya costado grandes sumas de dinero… con el objeto de
proporcionarnos ganado vacuno para el consumo anual del establecimiento y las
tripulaciones visitantes sin dañar los caballos, o sea, durante los meses de
verano y otoño. No es posible impartir instrucciones positivas en este punto
por cuanto las circunstancias pueden variar, pero el personal de allí conoce
acabadamente lo que debe hacer. Los muchachos ingleses podrían servir para
cuidar de los caballos disponibles y la tropilla de ganado domesticado
–generalmente llamado “ciruelo” (sic)- mientras los gachos cazan el ganado
chúcaro. Uno de los gauchos debería ser cabeza de la partida, Santiago López, el
más experimentado en la faena; a éste lo sigue Manuel Coronel.
Los mozos
ingleses podrán volverse baqueanos en el curso de dos o tres años, y si se
consiguiese transformar a ocho o diez muchachos en buenos gauchos, tendríamos
un plantel de inmensa importancia para el trabajo de futuras instalaciones, en
la cual se precisa ganado domesticado para lecherías y bueyes para la labranza.
Se requiere prudencia y hacer las cosas poco a poco, no sea que se despierten
los celos de los gauchos y por afán se vuelvan malos maestros, exponiendo a los
mozos al ataque del ganado. Los muchachos lograrán entenderse con ellos a poco
que tengan buena disposición, y si no conocen las faenas para las cuales han
sido designados, mejor aún, ya que así impediremos los accesos de celos.
Habrá usted
observado que los caballos prosperan al aire libre, aun en invierno, con tal
que no estén sentidos del lomo, en cuyo caso convendrá sanarles dichas heridas;
para éstos es mejor confiar en europeos que en los gauchos gentes muy acostumbradas
a la abundancia de caballos en su propia tierra (¿) al punto que no ven nunca
la necesidad de cuidar de ellos. Aunque los caballos sean resistentes al rigor
del clima, no lo son en cuanto a fatigas, como los europeos, lo cual sin duda
se debe a que la labor de cazar vacunos muy violenta de por sí, no pueda ser
ejecutada con el mismo caballo durante mucho tiempo, por lo cual el gaucho
cambia de cabalgadura dos o tres veces por día y no monta el mismo caballo
durante dos días…
…un cuarto de
dólar por salar o secar los cueros y un cuarto igualmente por faenar y cuerear
cada animal. Usted tendrá, por tanto, la bondad de pagarles como antes; tales
gastos así como los salarios de los jóvenes deberán ser posteriormente
deducidos del valor del ganado consumido por la guarnición y la nave de guerra
de S. M. cuyo precio es de diez dólares españoles (sic) por cabeza.
Es probable
que haya obtenido hasta ahora tan sólo carne de vaca magra, lo cual se debe a
que el ganado de la parte norte de la isla es flaco y pequeño, y aunque el del
sur sea gordo y grande, pronto enflaquece cuando se lo somete al cautiverio.
Esta contrariedad puede ser remediada conservando un plantel constante de 200
cabezas de ganado en Long Island, en la bahía, donde se vuelven gordos a los
tres o cuatro meses de su captura. La citada isla no puede sostener mayor
número de reses en el espacio de un año.
El ganado
empero no se encontrará absolutamente a salvo en la isla debido a las aguas
bajas que vadean o recorren hacia la costa firme, por lo cual es absolutamente
necesario contar con dos o tres hombres que los vigilen y conduzcan a tierra si
es necesario. En la isla se necesitan uno o dos hombres para conducir el ganado
diariamente hacia un punto determinado, a la vista del establecimiento. Si no
se toma especial cuidado en la tarea la tropa puede descarriarse e inclusive
perderse. Al pasar de la isla a la tierra firme lo hacen invariablemente al pie
de los montes vecinos hasta encontrar a una altura de alrededor de cinco millas
al oeste un paso hacia el sur. De ahí que el lugar más cómodo para ser vigilado
se encuentre alrededor de dos millas del lugar naufragó el “Urania” hacia el
oeste, en el sitio del monte, lo suficiente alto como para vigilar la comarca
vecina, y otro en la cuesta del mismo
monte más cerca de los restos del “Urania”. El plano adjunto de Berkeley Sound
(Bahía de la Anunciación) lleva marcada con tinta roja la huella que practica
corrientemente el ganado cuando vuelve de la isla. Los números 1 y 2 indican
los mejores lugares para colocar vigilancia; el hombre que se halle en la isla
hará una señal tan pronto se extravíe un animal. El ganado después de haber
estado algunos días en la isla se domestica lo suficiente como para ser arriado
por un hombre a pie.
He sido informado
de que el capitán Low se ha posesionado de las pieles de focas y cueros que mi
difunto agente Brisbane había almacenado y también de muchos documentos a los
cuales no tenía posiblemente ningún derecho. Presumo que lo ha engañado a usted
con informaciones falsas y confío, por tanto, en que pueda usted tener alguna
oportunidad de sacárselos de sus manos y remitirlos, en la primera ocasión, a
Río de Janeiro.
Le reitero el
profundo anhelo de que quiera tener la bondad de hacerse cargo de mis asuntos en
ese sitio que le hará reconocido por S. S.:
Lewis Vernet
Fuente: José Luis Muñoz Azpiri. Historia completa de
las Malvinas, Buenos Aires, ed. Oriente, 1966. (Este documento le fue
facilitado a Muñoz Azpiri por Caillet-Bois. Este último lo cita en su obra Una
tierra argentina. Las Islas Malvinas, p. 381 de la “2a. edición)
Observación: Los días posteriores a la recuperación de las Islas Malvinas en 1982 se hacía referencia a Port Stanley como Puerto Vernet, en recordación del comandante político militar de las islas al momento de la usurpación británica, pero después se examinaron los antecedentes y se lo dejó de lado. Alguien propuso Puerto Rivero, pero su historia cabalgaba en la nebulosa de la revisión historiográfica. Entonces se eligió Puerto Argentino.
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