A estas tierras donde tanta gente acudió a
buscar trabajo, también llegaron muchos a hacer pan, por eso mismo que tanto
une el pan y el trabajo.
Juan de la Cruz Franco, es el paraguayo que en
el censo de 1895 aparece identificado en su oficio. ¿Dónde tendría su batea y
su horno? En cada estancia grande probablemente habría un encargado, el
cocinero mismo, o uno de los dos del matrimonio que hacía de mozos. En la
Misión amasó Juan Asvini (FOTO) , hasta que después hizo historia don Jorge Eterovic.
Ambos descansan su sueño panadero en el panteón de La Candelaria.
Saliendo del nivel doméstico donde no faltaba
en la despensa por lo menos una bolsa de harina, fue don Marcos Obregón el que
puso en venta su pan en su casa de la calle Fagnano, a pocos metros de los
cuarteles, es decir del edificio parroquial que se inauguró con las tropas del
ejército a principios de los años cuarenta.
De niño tenía que elegir entre ir a comprar
pan a “lo de Parún” o un poco más lejos –pero en un lugar reparado del viento-
en “la de San Juan”, que luego fuera “la de Donoso”. Parún tenía sus
instalaciones en Piedra buena esquina Perito Moreno, donde hoy está la agencia
de remises. San Juan allá cerca de la playa, en ese entrevero de calles que los
antiguos nunca podemos memorizar.
En cada casa había una bolsa, generalmente
confeccionada con tela y a veces embellecida con los bordados incipientes de
alguna niña, con ella había que salir a reclamar el pan francés, que muchos
chilenitos seguían llamando marraqueta, o lo que era más para el mate: el pan
criollo y los felipes.
De las primeras facturas, allá por los años
sesenta, da cuenta alguna mesa de gente de Marina por que el Batallón tenía sus
panaderos, que eran de los mejores, hasta que llegó Doña Lolli de la Bolognesa
y les mató el punto a todos.
Fue por aquellos días en que comenzó a
venderse el pan en las despensas. Es que el pueblo crecía sobre La Vega, los industriales panaderos salían a competir
por la clientela.
Siendo estudiante secundario en más de una
oportunidad acudimos por las noches a la panadería que era de Donoso, es que no
había llegado el panadero –por eso de que el pan y el vino siempre van juntos-
y había que darle una mano a los mellizos.
Mi mamá si que hacía buen pan. Pero cuando se cansaba
o cuando mejoraba el que se hacia en las panaderías allí tenía que salir yo,
tres veces a la semana, a hacer las compras, reclamando derecho, y si estaba
caliente de comerme “los cachos”
El pan formaba parte de la identificación
familiar. Y estaba la familia Comepán, el viejo Pan Duro, la vieja Levadura,
entre los personajes populares, algunos de los cuales dejaron descendencia.
(Leudado hace 23 años por Oscar Domingo Gutiérrez)
1 comentario:
Hola Mingo!
Muy interesantes estas líneas! Al leerlas, recordé una referencia que daba el antiguo poblador de Río Grande, Juan Muñíz, en su entrevista publicada en el libro “A hacha, cuña y golpe” de 1995. Cuenta en ella sobre una panadería de la época en la cual él llega a Río Grande para trabajar en La Anónima, en 1937. Más abajo, una reseña sobre cómo se da su llegada a la isla, y su recuerdo de aquella panadería, también mencionada en el artículo del blog.
Juan Muñíz nació en Gijón (Asturias) el 29 de septiembre de 1907. En 1924 llega a Bs. As., donde estuvo empleado en un almacén por un año. “Después, me vine a Punta Arenas porque allá estaba un amigo de mis padres en España que tenía la Estancia Cancha Carreras, Don Manuel Fernández Montes (...). La estancia se encuentra en la zona argentina de “El Turbio”, en la frontera con Chile”. El apoderado de Fernández Montes, un comerciante de apellido Fanjul, intenta conseguirle un empleo en el banco de Punta Arenas, pero debido a la crisis de aquel año (1927) no resulta posible. Juan Muñíz encontraría trabajo en la Estancia Tres Chorrillos, a 20 kilómetros de Punta Arenas, donde realiza sus primeras tareas con ovejas y luego se ocupa de la correspondencia. “El patrón me dijo que precisaba un contador para la Estancia María Inés, que quedaba a 30 kilómetros de Río Gallegos, que en ese momento era de Suárez y Braun. Entonces me llevaron allá, a Río Gallegos. Era el 25 de mayo de 1928”.
Luego de pasar por otra estancia - probablemente Ea. Las Horquetas -, Juan Muñíz vuelve a Bs. As. donde un tío abriría una farmacia. Pero el negocio no funciona, y eso lo hace regresar al sur, a la Ea. Las Horquetas, siendo su patrón Don Mauricio Braun. “Un día que vino Mauricio Braun (...) me animé y le dije: ‘Don Mauricio, yo quiero entrar en La Anónima (...)’. En un viaje en el que acompañaba al administrador, fuimos a traer víveres a Río Gallegos. Llegamos a La Anónima, me decidí y hablé con el gerente. Pero recién entré cuando vino Máximo Aguirre, otro gerente (...). El mismo Aguirre fue el que me trasladó a Río Grande (...)”.
“Llegué a Río Grande el 11 de abril de 1937 (...), no conocía bien donde estaba Río Grande. Lo único que sabía era que recién habían instalado una sucursal nuestra, de La Importadora y Exportadora (...). En lo que hoy es el pueblo no había casi nada. La mayor parte estaba en la barranca. En la barranca estaba la Comisaría, y cerca de la Subprefectura la Telefónica de Menéndez Behety, todo en terrenos de la costa del río”. Y sobre aquella antigua panadería, cuenta Juan Muñíz: “También estaba el señor Arias, que era español, creo que gallego, y en la manzana 97 tenía un comercio, la primer panadería que hubo, en la otra manzana de la casa grande de Don Francisco Bilbao. Esa fue la primer panadería, vendida luego a Ángel San Juan. Este señor Arias era también agente de policía, y todos íbamos a comprar pan a la panadería que él tenía. Era un pan amasado a mano, porque no había máquinas en ese tiempo acá en Río Grande. Cuando renunció a la policía, quedó hasta bien entrado de años en la panadería, luego se la vendió a San Juan y ahora está Autosur. San Juan vive todavía. Cerca estaba la casa del ingeniero José Finocchio y Vialidad”. (A hacha, cuña y golpe, 1995).
Un saludo Mingo,
Hernán (Bs. As.)
Publicar un comentario