Dice Leonor María Piñero:
Cuando Monseñor (Fagnano) tuvo la venia
de sus superiores de viajar a Buenos Aires, así lo hizo. Compró un barco a
medias con Máximo Gilli, comerciante turinés de Punta Arenas.
Costó setenta mil pesos argentinos.
Confiando en la providencia había hecho un empréstito con el Banco de Chile.
Llegado a Punta Arenas le hizo
registrar con el nombre de Torino (150 toneladas podía cargar hasta 200 o 300 y
tenía 450 HP de fuerza).
El día de la llegada fue el 17 de julio
de 1894.
Cargó 30 vacunos y el 19 estaba en la
Isla Dawson.
De vuelta cargó gran cantidad de
víveres y partió hacia Río Grande.
Al llegar toda la tripulación estaba en
cubierta y Monseñor con las manos juntas, mecánicamente rezaba y al entrar
“lloró de consuelo”, escribió a Don Rúa.
Y esa carta es la siguiente:
Puntarenas, 19 de
Agosto de 1894. AMADÍSIMO SR. DON RUA;
Poco hace que he llegado de la Misión de la
Candelaria sobre el Río Grande de la Tierra del Fuego, después de un fatigoso
viaje de veintiocho días.
Apenas llegó de Buenos Aires nuestro nuevo
vaporcillo, hicimos los preparativos necesarios para la Misión, y el día 22 de
julio nos embarcamos Don Pistone, el hermano Porcina y yo.
Tuvimos diez días de contínuas borrascas, de
modo que el tiempo nos obligó á retirarnos varias veces á los pequeños puertos
de estos canales, y solamente el día 10 de agosto pudimos llegar á la entrada
del Río por el Atlántico.
Eran las nueve, hora de alta mar en aquellos
sitios, cuando el capitán principiaba á dirigirse hacia la entrada. Se veía una
especie de cordón espumoso, que partiendo del Cabo Sunday (Domingo) al norte,
llegaba al Cabo Peña al sur; era un juego de los flujos que daban contra las
varias puntas de los escollos que se avanzan en el mar por toda la parte
oriental de la Tierra del Fuego. Frente á nosotros, esta blanca cadena se
interrumpía por espacio de cerca trescientos metros: era la boca del Río
Grande.
El vaporcillo viajaba con un cuarto de su fuerza,
y toda la tripulación estaba sobre el puente pronta á cualquier maniobra. A
cada minuto se oía el grito del capitán que anunciaba la profundidad del agua y
en todas las caras se veía pintada la ansiedad acostumbrada en los casos de
peligro. El fondo disminuía á medida que nos acercábamos á los escollos de la
entrada, que yo consideraba como otras tantas columnas de Hércules; y cuando
los tuvimos cerca y oí gritar: ¡Cuatro metros! ¡Cuatro y medio! Con las
lágrimas en los ojos exclamé también á alta voz: ¡Viva Dios! ¡Viva María
Auxiliadora! –Nos hallábamos ya en el río, fuera de peligro, estábamos ya en el
puerto del Río Grande. Lloré de consolación, pues que si nuestro vaporcillo
puede entrar en este Río, está segura la Misión de la Candelaria y asegurada la
conversión de los desventurados Onas, que al presente son objeto de cruel caza
por parte de una sociedad que adquirió del Gobierno de Chile una gran extensión
de terreno para dedicarla al pasto.
Entrado en el río, el vaporcillo hechó anclas
por haber cesado la alta marea; pero yo descendí á una canoa y me dirigí á la
casa provisoria de la Misión que se veía á unos cinco kilómetros de distancia
sobre la orilla izquierda del Río, y donde con ansiedad me esperaban nuestros
amados hermanos.
La casa que habitan tiene dos pequeñas
habitaciones en la planta baja y un pequeño desván. Una de estas habitaciones
sirve de escuela, de refectorio y de dormitorio para los hermanos; y la otra de
estudio, de almacén para todas las cosas necesarias á la Misión y de dormitorio
para el Director Don Beauvoir. Don Delturco que le hacía compañía, había ya
vuelto á Puntarenas.
El hermano Juan Ferrando es el mayordomo de la
Misión; Jacinto Villacura, ayudado por dos indios, Miguel Calafate y del
pequeño Pedro Gama, bautizado el pasado abril, tiene el cuidado de las bestias
para el servicio de la Misión: Cesario Villalobos es cazador y panadero. El
horno lo tiene excabado á la orilla del río y su caza se dirige especialmente
contra el guanaco, sirviéndose del fusil, de los perros y de los caballos.
Cuando yo llegué, rodeaban la Misión como unos
setenta indios. Otros muchos que habían llegado en los pasados meses, se habían
alejado en busca de víveres. Pero no se han debido alejar mucho puesto que se
descubre no muy lejos el humo de sus hogueras. Antes bien, un buen número que
volvieron el catorce de este mes, aseguraron que otros estaban por volver.
Por esto es necesario pensar en levantar casas
para los indios, para los Misioneros, para las Hijas de María auxiliadora,
escuelas, talleres, una vasta capilla, un hospital, etc., etc. Si el Señor nos
bendice y nuestros Cooperadores nos ayudan con sus limosnas, esperamos poder
fabricar todos estos edificios de Septiembre á Mayo próximo venidero y formar
en breve tiempo un hermoso lugarcito.
Para mayor facilidad en el desembarco, me
pareció oportuno trasladar la casa, que es toda de madera, más vecina á la
embocadura del Río Grande. Al presente la casa se coloca junto á un pequeño
puerto ó reparo que forma el mismo río y en donde no corre tanto peligro de
encallar el vapor, como lo correría subiendo más arriba. A poca distancia del
Río nacen varias fuentes de agua potable, este es á no dudarlo el sitio más
apropiado para establecer la nueva colonia de indios.
Con el tiempo podremos también ir al Cabo
Peña, distante pocas horas, donde estaríamos más defendidos de los fuertes y
continuos vientos que reinan en el Río Grande. Más por ahora la prudencia nos
aconseja no exponernos á inútiles peligros.
Hay allí un hermoso valle circundado de montecillos
cubiertos de bosques; pero estos montes y bosquecillos favorecerían á los
indios para hacernos mal si quisieran, por lo que por ahora es mejor sufrir un
poco de viento y tener segura la vida. Donde estamos presentemente, es un sitio
muy descubierto desde donde se ven todos los alrededores perfectamente y á
larguísima distancia.
Don Bernabé prepara gran cantidad de madera
que cargará sobre nuestro vaporcillo para principiar la fabricación de cuanto
le dejo dicho. Ahora solo pienso construir cien casitas para los indios, pero
tal vez no bastarán. Necesitamos mucho de la ayuda del Señor y de su amorosa
Providencia, porque á más de estas construcciones, es necesario que pensemos
también en mantener infinidad de familias que acuden á la Misión. El pasado es
una esperanza del porvenir; por lo que no dudo que no nos faltarán los medios
materiales. Nuestros beneméritos Cooperadores continuarán ciertamente dándonos
pruebas de la bondad de Dios.
Reciba amado Señor Don Rúa, las cordiales
felicitaciones de todos estos mis amados hermanos, unidas á las de los indios
de la Candelaria y especialmente de Felipe, Matías, Joaquín, Benito Sunday,
Pedro Gama, Simón Delfrío y Juan Matha, que están recogidos en la casa Misión
bajo la asistencia y cuidados del hermano Ronchi y que por mi medio le mandan
su fotografía.
1 comentario:
Hola Mingo!
El explorador y misionero salesiano Alberto De Agostini, quien llegara en 1910 a Punta Arenas, realizó desde entonces y a lo largo de los años innumerables expediciones en la Tierra del Fuego y su archipiélago. En su obra más importante, “Treinta años en Tierra del Fuego”, durante una exploración realizada en abril de 1930, regresando desde Península Mitre a Río Grande, cuenta haber visto naufragado al vapor “Torino” en la Bahía Policarpo. Este es su diario de aquella parte de la exploración:
“E 3 de abril dejaba la Estancia Policarpo y, acompañado de Ruperto Bilbao, emprendía el viaje de vuelta (*), que debía cumplir en etapas cortas pasando la noche en los puestos de los ovejeros, que están distribuidos a conveniente distancia por la costa. Después de tres horas de pesado camino por continuas turberas, en las que los caballos se hundían hasta el vientre, llegamos a la Bahía Policarpo, a tiempo de poder cruzarla con la marea baja. Tiene el aspecto de una bahía por su amplitud, pero por ser de poca profundidad no sirve de refugio más que a embarcaciones de limitado tonelaje. Desemboca en esa bahía un riacho, cuyo vado es bastante difícil y peligroso porque tiene en su lecho bancos pantanosos y traidores. Hacía apenas dos meses que allí se había ahogado un peón de la estancia. En la entrada de la caleta vénse todavía hoy, con la marea baja, los restos de naves naufragadas; y de éstas, mi compañero me indica el vapor Torino comprado por Mons. Fagnano para el aprovisionamiento de las misiones y cedido después a la Casa Gilli de Punta Arenas”. De Agostini agrega que el naufragio del vapor Torino ocurrió en 1902 debido a un temporal, “clavándose en su propia ancla”.
En otro pasaje de este mismo libro, indica que “la goleta María Auxiliadora (...) fue sustituida por el vapor Torino, que pudo prestar ayuda con mayor rapidez y seguridad a las misiones de Río Grande y de Dawson” (De Agostini, Alberto M.: “Treinta años en Tierra del Fuego”, Ediciones Peuser, Bs. As., 1956).
(*) Rumbo a Río Grande, por el sector costero de la Isla.
Un saludo Mingo!
Hernán (Bs. As.).-
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